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Poema La Primera Vuelta Al Mundo de Melchor De Palau



A Sebastián Elcano

ODA

¿Qué insólita derrota
a seguir va la temeraria flota
que se apercibe a abandonar velera ç
de Sanlúcar la plácida ribera?

¿Acaso quiere España,
que otro dominio en apartada zona
para ella el sol?ya sin descanso?alumbre?
¿No teme que, añadiendo a su corona
preciada joya de región extraña,
se rinda a la soberbia pesadumbre?

Cinco esbeltas armadas carabelas
al aire dan las impacientes velas;
un portugués las manda, Magallanes,
que en. su tierra nativa
mirando mal pagados sus afanes,
a trono que despide luz más viva
orgulloso ofreció sus arduos planes.

Ya el mastil giganteo,
cual caballo que, próximo el combate,
siente agudo acicate,
recibe de las lonas el golpeo.
Rizosos gallardetes,
formando coloridos ramilletes,
en los topes se agitan
de las inquietas naves;
parece que responden y que incitan
a los pañuelos que, cual blancas aves,
desde la arena al nauta felicitan.
Cadenciosas las olas
entonan halagüeñas barcarolas:
«Hurra» nutrido los espacios llena,
que aquellos animosos navegantes
la costa dejan sin amarga pena,
y, cual en mar azul luna serena,
la alegría riela en sus semblantes.

Mas no todo es placer en la jornada:
la mano en la obra muerta abandonada
del Concepción, un joven con intenso
dolor busca en la gaya muchedumbre
algún semblante amigo
que en él encienda la prendida lumbre,
y al no encontrarlo en el gentío denso,
y al verse lejos de los patrios lares,
dolido del quebranto,
una gota de llanto
deja caer en los undosos mares.

Vivaz su fantasía
vió que la gota errante
la redondez del mundo recorría
marcando un derrotero,
y un acento escuchó que le decía:
«síguela, Sebastián, aquí te espero.».

En línea avanzan las tajantes proas,
hendiendo el ya tranquilo
ya sañudo elemento,
con rumbo a las Canarias,
que al paso les envían el saludo
embriagador de mil esencias varias.
Del fondo de una nave
sube insidiosa con sus roncas voces
la insurrección, que Magallanes sabe
apagar en la cuna;
raudo enfrena el rugidor tumulto
y en solitaria arena
abandona al airado Cartagena;
prende con mano fuerte
a Quesada, a Mendoza
y en brazos los entrega de la muerte,
que no quiere que el crimen quede inulto,
pues tiene por más fiera y más insana
que la del mar, una tormenta humana.

Al descubrir de Santa Cruz el río,
con grito de terror que el alma hiela,
estréllase el Santiago en un bajío.
Desderrota después el San Antonio,
que a España vuelve la cansada vela
a dar de los azares testimonio.
Tierra lejana vislumbraron luego
que a plácido reposo les convida
moviendo cien y cien lenguas de fuego,
y, tras duros afanes,
al embocar el suspirado Estrecho,
se ensancha al fin el angustiado pecho
del grande Magallanes,
que, acreciendo las glorias españolas,
corta sereno sus virgíneas olas.

No goza el alma pura
cuando rompe la angosta
cárcel del cuerpo y álzase a la altura,
cual la flota, vencida la estrechura,
navegando sin ver frontera costa,
del Pacífico mar por la llanura.
Mas ¡ay! veces sobradas
lo que de encanto nuestro pecho inunda
sólo en su mal y en su dolor redunda.
¡Cuán tétricas jornadas!
cuán rudas privaciones
hasta dar en las islas desdichadas
y en las tierras abrigo de ladrones!

Por fin al cielo plugo
conducirles a costas abúndantes
do sacudieron el funesto yugo del hambre
y escorbuto devorantes.
¡A qué contar las islas perfumadas
que, cual flores en loto,
por el agua bañadas,
vieron surgir en aquel mar remoto!
Halagüeñas sus gentes colmában
les de expléndido tesoro
y en arnero sutil aechaban, oro,
an sólo en complacerles diligentes.
A trueque de infantiles bagatelas
llenaron de alcanfores y canelas
de jengibre, de sándalo aromoso
de ruibarbo amargoso,
los senos de las amplias carabelas.
Mas en sus aguas plácidas debía
la hueste exploradora
una baja sufrir que todavía
la madre patria llora.
Como en la siega con agudas hoces
allí tribus feroces
con flechas?á lo bajo disparadas
al ver que la armadura las embota?
amenguan despiadadas
la dotación de la ya escasa flota.
Allí perdió la vida
el grande Magallanes,
Moisés que en galardón a sus afanes
no pudo ver la tierra prometida.

