poemas vida obra guillermo prieto

Poema Cantares de Guillermo Prieto



Yo soy quien sin amparo cruzó la vida
En su nublada aurora, niño doliente,
Con mi alma herida,
El luto y la miseria sobre la frente;
Y en mi hogar solitario y, agonizante,
Mi madre amante.

Yo soy quien vagabundo cuentos fingía,
Y los ecos del pueblo que recogía
Torné en cantares;
Porque era el pueblo humilde toda mi ciencia
Y era escudo, en mis luchas con la indigencia,
De mis pesares.

La soledad austera y el libre viento
Le dieron a mi pecho robusto aliento,
Fiera entereza;
Y así tuvo mi lira cantos sentidos,
En lo íntimo de mi alma sordos gemidos
De mi pobreza.

La nube quien volaba con alas de oro,
La tórtola amorosa que se quejaba
Como con lloro;
El murmullo del aura que remedaba
Las voces expresivas del sentimiento
Cobijó mi acento.

Y el bandolón que un barrio locuaz conmueve,
Y el placer tempestuoso con que la plebe
Muestra contento;
Sus bailes, sus cantares y sus amores,
Fueron luz arroyuelos, aves y flores
De mi talento.

Cantando ni yo mismo me sospechaba
Que en mí, la patria hermosa con voz nacía,
Que en mí brotaba
Con sus penas , con sus gloria s y su alegría,
Sus montes y sus lagos, su lindo cielo,
Y su alma que en perfumes se esparcía.

Entonces a la choza del jornalero,
Al campo tumultuoso del guerrillero
Llevé mis sones;
Y no a regias beldades ni peregrinas,
Sino a obreras modestas, a alegres chinas
Di mis canciones.

¡Oh patria idolatrada, yo en tus quebrantos,
ensalcé con ternura tus fueros santos,
sin arredrarme;
tu tierra era mi carne, tu amor mi vida,
hiel acerba en tus duelos fue mi bebida
para embriagarme!

YO tuve himnos triunfales para tus muertos,
Mi voz sembró esperanzas en tus desiertos
Y, complaciente,
A la tropa cansada la consolaba,
Y oyendo mis leyendas me reanimaba
Riendo valiente.

Hoy merezco recuerdo de ese pasado
de luz y de tinieblas, de llanto y gloria;
soy un despojo, un resto casi borrado
de la memoria. . .

Pero esta pobre lira que está en mis manos,
Guarda para mi pueblo sentidos sones;
Y acentos vengadores y maldiciones;
A sus tiranos. . . ¡

Septiembre de 1889



Poema Sin Título de Guillermo Prieto



Yo te amo, sí, te adoro, aunque mi labio
mil y mil veces te llamó perjura,
aunque la copa horrenda del agravio
me brindó los placeres tu hermosura,
te ama mi corazón; Cuando mi mano
destrozar quiso la feroz coyunda
que a vil humillación me ató algún día,
el débil corazón se resistía,
Y aunque luché tenaz, luchaba en vano.

Feliz viviera yo si siempre ufano,
al través de mentidas ilusiones,
hubiera contemplado tu semblante;
si mas cauto tu labio fementido,
si mas hábil tu hipócrita mirada,
con el engaño mismo hubiera envuelto
la perfidia de tu alma emponzoñada
¿Por qué no prolongaste el dulce sueño,
aquel sueño de angélica ventura.
Yo respiré el placer, el aura pura
de otra vida feliz me circuía,
y a tu lado el torrente irresistible
del porvenir fatal no me amagaba,
y cual tranquilo arroyo murmuraba.

Cuando entusiasta te estreché en mis brazos,
cuando el placer entre tus lindos ojos
con el fuego de amor resplandecía,
cuando tu boca grata sonreía
a mi enajenamiento, mi adorada:
el grito de escarnio me conturba,
te llamo ansioso, conocí mi engaño,
y a mi rival, que irónico me indica
con su dedo el adusto desengaño.

¿Y qué, el copioso, el expresivo llanto
que con mis manos trémulo enjugaba
y aquella agitación, aquel quebranto
que con anhelo tierno consolaba,
otro amante dichoso lo causaba?

