poemas vida obra r

Poema Redoble de René Char



Sobre la mediana de la tarde, el bamboleo intermitente, el
malecón iluminado de una dársena, y su rechazo del sueño.
El rostro de la muerte y las palabras del amor: el tálamo
de una playa interminable con olas que lanzan a ella guijarros
-interminablemente. Y la lluvia atemorizada haciendo puente,
para no apaciguar.

Versión de Jorge Riechmann



Poema Romance Del Estío de Alberto Angel Montoya



Fui a su puerta de jazmines
para pedirle una brasa,
y ella me dijo que sí,
mientras mis labios miraba.
La moza criolla tenía
rostro de color de playa,
y un mar de negros presagios
en su cabeza ondulaba.
-La boca no se la vi
porque sus ojos cegaban-.
Yo la miré caminar
flexible como una liana,
y la perla de su hombro
se me engastó en la mirada.
-La brisa ciñó sus flancos
desnudos bajo la falda-.
-¿Quieres amarme esta noche,
que será noche estrellada?
Le dije, cuando me trajo
su corazón en la brasa.
-Bajo el ardor de mis ojos
sus senos se maduraban-.
Ella me dijo que sí,
y la tomé por el anca.
Ancas que yo imaginé
ancas de zebra africana.
Piernas de yegua de sangre
que así las hallé de largas.
Pisfar de indómitos bríos
hizo estremecer la pampa.
Rudo galope de besos
oyeron los que pasaban.
Centauro de dos cabezas
miró la noche asombrada.



Poema Romance De La Niña Inocente de Alberto Angel Montoya



No me la mostréis vestida
que yo la miré desnuda.
Su propia piel la ceñía
veste a su propia hermosura.
Y era de armiño su cuello
que en red de venas se azula.
Y era el sostén de sus senos
su sola forma alta y dura.
Y para el seno por joyas
los corales de sus puntas.
Y el banco raso del torso
bajando hasta la negrura
del terciopelo que al sexo
a un tiempo exhibe y oculta.
Y eran sus piernas de seda.
Y eran sus plantas menudas.
-Tan menudas que en mi mano
cupieron una por una-.
Zapatos de Cenicienta,
cómo brillaban sus uñas.

No me la mostréis vestida
que yo la tuve desnuda.



Poema Radical 2003 de Alan Mills



A JAVIER PAYERAS

Que este verso se oponga al siguiente.
Ah, la sustancia liminar del mundo.
La palabra tiene tentáculos
que el poeta esquiva
para encontrar raíces.
Si bien vale reconciliarse,
saber decir, verbigracia:
«la vida avanza cual velamen roto».
La actitud nada otorga, lo sabemos.
Luego nos contradecimos:
andamos las calles casi borrachos,
viendo a las gentes y pensando
en cómo llevan esa vida pedestre
que se parece tanto a la nuestra.
Nos da rabia.
Reímos como idiotas.
La vida tiene tentáculos
que el poeta esquiva.
¿Dónde las raíces?
Que este verso se oponga al anterior
y éste al siguiente.
Mala manera de plasmar la dialéctica.
Ah, la sustancia liminar del mundo.



Poema Rostro De Vos de Mario Benedetti



Tengo una soledad
tan concurrida
tan llena de nostalgias
y de rostros de vos
de adioses hace tiempo
y besos bienvenidos
de primeras de cambio
y de último vagón.
Tengo una soledad
tan concurrida
que puedo organizarla
como una procesión
por colores
tamaños
y promesas
por época
por tacto
y por sabor.
Sin temblor de más
me abrazo a tus ausencias
que asisten y me asisten
con mi rostro de vos.
Estoy lleno de sombras
de noches y deseos
de risas y de alguna
maldición.
Mis huéspedes concurren
concurren como sueños
con sus rencores nuevos
su falta de candor
yo les pongo una escoba
tras la puerta
porque quiero estar solo
con mi rostro de vos.
Pero el rostro de vos
mira a otra parte
con sus ojos de amor
que ya no aman
como víveres
que buscan su hambre
miran y miran
y apagan mi jornada.
Las paredes se van
queda la noche
las nostalgias se van
no queda nada.
Ya mi rostro de vos
cierra los ojos
y es una soledad
tan desolada.