Porque muera la flor gala del prado
no todo es acabado.
Natura bienhechora
en la negra caverna de la noche
nuevo ser elabora
y halla la luz de la temprana aurora
el capullo de ayer trocado en broche.
La tempestad bravía
que, cual provista de acerado tajo,
corta a cercén y llévase de cuajo
el roble que los siglos desafía,
no arrastra en su influencia
a la humilde semilla
que entre mojada arcilla
espera la oportuna florescencia.
También, cuando doliente
sin jefes y sin tino
va la marina gente
buscando quien alumbre en su camino;
cuando, arriado otra vez el estandarte,
por muerte de Duarte,
terror medroso cunde,
el ánimo esforzado desfallece,
y el desaliento crece,
que en reflexión constante se difunde,
cual águila ostentosa
que, al escuchar insólito murmullo,
se eleva poderosa
Elcano se presenta, y animosa
la Armada le saluda con orgullo,
y él que ya siente el no lejano arrullo
de las alas batientes de la Fama
y el clamor de la trompa que le aclama,
deja al surcar los mares de la gloria
el buque Concepción, toma el Victoria.

Empuñando la enseña castellana,
y en la cabeza el herrumbroso yelmo,
«triunfar o perecer», hincado jura,
y es fama que, al llegar la noche oscura,
el fuego de San Telmo,
festejo de la nave capitana,
contorneó su esbelta arboladura.

Ya abandona la rada de Borneo,
y hacia Timor intrépido se lanza,
que vivo como el rayo es su deseo
grande como el Oceano su esperanza.
Mirad ya sólo el buque en que navega
a los azares de la mar se entrega;
que, por adversos hados,
los bravos tripulantes detenidos
del Trinidad, recuerdan angustiados,
que a la fama son muchos los llamados,
y pocos elegidos.

Los ojos en la aguja palpitante,
explota la pasión que, con transporte,
la hacer tender amante
al escondido Norte,
y con tosco instrumento
fija el virgíneo punto
do se encuentra la nave,
que a gran mengua tuviera y detrimento
no dejar de su paso más trasunto
que aquel que deja el ave
al cruzar la región del vago viento.

Mas, celoso Neptuno
de la gloria pelágica de Elcano,
auxilio pide al veleidoso Eolo,
y empuñando el tridente,
de consuno la nave empujan al terrible polo.
Presto se cambia el bienestar en luto;
el gusano asqueroso
con el hombre comparte y devora afanoso
la mísera ración que se reparte.
Diezmados por maléfico escorbuto,
para esquivar del hambre la tortura,
se apoderan de fétidos despojos,
con socavados ojos
que remedan la hueca sepultura.
Agua piden al agua sus gargantas
ardiendo como fragua,
y en la dura aflicción que les azota
no descubre su vista acongojada
ni un pez siquiera en la mansión salada
ni en la mansión del aire una gaviota.
La Muerte por las crestas del olaje,
aterradora viene
y penetra en el buque al abordaje.
La superficie undosa
del mar trocada en gigantesca losa,
fosforece con brillo funerario;
aspecto de sepulcro el casco tiene,
y el velamen aspecto de sudario.

