Poema Cuando Yo Estuve Aquí de Oscar Portela



Yo estuve aquí: esta fue mi alma, mi altura, mi verdad,
el vendaval, la tempestad en la que zozobraron mis ansias, ¡ay!
y el tumulto, las volcánicas lavas que arrasaron todo lo vivo:
el oro que sepultó tras sí todo lo índigo, las ardorosas manos
y los cielos caídos como píos de la rama más alta,
yo Calibos, yo Ariel, yo el Mago, también estuve aquí,
pero fue el otro, el otro, que despertaba minuto tras minuto
tras de las marejadas que las auroras dejan tras de sí.
Yo el otro de mismo, el que ahora se vuelve sobre sí,
-paso de danza que no alcanza el presente,
ni la sonrisa del querube-, pasado que retorna o
círculo vicioso que la visión perturba y torna todo
púrpura, la pasión ya agotada, pero viva en la muerte.
Ah niño mío, señor de los vientos del espíritu y el aire
que aún usurpas el no lugar -el no a lugar-, de un pasado
sometido al olvido y sin embargo, pura visión angélica
tras mis pasos que vuelven, como la aparición o el sueño
de encarnados espectros -y dibuja, en mis cansados labios,
en el alma del alma, la sonrisa olvidada entre cipreses
y aguas más cálidas y turbulentas que la muerte.
¿Seré hoy un espectro? ¿Será el adviento que un pasado
sin torna, prometido en los sueños?. Di tú, pequeño astro
que turbas el ansia que aún impulsan los signos
que me traes y el idioma del muerto.



Poema Sigo Silencio de Francisco De La Torre



Sigo, silencio, tu estrellado manto,
de transparentes lumbres guarnecido,
enemiga del sol esclarecido,
ave noturna de agorero canto.

El falso mago Amor, con el encanto
de palabras quebradas por olvido,
convirtió mi razón y mi sentido,
mi cuerpo no, por deshacelle en llanto.

Tú, que sabes mi mal, y tú, que fuiste
la ocasión principal de mi tormento,
por quien fui venturoso y desdichado,

oye tú solo mi dolor, que al triste
a quien persigue cielo violento
no le está bien que sepa su cuidado.



Poema Última Necat de Manuel Gutierrez Najera



¡Huyen los años como raudas naves!
¡Rápidos huyen! Infecunda Parca
pálida espera. La salobre Estygia
calla dormida.

¡Voladores años!

¡Dado me fuera detener convulso,
horas fugaces, vuestra blanca veste!
Pasan las dichas y temblando llegan
mudos inviernos…

Las fragantes rosas
mustias se vuelven, y el enhiesto cáliz
cae de la mano. Pensativa el alba
baja del monte. Los placeres todos
duermen rendidos…

En mis brazos flojos
Cintia descansa.



Poema Por El Atlas Del Homo Cum Industria de Alfredo Lavergne



En nombre del vuelo
Piso la losa del aeropuerto y no la beso.
No existe bandera Himno Independencia
País Constitución Liberalismo
Ni antídoto cultural
Que se dispute mi opción.
Aquí (Voy a hablar del boleto del respeto)
Como en la Córdoba natal de Góngora
Utilizar el lenguaje es introducirse en la soledad.
Los poetas somos una creación de poco fiar
Y sólo la muerte trata nuestros pies con delicadeza.



Poema Un Asesino En Las Calles de Leopoldo Maria Panero



No mataré ya más, porque los hombres sólo
son números y letras de mi agenda
e intervalos sin habla, descarga de los ojos
de vez en vez, cuando el sepulcro se abre
perdonando otra vez el pecado de la vida.

No mataré ya más las borrosas figuras
que esclavas de lo absurdo avanzan por la calle
agarradas al tiempo como a oscura certeza
sin salida o respuesta, como para la risa
tan sólo de los dioses, o la lágrima seca
de un sentido que no hay, y de unos ojos muertos
que el desierto atraviesan sin demandar ya nada
sin pedir ya más muertos ni más cruces al cielo
que aquello, oh Dios lo sabe, aquella sangre era
para jugar tan sólo.

