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Poema Fuera De Ti de Juan Carlos Suñén



Fuera de ti la tierra no es distinta,
ni es distinta la copa,
pero bajo esta carpa nadie contrata al huésped, y ningún
hombre llega hasta su muerto
antes de estar vivido.

Y allí rendiré cuentas
a la que está diciendo en lo lejano
de mí, a la adelantada
de mí, lejos del duelo
y lejos de la altura
de las aves que no pasan errantes.)



Poema Hasta El Sólido Banco… de Juan Carlos Suñén



Hasta el sólido banco de la paciencia los días
pasarán sus arrojos, y sus acatos las noches.
Sobre el último ay caerá el escombro del tiempo
y aún bailarás descalza entre mis huesos pelados.



Poema Allí Los Corazones de Juan Carlos Suñén



claman sin descubrirse. El sufrimiento dicta
sin vergüenza su precio. Le susurra
su confidencia el hombre
al lobo. La costumbre
se ciñe a ese rencor. La casa firme,
dura más que el presente, se remonta
a una fragancia pequeña.

Cuando había un sombrero
en la repisa de los sombreros.

De «El hombro izquierdo» 1997

* *



Poema Mamá Persigue… de Juan Carlos Suñén



Mamá persigue, es el juego.
Al final del corredor la pared nos detiene.
Se adelanta el instante desde lo asegurado:
llega el abrazo, mimoso.
La mano izquierda sobre su pecho firme, pequeño
bajo un pañuelo de pico.
Su cuello huele a árbol de té. Corre una gota
de sudor hacia el hombro
izquierdo. Se hace oscura
en el halo forzoso del padre; deja dicho
cuerpo ese día en los años
antes de marchitarse.
Tan pequeño,
ya sé que volverá.

La pared huele a hueso,
nunca se ha ido ese olor.



Poema Cien Niños de Juan Carlos Suñén



I

Soñaba entre hojarasca y entre vidrios borrosos hombres acobardados
envueltos en sus centones, haraposo afilándose bajo el barro. Soñaba
que la casa se iba de los pequeños, hacia el marrón y el índigo, como una
mujer enferma cuando el pecho escondido se hace notar de pronto.

Eran las sombras largas, los fantasmas de azolve remisos a deshacerse,
odiaba cosas para siempre perdidas. Hablaba de ese sueño entre la
charla atenuada y otras torpezas propias de los proveedores. Y preguntó
por qué batimos la colada toda la noche, por qué el reloj batiera toda la
santa noche. No preguntaba por sus padres.

La madre puso un unto privado en las bisagras, pero el chirrido fino se
escapaba de ellas a lo largo de meses, avisando. Era el lamento de la casa,
avisando, seguido sólo del sudor, y de ese ahogo que le venía cuando se
alborotaba la ceniza porque el que bebe ahora en una copa de piedra (y
aún así no se vuelve más fuerte en su memoria, sino que se hace canto
en derredor de su raza) se buscaba de nuevo quebrándose en los suyos.

Por fin habló de las casas¹, con la subida, en que todos los muros vacilaron
a una y las viejas de leche gimieron hasta el alba. Toda la santa noche. Y
las palabras lo enterraron todo, por segunda vez, bajo el horror de los
otros.

Estuvo aquí siete años y aprendió a restañar, a tener miedo a lo visible,
a dar las gracias.

II

El día en que su madre se sacudió la blusa, nos lo trajeron: sucio, descosido
y bebiendo sus pensamientos de una larga botella cuyo contenido
conocíamos apenas por los escasos y mal redactados informes que le
habían precedido.

Las nubes oscurecían la tarde recién entrada amenazando una lluvia
última antes del calor, y los pájaros iban y venían los unos agitando a los
otros sobre el ominoso cemento del patio. Preguntó por qué no había
barrotes en las ventanas, pero no escuchó la respuesta. Cenó bien,
y se durmió sin hablar. Pero hubo perros durante semanas, sábanas
húmedas, insultos. Perros contra la noche del infeliz que no podía hacer
otra cosa que guardarse su miedo hasta la mañana siguiente.

