poemas vida obra s

Poema Sangre Y Arena de Daniel Chirom



a Mario Morales

Tu capa roja sobre la arena
tu rojo haciendo la verónica para que la palabra siga su camino
y el sentido quede con los ojos furiosos mirando al público.
La escena es siempre la misma
y tu miedo aumenta con cada embestida,
sabes que nadie sale indemne de la lucha
donde una oración acomete con rabia un trapo agitado en el aire
una hoja blanca un muro
con silencios a punto de parir interrogaciones
con respuestas sin memoria.
El juego es un conjuro
y quisieras otro disfraz pero el oficio es un número fijo
y las musas no quieren un cambio
nadie lo desea
el escenario está montado
y alguien tiene que ser víctima y victimario.

Tu poema en la plaza
tu poema esquivando al toro
escapando del laberinto con Ariadna en brazos
para que el pavor no embista
al trapo blanco a la hoja roja
y la mirada sea una palabra con el sentido de espaldas al público
cuando el espectáculo es un mudo muriendo en sus gestos.



Poema Sueño De Las Dos Ciervas de Damaso Alonso



¡Oh terso claroscuro del durmiente!
Derribadas las lindes, fluyó el sueño.
Sólo el espacio.

Luz y sombra, dos ciervas velocísimas,
huyen hacia la hontana de aguas frescas,
centro de todo.

¿Vivir no es más que el roce de su viento?
Fuga del viento, angustia, luz y sombra:
forma de todo.

Y las ciervas, las ciervas incansables,
flechas emparejadas hacia el hito,
huyen y huyen.

El árbol del espacio. (Duerme el hombre…)
Al fin de cada rama hay una estrella.
Noche: los siglos.

Duerme y se agita con terror: comprende.
Ha comprendido, y se le eriza el alma.
¡Gélido sueño!

Huye el gran árbol que florece estrellas,
huyen las ciervas de los pies veloces,
huye la fuente.

¿Por qué nos huyes, Dios, por qué nos huyes?
Tu veste en rastro, tu cabello en cauda,
¿dónde se anegan?

¿Hay un hondón, bocana del espacio,
negra rotura hacia la nada, donde
viertes tu aliento?

Ay, nunca formas llegarán a esencia,
nunca ciervas a fuente fugitiva.
¡Ay, nunca, nunca!



Poema Solo de Damaso Alonso



Como perro sin amo, que no tiene
huela ni olfato, y yerra
por los caminos…
Antonio Machado

Hiéreme. Sienta
mi carne tu caricia destructora.
Desde la entraña se eleva mi grito,
y no me respondías. Soledad
absoluta. Solo. Solo.
Sí, yo he visto estos canes errabundos,
allá en las cercas últimas,
jadeantes huir a prima noche,
y esquivar las cabañas
y el sonoro redil, donde mastines
más dichosos, no ignoran
ni el duro pan ni el palo del pastor.
Pero ellos huyen,
hozando por las secas torrenteras,
venteando luceros, y si buscan
junto a un tocón del quejigal yacija,
pronto otra vez se yerguen:
se yerguen y avizoran la hondonada
de las sombras, y huyen
bajo la indiferencia de los astros,
entre los cierzos finos.