Cierta noche en que Elcano
seca la boca, la mirada mustia,
presa de horrible angustia
la pensadora frente en la ancha mano,
pedía ansioso al cielo
el término a su amargo desconsuelo,
vio brillar de repente
la roja lumbre de la austral aurora,
y asomar a deshora
un encarnado sol resplandeciente.
Leve brisa suave,
de aroma de azahares impregnada,
flotó en la inficionada cubierta de la nave.
Armonioso concento,
llevado en alas de placible viento,
puebla el azul espacio,
y de entusiasmo llenas
abandonando el húmedo palacio
a escucharlo salieron las palacio sirenas.
Alzó los ojos y miró asombrado
el árbol giganteo
en Genio transformado,
aunque se cubre con marcial arreo,
noble aspecto presenta de matrona;
su vestido preciado,
de emblemas tachonado,
su cuna y su poder claro pregona.
Las blancas velas, como propias alas,
violentamente agita;
tan raudo sobre el mar se precipita
que parejas corriera con las balas.
Poco a poco su empuje
disminuye y prosigue el camino,
como albatros marino,
que por la espuma de las olas huye.
Un no olvidado acento
llenó entonces los aires de armonía,
y Elcano, que prestaba oído atento,
percibió que vibrante le decía:
«Aunque es el mar del Sur tu adversa suerte,
y bajo de sus olas
un día yacerá tu cuerpo inerte,
en aumento de glorias españolas,
hoy vengo a libertarte de la muerte.
Acude presuroso
a la playa tu punto de partida,
de argonauta con fe nunca vencida
cierra el circuito de tu paso honroso.
Avanza siempre, avanza,
con pecho fuerte y bravo;
mira ya en lontananza
se ve asomar el bendecido cabo
de la Buena Esperanza.
Del Pisuerga en la orilla deleitosa,
Carlos Quinto te espera
y cuando sepa que a la densa esfera
has, como Dux a la marina esposa,
con anillo nupcial engalanado,
en peregrino dote
daráte honroso mote
que diga que «el primero la has cercado».

Desparece el coloso
mira hacia atrás Elcano ya animoso;
interminable estela
va dejando su rauda carabela,
y atónito se fija en la constancia
con que dibuja un nombre, el de Numancia.

¿Por qué acude, al lucir la clara aurora,
la gente de Sanlúcar a la playa
y?mientras con el labio a Dios bendice?
del horizonte la dudosa raya
con la mirada explora?
Gran agorero el corazón le dice
que las plácidas velas,
que del alba a los nítidos reflejos
destácanse a lo lejos,
son de una de las raudas carabelas
que la patria risueña abandonaron
y hacia mares sin rumbo navegaron.

Vedla llegar, cual disparada flecha
que consumió en el aire su energía,
é indolente se abate;
sin la jarcia, maltrecha,
truncada la soberbia arboladura
del viento y mar bravía
por el furioso embate;
en todo semejante a la armadura
que sostuvo lo recio del combate.
Tremolando la enseña victoriosa,
de proa en el alcázar aparece
la figura de Elcano majestosa;
la vocería, al divisarle, crece,
las lanchas a la mar se precipitan;
los pañuelos se agitan,
roncos los bronces suenan
y vítores sin par el aire llenan.
? ¿Qué es lo que hizo ??pregúntale a un anciano
un niño a quien conduce de la mano?
¿qué promueve entusiasmo tan profundo?
?Mira; con ese ceñidor de plata
que, rastro de la nave se dilata,
acaba de cercar el vasto mundo.?



Poema La Poesía Y La Ciencia de Melchor De Palau



Muda la lira en la indolente mano;
desceñida la túnica; en el aire
la flotante abundosa cabellera,
que ya no logra sujetar el mustio
laurel de Dafne, sube la Poesía
a paso lento el Léucade riscoso;
buscando va la muerte que halló un tiempo
de Mitylene la poetisa augusta:
breve instante reposa; atrás contempla
y ve razas y pueblos sucederse;
por doquiera se mira reflejada,
siempre su luz iluminando el cuadro;
jovial sonrisa en las alegres fiestas,
lágrima dulce en las luctuosas horas;
mira lo porvenir, lo ve sombrío,
y prosigue el sendero; al ardua cumbre
llega por fin; las aguas acaricia
con su mirada virginal, y lanza
a los vientos su canto postrimero:

«Sacerdotisa de la cipria Diosa:
eolia Musa, de celeste numen;
cantora de Eros; en amor maestra;
mísera Safo.

Faón un día desoyó tus versos;
esquívó el beso tu labio ardiente,
y tú orgullosa demandaste al onda
tumba y olvido.

También hoy vengo a que la diva Tetis
cabe tu cuerpo reposar me deje;
también el mundo mi canción desoye,
huye mi halago.

