poemas vida obra s

Poema Solo Me Queda El Corazón de Pilar Paz Pasamar



Solo me queda el corazón. Palabras
ya no me bastan. Sobra el pensamiento.
Solo me queda el corazón, más grande,
cada vez más amargo y más sediento.
Hablo con él, le digo: ten cuidado,
te has lastimado muchas veces. Pero
yo bien sé que me puede y que se crece
con cada asombro y cada desaliento.
He nacido con él y no hago nada
por emerger en otro clima. Pendo
como la luna más desamparada
en un vaivén de luces y de vientos.
Voy buscando señales en los ojos,
en las calles aparco mi desvelo,
me arrimo por las sombras de otras voces
y cuelgo mi pregunta en los aleros.

Cuando llega una tarde como éstas,
una tarde sin prisa ni deseos,
una tarde de pena, una de tantas
tardes oscuras del aburrimiento
puedo oírle mejor. Late despacio,
tremendamente solitario. Puedo
sentir el corazón en cada vena,
está casi en la punta de los dedos.
Casi puede romperse de tan frágil,
de tan crecido casi se escapa. Quepo
mejor yo en él que en mí cabe el latido…
¡Le viene grande el corazón al cuerpo!



Poema Soneto de Pilar Marcos



Tejiendo estoy. Mi estancia conmovida
da forma a un corazón, punto por punto.
Ahorcada en mi laurel separo, junto,
se me escapan los hilos de la vida.

Tejiendo estoy. La prenda sostenida
se quiebra ante la pena que barrunto.
Me lastima tu ausencia y su conjunto
en la rabia que crece a mi medida.

Crece, toma la punta en su llamada,
rompe el tiempo con un chocar de agujas,
dos pinchazos de lleno en la mirada.

Crece, cunde; Mas déjame después
sola, rota, volviéndome al revés,
tiritando en la piel, desmadejada.



Poema Soledades de Piedad Bonnet



Exacto y cotidiano
el cielo se derrama como un oscuro vino,
se agazapa a dormir en los zaguanes,
endurece los patios, los postigos,
enciende las pupilas de los gatos.
En las mezquinas calles minuciosos golpean
los pasos de la frágil solterona
que sabe que no hay luz en su ventana.
En el aire hay olor a col hervida
y detrás de la ropa que aporrea la piedra
un canto de mujer abre la noche.
Es la hora
en que el joven travesti se acomoda los senos
frente al espejo roto de la cómoda,
y una muchacha ensaya otro peinado
y echa esmalte en el hueco de sus medias de seda.
Abre la viuda el closet y llora con urgencia
entre trajes marrón y olor a naftalina,
y un pubis fresco y unos muslos blancos
salen del maletín del agente viajero.
Un alboroto de ollas revuelca la cocina
del restaurante donde un viejo duerme
contra el sucio papel de mariposas,
mientras como una red sin agujeros
nos envuelve la noche por los cuatro costados.



Poema Señales de Piedad Bonnet



La luna brilla con ese furor ciego
que es señal inequívoca
de que ha llegado el tiempo fértil del sacrificio.
Huele a la piel rayada de los tigres,
a orquídea que se abre,
al humus que comienza a oscurecer la lluvia.
En un sueño de ríos y serpientes
naufraga la muchacha envuelta en llanto
y sus pechos recientes se estremecen
con un temblor antes desconocido.
La muñeca que abraza tiene los ojos muertos.
Y el ángel de la guarda
marca una cruz con sangre sobre sus muslos blancos.