Tú al verme recordabas otro amante
que, con gozo 1o digo, no te amaba,
otro mirabas tu a mi semblante
con dulzura los ojos dirigías;
y s otra ilusión feliz, viéndome ufana,
beldad de maldición, me sonreías;
y yo entre tanto en lóbrega congoja
con tu dolor equívoco lloraba;
o bien al alma con tu gozo infame
en célico deleite se inundaba.
¡Oh si !a espada del feroz tormento
en tu pecho con calma revolviera
la mano del tenaz remordimiento!…
¡Indigno proceder! ¡atroz venganza!
Pero es planta marchita que florea
en mi desierta y lúgubre esperanza,
que resta a mi existir desesperado.
Me es estéril el canto de victoria,
no quiero bendición, no quiero gloria,
maldito criminal, pero tu amado.
Si ahora tu mano ingenua me brindara
las caricias de amor, si entre tu labio
otra vez escuchara, vida mía,
la grata, la dulcísima armonía
de tu celeste voz, y si sincera
el aura de ilusiones hechicera
otra vez a tu vista me halagara,
yo, idolatrado bien, te aborreciera;
mi placer despertaran tus caricias,
y el monstruo de la vil desconfianza
envenenara siempre mis delicias.
Pero al borrar tu nombre de mi mente,
cuando el recuerdo del dolor me oprime,
te odia mi orgullo, el labio te maldice;
pero siempre te encuentro seductora,
y siempre el alma con fervor te adora;
sí, te adoro, mi bien: huyo al sosiego,
y beso de ignominia la cadena
cuando s tu encanto celestial me entrego.
¡Oh fatal ilusión! ¿por qué te adoro?
¿por qué, si la conozco fementida,
tributo a su memoria triste lloro?
¿por qué de mi pasión en el delirio,
cuando miro su imagen bienhechora,
su esbelto talle, su modesta frente,
sus lindos ojos y su blanda risa,
no puedo recordarla engañadora?
¿Y bastará oponer el frágil dique
de reflexión al bárbaro torrente
del destino fatal, fácil olvido
que en otro tiempo me mostró engañosa
de la felicidad la blanca nube
que en el aura apacible se mecía
resbalando en el azul del cielo?
Gallarda con el sol resplandecía,
que ella con ansiedad me la mostraba,
y que yo embebecido la miraba.
¿Por qué con tal astucia del abismo,
a que riendo ufana me llevaba,
mi vista se paró? No la maldigo.
Cuando la vi en el fondo, clamé en vano;
la vi en la orilla, le tendí la mano,
y ella volvió a tenderla, y la apartaba,
y al irla yo a tocar la separaba,
mostrando regocijo en mi agonía.
¡Oh exceso de maldad! Mujer impía,
¿cuándo mi amor sincero fue inconstante?
¿qué vez, responde, hubiste descubierto
a la negra traición en mi semblante?
Dime ¿cuál es la senda bienhechora
que me aparta de ti? Siempre te miro;
la atmósfera inefable de tu encanto,
peligrosa beldad, siempre respiro.

La lira del amor, sin armonía
yace sorda en mis manos; a sus cuerdas
mi inútil llanto le robó el sonido:
mi bien, te adoraré; pero a lo menos
hónreme tu odio, y líbreme siquiera
de volver a tu seno envilecido.



Poema Romance De La Migajita de Guillermo Prieto



«¡Détente! Que está rendida,
¡eh, contente, no la mates!»
Y aunque la gente gritaba
Corraía como el aire,
Cuando quiso ya no pudo,
Aunque quiso llegó tarde,
Que estaba la Migajita
Revolcándose en su sangre. . .
Sus largas trenzas en tierra,
Con la muerte al abrazarse,
Las miramos de rodillas
Ante el hombre, suplicante;
Pero él le dio tres metidas
Y una al sesgo de remache.
De sus labios de claveles
Salen dolientes los ayes,
Se ven entre sus pestañas,
Los ojos al apagarse. . .
Y el Ronco está como piedra
En medio de los sacrifantes,
Que lo atan codo con codo
Para llevarlo a la cárcel.