«El que no ve»



Poema Para Escuchar Tu Voz de Julio Torres Recinos



There was a time
when the only friends I had were trees. . .
Gerald Stern

Para Ken Mose

Cada cierto tiempo
converso con mis amigos
los árboles mientras
descansan del viento
y los pájaros.
Me acerco entre las piedras
para escuchar su voz serena,
me asomo para contemplar
la tranquilidad que se refleja
en el agua como grieta o sombra,
me dejo llevar por las hojas,
entre insectos y arañas,
los grandes de la noche.
Cada cierto tiempo
me oriento por el sol
de la tarde y vengo
a conversar, a oír
sus meditaciones
sobre la libertad
de las nubes y pájaros,
sobre el eterno fluir del recuerdo.



Poema Credo de Leon Felipe



Aquí estoy…
En este mundo todavía… Viejo y cansado… Esperando
a que me llamen…
Muchas veces he querido escaparme por la puerta maldita
y condenada
y siempre un ángel invisible me ha tocado en el hombro
y me ha dicho severo:
No, no es la hora todavía… hay que esperar…
Y aquí estoy esperando…
con el mismo traje viejo de ayer,
haciendo recuentos y memoria,
haciendo examen de conciencia,
escudriñando agudamente mi vida…
¡Qué desastre!… ¡Ni un talento!… Todo lo perdí.
Sólo mis ojos saben aún llorar. Esto es lo que me queda…
Y mi esperanza se levanta para decir acongojada:
Otra vez lo haré mejor, Señor,
porque… ¿no es cierto que volvemos a nacer?
¿No es cierto que de alguna manera volvemos a nacer?
Creo que Dios nos da siempre otra vida,
otras vidas nuevas,
otros cuerpos con otras herramientas,
con otros instrumentos… Otras cajas sonoras
donde el alma inmortal y viajera se mueva mejor
para ir corrigiendo lentamente,
muy lentamente, a través de los siglos,
nuestros viejos pecados,
nuestros tercos pecados…
para ir eliminando poco a poco
el veneno original de nuestra sangre
que viene de muy lejos.
Corre el tiempo y lo derrumba todo, lo transforma todo.
Sin embargo pasan los siglos y el alma está, en otro sitio…
¡pero está!
Creo que tenemos muchas vidas,
que todas son purgatorios sucesivos,
y que esos purgatorios sucesivos, todos juntos,
constituyen el infierno, el infierno purificador,
al final del cual está la Luz, el Gran Dios, esperándonos.
Ni el infierno… ni el fuego y el dolor son eternos.
Sólo la Luz brilla sin tregua,
diamantina,
infinita,
misericordiosa,
perdurable por los siglos de los siglos…
Ahí está siempre con sus divinos atributos.
Sólo mis ojos hoy son incapaces de verla…
estos pobres ojos que no saben aún más que llorar.



Poema Afán de Pedro Salinas



No, no me basta, no.
Ni ese azul en delirio
celeste sobre mí,
cúspide de lo azul.
Ni esa reiteración
cantante de la ola,
espumas afirmando,
síes, síes sin fin.
Ni tantos irisados
primeros de las nubes
?ópalo, blanco y rosa?,
tan cansadas de cielo
que duermen en las conchas.
No, no me bastan, no.
Colmo, tensión extrema,
suma de la belleza
el mundo, ya no más.
Y yo más.
Más azul que el azul
alto. Más afirmar
amor, querer, que el sí
y el sí y el sí.
La tarde, ya en el límite
de dar, de ser,
agota sus reservas:
gozos, colores, triunfos;
me descubre los fondos
de mares y de glorias,
se estira, vibra, tiembla,
no puede más.
Lo sé, se va a romper
si yo le grito esto
que ya le estoy gritando
irremisiblemente
a golpes:
«Tú, ya no más; yo, más.»



Poema Noviembre,15 de Vicente Gallego



Con esta sola mano
me fatigo al amarte desde lejos.
Tendido bajo el viejo ventanal,
espero a que el sudor se quede frío,
contemplo el laberinto de mis brazos.
Soy dueño de un rectángulo de cielo
que nunca alcanzaré.
Pero debemos ser más objetivos,
olvidar los afanes, los engaños,
el inútil deseo de unos versos
que atestigüen la vida. Celebrar
el silencio de un cuerpo satisfecho,
esa altura sin dios a la que llega
nuestra carne mortal. Saber así
la plenitud que algunos perseguimos:
un hombre, bajo el cielo, ve sus manos.