Las sacras aras, donde yo oficiaba,
por tierra yacen en pedazos rotas;
ya de Himeneo a celebrar las fiestas
nadie me invita.

Ya se ha secado la Castalia fuente;
de abierta concha ya no surge Venus:
ávido el hombre sólo en ellas busca
nítidas perlas.

Ya no arrebata Prometeo al cielo
la luz y el fuego que doquiera brotan;
y, en vez de ondinas, codiciosos buzos
surcan las aguas.

Bella nereida en regolfado río,
que el cauce deja para dar impulso
a la rodante maquinaria activa,
ya nunca mora.

Cupido alado, sin vendar los ojos,
con oro trata de llenar su aljaba,
para rendir el corazón humano
única flecha.

Los altos bosques la segur abate,
para abrir campo a la ferrada vía;
ya del Dios Pan reemplaza al caramillo,
silbo estridente.

Nuevo Pegaso por los aires vuela,
y gañán torpe de pelambre hirsuta
abandonada del pastor de Arcadia
vive en la choza.

Cayó el castillo que albergara al bardo,
el son perdióse de la blanda guzla;
para escucharle, al ajimez morisco
nadie se asoma.

Dejó el querub la sideral vivienda,
que el anteojo escrutador invade,
y hacia Otros cielos dirigió las alas,
lejos, muy lejos.

La gran corriente, que convierte en ruina
lo que delicia de las gentes era,
mantos no arrastra de fecundo limo,
do broten flores.

Nada vislumbro que a cantar me incite
en este siglo para mí en tinieblas;
cuando la noche su negrura extiende
callan las aves.

La indiferencia me atosiga el alma,
todos me infligen dolorosa muerte,
la más tirana que pudieran darme:
la del desprecio.

Por eso anhelo que las aguas sean
blando Leteo a mi mortal angustia;
cual tú sentida, si cual tú celosa,
a ellas acudo.

Mas ¡cuán distintos los adversos hados!
en torno tuyo, en armonioso coro,
las condolidas por tu suerte infausta,
hijas de Lesbos.

En torno mío soledad penosa,
y allá a lo lejos zumbador murmullo
que, en su fatiga, forma inquieto el siglo
que me rechaza.

Y tú, Anfitrite, que en la mar dominas,
acoge pía mi anhelante queja:
a mi contacto las voraces ondas
abre, te ruego.

No quiero, no, que con sarcasmo el mundo
prorrumpa al ver me abandonada y triste:
«esa que veis de túnica harapienta
fue la Poesía.»

