poemas vida obra m

Poema Mínimamente Y Esencial de Matilde Alba Swann



Mínimamente y esencial, quería
su hora de amor.
Como Dios la suya de creación,
como Luzbel la suya
de maldad.
Unica, que le configuraría, recién,
definitivo. Terminar de hacerse,
clausurar ese estar abierto,
y arriesgado a cualquier
final.
Todavía inmaduro, todavía
mera línea de puntos en proyecto,
todavía
con la indecisa sustancia del origen,
con su boca y sus ojos
sin timón de gustar, y sin imagen,
su hora de amor.
Actual, tardío ya, casi, necesitaba
de esa clara razón contra su absurdo,
ese color de: sí, para saberse,
ese tono de sí, para escucharse,
ese dolor de si, para sentirse.
Más que a su sangre, en hondo
ser y gesto, dentro y fuera de carne,
precisaba
inscribirse con su señal de hombre
inextinguible en la memoria
larga del transcurso.
Desatado a total, alto y rebelde,
cada molécula suya de sentido,
cada aurora de anuncio y de presagio,
eran su hambre y su sed, y eran su aliento
de probarse latiendo en el espejo.

Imprescindible, ningún paso a confín
sería trazado, ni el sonido transmitiría
su presencia,
ni la caricia movería sus alas
sobre la piel caliente, ni lograría sin ella,
desprendido, el aroma maduro de verano;
su hora de amor.
Mínimamente y esencial, que unan
agua y cántaro exacto.
Anda implacable de negación, su barca
encallada, inconmoviblemente.
Porque si era suya,
si con esa promesa lo empujaron a latir,
a crecer y a perpetuarse.
Si fue esa su primera visión indescifrada
y, resignadamente, indescifrable.
Si con esa luminaria lejana deslumbraron
su pupila, todavía de pez.
Si tras ella fue que adivino y hundió a vida
hasta lucha y derrota, y hasta credos
y puños, inservibles.
Si en su alforja, sobre la crin caliente
del chasquido, junto a pan de nutrir,
fue él de mareo,
el de estallido a muerte, sin morirse,
y el amuleto breve, de gozar.
Desde germen informe a exuberancia,
todo en él era selva, ya impaciente de fieras
y de nidos, y de garras y cantos,
y de muertes.
Se sentía, rudo atleta de cumbres, engañado,
en un tren de juguete, y seducido
con un cuento de hadas,
increíble.
Lima viva gastando su costado,
polvo propio mordiéndole la boca, y asfixiado
su grito, como un ave, aterida y sepulta
bajo miedos.
Todavía inconcluso y ya en regreso, su calculado
declinar previsto, en el total
derrumbamiento grande.
Epicentro y montaña sacudida, tierra roja
de cráteres, inescrutable corazón del fuego,
su estallada, fundamental angustia,
voz de volcán y llanto,
que le cumplan.
Trunco mástil sin ala, paso ciego de andar
inencontrado, y un borroso contorno
ese paisaje, vano de hombres, panorama de pájaros
Y piedras, y de árboles muertos,
y su tumba.
Densa atmósfera inerte, dibujada, de impotencias
y añicos. Tentativa de asir, y la imposible
elusión de presencias permanentes,
tenaces, como guardias.
Híbrida estancia,
carne, sueño, mortajas, apetitos,
hora nutrida a saciedad y hartazgo, y todavía,
sin conducta de muerte bajo el beso,
y sin labios, sin dientes
sin saliva, sin la azarosa alternativa; luces,
sombra y luces, y sombra, y luz de nuevo.
Única suya de clamor, la hora
no de gulas ni triunfos, no del arca, ni el mando,
no el poder, no la gloria.
Imperioso, piramidal y ya sobre el bramido,
su exigencia de pie, jugado a todo,
todo a cambio, memorias y futuro,
y su grito:
que deshaga, derrumbe y desmenuce, la fantasmal
hechicería de mundos, y que borre y apague,
asfixie y muera, la esotérica alquimia de cerebro,
y disperse a preantes, rancio caos de orden,
y libere ese enclaustrado ser, de hacer en hombre
en la sola, omnipotente hasta deidad y única,
hora de amor, su hora.



Poema Magnitud de Fa Claes



¿Las dimensiones de Rijmenam? ¿Qué piensas?
Mira por mi ventana un instante
y dónde termina
haz el favor de decírmelo.

Siglos hace que miro por mi ventana:
Nuevo México, Manila, Moscú, Londres;
veo lo insignificante, Rijmenam,
las aguas de la Dila, el océano.

¿Y qué, cuando subo las montañas,
las montañas desnudas y sus laderas?
¿Y qué, a la vuelta?
Todos vuelven descalzos.

Pero, ¿y las dimensiones de Rijmenam? ¿Qué piensas?
No terminan cruzando Manila.
No terminan cruzando los agujeros negros
y el horizonte final.



Poema Mediodía de Jaime Torres Bodet



Tener, al mediodía, abiertas las ventanas
del patio iluminado que mira al comedor.
Oler un olor tibio de sol y de manzanas.
Decir cosas sencillas: las que inspira el amor…

Beber un agua pura, y en el vaso profundo
ver coincidir los ángulos de la estancia cordial.
Palpar, en un durazno, la redondez del mundo.
Saber que todo cambia y que todo es igual.

