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Poema Mira de Sara De Ibáñez



Ven, acércate hermano, ven y mira
la vena enlucerada que desciende
lenta por las entrañas pudorosas
del animal vencido; ven y mira
como quien quiere ver: adentro mira.

Quiero mostrarte esta sencilla puerta
que no has abierto nunca y se te ofrece
bajo las cerraduras celestiales
que abrasan mano y sangre y pensamiento;
que te devoran sin razón ni duda,
que te hacen circular por la ceniza,
que te avientan en aires pavorosos
y te devuelven a tu triste sangre,
a tu quieta mirada te devuelven,
a tus éxtasis, vagos a gu asombro,
a tu límite frío, a tus miserias,
a este asomarse a las entrañas puras
de un animal vencido… Pero mira,
mira y verás el rastro enlucerado,
mira y verás, porque salvado seas.



Poema La Ráfaga de Sara De Ibáñez



Tuvo en la mano el ramo erguido,
brioso relámpago de fiesta.
Por las corolas de ascendía
la luz amarga de la tierra,
la luz del hueso amanecido,
la luz en trance de cometa,
la luz alzada por su rostro
contra el fragor de la tiniebla;
la luz audaz que abre en su risco
despeñaderos a la abeja,
la luz que andaba por sus ojos
sobre las lágrimas sedientas.

Tuvo en la mano el ramo ardiente,
frágil espejo de su niebla,
hijo dulcísimo del polvo,
vuelo del polvo en primavera,
toda la sombra sus pendida
sobre un suspiro que bravea.

Vientos salieron de lo oscuro
donde se fraguan las tormentas,
aires vinieron de los antros
donde la sangre se destrenza,
vientos de espina dislocada,
modos del cierzo y la marea,
torciendo nubes de palomas
matando orugas y azaleas;
vientos de muerte entre las ramas
donde la nieve cabrillea.

Brilla la mano poderosa
de tenues vínculos suspensa,
sobreviviente del estrago,
sobre el tesoro yerto, cuelga,
mientras se borran los jardines
en la sonrisa de la tierra



Poema La Palabra de Sara De Ibáñez



De pronto el viento que movía
Las vestiduras y las almas
Borra en un sueño de ala inmóvil
Su rumorosa torre de alas.

Cada mujer y cada hombre
Solo en su sola huella marcha,
Y se ignoran secretamente
En el desnudo de la plaza.

Todos esperan, convocados
Por un silencio de campanas;
Todos esperan, sombra a sombra,
Que por sus ojos hable el alba.

En cada gota de la sangre
Preludia un mar de lenta escama,
Y el peso antiguo de la nieve
Las vigilantes lenguas cuaja.

Todos tiemblan y nada saben:
Algo se triza, algo se alza.
Todos escuchan ateridos,
Un rumor de médulas blancas.

¿Quién se detiene y es cruzado
Por mil heridas destelladas?
¿Quién ha medido ya su muerte
Sobre las losas de la plaza?

Bajo las piedras cristalinas
Bellos demonios verdes braman,
Y entre los árboles de humo
Gemas agónicas estallan.

Las soledades se han quebrado:
Se llena el aire de ventanas.
Rechinan dientes en lo oscuro.
La miel de llanto se dispara.

Corren venenos amarillos
Por las venas de los fantasmas.
Fuentes suicidas se clausuran,
Y desiertos su arena mascan.

Se arrodillan vivos y muertos
En sus túnicas solidarias,
porque hay uno, entre todos uno,
que fue mordido de la llama.

Los dulces pies del alcanzado
Lumbre en la tierra azul derraman.
La ciudad hunde sus raíces
En la tersa furia del alba.

Hasta esa boca mensajera
Sube una flor desesperada.
Todo el jardín de Dios se encoge
Tironeado por las entrañas.

Porque hay uno, entre todos uno,
Glorioso pasto de la llaga.
Rey sin ventura. El inocente:
El que ha traído la palabra.



Poema La Página Vacía de Sara De Ibáñez



a Stéphane Mallarmé

Cómo atrever esta impura
cerrazón de sangre y fuego,
esta urgencia de astro ciego
contra tu feroz blancura.
Ausencia de la criatura
que su nacimiento espera,
de tu nieve prisionera
y de mis venas deudora,
en el revés de la aurora
y no de la primavera.



Poema Isla En La Tierra de Sara De Ibáñez



Al norte el frío y su jazmín quebrado.
Al este un ruiseñor lleno de espinas.
Al sur la rosa en sus aéreas minas,
Y al oeste un camino ensimismado.

Al norte un ángel yace amordazado.
Al este el llanto ordena sus neblinas.
Al sur mi tierno haz de palmas finas,
Y al oeste mi puerta y mi cuidado.

Pudo un vuelo de nube o de suspiro
Trazar esta finísima frontera
Que defiende sin mengua mi retiro.