Poema Romance De Abedelazis de Agustin De Foxa



No llores, Abedelazis;
no llores, que vas a España.
Que el fusil te lo da Franco
y en el fusil su palabra;
está el jardín del Profeta
al otro lado del agua.
?Ya están girando las hélices
ya en el avión te embarcas,
ya vuela sobre las nubes
la flor morena de Africa.
?¿De quién son esos tejados
y esta huerta regalada?
?Esos tejados, buen moro,
son la ciudad de Granada.
Sus ojos mirando al suelo
se le llenaban de lágrimas
Los regulares de Ceuta
llevaban pardas chilabas.
?¿Dónde esta Córdoba, amigo?
¡Mi Córdoba entre naranjas!
-Los rojos la están cercando,
casi la tienen ganada.
¿Por qué no vuela este pájaro?
¿Por qué no mueve las alas?
(Bajo los roncos motores
sonaban tenues campanas. )
Que llegaban a Sevilla
jazmín y remo, en el agua
barcos del Guadalquivir,
el limonar del Alcázar
y en los turbantes, la sombra
antigua de la Giralda.
¿Harás el té en las trincheras,
Abedelzais, por España?
Platerillo de Tetuán
babuchero de sus plazas,
el que vendió las ajorcas
desde Arcila a Casablanca
y en Fez, no estudió el Corán
porque pertenece a Francia.
Se que caerás una noche,
y Alá sabe en qué batalla.
No sé si será en Toledo
o en Oviedo la cercada
o te helará con la luna
la Ciudá-Universitaria.
Pero sé que está tu sangre,
defendiendo a mis campanas,
mis libros de El Escorial
y mis custodias labradas.
Que al otro lado del monte
los hombres sin Dios te aguardan,
con tanques de oro judío
y cien banderas deAsia.
Si mueres, Abedelazis,
sobre los surcos de España,
no el Zoco-Chico de Tánger
celebrará tus hazañas,
ni el domador de serpientes
cantará sólo tu fama.
Los poetas de Castilla
te dirán en lengua brava:
«También tienes tu lucero,
español de piel tostada.»



Poema Romance de Miguel De Cervantes Saavedra



Yace donde el sol se pone,
entre dos tajadas peñas,
una entrada de un abismo,
quiero decir, una cueva
profunda, lóbrega, escura,
aquí mojada, allí seca,
propio albergue de la noche,
del horror y las tinieblas.
Por la boca sale un aire
que al alma encendida yela,
y un fuego, de cuando en cuando,
que el pecho de yelo quema.
Óyese dentro un rüido
como crujir de cadenas
y unos ayes luengos, tristes,
envueltos en tristes quejas.
Por las funestas paredes,
por los resquicios y quiebras
mil víboras se descubren
y ponzoñosas culebras.
A la entrada tiene puesto[s],
en una amarilla piedra,
huesos de muerto encajados
de modo que forman letras,
las cuales, vistas del fuego
que arroja de sí la cueva,
dicen: «Ésta es la morada
de los celos y sospechas».
Y un pastor contaba a Lauso
esta maravilla cierta
de la cueva, fuego y yelo,
aullidos, sierpes y piedra,
el cual, oyendo, le dijo:
«Pastor, para que te crea,
no has menester juramentos
ni hacer la vista esperiencia.
Un vivo traslado es ése
de lo que mi pecho encierra,
el cual, como en cueva escura,
no tiene luz, ni la espera.
Seco le tienen desdenes
bañado en lágrimas tiernas;
aire, fuego y los suspiros
le abrasan contino y yelan.
Los lamentables aullidos,
son mis continuas querellas,
víboras mis pensamientos
que en mis entrañas se ceban.
La piedra escrita, amarilla,
es mi sin igual firmeza,
que mis huesos en la muerte
mostrarán que son de piedra.
Los celos son los que habitan
en esta morada estrecha,
que engendraron los descuidos
de mi querida Silena».
En pronunciando este nombre,
cayó como muerto en tierra,
que de memorias de celos
aquestos fines se esperan.