«Ve al hespital, Migajita,
vete con los palticantes,
y atente a la Virgen pura
para que tu alma se salve.
¡Probrecita casa sin tus brazos!
¡Pobrecita de tu madre!
¿Y quién te lo hubiera dicho,
tan preciosa cono un ángel,
con tu rebozo de seda,
con tus sartas de corales,
con tus zapatos de raso
que ibas llenando la calle,
como guardando tus gracias,
porque no se redamasen.

El celo es punta de rabia,
El celo alcanzó matarte,
Que es veneno que hace furias
Las mas finas voluntades.

Esto dijo con conciencia
Una siñora ya grande
Que vido del papa al pepe
Cómo pasó todo el lance.

Y yendo y viniendo días
La Migajita preciosa
Fue retoñando en San Pablo;
Pero la infeliz era otra;
Está como pan de cera,
El aigre la desmorona,
Se le pintan las costillas,
Se alevanta con congoja;
Sólo de sus lindos ojos
Llamas de repente brotan.

«¡Muerto!. . .¡dése!» A la ventana
la pobre herida se asoma,
y vio que llevan difunto,
por otra mano alevosa,
a su Ronco que idolatra,
que fue su amor y su gloria.

Olvida que está baldada
Y de sus penas se olvida,
Y corre como una loca,
Y al muerto se precipita,
Y aulla de dolor la triste
Llenándolo de caricias.

«Madre, mi madre (le dice)
-que su madre la seguía -,
vendan mis aretes de oro,
mis trasts de loza fina,
mis dos rebozos de seda,

y el rebozo de bolita;
vendan mis tumbagas de oro,
y de coral la soguilla,
y mis arracadas grandes,
guarnecidas con perlitas;
vendan la cama de fierro,
y el ropero y las camisas,
y entierren con lujo a ese hombre
porque era el bien de mi vida;
que lo entierren con mi almohjada
con su funda de estopilla,
que pienso que su cabeza
con el palo se lastima.

Que le ardan cirios de cera,
Cuatro, todos de a seis libras;
que le pongan muchas flores,
Que le digan muchas misas
Mientras que me arranco el alma
Para hacerle compañía.

Tú, ampáralo con tu sombra,
Sálvalo, Virgen María:
Que si en esta positura
Me puso, lo merecía;
No porque le diera causa,
Pues era suya mi vida». . .

Y dando mil alaridos
La infelice Migajita,
Se arrancaba los cabellos,
Y aullando se retorcía.
De pronto los gritos cesan,
De pronto se quedó fija:
Se acercan los platicantes,
La encuentran sin vida y fría,
Y el silencio se destiende
Convirtiendo en noche el día.

En el panteón de Dolores,
Lejos, en la última fila,
Entre unas cruces de palo
Nuevas o medio podridas,
Hay una cruz levantada
De pulida cantería,
Y en ella el nombre del Ronco,
«Arizpe José Marías»,
y el pie, en un montón de tierra,
medio cubierto de ortigas,
sin que lo sospeche nadie
reposa la Migajita,
flor del barrio de la Palma
y envidia de las catrinas.



Poema La Inmortalidad de Guillermo Prieto



(A Manuel Payno)

La flor encantadora y delicada
que sobre esbelto tallo se mecía,
la vio ufana la luz de un solo día,
luego desapareció.
De ese arbusto marchito y derribado,
ayer tal vez hermoso y floreciente,
hoy arranca sus hojas el ambiente
que ufano le halagó.

Y al alto muro y orgullosa torre,
que sola en el espacio alzó la frente,
en silencio, del tiempo la corriente
del mundo arrancó ya.
¿Por qué, por qué insolente, hombre mezquino,
más débil que el arbusto y que la planta,
en vuelo audaz soberbio te levanta
la estéril vanidad?

De1 tiempo rapidísimo las alas,
sobre nubes de imperios se extendieron,
y se apartó la sombra, ¿ do estuvieron
imperios y poder?
Hombre: ¿cómo te entregas a hondo sueño,
de la playa en la vida recostado.
si al más ligero viento, el mar alzado
tu cuerpo ha de envolver?

Y la frágil hojilla del arbusto,
cuando mugen terríficos los vientos,
al caer en los marea turbulentos
mas impresión harán
que el golpe de cien mil generaciones,
por la mano del tiempo derribadas,
en las dulces y quietas oleadas
de la ancha eternidad.