Poema Si Sientes Que Te Llama El Abismo Del Cielo de Pere Gimferrer



Si sientes que te llama el abismo del cielo,
con un grito de abismo, si te aspira
a lo alto, a lo hondo, donde más se oscurece
la melena de nieve de los astros
o el escamoso hielo de la noche,
o si, con voz más ruda aún, te llamas tú mismo
y no puedes dejar de oir tu grito, áspero
como al oído pálido de un sordo,
o insidioso y desnudo como un agua
que con un resplandor de hacha hiere la luna:
si te llamas al centro de ti mismo, si sientes
que todo aquel llamarte es encontrar un centro
y tú mismo apareces en tu nudo de luz;
si te llaman desde dentro de ti, cuando te mires
¿verás el sueño que soñé yo anoche?
No es ver exactamente, porque no lo veía,
sino que más bien yo era mi sueño.
No era que me viese a mí mismo; era ser
algo que existía y era yo.
Porque el tema de las apariciones
es el tema del yo. Pero esa vez
no vi ninguna identidad concreta:
no se me apareció ninguna imagen.
No hubo desdoblamiento ni hubo mirada. Era
el negativo de la vida, estado nulo,
el silencio del río despoblado de agua,
la claridad de un cielo que desviste su azul
y es cielo aún: fulgores invisibles,
que siento en un vacío de visibilidad.
Así el lecho de Un río: tierra, piedra, reposo,
sequedad devastada, rama, verde rencor
que desertó del mundo vegetal, humedades
bebidas por el yermo. Mirad, la luz rebota
y todo son peñascos, polvareda famélica:
pero ahí vive el agua. Es una ausencia,
violenta como el sol, que nunca fluye
petrificada, un hierro que se incrusta en lo inmóvil,
agua ya liberada de ser agua, pesando
en el lecho del río. Como el rumor de un agua
que no pasa en el lecho de este río agostado.

«Apariciones y otros poemas» 1982



Poema Sin Voz, Desnuda de Pedro Salinas



Sin armas. Ni las dulces
sonrisas, ni las llamas
rápidas de la ira.
Sin armas. Ni las aguas
de la bondad sin fondo,
ni la perfidia, corvo pico.
Nada. Sin armas. Sola.

Ceñida en tu silencio.
«Sí» y «no», «mañana» y «cuando»,
quiebran agudas puntas
de inútiles saetas
en tu silencio liso
sin derrota ni gloria.
¡Cuidado!, que te mata
?fría, invencible, eterna?
eso, lo que te guarda,
eso, lo que te salva,
el filo del silencio que tú aguzas.



Poema Si Alguien Quiere Saber Cuál Es Mi Patria de Pedro Mir



Si alguien quiere saber cuál es mi patria
no la busque,
no pregunte por ella.

Siga el rastro goteante por el mapa
y su efigie de patas imperfectas.
No pregunte si viene del rocío
o si tiene espirales en las piedras
o si tiene sabor ultramarino
o si el clima le huele en primavera.
No la busque ni alargue las pupilas.
No pregunte por ella.

(¡Tanto arrojo en la lucha irremediable
y aún no hay quien lo sepa!
¡Tanto acero y fulgor de resistir
y aún no hay quien lo vea!)

No, no la busque.
Si alguien quiere saber cuál es mi patria,
no pregunte por ella.
No quiera saber si hay bosques, trinos,
penínsulas muchísimas y ajenas,
o si hay cuatro cadenas de montañas,
todas derechas,
o si hay varios destinos de bahías
y todas extranjeras.

Siga el rastro goteando por la brisa
y allí donde la sombra se presenta,
donde el tiempo castiga y desmorona,
ya no la busque,
no pregunte por ella.
Su propia sangre, su órbita querida,
su instantáneo chispazo de presencia,
su funeral de risa y de sonrisa,
su potrero de espaldas indirectas,
su puño de silencio en cada boca,
su borbotón de ira en cada mueca,
sus manos enguatadas en la fábrica y
sus pies descalzos en la carretera,
las largas cicatrices que le bajan
como antiguos riachuelos, su siniestra
figura de mujer
obligada a parir
con cada coz que busca su cadera
para echar una fila de habitantes
listos para la rueda,
todo dirá de pronto dónde existe
una patria moderna.
Dónde habrá que buscar y qué pregunta
se solicita. Porque apenas
surge la realidad y se apresura
una pregunta, ya está la respuesta.