Un suspiro lanzaron de consuno
ella y la lira; al agua abalanzóse,
cuando?Detente y mi palabra escucha?
con voz entre imperiosa y suplicante,
gentil matrona de gallardo aspecto
dijo, tendiendo los desnudos brazos.
?Diosa o mortal, ¿quién eres que retardas
el cumplimiento de marcado sino?
?Tu compañera soy, yo soy la Ciencia.
?¡Minerva tú! ¿Dó el casco refulgente?
¿Dó la heridora lanza y el escudo?
?No soy la diosa que brotó con armas
de la frente de Júpiter Tonante;
yo nací del cerebro de los sabios,
en nocturnas vigilias engendrada;
si al mar quieres bajar, baja conmigo,
mas no rompiendo las cerúleas ondas,
sino en ictíneo previsor, que encierra
vital aliento en reducido espacio,
y una vez agotado lo fabrica;
allí las penatulas luminosas;
las estrellas de mar en copia inmensa;
el pez-luna asomando en lontananza;
la nublosa fosfórea superficie
y del torpedo los mortales rayos,
te mostrarán que en las verdosas aguas,
do los astros nocturnos se reflejan,
existe un duplicado firmamento,
objeto digno a tu sonante lira.
Contemplarás los peces plateados
en los ramajes del coral posarse;
las conchas que a la mar las sales roban
para nidal de las variadas perlas;
las medusas viajando en las corrientes;
las sinuosas oceánicas honduras
corresponderse en armonioso ritmo
con las cadenas de los altos montes,
que con nubes completan su tocado,
el argonauta audaz que enseñó al hombre
el arte de nadar; la hidra asombrosa
que la de Lerma por modelo tuvo;
las islas madrepóricas formarse;
y escucharás los peces cantadores
que tomaste por lúbricas sirenas.
Pasto hallará tu inspiración sublime
doquier que vuelvas los ansiosos ojos;
Colón descubrió un mundo al otro lado,
otro resta en el fondo de las aguas.
Dejando el regio alcázar de Neptuno,
del orbe seguir puedes la raigambre
y el Nilo allí explorar de la existencia,
hasta su ignoto origen remontando.
Merced al telescopio, el alto cielo
conmigo escalarás; ebrias de gozo,
de los planetas de la tierra hermanos
el hálito vital aspiraremos,
y, cruzando su atmósfera tranquila,
el pie descansaremos breve instante,
atraídas, aún más que por su masa,
por el fuerte poder de su hermosura.
Tu mirada sutil, si desparecen
a mi soplo las brumas, ¡cuántos, cuántos
verá surgir lumbrosos horizontes!
¿Qué vale el cielo, cuya ausencia lloras,
manto azul que de estrellas salpicado
formaba el techo de la tienda humana,
en parangón con el que allí descubras,
etéreo mar sin fondo ni riberas,
donde flotan los soles a porfía,
y en el que es nuestro globo un diminuto
grano de opaca arena? En moldes nuevos
vaciar debes tus obras inmortales;
con hilos del telégrafo reemplaza
las ya insonoras cuerdas del salterio.
Canta la selección de aves y flores,
que es un himno entonar a la belleza,
copiosa fuente de vital progreso,
fecunda ley que hasta el reptil acata.
Comienza la epopeya del trabajo,
que, a Dios alzando vaporoso incienso,
las montañas enrasa con los valles,
los cauces endereza tortuosos,
y da a beber al arenal enjuto.
Canta el hombre, luciérnaga rastrera
que con el fuego de su mente alumbra,
y a cumplir nace las arcanas leyes
de mejorarse, mejorando el mundo.
De la Ciencia los mártires ensalza;
hora es de que sus cuerpos venerandos
dejen las catacumbas del olvido.
Canta la edad de piedra y la del hierro;
las embrionarias nebulosas canta;
canta el beso reciente de dos mares;
de los espacios convertida en buzo,
sondea sus prodigios; canta el verbo
por haces luminosos transportado;
la vida amamantándose en la muerte;
del piélago y la luna los amores;
el horrible tardío nacimiento
del Pirene y del Alpe; los suspiros
de lava incandescente; el nuevo coro
que en su labor las máquinas entonan;
la materia radiante que hace gala
del nervioso poder del cuarto estado;
los núcleos de infusorios tan temibles
como un día los fieros mastodontes;
canta el vapor que absorbe las distancias;
el fonógrafo canta, que eterniza
los ecos de amorosos juramentos;
canta el sol que a los prismas espectrales
ha confiado el secreto de su esencia;
de los átomos canta el oleaje;
y el progreso que lento peregrina,
quizá influido en su triunfal carrera
por las terreo-magnéticas corrientes,
que palpitante brújula señala.
En olvido no pongas a esos hombres
herederos del don de los milagros,
Edison y Graham-Bell; ni al Padre Secchi,
que en el cielo vivió desde la tierra,
y hoy en la tierra vive desde el cielo:
a Nordenskj y a Livingstone no olvides,
qué, sólo por mi amor, han recorrido
del Polo Norte la cabeza cana
y el virgen corazón de África ardiente.

