poemas vida obra luis antonio de villena

Poema Emblema Sobre Un Tópico Antiguo de Luis Antonio De Villena



Me gustaría invitarte una noche (y aún lo espero)
a charlar, para que te vieran, y a tomar una copa juntos.
(Porque es emocionante discurrir junto a un cuerpo tan hermoso
y tan joven, y verlo con deleite, sin prisa, y que lo crean tuyo.)
Y cuando el camarero nos tendiese la copa, exuberante,
grata, y colmada de algún licor entre el hielo y el oro,
a la luz íntima y brillante de las lámparas, Vitucho,
te diría: ¿La ves? Fulge el cristal, y el licor rebosa.
Tras un breve rato, aún en plena noche, estará vacía
y sucia. Las huellas de los dedos pegadas al vidrio. Ida.
Y te diría que tu adolescencia es, ahora, como esa copa
rebosante. Te lo diría, y te miraría y esperaría que entendieras.

«El viaje a Bizancio» 1972 – 1974



Poema El Joven De Los Pendientes De Plata de Luis Antonio De Villena



Llevaba días viéndole en el bar,
apoyado en la barra y bebiendo cerveza.
Jamás respondió a mis miradas
(que probablemente no viese) y cuando
pregunté a los parroquianos si sabían de él,
ninguno -ni los camareros- pudieron darme nuevas.
Apenas hablaba, y aunque joven de cierto,
parecía perdida su mente en lejanías,
como si algo le arrastrase hacia un remoto tiempo.
Moreno, con botas negras y chaquetón azul,
llevaba en coleta el pelo, y pendientes de plata.
Pero eran sus ojos sobre todo, sus profundos
y grandes ojos garzos, lo que más me impresionaba
en aquel hermoso y triste solitario de la barra.
No: La gente siguió sin saber nada. Y entonces
me decidí (suelo ser muy osado) y me acerqué
y le pregunté, invitándole a la par a otra
cerveza. Me miró sonriendo -sin sorpresa-
y tuvo la actitud del que concede, aunque
apenas dijera una palabra. Tras ciertos circunloquios
vanos, contestó que su oficio era el mar.
Que había viajado mucho, cambiado también
de empresa, y que en fin, estaba muy cansado.
Hablaba un español con acento entre holandés
y brasileño, y mientras decía y bebía (cordial siempre)
perseveraba su dejo de añorante distancia.
Le propuse si quería acompañarme a casa,
y beberse conmigo -oyendo música- la última cerveza.
Sonrió como quien ya supiera, y me hizo otro gesto
indicando la puerta. Mis amigos me vieron salir,
amedrentados, con aquel extranjero de pendientes argénteos.
Y cuando concluimos la cama y las cervezas,
y hablamos de aventuras y pasiones, y del amor
al riesgo, mientras se vestía (cuerpo delgado
y duro, cálido y cobrizo) torné a preguntarle quién era
y cómo se llamaba, pues nunca dijo el nombre.
Con un leve desdén en la boca perfecta,
me pidió dinero para pasar la noche y replicó
(abrochándose el cinturón y francamente hilarante):
Ya ves, tío, yo soy el último pirata del mar
los Sargazos.
Le contesté riendo: ¿Pero aún
queda alguno? Nosotros ya creíamos que todos habíais
muerto.Y entonces, con tristeza, tras tomar el billete,
y a punto de largarse, me miró suavemente:
Pequé con delirio en los mares de España. Adiós, chico.
No me permiten todavía que muera
. Y escuché el ascensor
el sonido del viento que en la calle silbaba.



Poema Epinicio de Luis Antonio De Villena



Salta al aire, y arde al sol en un brillo encendido.
El músculo se estira victorioso. Ondea el pelo rubio,
y bailan sedas de agua sobre una piel de oro.
Bulle un río, y el cuerpo es la sed de una batalla.
Los brazos se alargan, y las piernas armoniosas
y brillantes. Se cierra un bosque al cerrar los ojos.
Cantan las manos. El cuerpo adolescente reta al aire.
Como un himno se eleva la figura, y se ondula.
El pelo nada, la piel seduce al ámbar, y el impulso
se transforma en joven música encendida. Salta ahora.
Y es todo victoria. Quien saltó y quien baja es otro distinto.
Y va más allá el milagro porque es otro el que mira.