No, no la busque.
Tendría que pelear por ella…



Poema Segundo Canto De La Ciudad de Pedro Luis Menéndez



Oh tú que das vuelta a la rueda y miras a barlovento.
T.S. Eliot

Más allá de la torre que siempre se agrietaba
ante tantos impulsos tan diversos
carne de ciudades leídas una a una
Jerusalén Lisboa Alejandría París
Contra los muros de Jericó
se debaten los muchachos
en manos de la esperanza
pero nada permanece ni siquiera
se transforma en el año ochenta y cuatro
llegado de otro ayer huido al cielo
vergonzoso
sin tierra El agua muerta
cuando desafiaba al último ácido puro
para no sobrevivir sino en el cuenco
de unas manos
inútiles

Preciosa insensatez de la belleza
ruido
poderoso demoliendo un vacío de amapolas
junto al jardín de los tigres no besaré
a Teseo ni cantaré
del pámpano su alegría de abril
porque ya el gesto se oculta en los rincones
malditos
la carta sin derrota se oculta
en la madera de una cámara muda
cerrada a los principios

Navegación fallida en los meandros azules
que un nuevo ser gobierna
precisión de la máquina
justicia de lo eléctrico que se abandona
al acto mecánico del rito
como una tonelada de residuos mortales
llegados de occidente
para morir sin paz al nuevo orden

Hijos de Saddai
reconfortaos
con mi palabra duna en el desierto
movediza inconstancia del sentido
destino cruel en llagas de la noche
no volverán los dioses a habitar vuestra sangre
de tibieza
gemidos ya del último silencio
última Thule
ruego de la vida

Con el viento de agosto arrancarás
el velo blanquísimo del grito
y quedaré
después del exterminio
llorando en sombra ruinas del naufragio
la vela rota de los desconsuelos
aquel adiós y el lirio de una nube
el cerrado trovar de la memoria
sin otra fe
que un ámbito desnudo
la arquitectura cálida del sueño
el simulacro del sueño cincelado
en ardientes madrugadas
hoy lacias de vapor

En aquel tiempo crecían
diremos
las batallas del hombre
los combates sin duelo hasta la nada
el genocidio innumerable
sacralmente temido
por los árboles tensos
por las enredaderas caídas y sin vientre

Volcanes de una lucha derramada
constantemente en ciernes
de un ocaso certero
Vertiginosas almas de aluvión
sinceridades
tristes de fatiga en la duda
no admirarán la boca de un abrazo feliz
ni el resplandor antiguo de una noche estrellada
mas vagarán errantes
por el espacio absurdo de un planeta
acabado
y yo ya no estaré
mientras el abanico de la luz se derrama
no estarán ni tus ojos ni tu asombro
sobre la hilera firme
de los fríos cadáveres
no habrá nadie detrás
carne de ciudades leídas una a una
más allá de la tierra y de los edificios
más allá de esta vida
preciosa insensatez de la belleza
navegación fallida
destino cruel más allá no habrá nadie
simulacro del sueño entra en lo eterno
más allá.



Poema Sueño De Rosas de Paz Díez Taboada



He soñado que el mundo amanecía
sin los rostros perversos y alzado sobre el viento:
un ámbito dorado, sobre piedras ingrávidas,
en donde frescas rosas perfumaban la vista.
El horror y la furia, disueltos ya en aromas
de viejos vinos y de flores nuevas.
Anulado, vencido, había caducado
este mundo cruel, reino del odio.



Poema Sesión De Jazz de Paz Díez Taboada



Los sonidos oscuros
que llenaban la noche
serpenteaban sobre los cristales.
Los hielos resolvían
un problema geométrico,
disolviéndose en llanto.
El saxo se alargaba,
inundando los sueños,
en un sordo lamento vacilante.
Se aguzaba la aguja
de la herida trompeta,
ahincándose en la carne.
Y seguía, seguía,
obsesionado y lento,
el contrabajo.
La sonrisa eran dientes
grandes y desasidos,
brillando en la tiniebla.



« Página anterior | Página siguiente »


Políticas de Privacidad