Luego tomó por otra parte, de repente. Y desaparecieron la enurosis, la
rabia y el dolor, los perros cuando aún podían ser últiles. Él mostraba su
mano tras las puertas del barrio y las vecinas le ponían un buñuelo de
bondad, hermético, rico en óxidos dulces y no en quitar la pena como el
transparente alcaloide del padre. Quizás llegó a pensar que andar por ahí
calzado, que jugar en el patio, que apoyar la cabeza en el paño y soñar
eran buenas andanzas para un niño dejado. Nunca alcanzó a decirnos lo
que llegó tan pronto, tan de repente armado, hasta el hombre que gana a
lo vencido y quiere más lo bueno de lo malo.

Se alzó egoista ante el mundo como un objeto de arte. Faldero en su
animosa soledad despreciada². Bello siempre en su esquiva
determinación fotográfica, siempre a punto de ser abatido por un deseo.

¹ En esta última articulación de la imagen antes de despedirla, devolverla material
al otro lado de una transparencia que la alejará para siempre de la recién adquirida razón.

²Pues si la artesanía es el arte de lo útil, lo fácil o lo obvio, el arte es la artesanía de lo difícil, lo inesperado y lo inútil. Y ese valor que se sostiene en un trabajo extraordinario de la voluntad no es ni arbitrario ni perecedero: carecemos de todo derecho a despreciarlo, reclamarlo o usarlo.



Poema A Pocos Kilómetros de Juan Carlos Suñén



el autocar le deja donde la piedra se abre
al cielo. En lo más alto
de abajo, en lo más bajo
de arriba. Tanto cielo,
incomprensible desde la casa.

Allí comienza un breve
ascenso. Poseída
por la fronda y el musgo,
la ruina salva su belleza. Quiere
mirar con ojos ebrios
tanta serenidad. En lo que fuera
claustro (y taller) la inútil
arrogancia del gesto se detiene.

El tejo habla.
Y si el hombre
pudiera un voto sería
este que sabe ser inagotable
sin hacer daño, ser centro
y ser contorno bajo
la amenaza o promesa
de hacerse nuevo sin hacer acopio.

Canta
la abubilla su gesto sin dejarse ver
la duración exacta del presente.

De «El hombro izquierdo» 1997



Poema Tan Sólo Unas Semanas Y Algo Hurga de Juan Carlos Suñén



sin pasado en la tierra,
solo y de buen humor en los pulgares
del domingo; aunque siga
volviéndose sin causa
cuando es la voz pequeña la que llama.

Bajo los soportales
las mujeres pasean con los hijos del año
de la sequía, se paran
para ofrecerlos aún no horripilados
a la mueca del hombre. Que hablaría
bajito, muy bajito,
en el dialecto del dolor; pero hace
sonar sus llaves.

De «El hombro izquierdo» 1997

* *



Poema La Rosa Se Ha Propuesto de Juan Carlos Suñén



ceder, su voluntad es esa sobre los tréboles.

Su voluntad es puro
sedimento, un dolor del que otro
no podría echar mano. El viento deja
quieto al milano y humo
dulce en los arañoles, trae del pueblo
olor a hoguera recién cortada.

El monte
es una mesa negra, casi humana,
para el festejo de la primavera.

De «El hombro izquierdo» 1997

* *



Poema Y Cierra de Juan Carlos Suñén



la puerta, vuelve
el rostro: mira al perro
por encima del hombro
izquierdo. Siente la punzada.

También ha sido
zarandeado por la noche, pero
pensando en ello nunca
se salva cosa. Vale
sólo luchar contra el caolín molido
de la esperanza, una
y otra vez sacar brillo al mismo objeto,
roer el mismo juguete.

De «El hombro izquierdo» 1997

* *



Poema Y Ladra Dueño de Juan Carlos Suñén



a la que da a la calle.
Despierta al del sofá.

Sólo han sido dos días y dos noches
cuando el pelo sudado y la lengua inservible
no son forma de abrir. Nadie ha venido
pero tiene la leche
nueva y el pan del día
sobre la mesa, el que asoma
de lado deshaciendo
sus ojos ha esperado
más de lo que es prudente.
Que no es nada,
de lo que lleva envuelto
en papel de periódico, le dice.
Tuerce cada
palabra, yo el que escribe
en las tapias. Le pone
eso en las manos frío
y pegajoso y húmedo y se lleva
el índice a la frente. Truchas, fácil
con el verbasco, ha dicho.

De «El hombro izquierdo» 1997

* *



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