Poema El Invierno De La Edad Media de Luis Antonio De Villena



Desaté tus sandalias
y te besé los pies. Fríos, estaban fríos
y hermosamente rojos de la nieve.
Tumbados junto a un fuego de encina,
entre ese olor vegetal y cálido del mundo,
oíamos a los monjes cantar salmos, muy oscuramente…
¡Tu cuerpo hermoso! ¡Cómo besé tu cuerpo,
tan blanco, dulce y fuerte, mientras te entredormías!
Tragué tu sexo entero.
No podía olvidar que caminábamos juntos, flagelantes,
hacia el perdón y hacia la penitencia…
El silencio parecía un gigante
y el rezo de los monjes el retumbe de un barco en la galerna.
No sé si me decías:
¿Estamos cerca ya del final de los tiempos?
Tu cuerpo de tan recio me parecía dulce.
Dulces fríos tus pies. Dulce tu axila.
Tu cuerpo, con el sayal subido.
Tu cuerpo erecto allí.
No sé adónde íbamos. Era el más duro invierno.
La nieve más profunda. y la voz de los monjes
retumbaba en la piedra.
La música -dijiste- la música…
Tus labios eran rosas, suavemente rojos
como tu dulce cuerpo…
Hermano mío de tiempo y penitencia.
¿Qué hacemos los dos juntos? ¿Dónde vamos?
¿Dónde nos lleva el miedo? No es la peste, no el hambre.
El viento ruge en el claustro de piedra.
Los monjes cantan en plegaria de sombra.
Estamos solos, tú y yo, hermano. Solos…
Es una Edad media interminable. Fuego ahí, en la noche oscura.



Poema Una Escena Del Mundo Flotante de Luis Antonio De Villena



Fue, en cierto modo, una historia trivial.
Yo tuve, hace años, algunas parecidas.
Si acaso, aquí no era común su insólita belleza,
ni tampoco su bondad, su grata camaradería.
Lo había mirado varias veces, en ese tiempo
en que la noche era para mí como una caja de sorpresas.
Alguien -no sé cómo- nos acercó un día
en un barito de esos, en calleja pobre y mal estilo
inglés… (Un lugar, incluso hoy, para el desdén absoluto
de la burguesía.) Y todo fue fácil y en seguida.
Tomamos una copa, repasamos los sitios
en que sin duda, días atrás, nos habríamos visto,
y un rato después entrábamos en una cama fría.
Pero era tanta su belleza, había tanta perfección
y calor en su joven cuerpo colmado de delicia,
que recuerdo que al meterme en sus brazos,
al besarnos, y sentir el tacto de su piel total
por vez primera, me estremecí absolutamente,
y me dije que sí, que era verdad, que estaba allí,
y que su boca, su cálida boca, buscaba la mía…



Poema Un Cuento En Azul de Luis Antonio De Villena



Seguramente estaba sola.
Llevaba los ojos muy cercados de negro.
Era mayor, vieja, con ropas gastadas.
Por la noche -más aún en invierno-
se acercaba a los jardines del convento o del parque
con su bolsa de plástico
llena de despojos para gatos.
Junto a las verjas, entre las plantas, por las aceras
nocturnas,
la vieja dama de los ojos negros,
más sola que el más solo de la tierra,
buscaba a los gatos.
Bonito ven. Ven, mi rey. Para ti también, mimosa.
Toma, linda. Ay, qué bueno, tesoro…
y los gatos callejeros, los gatos atigrados del jardín,
la iban rodeando zalameros, altivos, dulces,
formando una Piedad extraña
de una madre y sus hijos, en el fin de los tiempos.
Mira a la gatera (oí decir otra noche
a unos que pasaban) vaya vieja loca…
Pero la vieja dama de los ojos negros,
con su bolsita de plástico y despojos,
ya no oía. Nunca oía. Porque el mundo
-desde hacía mucho tiempo-
no era afortunadamente real para ella.
Por ello nos sorprendió saber
que una noche de aquellas,
un hermoso muchacho con uniforme azul
se acercase a la dama y le dijese:
Soy el Rey de los Gatos, madame.
Y se cruzaron sus miradas.
Y el muchacho de los ojos gatunos la besó en la boca.
Los gatos se restregaban en sus piernas.
Y tomó de la mano a la dama.
Y se fueron hacia un mundo perfecto,
un maravilloso mundo de luz
que un benévolo dios creó para las viejas locas,
donde los gatos son chicos
y los chicos son gatos
que tienen siete almas, y no envejecen nunca,
como quiso aquel Rey
del Día Primero del Antiguo Mundo Bien Hecho.