Sentirse, ¡al fin!, maduro, para ver en las cosas
nada más que las cosas: el pan, el sol, la miel…
Ser nada más el hombre que deshoja unas rosas,
y graba, con la uña, un nombre en el mantel…



Poema Mal De Ausencia de Luis Alberto De Cuenca



Desde que tú te fuiste, no sabes qué despacio
pasa el tiempo en Madrid. He visto una película
que ha terminado apenas hace un siglo. No sabes
qué lento corre el mundo sin ti, novia lejana.

Mis amigos me dicen que vuelva a ser el mismo,
que pudre el corazón tanta melancolía,
que tu ausencia no vale tanta ansiedad inútil,
que parezco un ejemplo de subliteratura.

Pero tú te has llevado mi paz en tu maleta,
los hilos del teléfono, la calle en la que vivo.
Tú has mandado a mi casa tropas ecologistas
a saquear mi alma contaminada y triste.

Y, para colmo, sigo soñando con gigantes
y contigo, desnuda, besándoles las manos.
Con dioses a caballo que destruyen Europa
y cautiva te guardan hasta que yo esté muerto.



Poema Madre América de María Enciso



Como una palma que desvela el aire
perfil del alba, que la noche cierra,
verde sobre el azul de un mar inmenso,
ardiente orilla, te contemplo América.
Seno de luz, tu entraña generosa,
tus senderos de sol, tu abierta tierra,
y los ríos arterias de tu vida,
para un mundo que el mar dejó en tus playas,
voz quebrada en la angustia de la guerra.
Señalando al espacio, tus montañas,
las sierras grises donde el cóndor vela,
en el hondo silencio de la noche,
en la eterna presencia de la niebla.
Caballos galopando en tus llanuras,
bajo el frío metal de las estrellas.
Valvas opalescentes, madrugadas,
emergen de su luz, marinas perlas.

La vieja Europa, tiembla en sus cimientos,
sólo por dos esquinas amparada.
La blanca estepa de la Rusia roja,
la de hazañas heroicas perdurables,
pueblo que cubre de sangrantes rosas
la delgada silueta de la nieve,
y frente a un mundo en ruinas,
Inglaterra, de grises soledades.
Sólo tú siembras vientos de esperanza
en tu mudo recinto de corales.

Yo hablo tu propio idioma, madre América,
en lengua de tu pueblo he de cantarte,
cálido acento de cansadas sienes,
reclinadas en regazo suave,
los párpados clavados en los ojos,
agujas de dolor, cristal del aire.
Por la vida futura que forjamos,
has hecho tuyas nuestras soledades,
la amarga soledad del hombre libre,
que ha visto atrás su mundo derrumbarse.

Cuando miro lejanos limoneros,
cuando sueño en mis campos de olivares,
cuando veo, en mi sueño, las orillas
de aquellos tibios, azulados mares,
vuelvo mis ojos con dolor de ausencia,
sobre el verde oscilar de tus maizales,
y son jazmines de tus noches claras,
tan blancos como aquellos azahares.
El delgado cimbrear de tus palmeras,
el fuerte olor salobre de tus mares,
toda la maravilla de tus noches,
cercadas por las selvas tropicales,
me dicen día a día que he vivido,
que en mis venas circulaba tibia sangre,
mi corazón, sobre tu abierta tierra,
y junto a él, abismos insondables,
ríos que van cantando, en sus orillas,
el moreno temblar de los manglares,
y una raza que sueña melancólica
su silencio, de siglos imborrables.

Cuando la muerte pasa sobre el mundo,
yo oigo el cantar de tus cañaverales,
y el cántico del mar, en mis oídos,
de sonoros acentos puebla el aire.

Espadas de dolor, delgadas voces,
en muerte y agonía traspasadas,
de otro lado del mar las traen los vientos,
sobre tus claras noches estrelladas.
Lleva la luz, cercos de oscura sombra,
enlutados parecen tus paisajes,
y las voces de angustia y muerte, lentas,
en fría soledad, recoge el aire.
Siempre será tu nombre, Madre América,
sobre la espuma de remotos siglos.
Tu nombre por caminos desandados,
que el mar los lleva a tu destino unidos.
En la inasible soledad del sueño
al nombrarte, percibo tus latidos,
como un blando latir de corazones,
juntos, en la penumbra del olvido.



Poema Mediodía Del Cuerpo de José Miguel Ullán



transparente
deja el imán para el otoño dicho
penetra hasta el cristal confía
en el asombro que atraviesa el aire
signo intocable dilatado asilo



Poema Meg Merrilies de John Keats



La vieja Meg era gitana
y vivía en el monte:
era el brezo rojizo su lecho
y al aire libre tuvo su morada.
Negras moras de zarza por manzanas tenía,
por grosellas, simiente de retama;
su vino era el rocío de blancas zarzarrosas,
tumbas del camposanto eran sus libros.

