Poema Uno de Eduardo Milán



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Poema Uno de Eduardo Milán

I
Qué violencia la luz
que precipita la palabra.
Y qué canto el canto
si sólo dice externo
del follaje
y no dice del dolido
su dolor.
Hoy estamos dolidos
-si se puede a principios del 2000
hablar por todos- y mañana,
¿estaremos dolidos?

Los maduros estamos dolidos
como caídos de las ramas a las manos
todavía invisibles,
ausentes -pon la palma,
diríamos, queremos decir,
a las palmas que no están.
(No es por lo que fui: es por lo que soy
viendo inmejorables
a mis ancestros.)

II
Es como si el poema
tuviera la misión
de cantar el dolor puro,
el sin-hombre, no-nombrado
por no saber aun cómo se llama
ese fuego que quisimos redentor.
El nombre más, el nombre-antes,
el profesión, el nombre activo,
conquistador de todos los parajes.
De repente
se hizo silencio.
Como si el silencio
o la noche que lo hizo
trabajando anónima supiera
de la búsqueda del nombre.
Como si consintiera.
No puede venir al caso
ni al vacío
enumerar la posibilidad de nombres
porque se busca el nombre que no hay,
el dolor del nombre que no hay
pero que quiere llamarse.
La vida acostumbrados al dolor
y ahora resulta que no hay,
sucede que no hay
y no sabemos todavía darlo.

III
No es el deseo,
es la violencia de la luz
que precipita la palabra.
No es el deseo del nombre,
es la violencia.

¿Buscando un dolor puro
cuando el dolor, aquí, ahora,
está poblado de matices?
Desposeídos, humillados, postergados,
fueras de serie, sin tierra, sin-agua,
aborígenes, sin tierra, desplumados,
soltados a los dientes incisivos
del perro capital que vendrá
a incidir con sus dientes incisivos.
Esos: los que te miran con ojos sin comer.

IV
Yo no busco un dolor puro,
busco su nombre para delatarlo.
Nada de puro aquí,
nadie puro en mí
salvo la voluntad de delatar el dolor.
Eso es poeta, para los que vienen:
el que delata el dolor
que late en toda entraña oscura.
Eso es poeta, para los que vienen:
y luego canta la alegría
del derecho al aire de la tierra.

V
Los que no tienen nada,
aunque algo tengan, están seguros
de lo que en su falta espera.
Y nosotros, riquísimos en nada,
intentamos cantarles su canción.





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