Poema Un Arte De Vivir de Luis Antonio De Villena



Vivir sin hacer nada. Cuidar lo que no importa,
tu corbata de tarde, la carta que le escribes
a un amigo, la opinión sobre un lienzo, que dirás
en la charla, pero que no tendrás el torpe gusto
de pretender escrita. Beber, que es un placer efímero.
Amar el sol y desear veranos, y el invierno
lentísimo que invita a la nostalgia (¿de dónde
esa nostalgia?). Salir todas las noches, arreglarte
el foulard con cariño esmerado ante el espejo,
embriagarte en belleza cuanto puedas, perseguir
y anhelar jóvenes cuerpos, llanuras prodigiosas,
todo el mundo que cabe en tanta euritmia.
Dejar de amanecida tan fantásticos lechos,
y olerte las manos mientras buscas taxi, gozando
en la memoria, porque hablan de vellos y delicias
y escondidos lugares, y perfumes sin nombre,
dulces como los cuerpos. ¡Qué frío amanecer entonces,
qué triste es, qué bello! Las sábanas te acogerán
después un tanto yermas, y esperarás el sueño.
Del día que vendrá no sabes .nada. (No consultas
oráculos). Te quemarán hastíos y emociones,
tertulias y bellezas, las rosas de un banquete
suntuario, y las viejas callejas, donde se siente
todo, en el verano, como un aroma intenso.
Vivir sin hacer nada. Cuidar lo que no importa.
y si todo va mal, si al final todo es duro,
como Verlaine, saber ser el rey de un palacio de invierno.

«El viaje a Bizancio» 1972 – 1974



Poema Tractatus De Amore de Luis Antonio De Villena



I
No digas nunca: Ya está aquí el amor.
El amor es siempre un paso más,
el amor es el peldaño ulterior de la escalera,
el amor es continua apetencia,
y si no estás insatisfecho, no hay amor.
El amor es la fruta en la mano,
aún no mordida.
El amor es un perpetuo aguijón,
y un deseo que debe crecer sin valladar.
No digas nunca: Ya está aquí el amor.
El verdadero amor es un no ha llegado todavía…

II
Y es que el verdadero amor -nos dicen- nunca jamás
se parece a su imagen.
Disociadas la forma y la materia,
se nos obliga a elegir,
considerando en más a la anterior morada.
(¡Pequeña traición, dulce retaguardia, muy humana!)
Porque el verdadero amor coincide
con sí mismo,
y dice bien Novalis que todo será cuerpo
un día que anhelamos.
Columna de oro y niño de azul,
el tetractys entregado en la mirada,
tú fuiste al tiempo unísono
el amor y su imagen
y sólo la realidad trastocó nuestros cuerpos
o confundió con falsa voz nuestra amistad equivocada.
Porque no siempre es posible el encuentro
y hostil es, a menudo, el bosque y su carcoma,
y se cubren los senderos de hojas malas…
Mas el verdadero amor, el alto amor,
-lo sé y te vi-
coincide, inevitablemente, con su alta representación afortunada.

III
¿Será el amor vencer tan sólo al cuerpo
con el cuerpo? Porque el ansia de beldad
empuja hacia dentro, para alcanzar un alma
confundida con las formas mismas de la materia…
Y al succionar los labios bebes alma,
y al estrechar el pecho tocas otro jardín
cuyas ramas te alcanzan. Queremos romper
el cuerpo para encontrar el cuerpo, bañarnos
en el pozo acuático de adentro con la imagen
misma que la luz nos muestra. Posesionar
el cuerpo para tocar un alma que es el mismo cuerpo.
Pues al ver y palpar el dorado desierto
de tu cuerpo, saltaba el alma en mis labios
deseando entrar en ti, restregarse a ti, ser en ti,
chupando tus axilas y tus nalgas y tu cuello,
ebria de ti, la absurda, la infame, la degenerada…

IV
Ya que el más alto amor es imposible.
Ya que no existe el alma pura convertida en cuerpo.
Ya que el instante detenido
(¡oh, párate un momento, eres tan bello!)
no es más que un grato sueño de la literatura.
Ya que se muda el dios de un día
y el tiempo torna falaz toda imagen armónica.
Ya que el eterno muchacho es sólo mito
y fugaz representación que solemniza el arte;
cuando alguien nos provoca amor,
cuando sentimos el ansia irreprimible
de estar con fuertemente, y de abrasarnos,
cuando creemos que aquel ser es toda
la dorada plenitud, sin dudar nos engañamos.
(Una magia y un deseo nos embaucan.)
No existe el sumo amor. Es tan sólo
un impulso del alma, y unas horas o unos meses,
ciegos, felices, burlados…

V
Aunque quizá todo esto es mentira.
Y el único amor posible (entiéndase, pues el Amor con mayúscula)
sea un ansia poderosa y humilde de estar juntos,
de compartir problemas, de darse calor bajo los cubrecamas…
Reír con la misma frase del mismo libro
o ir a servirse el vino a la par, cruzando las miradas.
Deseo de relación, de compartir, de comprender tocando,
de entrar en otro ser, que tampoco es luz, ni extraordinario,
pero que es ardor, y delicadeza y dulzura…
No la búsqueda del sol, sino la calma día a día encontrada.
El montón de libros sobre la mesa, tachaduras y tintas
en horarios de clase, el programa de un concierto,
un papel con datos sobre Ophuls y la escuela de Viena…
Quizá es feliz tal Amor, lleno de excepcionales minutos
y de mucha, mucha vulgaridad cotidiana…
Amor de igual a igual, con arrebato y zanjas, pero siempre amor,
un ansia poderosa, pobre, de estar unidos, juntos,
acariciar su pelo mientras suena la música
y hablamos de las clases, de los libros,
de los pantalones vaqueros,
o simplemente de los corazones…
Aunque quizá todo esto es mentira.
Y es la elección, elegir, lo que finalmente nos desgarra.

