poemas vida obra paz diez taboada

Poema El Fardo de Paz Díez Taboada



Por un largo camino en donde el viento aúlla,
hace tiempo que arrastro el fardo de los sueños
rotos y apolillados, que me eché sobre el hombro
como un viejo mantón de enmarañados flecos.
Aunque ya hinchado, engrosa sin cesar
devorando tesoros, locuras y proyectos
que nunca se alzarán hasta la altura
de la ola inestable del deseo.
Confundidos, se caen, se precipitan,
en pugna sorda por llegar al suelo,
los cantos saltarines en la acera,
los amargos librotes del colegio,
las palabras valientes de la mañana joven
y las copas nocturnas, aromadas de besos.
Se van perdiendo al hilo del camino,
las charlas y paseos por los jardines yertos
-los libros bajo el brazo y el mirar de reojo
al muchacho de turno en la tarde de invierno-.
Se esfuman con las luces del lento atardecer
los rostros de los viejos compañeros,
se me enfría la cálida mano de la amistad,
me abandonan las voces amadas de los muertos.
Desde hace muchos años me entorpece en la marcha,
por el arduo camino que ya llega a su término,
este fardo cargado de alegrías perdidas,
de tanta fiera lágrima y de tan locos sueños.
Pero aún sonrío a/penas en el ámbito último
en donde la ternura tomó el cetro,
y avanzo tanteando hacia el final sombrío
con el cuerpo inclinado por el peso.



Poema Domingo De Dolor de Paz Díez Taboada



El tranvía transporta las velas soñolientas
-hace ya mucho tiempo que los aires lo acunan-.
Una campana triste le abre paso entre el tránsito
y el olor a fritanga.
(Calamares, anillos de promesas inciertas).
Domina en los jardines el pardo, y la pobreza.
Abrigos humillados dejan a la intemperie
los miembros ateridos.
La esperanza se arropa con vergüenza y tristura.
Domingo de dolor. (Casi toda la vida).



Poema De Improviso de Paz Díez Taboada



Después de la nevada, entre la nieve,
quizá se abra una rosa, de improviso,
como milagro súbito de amor o de belleza
que sobrevuele el aire del invierno
de este nuestro vivir menesteroso.
Cuando ya todo ardor nos haya abandonado
y el frío nos imponga sus perfiles azules,
la rosa encenderá la hoguera última,
y se alzará la llama de su aroma
como mano agitada en una despedida.
La rosa y su dolor -su espina aleve-
prenderán la sonrisa de la vida,
desplegando su rastro luminoso
en el instante mismo del adiós.



Poema Crepúsculo de Paz Díez Taboada



Líquidas convergencias en la tarde
matizan los perfiles cotidianos.
Pasan coches y gentes. Pasa el tiempo.
Pero no han de volver rosas ni soles.



Poema Compañía de Paz Díez Taboada



Bajo la luz aquélla que en la acera oscilaba,
me la encontré en París. La tarde era muy fría
y en el viejo café lloraban los velones.
Me asaltó por la espalda en Leningrado,
una mañana cruel, soñando con el ronco
borbotear del samovar panzudo.
También estaba allí, bajando la avenida
de frente a Times Square, mientras la noche
devanaba un aroma a vómito de fresas.
Y, enfebrecida, aún la hallé una tarde
de la acre primavera madrileña.
Ahora está aquí y me guía. Acompañándome,
lleva mis libros y me frena el paso,
y me dicta el discurso de los sueños
cuando el vértigo impone el ritmo de la muerte.



Poema Como Un Hilo de Paz Díez Taboada



Fue la esperanza larga. Estrecha y larga
como una jabalina. Por el aire
volaba y se perdía entre las sombras,
cuando el tiempo pesaba sobre el hombro.
A veces me alcanzaba por la acera
y marchaba delante de mis ansias;
pero sólo una vez cogió mi mano
y me obligó a seguirla a contraviento.
Ahora ya, carcomida, adelgazada,
intenta dar un paso y está a punto
de partirse una pierna. Sin embargo,
se escapa -toma un taxi- y se me pierde
días enteros sin volver a casa.
La encontré ayer entre los Giacometti,
después de tanto trago de mal tiempo,
jugando, alegremente, a disfrazarse
de acabada y audaz obra maestra.