Un solo grano de la limpia arena
enturbia mas el férvido torrente,
que esparcido del tiempo en la corriente
del hombre el lodo vil.
Héroe, monarca, arranca de tu labio
el grito del orgullo que horroriza;
es igual tu ceniza a la ceniza
del pastor infeliz.

Mas si destruye el tiempo de igual modo
la frágil cuna, el lecho vacilante
del anciano, y el solio de diamante
do está la juventud;
y si del crimen el puñal sangriento
se rompe en los sepulcros igualmente
que la diadema nítida y fulgente
do está la virtud.

Si a esta por siempre la mostró llorando,
y a la maldad triunfante y denodada,
al tocar en los bordes de la nada
la antorcha del saber;
¿qué importa que feroces me amenacen,
ni que lancen gemidos los humanos,
si yo arranco ruiseñor de sus manos
la copa del placer?

Esto dije mil veces, y encontraba
inútil la razón, la vida yerta;
y estéril, oscurísima, desierta
del hombre la mansión.
Y yo me aborrecí cuando veía
a mi existencia entre tiniebla adusta,
y no pude adorar la mano injusta
del que llamaban Dios.

Y burlé a los que ilusos distinguían
sobre el sol, dominando el firmamento,
el vasto solio y el sublime asiento
de un genio de bondad.
Yo allí con rabia distinguí un tirano,
que quiso sobre el mundo levantarse,
para ver sin estorbo aniquilarse
la triste humanidad.
En mi delirio horrísono exclamaba:
si eres padre clemente y Dios piadoso,
si es del hombre tormento doloroso
dudar su porvenir;
si a un solo movimiento de tu labio;
puede rasgarse del misterio el velo,
y hallar escrito en el inmenso cielo
su destino infeliz;

¿por qué te regocija nuestro llanto?
¿Esa noble, tu augusta Providencia,
al mortal le concede la existencia
solo para el dolor?
Mas si de lo futuro la ignorancia
que renace en la tierra tu quisiste,
¿para qué la razón me concediste,
incomprensible Dios?

Hacia el caos diriges 1a mirada;
nace el sol, vive el mundo, brota el viento;
el vasto mar refleja un firmamento
bañado con su luz.
Y frívolo concedes el imperio
del orbe que tu nombre diviniza,
a un ente vil que al toque pulveriza
del débil ataúd?

Anhelaba mi mente hasta el letargo
de desesperación, y jamás calma;
y siempre, siempre destrozada mi alma
por inquietud tenaz.
El horror de la muerte me oprimía,
el susurro del aura me aterraba,
y a contemplar la tumba me arrastraba
la dudosa ansiedad.

El horror expresando la mirada,
torpe el paso, débil el aliento,
temblando con el frío del tormento
al sepulcro llegué.
Una fuerza violenta, irresistible,
me hizo inclinar al fondo la cabeza;
y gemí de terror, y con presteza
loe párpados cerré.

En mi quebranto pronuncié convulso
de Dios el nombre, y súbito retumba,
y cruje, y se abre la terrible tumba
con estruendo fatal.
pero una luz vivísima, inefable,
le da paso a mi atónita mirada;
Y mi razón encuéntrase abrumada
en gozo celestial.

Con júbilo indefinible
miré que bañó mi frente
la luz pura, indeficiente,
de la grande eternidad
Vi al mortal ennoblecido
sobre el trono del Eterno,
y de un Dios sublime, tierno,
la esplendente majestad.

No el Dios fiero, vengativo,
que teme y no adora el mundo,
que creen que grita iracundo
con la tempestad atroz;

Y que devasta los campos
en las alas del torrente,
publicando el rayo ardiente
su omnipotencia feroz.

Cual de luciérnaga el brillo
en la claridad del día,
junto de Dios se perdía
nuestro refulgente sol.
Salud, Hacedor Supremo:
salud, Padre de la vida,
como el alma enternecida
ora entona tu loor.

Cuando en la tierra infeliz
vi la virtud desdichada,
pobre, envilecida, atada,
del crimen negro al poder;
no pensaba en que tu mano
la inocencia galardona,
que de gloria la corona
colocas sobre su sien.

