Poema Hierba de Carmen Boullosa



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Poema Hierba de Carmen Boullosa

Allá va la hierba que creció sin tocar tierra.
Va la que no conoció el lodo ni el seco craquelar sin lluvia.
Pasa en flor,
sobre la ráfaga.
Pasa silbante.
Blandida o aventada como arma o herramienta.
No sabe pesar porque nunca ha pesado.
Al volar no duerme ni descansa.
Hierba sin nombre, hierba perra, hierba palabra del mono que en la noche grita
articulando sin gramática.
Hierba oliendo a carne,
nacida al roce de una piel insomne con otra que no sabía conciliar el sueño,
las de esos dos entrando donde rige la razón incuerda con los ojos abiertos,
ignorando el rito tajante del sueño que divide a lo real en dos trozos.
Un paso los traía o los llevaba a la locura, no los quemaba la frontera.

Perdían el piso sin saltar, distrayéndose volaban,
sus huesos desconocían el gravitar de la piedra.
Hierba que repudia al rocío, que no obedece al sol,
hierba sin rumbo,
nació crecida, arrancada; su flor lleva en trozos diminutos
el fúnebre color que en Cuaresma cubre el rostro y la llaga de Cristo, es luto destazado.
Va la hierba, como si no tuviera cuerpo, en el lomo del viento.
Tose.
Allá va, miente, nunca aprendió a pisar, firme firmeza,
desnuda, acostada, la siempremuerta.
No hubo semillas en su árbol genealógico.
Nació entre cuatro paredes, donde el hombre cubría su miembro
con vísceras de gato y usaba a los vientres hasta reventarlos,
sellando con incansable gozo su infertilidad.
Apenas mira el rostro que lo ama.

La hierba nació donde la sangre animal y la menstrual se vaciaban
en el mismo vaso, y el semen era desordenadas sílabas
gritando revueltas en la boca de la hembra.
Como el moho en el rincón inmundo,
así la nunca pegada ni adherida nació entre el vientre de él y el de ella, a golpes,
sin el rito que bendice el amor, hurtada al jadeo, robada al llanto, irreverente
humo sacrificial sin ofrenda, sacado con el carbón ardiente
y la ausencia de El Cordero o de El Hijo.
El cuchillo la encontró sin tocar la carne.
Es brote de puñal, vástago de la boca entreabierta por la que entra
o sale el suspirar agitado, rasposo y anómalo de la noche.
Atrás de ella sólo se escucha la bala,
de mosquete, la espuela raspar la losa.
Un grito pidiendo misericordia.
Ella es la ruidosa respiración de un cuerpo que se pierde en el laberinto a voluntad
para que lo devore el mitad animal, mitad ángel y hombre que ahí reina,
llamado con las letras del incrédulo,
que besa como si comiera y hablara a un tiempo,
en besos de verbo,
el encajando-encajado,
el ladrón-hurtado, –
el esclavo-tirano,
el perro amo,
el hacha, galletita, caramelo, guillotina, horca y abrazo,
el desconcierto,
el veneno adictivo,
el rayo de luz asesina,
el todo párpado (cierras, abres),
el lumbre,
el hielo,
el dolor.
«Sombra, iluminación, doble, inconfiable.
Ciego, visible, duda, negación, vista:
Entierras mil veces el cuerpo sobre el que insistes en acostarte,
lápida móvil que repites incansable el enterramiento, sepultas con tu forma,
revestido de lo que llamas con tres sonidos forasteros emulando al amor.
Manto de suave fibra.
Ráfaga, rayo,
descanso, vuelo.

Caes mientras te habla el ciervo que has cazado, vencedor vencido,
cazador apresado,
gángster de la metralla despojando al corazón del cálido pecho.
Pum-pum (hace él ahora, a solas, canto del gallo huérfano del amanecer,
colorado músculo, manco, si n0 sería tuerto: desearía ahorcarse
con sus leales venas).
¿No Podrías dejar la garra y la pezuña, acceder a la tentación del labio
que cuatro veces repetido en un solo cuerpo, más sus dobleces,
te habla, pide, te suplica, lo reconcilies con el término Amor?
¿Terminar la ceguera?
¿Traer al gozo la dicha, la paz, la risa?
¿Restaurar la gramática?
¿Arrebatarle la lengua al insensato mico que no comprende la selva?
¿Dar a la hierba un trecho de tierra que habitar junto al pozo?
¿Provocar la llegada de la lluvia?
Una frase más del beso hablante.
Desnudo vistes la manta sin la que hoy muero de frío, al Sur, en la tierra del calor.»
Allá va la hierba de que hablaba.
Apareció cerca de las sábanas que aceptaron la caligrafía de tinta sangre, dejando que la borrara para siempre el tonto jabón y el agua,
sin suspirar una de las cien merecidas veces por la pérdida del dibujo
del amor que trazaron con tanto empeño los torsos.
Ahí apareció, la hierba. El viento la adoptó viéndola sin dónde sostenerse, y yo la nombro,
leal a su paso.
Salió entre tu piel y la mía,
entre mi vagina y el esqueleto de acero del edificio donde habita el amor.
Nació robándome el alma. La encarna en clorofila y fibras,
alma sin cuerpo volando en la frágil ráfaga.





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