Yo de ti necesito, amada mía,
como la flor los plácidos colores
para atraer la vaga mariposa,
que, entre el polvillo de sus tenues alas,
lleve a otra flor el polen fecundante.
Tú endulzarás mis horas de amargura,
cual del pueblo de Dios el cautiverio;
tú cubrirás mi desnudez austera
con tus leves cendales, que embellecen,
mal velando, los mórbidos contornos;
alados nacerán mis pensamientos;
encenderás la ardiente fantasía,
telescopio del sabio en cuyas sienes
pondrás el lauro que tus manos tejan,
envuelto en los fulgores de tu nimbo,
ascenderá a la cumbre de la gloria.
Ya la Industria y el Arte se enlazaron,
presto sigamos tan fecundo ejemplo:
yo seré la materia, tú el espíritu;
o el fuego, tú la luz que de él emana;
yo el análisis frío, tú la síntesis
que con las flores bellas forma el ramo;
yo la roca, tú el águila que afirma
la planta en ella al remontarse al cielo;
yo la raíz y el tronco, tú las ramas
do posen las canoras avecillas.
Tú serás la intuición, yo el raciocinio;
tú la meta lejana, yo el atleta
que al fin la alcanza a su fatiga en premio;
tú la hipótesis, lampo fulguroso,
yo el caminante que en oscura noche
busca a su luz la suspirada senda.
Cual dos abejas en vergel ameno,
aunadas volaremos, con hartura
libando sus dulzores virginales,
para una miel labrar muy más sabrosa
que la de Himeto, hasta a los Dioses grata.
Los ídolos, por tierra derribados,
que formaron tus juegos infantiles
consérvalos en clásico museo
pero no en el altar; no los invoques,
y parcamente a su consejo acude;
¡a qué pedir belleza a la mentira
si en campos de verdad brota espontánea!
si esos mundos que miras rutilantes
son granos de semilla, que contienen
la balsámica flor de la hermosura,
si el corneta fugaz, y el rayo inquieto,
y el arco iris, y la láctea vía,
renglones son del inmortal poema
que, festejando la creación naciente,
escribió Dios en el inmenso espacio,
y que ya deletrear consigue el hombre

Calló la Ciencia; con intenso anhelo
arrojose en sus brazos la Poesía,
y, un ósculo al cambiarse cariñoso,
la lira muda en la indolente mano,
a sonar comenzó, cual arpa eolia
del verde ramo de un laurel colgada.



Poema La Forma Poética de Melchor De Palau



SONETO

Quien desea encontrar substancia pura
nunca la busca en el revuelto cieno,
ni en el hierro en fusión, de escorias lleno,
sino bajo una armónica figura.

En cristales de mágica tersura,
que claro muestran de la forma el freno,
cual hija predilecta de su seno,
nos la brinda la próvida Natura.

También del verbo la más alta fase,
la que revela intrínseca pureza,
es la que tiene, como firme base,

del geométrico modo la fijeza;
que el contorno y el ritmo de la frase
hacen que cristalice su belleza.



Poema La Tarde de Meira Delmar



Te contaré la tarde, amigo mío.

La tarde de campanas y violetas
que suben lentamente a su pequeño
firmamento de aroma.

La tarde en que no estás.

El tiempo, detenido, se desborda
como un dorado río.
Y deja ver en su lejano fondo
no sé que cosas olvidadas.
El día vuelve aun en una ráfaga
de sol,
y fija mariposas de oro
en el cristal de aire…
Hay una flauta en el silencio, una
melancólica boca enamorada,
y en la torre teñida de crepúsculo
repiten su blancura las palomas.

La tarde en que no estás… la tarde
en que te quiero.

Alguien que no conozco,
abre secretamente los jazmines
y cierra una a una las palabras.



Poema La Hoguera de Meira Delmar



Esta es, amor, la rosa que me diste
el día en que los dioses nos hablaron.
Las palabras ardieron y callaron.
La rosa a la ceniza se resiste.

Todavía las horas me reviste
de su fiel esplendor. Que no tocaron
su cuerpo las tormentas que asolaron
mi mundo y todo cuanto en él existe.

Si cruzas otra vez junto a mi vida
hallará tu mirada sorprendida
una hoguera de extraño poderío.

Será la rosa que morir no sabe,
y que al paso del tiempo ya no cabe
con su fulgor dentro del pecho mío.



Poema La Ausencia de Meira Delmar



Se me perdió tu huella.
Un viento
huracanado y frío la borró del sendero,
dejándonos los pasos
sin rumbo alguno ahora,
sin saber hacia dónde
orientar el destino.

En torno de esta inmensa
soledad gira y gira
el desmedido anillo
del horizonte en vano.

Me llaman los caminos
pero no los encuentro:
tu voz, mi rosa náutica,
mi rosa de los vientos,
se me apagó en la noche.