Otra versión:

Hacia donde el sol se pone,
entre dos partidas peñas,
una entrada de un abismo,
quiero decir, una cueva
oscura, lóbrega y triste,
aquí mojada, allí seca,
propio albergue de la noche,
del terror y de tinieblas.
Por su boca sale un aire
que al alma encendida yela,
y un fuego, de cuando en cuando,
que al pecho de nieve quema.
Óyese dentro un rüido
con crujir de cadenas
y unos ayes luengos, tristes,
envueltos en tristes quejas;
y en las funestas paredes,
por los resquicios y quiebras
mil víboras se descubren
y ponzoñosas culebras.
A la boca tiene puestos,
en una amarilla piedra,
güesos de muerto encajados
de modo que forman letras,
las cuales, vistas al fuego
que sale de la caverna,
dicen: «Ésta es la morada
de los celos y sospechas».
Un pastor contaba a Lauso
esta maravilla cierta
de la cueva, fuego y yelo,
aullidos, sierpes y piedras,
el cual, viéndole, le dijo:
«Pastor, para que te crean,
no has menester jurallo
ni hacer della esperiencia.
El mismo traslado es ése
de lo que mi pecho encierra,
el cual, como en cueva oscura,
ni siente luz, ni la espera.
Seco, le tienen desdenes
bañando lágrimas tiernas;
aire y fuego en los suspiros
arrójase, abrasa y yela.
Los lamentables aullidos,
son mis continuas endechas,
víboras mis pensamientos
que en mis entrañas se ceban.
La piedra escrita, amarilla,
es mis sin igual firmezas,
que los fuegos en mi muerte
dirán cómo fui de piedra.
Los celos son los que avisan
en esta morada estrecha,
que causaron los descuidos
cuidados de Silena».
En pronunciando este mal,
cayó como muerto en tierra,
que de memorias de celos
tales sucesos se esperan.

El cielo a la iglesia ofrece
hoy una piedra tan fina
que en la corona divina
del mismo Dios resplandece.



Poema Redondilla Castellana de Miguel De Cervantes Saavedra



Cuando dejaba la guerra
libre nuestro hispano suelo,
con un repentino vuelo
la mejor flor de la tierra
fue trasplantada en el cielo;
y, al cortarla de su rama,
el mortífero accidente
fue tan oculto a la gente
como el que no ve la llama
hasta que quemar se siente.



Poema Romería de César Vallejo



Pasamos juntos. El sueño
lame nuestros pies qué dulce;
y todo se desplaza en pálidas
renunciaciones sin dulce.
Pasamos juntos. Las muertas
almas, las que, cual nosotros,
cruzaron por el amor,
con enfermos pasos ópalos,
salen en sus lutos rígidos
y se ondulan en nosotros.
Amada, vamos al borde
frágil de un montón de tierra.
Va en aceite ungida el ala,
y en pureza. Pero un golpe,
al caer yo no sé dónde,
afila de cada lágrima
un diente hostil.
Y un soldado, un gran soldado,
heridas por charreteras,
se anima en la tarde heroica,
y a sus pies muestra entre risas,
como una gualdrapa horrenda,
el cerebro de la Vida.
Pasamos juntos, muy juntos,
invicta Luz, paso enfermo;
pasamos juntos las lilas
mostazas de un cementerio.



Poema Retrato De García Lorca de Alfonsina Storni



Buscando raíces de alas
la frente
se le desplaza
a derecha
e izquierda.
Y sobre el remolino
de la cara
se le fija,
telón del más allá,
comba y ancha.
Una alimaña
le grita en la nariz
que intenta aplastársele
enfurecida…
Irrumpe un griego
por sus ojos distantes.
Un griego
que sofocan de enredaderas
las colinas andaluzas
de sus pómulos
y el valle trémulo
de su boca.
Salta su garganta
hacia afuera
pidiendo
la navaja lunada
de aguas filosas.
Cortádsela.
De norte a sud.
De este a oeste.
Dejad volar la cabeza,
la cabeza sola,
herida de ondas marinas
negras…
Y de caracolas de sátiro
que le caen
como campánulas
en la cara
de máscara antigua.
Apagadle
la voz de madera,
cavernosa,
arrebujada
en las catacumbas nasales.
Libradlo de ella,
y de sus brazos dulces,
y de su cuerpo terroso.
Forzadle sólo,
antes de lanzarlo
al espacio,
el arco de las cejas
hasta hacerlos puentes
del Atlántico,
del Pacífico…
Por donde los ojos,
navíos extraviados,
circulen
sin puertos
ni orillas…



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