Poema Mediodía de Luisa Castro
Mediodía de Luisa Castro. Te invitamos a recorrer los poemas de Luisa Castro. Disfruta también de nuestros poemas del alma, de amor, de amistad , de familia, etc. Otros poemas que pueden interesarte son: Agonía(luisa Castro), Estoy Haciendo Pruebas De Velocidad, Inocencia, La Amiga Muerta, Los Reyes Del Anochecer I, Más Que En El Armador, Aquí puedes acceder a los mismos o ver toda la poesia de Luisa Castro
Poema Mediodía de Luisa Castro
I
		Un almuerzo de averías y lutos instantáneos
		detrás de las ventanas.
          La soledad es una mentira 		para acercarte
                   		a los besos con premeditación.
		Sólo esta sensación de pan lejano,
		de hambre que no es, de transeúntes mojados en un día caliente,
		sólo la certidumbre
		de masticar el aire, de ver que todos
		se han muerto de repente
		en este mediodía abierto a los abismos.
		Está bien,
		todos comprenden que la vida es una cosa de siesta
		postergada. Todos
		se han marchado a amarse a los vertederos de la ciudad;
		como si la vida fuera una cosa de siesta postergada
		han cogido sus pertenencias y no han dicho me voy:
		el éxodo de los baúles, los libros, las indigencias
		y acaso un hombre conocido entre la muchedumbre,
		un hombre con el cabello sucio y
		en la boca
		cierto resabio de siesta postergada.
		II
		Yo, mientras, cuento con paciencia las arenas que me habitan
		y no estoy sola entre tanto caos
		y esta fauna irreverente que me crece desde adentro
		y me pregunto dónde podrás estar
		cuando el naufragio llegue
		y
		que si vas a volver separando las aguas,
		frenando
		la lluvia de este día, comiéndote
		los charcos tiempo
		de mi casa,
		instalando sin dolor
		tu maldición
		de aguacero.
		Es pronto para decir que se han precipitado
		las aguas.
		Y el ángulo recto insostenible del amor,
		del amor que comercia con los pasos lentos
		de un elefante creciéndote en la boca.
		Que si vas a venir con Abraham, con Josué,
		habitando la fortuna de los dioses y
		sus iras
		o
		subido sobre la arquitectura apretada de un poema
		Con los hijos desheredados de la infancia.
		(Querían verte con una sonrisa plana y
		ensortijarte
		el cabello en los cines de pueblo
		y yo,
		acercarte un poco más al lugar donde la palabra
		es una mujer abierta de piernas, animal
		gestante,
		infinitamente divisible, una estructura
		de miedo
		laberíntica e infranqueable).
		Es bastante pronto para afirmar
		que se han precipitado
		las aguas.
		En todo caso vendrás, vendrás, amor,
		porque el futuro cese.
		III
		Y debo preguntarme dónde estarás ahora,
		entre qué destrucciones, entre qué cadáveres,
		recordando qué malditas aventuras de niños,
		sólo de niños, pero
		temprano
		es una palabra no muy bella,
		y yo ya no puedo con viejas historias
		de novios
		que se besan en los puertos y hacen el amor
		en los portales,
		no puedo ya con las leyendas heroicas de
		mi pueblo, no
		tengo apenas un miedo que
		devaste las canciones
              y 		no sé si es prematuro decir
              		que casi te amo
		cuando la palabra triste deja de pesar sobre
		las conciencias.
                                 		Imposibilidad
                                 		del
                                 		amor
                                 		turco
		sólo hay un pan inútil y trabajoso
		y niños que se suicidan gentilmente
		debajo de
		la escalera, sangre
		que desborda
		el cuarto de las escobas, y
		un muerto fragilísimo cayéndosenos
		justamente
		cuando una órbita se abre y olvida sus sucesiones,
		cuando algo ha
		perdido el
		ritmo y
		desconoce de pronto
		sus herencias de engranaje.
		IV
		Bueno, mi amor, y luego todos los hijos
		que no llegaron a tiempo para la celebración
		del vino
		y el espanto
		de las ventanas tapiadas.
		V
		El sol inventa excusas y entonces tú
            tendrías que 		llegar,
		irrumpir en los pasillos,
		echar abajo las puertas,
		preguntar por algún nombre y besar con amor
		todos los maltratados brazos.
		Tendrías que despojarte del cuchillo,
              		de las artes
		de la lucha y del polvo del combate
		y amar como los hombres grandes
		alzados en las estatuas,
		amar brutal e impunemente
		con altura de grito
		que cierra todas las guerras.
		Ya ves, en cambio yo admito tristemente
		esta ubre soleada
		que entra por las terrazas
		mientras
		espero en silencio
		a que se cumplan la mayoría de las profecías
		que anunciaban
		tu llegada intempestiva
		de fiera desconcertada y atroz
		en medio de las alcobas.
		Yo, la de los pechos más tristes,
		la vestal de piedra y espuma
		(Penélope no lo habría dicho entonces)
		te esperaré, sí, con un poema siempre inmediato
		en los ojos
		y un cinturón de castidad a rayas,
		detrás,
		detrás,
		aferrada al más hermoso mocharabiyeh.
De «Odisea definitiva» 1984