VI
Pero no utilices la palabra desprecio
si no aceptan el amor que regalas.
Si es un amor de palabras dulces,
de comprensión, de afecto, de ternura,
sabrás bien que el obsequio que
ofreces no lo has de dar tú solo…
Y si es pasión tu amor,
si es un arrebatamiento que desborda
y desdeña la vida cotidiana,
entonces el regalo recae sobre ti propio.
Desprecio no habrá en ningún caso.
Sólo carencia. Echar algo en falta.
Pero es que todo gran amor,
el poderoso amor, el importante amor,
el que llenaría plenamente un vivir,
ése es siempre ausencia, hay un foso
siempre; lo ves y no lo alcanzas…

VII
Eres, al fin, el nombre de todos los deseos.
No importa sin en ti buscamos la solicitud o la amistad.
No importa si es el río dorado de la carne,
o el alma, el inasible alma,
siempre la última frontera.
Son tuyos todos esos nombres, y en ellos te vemos
pero nunca, jamás te acercas.
No eres el codiciado calor de la leña
que temen perder quienes tienen morada y compañero.
No eres el brillo acuático, ni la piel del ídolo solar
que buscan paseantes solitarios.
Tampoco la marcha alada, el cendal bello, la plática antigua
del que desea la corpórea forma (aunque espiritual)
del ángel…
Sombrío dios sin devotos, les prestas tu mirar a todos ellos,
pero ninguno eres.
Estás siempre más allá, más lejos.
Y no te adornan aljabas ni rosas.
Ni proteges en tu seno a quienes nombran la palabra amor,
o dicen cumplirla, célibes y familiares.
Sobre tus largas uñas pones frío oro molido,
y en tus ojos oscuros dejas entrar la luna…
¿Qué nombre darte? ¿Amor Hipólito, Cupido?
Eres un dios de muertos. El dios, por excelencia.
Y pues que nada te cumple, ni rosas te sirven
ni anacreónticas imágenes.
Frío cuerpo de oro, las rojas amapolas te coronan
y las plantas del largo sueño eterno.



Poema Sed Pagana de Luis Antonio De Villena



Yo miraba aquella noche arder la maravilla.
Os veía abrazándoos, bebidos, tan jóvenes los dos,
bailando entrelazados, alegres, entre la música
festiva y la entibidada luz de un lugar clandestino.
Observaba los ojos cariñosos, el biselado exacto
de los cuerpos tersos -serían apenas diecisiete años-
el fogoso frescor de pestañas y labios. En ambos
la hermosura. La indolencia natural de lo perfecto.
Y pensaba, mirándoos, que mi placer de belleza
y de ginebra no iba desinteresado con la envidia.
Que debía sufrir, claro, por no participar en ese reino.
Pero miraba y era deleite sólo vuestra danza,
deseo vuestras ondas de euritmia jovencísima.
Y pensé: No buscamos el logro, anhelamos deseo.
Que no es la fuente sólo, sino la sed que invita.
De pie en el antro penumbroso, sumido entre la música,
yo miraba aquella noche arder la maravilla.



Poema Satélite Del Amor de Luis Antonio De Villena



The moon is the mother of pathos and pity
Wallace Stevens

Es hermoso y sagrado el reino de la noche,
lo pueblan suaves seres que maquillan sus ojos
y mezclan la tristeza con el sabor del júbilo.
Seres agrestes para quienes el amor tiene
todos los nombres del peligro. Las lámparas dejan
su ámbar por la noche. La lluvia su dulzura.
Los inmaduros cuerpos el delicado olor de su erotismo.
Rugen las motos. Cada puerta es un viaje sin destino.
Entonces tu cabello, como la piel suave de los hombros
desnudos, abunda más en bronce, se abandona a los tactos.
Son más dulces los labios. Más cálido de luna el río
esbelto y bello de tus piernas. Somos de ese reino,
donde como en Chuang-tsé, el filósofo, se mezcla sueño y vida.
Donde amar es provocación y goce, y un cuerpo el misticismo.

«El viaje a Bizancio» 1972 – 1974



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