Poema Santiago Humberstone de Damaris Calderón



Yo, Humberstone,
hijo de un modesto empleado de correos
y nieto del Director de la Banda de Guardias Escoceses,
llegué aquí a hacer la América.
Yo, un oscuro químico
lustrado ahora por la sal,
inventé esa ficción: el pampino:
cruce de animal soñador necesitado con nativas de la zona.
Inventé el futuro, el futurismo,
Marinetti.
Me cagué en Le Corbusier,
la Torre Eiffel,
esa ciudad amanerada:
París.
Aprendí palabras ásperas:
caliche, charqui, camanchaca
(yo que jugaba delicadamente al tenis,
yo, cuya vida era un campo de golf),
copié y apliqué el sistema Shanks
(que nadie conocía por aquí).
Tuve mano férrea,
tuve mano de obra
(barata).
Comencé por conquistar Agua Santa
y ahora me pudro en las Aguas del Tiempo.
Yo, que me horroricé
cuando escuché que estos indios llamaban chanchos
a las relucientes máquinas metálicas, trituradoras,
porque les recordaban el ruido de los puercos al comer.
Establecí un Orden,
una jerarquía en el Caos:
de un lado los ingleses y administradores,
del otro, los hombres y las bestias.
Yo, que puse un toque de delicadeza,
de civilización en estos páramos:
Al espejismo de los oasis de Pica y Matilla
opuse una piscina (metálica),
construí una plaza (pública),
una Iglesia,
el tendido eléctrico,
un orfeón para que estos bárbaros
escucharan música
-ópera-
no el rumor sempiterno, monótono
de las arenas.
Yo, me la creí completa
y se la hice creer a medio mundo:
?El salitre chileno el mejor del orbe?:
nitrato de sodio: la pólvora más eficaz
para las guerras intestinas y extranjeras.
(Así de cosmopolita):
?El salitre chileno entra a Francia,
a Suecia,
llega a la antigua Hélade?
(hasta que los alemanes inventen el sintético
en la Segunda Guerra Mundial).
Yo, que me convertí en Santiago,
Santiago Humberstone,
tuve en mis manos el Oro,
el Oro Blanco,
el Monopolio.
Que me hice viejo, me hice venerable.
Padre
-del Salitre-,
(la Compañía me obsequió una medalla de oro,
el Rey de Inglaterra me confirió
la Orden Oficial del Imperio Británico).
Yo, James T.,
cuyo nombre desaparece
bajo la formidable leyenda y las casas huachas,
extiendo mis raíces dieciséis metros bajo tierra
y no encuentro agua.
El desierto y la muerte
recobran su señorío.

(Poema inédito proporcionado por la autora)



Poema Soneto Iv de Cristobal De Castillejo



Si las penas que dais son verdaderas,
como lo sabe bien el alma mía,
¿por qué no me acaban? y sería
sin ellas el morir muy más de veras;

y si por dicha son tan lisonjeras,
y quieren retoçar con mi alegría,
decid, ¿por qué me matan cada día
de muerte de dolor de mil maneras?

Mostradme este secreto ya, señora,
sepa yo por vos, pues por vos muero,
si lo que padezco es muerte o vida;

porque, siendo vos la matadora,
mayor gloria de pena ya no quiero
que poder alegar tal homicida.



Poema Soneto Ii de Cristobal De Castillejo



Garcilaso y Boscán siendo llegados
al lugar donde están los trovadores
que en esta nuestra lengua y sus primores
fueron en este siglo señalados,

los unos a los otros alterados
se miran, demudadas las colores,
temiéndose que fuesen corredores
o espías o enemigos desmandados;

y juzgando primero por el traje,
pareciéronles ser, como debía,
gentiles españoles caballeros;

y oyéndoles hablar nuevo lenguaje,
mezclado de extranjera poesía,
con ojos los miraban de extranjeros.



Poema Si El Lenguaje Este Modo Austero de Cristina Peri Rossi



Si el lenguaje
este modo austero
de convocarte
en medio de fríos rascacielos
y ciudades europeas
Fuera
el modo
de hacer el amor entre sonidos
o el modo
de meterme entre tu pelo



Poema Sobre Mis Senos de Cristian Santos



Tus
manos
resbalan
suavemente.

Sobre mi cuerpo.

Tus dedos
como orquídeas
sobre mis senos
llenan de gusto
la mañana.



Poema Sus Brillos Graves Y Apacibles de Coral Bracho



Vivo junto al hombre que amo;
en el lugar cambiante;
en el recinto que colman los siete vientos. A la orilla del mar.
Y su pasión rebasa en espesor las olas.
Y su ternura vuelve diáfanos y entrañables los días. Alimento
de dioses son sus labios; sus brillos graves
y apacibles.



Poema Sobre Las Mesas: El Destello de Coral Bracho



El rizoma, como tallo subterráneo (…)
tiene, en sí mismo, muy diversas for-
mas: desde su extensión superficial
ramificada en todos sentidos, hasta su
concreción en bulbos y tubérculos.
El deseo es un creador de realidad
(…) produce y se mueve mediante
rizomas,
Un rasgo intensivo comienza a ac-
tuar por su cuenta