Poema Canto De Partida de Miguel Arteche



¡Recíbeme, recíbeme en la noche, oh viejo viento de junio,
mientras regreso bajo las suaves estrellas silenciosas;
viento amado del invierno, viento de lluvia y eco,
recíbeme hasta el último suspiro de tu pecho,
y, ahora que regreso, oh noche, espérame en tu puerta!

Y de improviso todo el viento se ha soltado,
todo el viento se ha puesto a gemir por la tierra,
pero a mi lado, mientras regreso,
alguien resguarda mis pasos,
y siento una suave sombra
venir hasta mi encuentro.

¿Eres tú, fuiste tú, eres tú en esa noche,
eras tú en esa triste, delgada espera sombría,
eras aquel fantasma que surgía en mi cama
a medianoche? ¿O eras una mañana
llena de fugitivos pájaros
que pasaban amándose sobre el asfalto fresco?
¿Eras tú, fuiste tú esa pequeña
llama que por mi espalda sentía silenciosa?
¿Eras tú, amor final, amor que nunca
resbaló por tus ojos -¡oh luz ausente y querida!-,
eras como ese encuentro que el amor abre a tajos
para dejar ternura con soledad y frío?

No, no eras eso. Pero tal vez fuiste eso.
Tal vez abres los ojos para mirar la suave
luz de otra primavera pasada por tus ojos;
tal vez sientes de nuevo que el tiempo no ha pasado
por tu cuerpo delgado (o que tal vez ha pasado),
tal vez preguntas algo, y en tu boca se duerme
como otras veces la trágica y oscura luz de la ausencia.

Amor olvido, amor lluvia, amor deseo, amor distancia:
he regresado a mi casa, atravesando
el parque silencioso, bajo las sombras
de junio -cansado y solitario-,
mientras giraba todo en mi cabeza
como las hojas que escapaban: cantando
por adentro, pensando qué es lo que fluye,
qué es lo que parte, qué es lo que vuelve;
y aunque me he perdido sin nada, con algunos
nobles amigos, sin poder retener
lo que vivieron y amaron y compartieron conmigo,
pido sólo el temblor del viento entre la tierra
húmeda de este parque bañado por los pasos
fugitivos: amor viento, amor agua, amor distancia.

Temblando fue la estrella recorrida, temblando.
Temblaba el cuerpo estrella ceñido entre mi labio.
Temblando mi distancia se acercó a tu distancia.
Temblando entró el recuerdo desde que nos encontramos.

No quiero volver, no quiero
regresar a tu vida, pero tal vez quiero
volver a tu distancia. ¿Recuerdas que me hablabas
desde un lugar lejano, aunque estuvieras cerca?
¿Recuerdas que estudiabas con tormento
cuando en el patio la lluvia
empezaba a caer, menudamente, y los viejos compañeros
corrían a refugiarse al corredor marmóreo
y espectral, en la luz del invierno?
No, no recuerdas, pero yo recuerdo
el vidrio frío donde apoyaste tu mano
para dejar apenas una ráfaga triste
y encendida y lejana.

Y ahora ha llegado junio y en la noche callada
miles de corazones duermen en la penumbra,
y recuerdo la dorada leyenda de los años
de juventud furiosa en la ciudad, las tardes
de verano ardoroso, los pies sobre escaleras
de metal, los avisos eléctricos cansados
con pupilas de rojos párpados, los libros
de poesía mordidos en la noche. ¡Y ahora, adiós,
adiós calles, adiós conversaciones
sobre el destino del hombre, adiós señuelo amargo
que encandiló los ojos de nuestra adolescencia,
adiós suave medusa, adiós puerta cerrada!

Es la hora, es la hora en que debemos morir;
es la hora para rodar en la noche
abrazados, besando de estrella a estrella,
de furia a furia, de hueso a hueso;
es la hora para apretar la angustia
de pecho a pecho, para dejar la muerte
derrotada, perdida, moribunda en el suelo;
es la hora para morir cantando
de nuestras muertes; es la hora para que tú dejes
tu muerte entre mi muerte, amor, amor mío.
Quiero el amor dejar escrito entre tu pelo,
quiero dejar ardiendo tus ojos silenciosos,
para que no haya olvido, porque es la hora
en que debemos morir, es la hora
de la partida, sí. ¡La hora, la hora, por favor!
¡La hora, por favor, dígame, dígame el tiempo
para rodar cantando, apretados, mordiendo,
para rodar los dos en una sola muerte!



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