poemas vida obra i

Poema Inmolación Espermática de Enrique Noriega



Traídos por una lluvia
De salivas lubricantes
Caen pechos a mi boca y piernas
Y mejillas y caderas y muslos
Y vulvas y suaves pezones y frases
Dichas para el hambre incontenible
De la carne
El lujurioso Encomendero
Arrasa hembras en su feudal
Dominio de sí mismo
Y hay después
De tan abrupta molicie
Ese enseñoramiento del pecado
Que aclara y vivifica las ideas

Razones sólo para la yesca
de la sangre



Poema Ideas de Enrique Jaramillo Levy



Fluyen en la mente
como peces
enfilando
hacia ignota carnada
y no se detienen
a respirar
ni cuando duermes
porque eres una máquina
perfecta
que sólo habrá de suspender
su ritmo
al final
de la última jornada.



Poema Irás Sobre La Vida De Las Cosas de Enrique Gonzalez Martinez



Irás sobre la vida de las cosas
con noble lentitud; que todo lleve
a tu sensorio luz: blancor de nieve,
azul de linfas o rubor de rosas.

Que todo deje en ti como una huella
misteriosa grabada intensamente:
lo mismo el soliloquio de la fuente
que el flébil parpadeo de la estrella.

Que asciendas a las cumbres solitarias,
y allí, como arpa eólica, te azoten
los borrascosos vientos, y que broten
de tus cuerdas rugidos y plegarias.

Que esquives lo que ofusca y lo que asombra
al humano redil que abajo queda,
y que afines tu alma hasta que pueda
escuchar el silencio y ver la sombra.

Que te ames en ti mismo, de tal modo
compendiando tu ser, cielo y abismo,
que sin desviar los ojos de ti mismo
puedan tus ojos contemplarlo todo.

Y que llegues, por fin, a la escondida
playa con tu minúsculo universo,
y que logres oír tu propio verso
en que palpita el alma de la vida.



Poema Imposible de Elías Nandino



Mi corazón se pierde en la nevada
ascensión de tu cuerpo, sin consuelo,
y enfrías la fuerza del anhelo
en medio de tu carne congelada.

Cada día te ofrezco una alborada
de ilusión y de vida, todo un cielo
palpitante de sol, que funda el hielo
y transforme tu cuerpo en llamarada.

Pero toda mi vida es poca vida
para matar la muerte que se esconde
y circula en tu sangre adormecida.

Has desatado el nudo de tus brazos,
tu voz a mi llamado no responde,
y es sólo un eco el paso de tus pasos.



Poema Intima de Elías Nandino



Estás en mí, como latido ardiente,
en mis redes de nervios temblorosos,
en mis vetas de instintos borrascosos,
en los mares de insomnios de mi frente.

Estás fuera de mí, como corriente
de voces imprecisas, de sollozos,
de filos de secretos tenebrosos.
de roces de caricia inexistente.

Me cubres y me encubres, sin dejarme
un espacio de ser sin tu presencia
un átomo sin linfa de tu aliento.

Estás en mí, tocándote al tocarme,
y palpita la llama de tu esencia
hasta en la entraña de mi pensamiento.



Poema Idilio Incorpóreo de Elías Nandino



¿Por qué temer a la muerte, sí es ella la que
diariamente desciende por las noches,
a dormirnos y a dormir con nosotros
?

Todas las noches, a la misma hora,
una paloma de penumbra blanca
llega volando a tranformarse en sueño
para dormirnos en sereno idilio.
¿Qué secretos tan hondos afloramos
en ese no decir que dice todo,
mientras la sombra con su tacto vivo
aprieta el nudo que los dos hacemos?

Yo me pregunto, cuando ya despierto
miro mi lecho: ¿Vino algún lucero?,
hay huellas luminosas en las sábanas
y olor a firmamento entre paredes.
Se adivina una fúnebre codicia…
¿Quién es y por qué viene a estar conmigo?
Yo no sé qué será lo que buscamos
con las nocturnas citas incorpóreas.

Explicarme pretendo su presencia,
su roce casto, inmaterial, vacio
como de fuego fatuo que inquemante
en lo oscuro me alumbra compañía.
Por lo que intuyo en soledad, yo creo
que algo me deja y a la vez se lleva
con su ternura alcanforada y fría:
intercambio de apego enamorado.