Ni creí que la tormenta
que envanece y alucina,
en ondulación mezquina
en el dilatado mar.

Sordo al bramar la tormenta
ciego al contemplar el cielo,
te cubrí ¡oh Dios! con el velo
de la lóbrega impiedad.
Busqué criminal entonces,
de angustia el alma agobiada,
entre el polvo de la nada
el lecho de la quietud.

Las pasiones me arrastraron;
no hay Dios, mis labios decían,
y mis ojos se ofendían
de eternidad con la luz.

Si hubiera visto irrompibles
de amor los queridos lazos,
durmiendo al hijo en los brazos
del afecto maternal;
te hubiera amado, Dios mío,
y tolerado mi suerte,
mis ojos viendo a la muerte
sin el llanto del pesar.
Sólo una gota de sangre,
o una lágrima inocente,
del alma del delincuente
nunca se logra borrar;
pues la incorpora la muerte,
la lumbre de Dios la aclara,
y la aura copa acibara
de aquel placer celestial.

Pero ni al hombre insolente
que con su labio blasfemo
te ha injuriado, Ser Supremo,
en este mundo infeliz,
niegas tu bondad augusta;
el no la soporta, gime
con el aspecto sublime
de una eternidad feliz.

Aura blanda, dulces flores,
bastos campos, lindo cielo,
y un indecible consuelo
que disipaba el dolor;
yo disfruté alborozado,
tornó el regocijo a mi alma,
y una deliciosa calma
ocupó mi corazón.

Millares de vastos mundos
giran, Señor, a tus plantas,
que sostienes y que encantas
con tu sublime bondad;
Entre los cuales se pierden
nuestro mundo y nuestro orgullo,
cual de tórtola el arrullo
cuando muge el huracán.
Mortal, mortal atrevido,
¿te dará la impiedad, necio,
siquiera el odio, el desprecio
de ese Omnipotente Dios?
Piensas al lanzar blasfemias
en tu honda mansión, perjuro,
que haces retemblar el muro
del alcázar del Criador?

¿Cómo penetrar pretendes,
contenido por ti mismo,
en el insondable abismo
de nuestro lóbrego ser?
¿Quién es el hombre, responde,
que así reclama insolente
ser émulo y confidente
del que prodiga el saber?

Huyóse la ficción, y el alma mía,
cuando la ofusca del dolor el velo,
recuerda. con purísimo consuelo
este dulce momento de alegría:

tal vez, tal vez momento de delirio
que ama mi corazón ardientemente,
y que cuando se aleje de mi mente
acaso en mi alma arraigará el martirio.
Pero ¡oh Dios de bondad! por él te adoro,
y por él , si me amaga el triste duelo,
grito: Soy inmortal: contemplo el cielo,
y recobro vigor y enjugo el lloro.



Poema Ensueños de Guillermo Prieto



Eco sin voz que conduce
El huracán que se aleja,
Ola que vaga refleja
A la estrella que reluce;
Recuerdo que me seduce
Con engaños de alegría;
Amorosa melodía
Vibrando de tierno llanto,
¿qué dices a mi quebranto,
qué me quieres, quién te envía?

Tiende su ala el pensamiento
Buscando una sombra amiga,
Y se rinde de fatiga
En los mares del tormento;
De pronto florido asiento
Ve que en la orilla aparece,
Y cundo ya desfallece
Y más se acerca y le alcanza,
Ve que su hermosa esperanza
Es nube que desaparece.

Rayo de sol que se adhiere
A una gota pasajera,
Que un punto luce hechicera
Y al tocar la sombra muere.
Dulce memoria que hiere
Con los recuerdos de un cielo,
Murmurios de un arroyuelo
Que en inaccesible hondura
Brinda al sediento frescura
Con imposible consuelo,

En inquietud, como el mar,
Y sin dejar de sufrir,
Ni es mi descanso dormir,
Ni me consuela llorar.
En vano quiero ocultar
Lo que el pecho infeliz siente;
Tras cada sueño aparente,
Tras cada mentida calma,
Hay más sombras en el alma,
Más arrugas en la frente.