Las ásperas quebradas por hermanas tenía
y por hermanos los alerces:
y sólo en compañía de su familia vasta,
vivió cómo le plugo.
Pasó sin desayuno más de alguna mañana
y sin almuerzo más de un mediodía,
y en vez de cenar, fijamente
contemplaba la luna.

Mas todas las mañanas, con tierna madreselva
sus guirnaldas tejía,
y cada noche, el tejo de la hondonada oscura,
cantando, entrelazaba.
y con sus dedos viejos y morenos
tejía esteras de junco,
que daba a los labriegos
al pasar por el monte.

Fué Meg bizarra como la reina Margarita,
y como de amazona era su talla:
llevó por capa el trozo de alguna manta roja,
tocóse con un mísero sombrero.
Que a sus huesos de vieja conceda Dios descanso,
pues murió ya hace tiempo.

Versión de Màrie Montand



Poema Mía de Euler Granda



Oh rota,
oh carcamal,
recontra mía,
hasta cuando no pueda más;
hasta la cacha mía;
en las malas y en las peores
pegada a mí,
a mí adherida;
pereciente ventosa,
liquen,
jarro viejo,
queloide,
que a veces da vergüenza acostarse
contigo.
Como los que no pisan en el suelo
yo renegué de ti,
yo te mandé a comer en la cocina;
al virar las esquinas te pateaba
pero tú me seguías;
para dejarte atrás
me ponía a volar
pero tú me seguías;
me emborrachaba y vomitaba
pero tú me seguías
y cuando me quitaba la peluca
de las buenas costumbres
y me tiraba de cabeza en el silencio
al lado me gemías como un perro.
Tú me comprendes,
las mujeres a veces,
te echaba a que durmieras en la calle,
me escondía de ti, pero tú me seguías
y hasta hubo un momento
que llegué a creerme demasiado bueno
para ti,
pero igual me seguías.
Oh! miísima,
oh! contrahecha,
oh! patoja,
oh! tuerta,
oh! desdentada,
bacinilla de a perro,
oh! vida sarnosamente mía,
he regresado a ti
hasta que llegue el día
en que no puedas soportarme.



Poema Maternidad de Pablo Neruda



Por qué te precipitas hacia la maternidad y verificas
tu ácido oscuro con gramos a menudo fatales?
El porvenir de las rosas ha llegado! El tiempo
de la red y el relámpago! Las suaves peticiones
de las hojas perdidamente alimentadas!
Un río roto en desmesura
recorre habitaciones y canastos
infundiendo pasiones y desgracias
con su pesado líquido y su golpe de gotas.

Se trata de una súbita estación
que puebla ciertos huesos, ciertas manos,
ciertos trajes marinos.

Y ya que su destello hace variar las rosas
dándoles pan y piedras y rocío,
oh madre oscura, ven,
con una máscara en la mano izquierda
y con los brazos llenos de sollozos.

Por corredores donde nadie ha muerto
quiero que pases, por un mar sin peces,
sin escamas, sin náufragos,
por un hotel sin pasos,
por un túnel sin humo.

Es para ti este mundo en que no nace nadie,
en que no existen
ni la corona muerta ni la flor uterina,
es tuyo este planeta lleno de piel y piedras.

Hay sombra allí para todas las vidas.
Hay círculos de leche y edificios de sangre,
y torres de aire verde.
Hay silencio en los muros, y grandes vacas pálidas
con pezuñas de vino.

Hay sombra allí para que continúe
el diente en la mandíbula y un labio frente a otro,
y para que tu boca pueda hablar sin morirse,
y para que tu sangre no se derrumbe en vano.

Oh madre oscura, hiéreme
con diez cuchillos en el corazón,
hacia ese ladi, hacia ese tiempo claro,
hacia esa primavera sin cenizas.

Hasta que rompas sus negras maderas
llama en mi corazón, hasta que un mapa
de sangre y de cabellos desbordados
manche los agujeros y la sombra,
hasta que lloren sus vidrios golpea,
hasta que se derramen sus agujas.

La sangre tiene dedos y abre túneles
debajo de la tierra.



Poema Me Duele Presentir de Elías Nandino



En el fondo sabía que no se puede ir más allá
porque no lo hay.
Cortázar

De manera distinta
cada cual debe morir su propia muerte
y afrontar el naufragio
en la perenne inmensidad del polvo.

Nadie ha vuelto del seno de la muerte,
por esto
su misterio se conserva intacto,
amenazante.

Sin saber si es amiga o enemiga,
ángel que nos transporte al otro lado
para ganar la ubicuidad eterna,
o fuerza que nos retorne a la materia:
todos vivimos la medrosa espera
resignados a la sorpresa de su encuentro
y al suplicio mortal que nos imponga.

(Vivo pensando en el trágico momento
que me transforme en ausencia sin regreso,
nombre sin rostro huyendo hacia el olvido,
absoluto silencio que se ahogue
en la ciega pupila del vacío,
o sombra que se incolore en la distancia.)

(Me duele presentir y también creer
que después de la muerte,
nadie podrá ir más allá del polvo,
del polvo donde debe consumar su fin eterno.)



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