En cuanto empieza a madurar la noche
busco en regazo de mi lecho cómplice,
cierro los ojos para ver más claro
y espero hundido en mi zozobra ciega.

Todas las noches, a la misma hora,
excito mi esperanza y me desnudo
para aguardar que llegue lo invisible:
el ave errante del letargo cósmico
que borra el mundo y nos volvemos sueño.

Cuando ya no la espere, o que no venga,
me hallarán en mi cama solo y solo,
con los ojos abiertos, sin mirada;
quieto en la quietud enmudecidad
del cadáver que ya no busca nada,
o que al fin encontró lo que esperaba.



Poema Impromptu de Eliana Navarro



Busco tu corazón.
Hacia ti vuelvo.
Dame mi soledad,
mi viento estremecido,
mi universo.
Desnuda de toda ansia,
de toda vanidad,
a ti me entrego.
Ya no cantan mis ríos;
desfallecen.
Ya no claman mis bosques.
¿Es la muerte?

Nada respondes.
Subes, inacabable, eterno.
Nada respondes, río de sangre y sombra,
pero clavado allí, yo te presiento.



Poema Irène Némirovsky de Elena Medel



Yo soy Elisabeth Gille llorando tu marcha:
éstas son mis cartas de cumpleaños quemadas.
Yo soy tu hija pequeña sin regalos de Navidad.
Persiguiendo a los nazis, saltando la valla.
Yo soy David Golder arruinado tras tu muerte.
Yo soy un acorde de piano cualquiera
que, de repente, en Issy-L′Evêque suena.
Yo soy Danièle Darrieux tirándose a un ministro nazi.
Yo soy la familia Kampf en un baile malogrado.
Yo soy las lágrimas que derramaste
en una cámara de gas en Auschwitz.
Yo soy el espíritu de la mala suerte.
Yo soy, como tú, una judía atea.
Yo también me exilié por la guerra.
Y soy un susurro al oído y un cuento de Chejov
y las moscas del otoño en un suburbio de Moscú
y soy un perro y soy un lobo
y soy un trago de vino de soledad…
Y soy tu todo y soy tu nada.
Y soy el cabrón alemán que te mató.
Y el germen de la semilla de tu ser.
Yo también me marché de Kiev.
Yo soy tú y a la vez yo.
Yo soy un insecto que por noviembre
merodea en los crematorios.
Yo soy la elegancia, el clasicismo y la frescura
de la boca que Hitler mandó callar un día.
Yo soy Grasset quemando todos tus fonemas
cuando tus hijas aún duermen a tu sombra.
Soy tu mano que acaricia sus cabellos
y que, dedos traviesos, imagina un nuevo cuento.
Y digo que este poema es Irène Némirovsky
lo mismo que yo soy Finlandia en 1918
y tú eres un corazón más en un mundo vacío.



Poema Insomnio de Efrén Rebolledo



Jidé, clamo, y tu forma idolatrada
no viene a poner fin a mi agonía;
Jidé, imploro, durante la sombría
noche y cuando despunta la alborada.

Te desea mi carne torturada,
Jidé, Jidé, y recuerdo con porfía
frescuras de tus brazos de ambrosía
y esencias de tu boca de granada.

Ven a aplacar las ansias de mi pecho,
Jidé, Jidé, sin ti como un maldito
me debato en la lumbre de mi lecho;

Jidé, sacia mi sed, amiga tierna,
Jidé, Jidé, Jidé, y el vano grito
rasga la noche lóbrega y eterna.



Poema Inundación de Efraín Bartolomé



El río trajo troncos y lúbricos helechos:
la creciente mantuvo mi memoria anegada.
La inundación es gris. La niebla húmeda nada
entre ruinas y patos y lúgubres desechos.

Mundos rotos, barcazas, heridas en el pecho
del río, y un olor como a selva concentrada;
un hedor incipiente y una aguda parvada
de gritos en la cumbre del paisaje maltrecho.

Tiembla un dolor de siglos en las aguas impuras
que arrancaron raíces y carcomieron tumbas
que ahogaron yeguas, potros, jardines y espesuras.

Hay un salmo en el viento y un soplo de amargura
y donde antes fluía el licor de las rumbas
sólo queda el gemido donde el aire supura.



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