Si bien entra este empeño
En que tan doliente gimo
La esperanza de un arrimo,
De un halago en un ensueño,
Si de mí no siendo dueño
Sonreír grato me veis,
Os ruego que recordéis
Que estoy de dolor rendido. . .
Pasad. . . dejadme dormido. . .
Pasad. . . ¡no me despertéis!



Poema Décimas Glosadas de Guillermo Prieto



Pajarito corpulento,
Préstame tu medecina
Para curarme una espina
Que tengo en el pensamiento,
Que es traidora y me lastima.

Es de muerte la aparencia
Al dicir del hado esquivo;
Pero está enterrado vivo
Quien sufre males de ausencia.
¿cómo hacerle resistencia
a la juerza del tormento?
Voy a remontarme al viento
Para que tú con decoro
Digas a mi bien que lloro,
Pajarito corpulento.

Dile que voy tentalenando
En lo oscuro de mi vida,
Porque es como luz perdida
El bien por que estoy penando.
Di que me estoy redibando
Por su hermosura devina,
Y, si la mirares fina,
Pon mi ruego de por medio,
Y dí: «Tú eres su remedio;
Préstame tu medecina.»

El presil tiene sus flores
Y el manantial sus frescuras,
Y yo todas mis venturas y sus alegres amores
Hoy me punzan los dolores
Con terquedá tan indiana,
Que no puedo estar ansina.
Aigre, tierra, mar y cielo,
¿quién quire darme un consuelo
para curarme una espina?

Es la deidad que yo adoro,
Es mi calandria amorosa,
Mi lluvia de hojas de rosa
Y mi campanita de oro.
Hoy su perdido tesoro
Me tiene como en el viento,
Sin abrigo, sin asiento:
Su recuerdo de ternura
Es como una sepultura
Que tengo en el pensamiento.

Es mirar la que era fuente
Hoyo espantable y vacío;
Es ver cómo mató el frío
La mata airosa y potente;
Es un sentir redepente
A la muerte que se arrima,
Es que tiene mi alma encima
Una fantasma hechicera
Que me sigue adonde quiera,
Que es traidora y me lastima.



Poema Cómo Será El Mar de Guillermo Prieto



Tu nombre ¡o mar! en mi interior resuena;
despierta mi cansada fantasía:
conmueve, engrandece al alma mía,
de entusiasmo férvido la llena.

Nada de limitado me comprime,
cuando imagino contemplar tu seno;
aludo, melancólico y sereno,
o frente augusta; tu mugir sublime.

Serás ¡oh mar! magnifico y grandioso
cuando duermas risueño y sosegado;
cuando a tu seno quieto y dilatado
acaricie el ambiente delicioso?

¿Cuando soberbio, ardiente, enfurecido
gimiendo te abalances hasta el cielo:
cuando haga retemblar al ancho cielo
de tus inquietas aguas el bramido?

Dulce será la luz del claro día
si en tus diáfanas ondas reverbera;
grata el aura y la roca que altanera
tus impulsos vehementes desafía.

Creo ver en tu imperio turbulento
la excelsa eternidad en su palacio,
dominando en el mundo y el espacio,
midiendo la extensión del firmamento.

De la divinidad eres idea;
del mundo miserable poesía
la dulce admiración del alma mía;
con tu vista el Eterno se recrea.

La rama de la playa, que distante
en tu inquieta extensión vaga perdida,
como el recuerdo triste de la vida
en la mente del hombre agonizante.

De la luna fulgente la luz pura,
al través de la nube borrascosa,
cual memoria de madre cariñosa
en medio de una amarga desventura.

De embarcación el mísero deshecho
que gire por tu seno sosegado,
como presentimiento desgraciado
que hace agitar del navegante el pecho.

Todo, todo lo harás interesante:
¿no te habré de admirar? ¿Será vedado
a mis oídos tu mugir sagrado
Y siempre, siempre te tendré distante?

¿La mano del dolor que me comprime,
a perecer cautivo me destina
entre paredes de ciudad mezquina
sin venerar tu majestad sublime?

¿O a ti, me llevará la suerte impía,
cubierto de dolor, sin tener padre;
sin mi dulce adorada; sin mi madre,
lanzado, ay triste, de la patria mía?