Un lejano castigo de ola estalla
Y muerde tus olvidos de extranjera,
Mi isla seca en mitad de la batalla.



Poema Interrogación ¿ ? de Sara De Ibáñez



Dejóme Dios ver su cara
cuando entre paloma y flor
sobre aquel cielo mayor
brotó una blanca almenara;
dejóme Dios ver su cara?

Me miraba Dios acaso
cuando en la noche sin mella
dejaron lirio y centella
testimonio de mi paso;
me miraba Dios acaso?

El rostro de Dios veía
cuando en el desdén profundo,
tenaz ausente del mundo
por mi propia sangre huía
el rostro de Dios veía?

Me contemplaba Dios, me ve
ir de la ceniza al fuego
en un iracundo juego
la muerte quitandomé;
me contemplaba Dios, me ve?

O yo me estoy descubriendo
los ojos con que algún día
veré lo que no sabía
que en sueños estaba haciendo?



Poema Desdén de Sara De Ibáñez



a Paul Valéry

Vuélvete rosa desnuda
al carmen rosa del cielo.
La forma de mi desvelo
frente a tu sonrisa duda.
Quiero y no quiero tu ayuda
pábulo de mi agonía;
vuelvo la espalda a tu día,
y en esta nocturna rosa,
con tu ausencia rencorosa,
me quema la geometría.



Poema Combate Imposible de Sara De Ibáñez



Con astuta cabeza de zafiro,
Bloque de piedra fría y transparente,
Inmóvil, la mandíbula sellada,
Linda con la tiniebla el monstruo leve.

Mientras el polvo en que se duele el mundo
Curva su flor, su lágrima troquela,
Y entre los tersos cánticos del día
Sordas espadas con su vuelo templa.

Ah, nunca, nunca, la terrible escama
Su fuego amargo torcerá en la lucha,
Ni se abrirá para tragar mi cuerpo
La boca acrisolada por la espuma.

Aquí jadeo hasta acabar la sangre
Clavada en la canción mi lanza triste,
Hasta que el fruto de su viejo vientre
Lance al estrago la materna esfinge.



Poema Atalaya de Sara De Ibáñez



Sobre este muro frío me han dejado
Con la sombra ceñida a la garganta
Donde oprime sus brotes de tormenta
Un canto vivo hasta quebrarse en ascuas.
Yo aquí mientras el sueño los despoja
Y en sueños comen su mentida baya
Para erguirse en las venas de la aurora
Pábulo gris de su sonrisa vana;
Yo aquí mientras los sabios inocentes
Y los tranquilos de crujiente casa
Durmiendo abajo, y aprendiendo el frío
De sus angostos mármoles descansan;
Yo aquí volteado por el viento negro
Que el olor de la noche desampara,
Los cabellos fundidos en raíces
Que van abriendo turbulentas lamas;
Yo solo entre planetas condenados
Que en busca de sus huesos se desmandan
?la edad del mundo en esta pobre sangre
que entre las quiebras de su historia clama?
yo aquí turbado por la paz bravía
que con sagaces témpanos me aplaca,
sintiendo entre las médulas ausentes
el duro frenesí de las espadas;
yo aquí velando, los desiertos ojos
quemado por el soplo de la nada,
las negras naves y los negros campos
vacíos de sus oros y sus lacras.
Yo aquí temblando en la vigilia ciega
Rodeado por un sueño de cien alas,
Vestido por mi llanto me arrodillo
Mientras vuela mi sangre en nieve airada.

Sobre este muro frío me recobran.
Oigo el rumor de los medidos pasos.
Canta la noche en fuga por mi muerte,
Y el alba sale de mi rostro blanco.



Poema Apocalipsis Xx (visión Primera) de Sara De Ibáñez



El cuerpo del monstruo fulmíneo llenaba el espacio
como un pez que se hubiese tragado la mar.
No existía ya sitio más que para un temblor
y la luz era a un tiempo su piel y su carne.
Un leve punto, gota, gota, embrión de la tiniebla,
apareció en el tenso vientre en llamas,
en el furioso vientre hurgó como semilla de la noche.
Mínima boca dentada de pequeña bestia carnívora
comenzo a devorar su alimento dorado;
desaparecía la entraña fulgurante
en una gula negra de nocturno sin pausa.
El velludo animal, hijo enemigo,
feroz cogollo de iris desangrados,
vertiginoso obrero devanaba la sombra
hasta empujar el límite de escamoso relámpago,
la piel del muerto qu lo enmascaraba.
La enorme boca ya, la enorme boca
tiró de aquel revés de lumbre en fuga;
la envoltura marchita se desgarró como vestido frágil
que se hubiese quitado una centella,
y empezó a deslizarse por la dura garganta,
se hundió sin dejar huellas en el ancho agujero.
Después un punto de oro comenzó a destellar tímidamente
en el fondo del monstrue recién anochecido.



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