Poema Clase De Latín En La Calle De La Troya de Paz Díez Taboada



Cuando me lleve mi contraria estrella
lejos de ti, me soñaré contigo…
Carolina Coronado

Esta tinta olorosa me retorna,
con su aroma dulzón, a aquellos tiempos
de latines ingenuos y azulados,
de desinencias y conjugaciones:
lupus, lupi, vederunt o vedere,
ego nominor Leo… -¡qué difícil!-.
A punto estaban de sonar las doce.
Por la ventana abierta subía el vocerío
de un mediodía orondo, rodando calle abajo.
Isolina y Chiruca berraban, desabridas,
por el precio tan caro que hoxe ten o peixe.
¡Qué bonus, bona, bonum! Pero pronto las horas
tocarán para mí eo, is, ire…
-Las hojas olorosas, profesor, me las llevo
-le dejo su latín- a la tierra reseca
en donde apenas llueve. Ellas tienen la llave
para abrir la memoria de aquel dies, diei.
Su aroma romperá el hormigón del tiempo
y, con el corazón, -audio, audis, audire-
oiré en La Berenguela dar las doce.



Poema Celebración Del Otoño Atribulado de Paz Díez Taboada



In memoriam Ch. D. T.

Olvidaré las olas de la playa lejana
y las noches orondas como carpas de circo.
Olvidaré el espeso aroma del salitre
y el ostentoso yate anclado en la bahía.
Me pongo las pantuflas y vigilo ese viento
que avanza, bronco y sucio, revolviendo la calle,
derrotando las hojas, desatando las nubes,
cerrando las ventanas con barrotes de lágrimas…
Ya se instalan la ausencia y el silencio. La noche
se alarga como un manto que ensaya la caída.
La lámpara derrama una lluvia insistente
sobre la vieja noria del quehacer cotidiano.
Celebraré este otoño, pálido como el miedo,
triste como una hoguera que se apaga.
Brindaré por las rosas y entonaré bajito
una canción de cuna para las horas muertas.



Poema Brindis de Paz Díez Taboada



Las flechas, rotas, y el jardín, seguro.
El humo nada entre los aires vagos.
¡Traedme el vino, y dejaré que caiga
sobre el tapete la verdad inerme!
Ya tengo más de un muerto en el almario,
más de un cadáver bajo el alfombrado
-de hierbas y de flores- triste suelo.

Mi memoria, que os llama inútilmente,
anda vagando por los cementerios
vestida de fantasma. Mi memoria,
brindando con la muerte.



Poema Boliche de Paz Díez Taboada



¿Quién eres tú, Boliche, que con azules lágrimas
me asaltas en la hora del olvido obstinado?
De tu postal, al dorso, las palmeras se cuelgan
como arañas sombrías en un cielo azul-acre,
rodeando, acechantes, al cenachero enclenque
-garabato de bronce sobre el Mediterráneo-.
Aún puedo recordar la vieja cantilena.
Entre juegos, jadeos y risas, la cantaban
niños de ayer, paseando la merienda
-pan de centeno y negro chocolate-:
Bolíiiche, gritan los niños del pueblo,
Bolíiiche, si te he visto no me acuerdo…
¿Quién eres tú, Boliche? Si alguna vez te he visto,
se me escapa tu rostro por el hilo de letras,
desemboca en la rúbrica -lazo azul de misterios-,
y el viaje fatigoso, remando a contra/tiempo,
me estrella en el fracaso de un nombre sin memoria.
El llamarte Boliche me robó tu figura
y me dejó sentada ante el mar del olvido,
mirando cómo avanza la ola de la firma,
larga lengua de asombros que me borra tu imagen.



« Página anterior | Página siguiente »


Políticas de Privacidad