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Poema Mar De Fondo (xi) de Francisco Hernández



A una mujer que va de viaje al mar es inútil llenarla de palabras.

El mar le chupa los vertederos de la sinovia, le abrillanta la voz, dibuja su abdomen en la arena, le corta la respiración con sus alfanjes herrumbrados.

A una mujer que va de viaje al mar no le hablen de la tierra firme ni de los muelles del estado de gracia. No le instrumenten fados ni le esculpan mascarones de proa.

Porque a una mujer que va de viaje al mar, llámese Paura o Escafandra, se le ahogan los sueños.



Poema Mar De Fondo (x) de Francisco Hernández



Paura no tiene cono: tiene un molusco arroz entre las piernas, un coral palpitante, un fruto que perfuma mis vísceras y el aliento de los tiburones.

Cuentan que fue muy bella en su primera infancia. Dicen que su pelo servía de faro en noches de tormenta y que su lengua salvó a más de una tripulación consumida por el escorbuto.

Hay tonos de su piel que destrozan las redes.

Sus pezones señalan a quienes van a perecer ahogados.

En su culo profundo anidan cormoranes.

Ella es el premio con que sueñan arponeros mutilados, buzos dementes y gavieros incógnitos.

Gélida su espalda cuelga del cuello. Y su efigie picotea mis labios abandonados en la playa.



Poema Mar De Fondo (viii) de Francisco Hernández



La primera mujer que recorrió mi cuerpo tenía labios de maga: labios verdes y azules, con sabor a fruto silvestre, con señales indescifrables como la miel o el aire.

Muchas veces incendio mis cabellos con siete granos y siete aguas, cOn ensalmos que sonaban a campanillas de barro, con nubes de copal que se mezclaban al embrión que recorría mi frente coronada por ramos de albahaca.

Toda la noche ardía la pócima bajo mi cama.

Al día siguiente, un niño nacido después de mellizos la arrojaba al río, de espaldas, para no ver el sitio donde caía ni el vuelo repentino de los zopilotes.

Entre tanto, mi madre me contaba lo que Colmillo Blanco no sabía de la nieve y el recuerdo del mar era un espejismo bajo las sábanas.



Poema Mar De Fondo (ii) de Francisco Hernández



Cierro los ojos. Me arrastra el sopor hacia los territorios de la fiebre y, mecánicamente, limpio mis dedos pegajosos de semen en la trama del mosquitero.

Oigo a lo lejos el mundo de mi madre, su andar entre las brasas, su diálogo con el rencor que le acompaña: hablan de mi padre, de la mujer que tiene, de su risa, que suena como tromba de flores pisoteadas.

Con el silencio fijo en el vacío pienso en los tigres de Mompraeem, en las redondeces de Paura, en un jonrón con tres hombres en base.

Afuera está la herida pero no quiero salir a su encuentro, debo continuar enfermo siempre, sin tener que bajar a tierra, sin enfrentarme a nada ni a nadie, ni siquiera a las piernas de Paura ni a un campo de béisbol ni a la luna llena del espejo.

Hoy, apunto en el cuaderno de bitácora, empieza el fasto de los grandes viajes. Y el ave Roe emerge a los pies de mi lecho.



Poema Mil Veces Callo de Francisco De Aldana



Mil veces callo, que romper deseo
el cielo a gritos, y otras tantas tiento
dar a mi lengua voz y movimiento,
que en silencio mortal yacer la veo.

Anda cual velocísimo correo
por dentro el alma el suelto pensamiento,
con alto, y de dolor, lloroso acento,
casi en sombra de muerte un nuevo Orfeo.

No halla la memoria o la esperanza
rastro de imagen dulce y deleitable
con que la voluntad viva segura.

Cuanto en mí hallo es maldición que alcanza,
muerte que tarda, llanto inconsolable,
desdén del cielo, error de la ventura.



Poema Materia De Distintos Lais de Francisco Cervantes



A la sombra más pegada del muro
Apenas se le nota;
No sin insistencia se remueven
Los tonos y las líneas cercadoras.
Así la suerte del correo insensato.
Entre amantes, amigos o enemigos
Su propia vida pasa prontamente:
No otra ya tendrá.
¿Recibiste y llevaste las frecuentes
Oleadas de tu dicha o tu desracia?
¿o sólo eres
Aquel que observa y que registra
la vida de los otros?
Torpe y secreto mejor que fascinante,
Dueño de tu latín más que del de otros,
Hablando tus ficciones, tus dolencias,
Tus vicios, tu existencia,
Aunque relates
Materia de distintos lais.



Poema Muros De Arezzo de Francisco Brines



Dentro de aquella descarnada iglesia
la nave era una sombra, cuyo aliento
era un vaho de siglos, y en la hondura
vimos la luz sesgando el alto muro.
Y el sueño humano allí, con los colores
del más ardiente engaño, las cenizas
del deseo de un hombre sepultadas
en árbol, en corcel, séquito o ángel.
No puso fantasía ni invención:
sobre la faz del hombre y de la tierra
dejó el orden debido; y admiramos
no la belleza física, la imagen
de nuestra carne serenada. Suma
de perfección es la cabeza humana,
sin fuego de alegría y sin tristeza;
ni altiva ni humillada bajo el arco
del aire azul, tan quieta la mirada
que deja a los caballos sin instinto,
sin crecimiento natural al árbol.