Deleuze y Guattari, Rizoma

En la palabra seca, informulada, se estrecha
rancia membrana parda ((decir: fina gota de aceite para el
brillo matinal
de los bordes, para la línea
tibia, transitada que cruza, como un puro matiz, sobre
el vasto crepitar, sobre el lomo colmado,
bulbo ?una gota de saliva animal:
para las inflexiones, para el alba fecundada (caricia)
que se expande a la orilla, como una espuma, un relieve;
un pelaje frutal? una llaga de luz, un hilván: para
los gestos aromados al tacto, a la sombra rugosa, codiciante;
una voz, una fibra desprendida ?un vellón? al azar de las
gubias, del frote (plectro),
Tientos
y el idioma capilar de los roces en el cuenco lobular
de los cuerpos. Púrpura
en la raíz;
una esponja, una lima, un espejo
axilar: y en los ecos,
la estatura:
una alondra: Rimas en los espliegos;
hielo: por la grupa liminal, tersos belfos inquietos.
Valva pilosa,
alianza, en el vuelco; plexos y el tendón:
un ardor, una punta sinovial en los goces veteados: ductos
a la pálida cima oculta;
una astilla, una cinta (gato)
un embrión para el bronce de espesuras rampantes,
intimables;
un hervor, una turba despeinada, una espora:
Caudas entornadas al auge de un sabor inguinal. Sobre las
crines; coces:
En las hormas habituales, impugnadas, de estar, en sus
zagas humosas, ovulantes:
un carámbano exacto,
un candil.
Riscos.
y en los pliegues enlamados, los atisbos de estar,
en sus médanos acres:
higos perlados; risas;
un limón en las orlas incitadas
rasgar: con almohazas vidriantes, inaudibles (vino prensil,
hirsuto)
con espinas el temple, las pezuñas;
carcajada chispeante entre los bulbos
escrutados, las urracas;
fósforos, guiños, ecos
en la tenaza; salta
la perdiz.
La perdiz: ave fresca, abundante, de muslos gruesos;
acusado dimorfismo sexual. Sus plumas rojas, cenicientas,
encubren. Salta en parábola eyecta sobre las fresas;
aleteante calidez. Tiene los flancos grises (Las fresas
bullen esponjadas, exhalan ?de sus fieltros de amapola,
de entresijo verbal?, la lejía delectante), las patas finas,
el vuelo corto; corre (los sabores umbrosos, apilables)
con rapidez.
Abre sus belfos limpios:
el jugo moja y perfuma su atelaje; en su piel
de escozores ambiguos, ávido ciñe el grácil,
respingante; lúbrico abisma el néctar
simultáneo; estupor; estupor anchuroso
entre los brotes atiplados;
hincar, en las corvas deslumbrantes, erectas.
En los bíceps, los escrotos; Fúlgidos, agrios. Trotes.
Alentado a las ancas
alumbradas; cadencias; ritmos convexos; malvos paroxismos:
de bruces
entre las hondas resonancias. Pedúnculos emprendibles
bajo el cinto:

Libar desde las formas borboteantes; la lengua entre las
texturas engranadas, las vulvas
prístinas en sus termas; lluvia a los núcleos
astillados; rizomas incontenibles entre los flujos, las
pelambres exultadas, espumantes, de estar;
bajo las riendas fermentables, las gualdrapas. Embebido
en las blandas, extensivas. Desbordado.
Volúmenes irascibles entre la paja exacerbada, germinante.
Vital,
inmarcesible en sus impulsos abruptos, suave y matizado en
sus ocres,
su esplendor, a las yemas; único a las pupilas
restregantes.
Desbandada encendida entre los surcos, las pimientas, los
indicios; densa
y exaltable en sus puntas: al olfato. Ráfaga
mineral. Un renglón, un cabús, un polvito; Gárgola.
Una hormiga en las crestas hilarantes, por los muslos,
el vientre; en las palabras)) tensas, enturbiadas,
se estrecha, ronca membrana ((cítricas. La estridencia
perpetrable en los lindes))
parda; su red empaña ((en los ápices lubricados, el pistilo.
?Su voz: saboreando, exhibiendo, despojándolo? Luz;
en los espacios excitables, el acto sedicioso. Labial,
embarnecible bajo el índice fresco, su tersura; prensan.
Magnetismo atizado hasta el exceso degustable,
el rechinido. Vértices las cosquillas.
?Acedando, exprimiéndolo? en rupturas desbocadas,
expresivas. Vórtice. Entre los fierros, los erizos,
el instinto. Roedores inexpugnables
entre los hilos, las escuadras, el cedazo. Un terrón,
un respiro lanceolado, un prurito.
Rastrear bajo las zonas apiñadas, intensivas.
Nudos papilares entre la yerba. Sobre las mesas: el destello.
Un punzón, un insecto en las palabras)) lentas, empalmadas
((entre las grietas,
las cesuras, en las bridas. Súbitos y lascivos las concentran ?Su
voz: separándolo, abriéndolo, eligiendo? ciñen y cohabitan en
los filos espejeantes) huecas; su costra opaca (entre los gritos,
las cernejas, los resquicios. Estar:)



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