Poema Lo Tardío de Medardo Angel Silva



Madre: la vida enferma y triste que me has dado,
no vale los dolores que te ha costado;
no vale tu sufrir intenso madre mía,
este brote de llanto y de melancolía.
¡Ay! ¿Por qué no expiró el fruto de tu amor,
así como agonizan tantos frutos en flor?

¿Por qué, cuando soñaba mis sueños infantiles,
en la cuna, a la sombra de las gasas sutiles,
de un ángulo del cuarto no salió una serpiente
que al ceñir sus anillos en mi cuello inocente,
con la flexible gracia de una mujer querida,
me hubiera librado del horror de la vida?

¡Más valiera no ser a este vivir de llanto,
a este amasar con lágrimas el pan de nuestro canto,
al lento laborar del dolor exquisito,
del alma ebria de luz y enferma de infinito!



Poema La Ronda De Noche de Medardo Angel Silva



Rueda como una lágrima en la atmósfera fina,
la voz del campanario antiquísimo: la una…
y su eco pasa, leve como una ave marina,
sobre los techos blancos de escarcha de la luna.

Finge una lanzón la antigua torre de San Alejo,
a cuyo extremo brilla, temblando una estrellita…
húmedos callejones… Casas de tiempo viejo,
con ventanas que el viento, como un ladrón, agita…

Una copla canalla tiembla en el aire puro…
guiña un farol, su guiño se refleja en el muro
y hace mayor el duelo de los sucios portales…

El paso de la ronda se pierde en la calleja
y el rumor de las ramas, en la penumbra, deja
épicas remembranzas de días coloniales.



Poema La Vejez de Mayra Bint Abi Ya´qub Al-faysy



¿Qué se puede esperar de una mujer de setenta y siete años,
que es tan frágil como la delicada tela de araña?
y gatea como un niño, buscando el bastón,
y camina como el cautivo, cargado de cadenas.



Poema Las Mareas de Max Jara



¡Oh perenne armonía de las olas, rugientes
con las inagotables fiebres del infinito,
preñados de lo eterno, vuestros flancos hirvientes
con su ser justifican la belleza del mito
que los ojos helenos glorificaban antes,
ebrios de agua y de sol en las playas egeas,
en los pechos heroicos los hálitos gigantes
de las vastas mareas!

***

Son las nupcias de la Luna y de los mares
?ella triste y él amargo?,
que confunden sus nostálgicos pesares
en un beso casto y largo.
Es la Luna que deshoja sus lumínicos azahares
sobre el dorso quejumbroso de los mares.
Es del golfo, en la lívida penumbra,
el silencio de la ola, toda blanca, que se encumbra.
Son dos ritmos dolorosos
de la luz y de la espuma: dos sollozos
que se buscan, y que se hallan
en el lecho de las playas.

Son dos tristes que confunden sus pudores
a despecho de la ausencia,
dos desnudos que se muestran la hermosura de sus flores,
dos conciencias
como espejos,
que se miran desde lejos
frente a frente,
y ejecutan lentamente
una cópula sin nombre que nuestro ojo no concibe,
nuestro ciego ojo, que vive
sólo el círculo mezquino de la vida de los hombres.
Y los mares se retuercen sobre el lecho de la arena
murmurando sus vagidos de materia dolorosa,
y la blanca Luna llena
en los ámbitos solloza
su aureola de nostalgias, cuyo brillo gemebundo
nos da idea de cómo hablan los cadáveres de mundos.

Ya los vientos se han callado. Sólo se oye un gran lamento
sordo y largo, grito triste del misterio desvelado.
Y en agudo paroxismo
de potencia creadora,
con el grito del abismo
cuanto existe ruge y llora.

Vida eterna, tú, despierta
en la chispa y en la gota, mi conciencia a ti está abierta
cual el hondo mar informe,
para que hables a mi vida con el soplo o con el rayo.
Habla, madre;
que mi lengua cante o ladre
la visión de tu desmayo.
Hacia tierras ignoradas y remotas,
ola hermana, con la gracia de tus gotas
va un momento de mi vida, con el hálito divino
un enjambre se ha marchado de los versos cristalinos;
sobre el dorso inquieto y vasto,
con el rayo de la Luna va un deseo simple y casto.



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