Se nos narra una historia de este mundo;
el pretexto remoto de unos seres
como nosotros mismos, mas sabemos
que el bien y el mal aquí no son pasiones.
La pintada pared nos muestra el sueño
que abolió nuestra escoria: son iguales
el moribundo y el que ama, reyes
y palafreneros, montes o lanzas,
la desnudez y el atavío, sol
o noche, los piadosos y el guerrero,
la sed y la coraza, quien vigila
y el dormido en la tienda, la señora
y sus damas, el estandarte rojo
y el sepulcro, el joven y el anciano,
la indiferencia y el dolor, el hombre
y Dios.
Enamorado alguna vez,
y haciendo realidad el viejo sueño
de una mejor naturaleza, quiso
la perfección. Recordando el amor,
la dicha mantenida, sus pinceles
conservaron los hábitos y gestos
terrenales, copió la vida toda,
y a semejanza de él, aunque visible,
un aire hermoso y denso allí respiran
logrando un orden nuevo que serena:
feliz; sin libertad, vive aquí el hombre.

«Palabras a la oscuridad» 1966



Poema Mis Dos Realidades de Francisco Brines



Era un pequeño dios: nací inmortal.
Un emisario de oro
dejó eternas y vivas las aguas de la mar,
y quise recluir el cuerpo en su frescura;
pobló de un son de abejas los huertos de naranjos,
y en tomo a tantos frutos se volcaba el azahar.
Descendía, vasto y suave, el azul
a las ramas más altas de los pinos,
y el aire, no visible, las movía.
El silencio era luz.
Desde el centro más duro de mis ojos
rasgaba yo los velos de los vientos,
el vuelo sosegado de las noches,
y tras el rosa ardiente de una lágrima
acechaba el nacer de las estrellas.
El mundo era desnudo, y sólo yo miraba.
y todo lo creaba la inocencia.

El mundo aún permanece. Y existimos.
Miradme ahora mortal; sólo culpable.



Poema Mere Road de Francisco Brines



Todos los días pasan,
y yo los reconozco. Cuando la tarde se hace oscura,
con su calzado y ropa deportivos,
yo ya conozco a cada uno de ellos, mientras suben en grupos
o aislados,
en el ligero esfuerzo de la bicicleta.
y yo los reconozco, detrás de los cristales de mi cuarto.
Y nunca han vuelto su mirada a mí,
y soy como algún hombre que viviera perdido en una casa de
una extraña ciudad,
una ciudad lejana que nunca han conocido,
o alguien que, de existir, ya hubiera muerto
o todavía ha de nacer;
quiero decir, alguien que en realidad no existe.
Y ellos llenan mis ojos con su fugacidad,
y un día y otro día cavan en mi memoria este recuerdo
de ver cómo ellos llegan con esfuerzos, voces, risas, o
pensamientos silenciosos,
o amor acaso.
Y los miro cruzar delante de la casa que ahora enfrente
construyen
y hacia allí miran ellos,
comprobando cómo los muros crecen,
y adivinan la forma, y alzan sus comentarios cada vez,
y se les llena la mirada, por un solo momento, de la fugacidad de
la madera y de la piedra.

Cuando la vida, un día, derribe en el olvido sus jóvenes edades,
podrá alguno volver a recordar, con emoción, este suceso mínimo
de pasar por la calle montado en bicicleta, con esfuerzo ligero
y fresca voz.
Y de nuevo la casa se estará construyendo, y esperará el jardín a
que se acaban estos muros
para poder ser flor, aroma, primavera,
(y es posible que sienta ese misterio del peso de mis ojos,
de un ser que no existió,
que le mira, con el cansancio ardiente de quien vive,
pasar hacia los muros del colegio),
y al recordar el cuerpo que ahora sube
solo bajo la tarde,
feliz porque la brisa le mueve los cabellos,
ha cerrado los ojos
para verse pasar, con el cansancio ardiente de quien sabe
que aquella juventud
fue vida suya.
Y ahora lo mira, ajeno, cómo sube
feliz, encendiendo la brisa,
y ha sentido tan fría soledad
que ha llevado la mano hasta su pecho,
hacia el hueco profundo de una sombra.



Poema Madrigal Nocturno de Francisco Brines



Tus nocturnos cabellos de oro, racimillos de uva,
vericuetos de la paciencia y asombros del espejo,
¿cómo usar de ellos, pues que sin pensamiento, aún vano,
existen?

Tentación de la mano, si no desenredara presas plumas
de siniestras aves: encanalladas risas
callejeras, gestos mohines, escándalos domésticos;
tentación de los ojos, para enjugar sus blandos hilos
el apócrifo llanto de un alba más cercana,
con más copas bebidas;
ardiente tentación de hacer caer en ellos
el tedio de las horas, la dormida ceniza del cigarro.

¿De qué podrá servir, en esta noche, tu artificiosa adolescencia?



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