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Poema Retorno de Ariel Montoya



A Héctor Villaverde, amigo

Mañana estaré cargando nuevos crepúsculos al declinar el día
bajo otros cielos,
en mis maletas viajarán evocaciones y camisas que por años
fueron mis banderas,
no descolgaré cuadros ni fotografías de las paredes del
apartamento
-fieles retazos de compañía
sustentados en el recuerdo para el olvido-.

En la ciudad
nadie sabrá que volví a mi país
allá donde los pájaros retienen la luz en sus dorados plumajes,
donde las montañas aquietan sus almas en la escondida
música de la noche,
y donde los caminos huelen a mangos y a naranjas aún
en estaciones incómodas.

Procuraré marcharme temprano,.
intentando no caer en agobiantes despedidas de parques
y amigos.

Con los primeros gallos
ya estaré echando llave a las puertas del exilio.

Recogeré mi corazón de las últimas andanzas sobre
calles y firmamentos,
de los desprendidos cuerpos de mujeres que amé con locura
y echaré una última mirada a las sustancias urbanas
donde se desparramó inquieta mi ternura.
Me marcharé con la tristeza salpicada de instantes
desgarradores,
con las pistas, alegres
de un sol que se desplaza por aeropuertos y praderas,
entre el bullicio disperso de la muchedumbre
ajena a mi retorno.

Guatemala de La Asunción, abril de 1990



Poema Regreso Al País Natal de Ariel Montoya



Yo, Raymundo José Flores Fonseca,
oriundo de Las Jagüitas de Managua,
engendrado por veredas pobladas
de chocoyos y gorriones y cercos
de piñuelas y polvosas frondas
de mango,
me quito y alzo el sombrero
blanco de la nueva era y ratifico
mi destino y certidumbre de soldado.
Soldado soy, soldado he sido,
soldado de la paz y la concordia,
orgulloso de los torrentes indígenas
de mi sangre y del perfil de este
rostro chorotega que ha visto Bagdad,
Mosul, Karkuk, Karbala, los minaretes
en espiral de Samara, las ruinas
desoladas de la antigua Babilonia
y sus dorados ladrillos milenarios
de destellos desafiantes, las mezquitas
de torres almenadas y las anchas
avenidas y calles con nombres
de guerreros y profetas y gritos
de lengua desconocida…
Allí estuve yo
para llevar la paz, el más preciado
don. Allí estuve, en el país
una vez llamado Mesopotamia.
Entre el Éufrates y el Tigris,
entre presas y pozos, murallas
y desiertos y túneles secretos.
Allí estuve. Caminando miles
de kilómetros, deshaciendo minas,
neutralizando explosivos,
salvando preciosas vidas de niños,
mujeres y ancianos, hondos rostros
heridos de hombres como nosotros:
humanos, tiernos, doloridos, atenidos
a la luz de la esperanza. Allí viví
el calor ardiente del día y la noche fría.
El paso lento de la Luna a la hora
del descanso pensando siempre
en mi novia con olor a hierba
y a rocío, y sobre todo
en vos, Nicaragua,
tierra mía que ahora piso y bendigo
para que florezca siempre, encima
del dolor y el odio, el amor y la paz
en el mundo.
Yo, Raymundo José,
aquí ya, intacto, entre los míos.

Aeropuerto Internacional Managua,
1 de marzo del 2004.



Poema Refrán de Ariel Montoya



Dime,
hasta donde
querías llegar,
y te diré
donde
debí quedarme.



Poema Retrato En Amatista de Antonio Porpetta



Dices muerte, y en tu palabra asoma
la cicatriz, el hielo,
la plenitud solemne de algún muro
que nunca sabrá nadie dónde fue construido,
qué jardines oculta,
qué regiones ardidas aprisiona.
A su conjuro acuden los pájaros más tristes,
se posan en tus manos
y derraman sus cánticos de luna
sobre tu piel que nace cada día.
Siempre
vence lo oscuro:
el grito de la ausencia, con su herida
tan honda y rescatada,
las pequeñas memorias
que el viento disemina como humildes cenizas,
la serpiente del frío
con sus ojos abiertos de carcoma.

Pero la muerte tiene
sus anchas claridades, universos
de ámbar, playas inagotables
de arenas como estrellas
donde el sol es más justo
y el mar lleva en sus alas un perfume
de inaccesibles rosas
que imanta y enamora.
¡Ah, su limpio lenguaje,
su mirada de madre
cuando entorna la vida entre sus brazos,
su sonrisa
tan pura y duradera!
Todo en ella es silencio,
prudente caminar entre los árboles,
pradera, junco, sueño,
cauce, vuelo de abejas,
lentísima esperanza.
Triunfa
desde todas las sombras,
pero guarda sus cálidos secretos
en la hermosa amatista de sus labios.

¿Y después? ¿Y después?…
La duda es una música
que lame nuestras médulas
con sus garfios de sangre:
Quizás sólo la noche.
Quizás un ancho río
de orillas serenísimas.
Quizás una dolida, inmóvil carcajada.



Poema Rosa Transitoria de Antonio Fernandez Spencer



Todo en lúcida forma te señala:
el sufrimiento, el alma sin noticia,
y tu forma de pájaro que escala
lo puro de ese cielo que se inicia.

Remota estás-¡oh rosa!-como una ala
en la muerte de póstuma caricia;
ya subes por el tiempo que señala
lo que duerme a tu ser en la delicia.

Todo en el orbe sin ficción te agota:
el vivo mar que todo lo fecunda
el pájaro olvidado en alta rama;

pues caes por amor en lo que anota
la soledad, que al sueño te circunda,
¡y que te nombra soledad en llama!



Poema Riberas Del Órbigo de Antonio Colinas



Aquí, en estas riberas, donde atisbé la luz
por vez primera, dejo también el corazón.
No pasará otra onda rumorosa del río,
no quedará este chopo envuelto en fuego verde,
no cantará otra vez el pájaro en su rama,
sin que deje en el aire todo el amor que siento.
Aquí, en estas riberas que llevan hasta el llano
la nieve de las cumbres, planto sueños hermosos.
Aquí también las piedras relucen: piedras mínimas,
miniadas piedras verdes que corroe el arroyo.
Hojas o llamas, fuegos diminutos, resol,
crisol del soto oscuro cuando amanece lento.
Qué fresca placidez, que lenta luz suave
pasa entonces al ojo, que dulzura decanta
el oro de la tarde en el cuerpo cansado.
Hojas o llamas verdes por donde va la brisa,
diminuto carmín, flor roja por el césped.
Y, entre tanta hermosura, rebosa el río, corre,
relumbra entre los troncos, abre su cuerpo al sol,
sus brazos cristalinos, sus gargantas sonoras.
Aquí, en estas riberas, donde atisbé la luz
por vez primera, miro arder todas las tardes
las copas de los álamos, el perfil de los montes,
cada piedra minúscula, enjoyada del río,
del dios río que llena de frutos nuestros pechos.
Aquí, en estas riberas, donde atisbé la luz
por vez primera, dejo también el corazón.



Poema Red De Primavera de Joseph Von Eichendorff



Dormía el mozo entre crecidas hierbas;
Al fondo oyó un cantar,
Como si su amada lo llamara,
Y el pecho le iba a estallar.

Una red tejen sobre él
Las flores con su vaivén,
Corre suspirando el alma
y piensa allí algo delicioso.

Reina un encanto tan dulce
Y mágicos cantos recorren
El seno primaveral
De la tierra, y no lo dejan.

Publicada en la edición de 1837

Versión de Alfonsina Janés



Poema Regreso A Petavonium de Antonio Colinas



Dejadme dormir en estas laderas
sobre las piedras del tiempo,
las piedras de la sangre helada de mis antepasados:
la piedra-musgo, la piedra-nieve, la piedra-lobo.
Que mis ojos se cierren en el ocaso salvaje
de los palomares en ruinas y de los encinares de hierro.
Sólo quiero poner el oído en la piedra
para escuchar el sonido de la montaña
preñada de sueños seguros,
el latido de la pasión de los antiguos,
el murmullo de las colmenas sepultadas.

Qué feliz ascensión por el sendero
de las vasijas pisoteadas por los caballos
un siglo y otro siglo.
Y en la cima, bravo como un espino, el viento
haciendo sonar el arpa de las rocas.
Es como el aliento de un dios
propagando armonía entre mis pestañas y las nubes.

Un águila planea lentamente en los límites,
se incendian las sierras de las peñas negras,
mas no veo las llamas,
las llamas que crepitan aquí abajo enterradas
bajo el monte de sueños aromados,
bajo la viga de oro de los celtas,
junto al curso del agua del olvido
que jamás ?en vida? podremos contemplar,
pero que habrá de arrastrarnos tras el último suspiro.

¡Cómo pesan los párpados con la música del tiempo!
¡Cómo se embriagan de adolescencia perdida las venas!
Dejadme dormir en la ladera
de los infinitos sacrificios,
en donde arados y rebaños se han petrificado,
en donde el frío ha hecho florecer cenizales y huesos,
en donde las espadas han segado los labios del amor.

Dejadme dormir sobre la música de la piedra del monte,
pues ya sólo soy un nogal junto a una fuente ferrosa,
la vela que ilumina una bodega de mostos morados,
un trigal maduro rodeado de fuego,
una zarza que cruje de estrellas imposibles.



Poema Regreso A Mi Cuerpo de Renata Durán



Regreso a mi cuerpo
después de un largo
viaje a ti.
Te vi dormido
frente al mar,
fatigado de amor
sobre mi pecho.
Respirabas ahí,
abandonado,
como si en mí
hubieras anclado.
Quise dormir también
para soñar tu sueño
que casi lo veía
surgir de tu cabeza.
Cerré los ojos.
Fue en el tiempo
el momento
en que más te amé.
Después los sueños
propios me llevaron
muy lejos.
En uno de ellos,
te perdí.



Poema Respiro de Antonia Álvarez Álvarez



Pero la vida, ¡ah!,
pero la vida…,
tacto del tiempo, túmulo de instantes:
un respiro,
una muerte,
otro respiro.
Qué saberse, sin más, sobre la tarde.
Ni lágrimas ni risas hacen falta.
Para la vida, el aire.
Sólo el aire.



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