Poema Al Mar de Guillermo Prieto



Te siento en mí: cuando tu voz potente
saludó retronando en lontananza,
se renovó mi ser; alce la frente
nunca abatida por el hado impío,
y vibrante brotó del pecho mío
un cántico de amor y alabanza.
Te encadenó el Señor en estas playas
cuando, Satán del mundo,
temerario plagiando el infinito,
le quisiste anegar, y en lo profundo
gimes ¡oh mar! en sempiterno grito.

Tú también te retuerces cual remedo
de la eterna agonía;
también, como al ser mío,
la soledad te cerca y el vacío;
y siempre en in quietud y en amargura,
te acaricia la luz del claro día,
te ven los astros en la noche oscura.

A ti te vi venir, como en locura,
esparcido el cabello de tus ondas
de espuma en el vaivén, como cercada
de invisibles espíritus, llegando
de abismos ignorados y clamando
en acentos humanos que morían,
y el grito y el sollozo confundían.

A mí te vi venir ¡oh mar divino!
y supe contener tanta grandeza,
como tiembla la gota de la lluvia
en la hoja leve del robusto encino.

Eres sublime ¡oh mar! los horizontes
recogiendo las alas fatigadas,
se prosternan ante ti desde los montes.

Prendida de tus hombros la luz bella
forma los pliegues de tu manto inmenso.
Entre la blanca bruma
se perciben los tumbos de tus ondas,
cual de hermosa en el seno palpitante
los encajes levísimos de espuma.

Si te agitas, arrojas de tu seno
en explosión tremenda las montañas,
y es un remedo de la brisa el trueno,
terrible mar, si gimen tus entrañas.

¿Quién te describe ¡oh mar! cuando bravía,
como mujer celosa,
en medio de tu marcha procelosa
el escollo de tus iras desafía?

Vas, te encrespas, te ciñes con porfía,
retrocedes rugiente,
y del tenaz luchar desesperada,
te precipitas en su negro seno
despedazando tu altanera suerte.

En tanto, al viento horrible,
arrastrando al relámpago y al rayo,
cimbra el espacio, rasga el negro velo
de la tiniebla, se prosterna el mundo
y un siniestro contento se percibe
¡oh mar!, en lo profundo,
cual si con esa pompa celebraras,
entre el eterno duelo,
tus nupcias con el cielo.

Cansada de fatiga, cual si el aura
tierna te prodigara sus caricias,
a su encanto dulcísimo te entregas,
calmas tu enojo, viertes tus sonrisas,
y como niña con las olas juegas
cuando te dan su música las brisas.

Tú eres un ser de vida y de pasiones:
escuchas, amas, te enloqueces, lloras,
nos sobrecoges de terrible espanto,
embriagas de grandeza y enamoras.

Cuando por vez primera ¡oh mar sublime!
me vi junto de ti, como tocando
el borde del magnifico infinito,
Dios, clamó el labio en entusiasta grito:
Dios, repitió tu inquieta lontananza:
y Dios, me pareció que proclamaban
las olas, repitiendo mi alabanza.

Entonces ¡ay! la juventud hervía
en mi temprano corazón; la suerte,
cual guirnalda de luz, embellecía
la frente horrible de la misma muerte.

Y grande, grande el corazón y abierto
al amor, a la patria y a la gloria,
émulo me sentí de tu grandeza
y mi orgullo me daba la victoria.
Entonces, el celaje que cruzaba
por el espacio con sus alas de oro,
de la patria me hablaba.

Entonces, ¡ay! en la ola que moría
reclinada en la arena sollozando
recordaba el mirar de mi María,
sus lindos ojos y su acento blando.

Si una huérfana rama atravesaba,
juguete de las ondas, cual yo errante,
lejos de su pensil y de su fuente,
la saludaba con mi voz amante,
la consolaba de la patria ausente.

Si el pájaro perdido iba siguiendo
rendido de fatiga mi navío,
¡cuánto sufrir, Dios mío!
su ala se plega, aléjase la nave,
y se esfuerza y se abate y desfallece,
y convulso, arrastrándose en las ondas,
el hijo de los bosques desparece.

En tanto, tus inmensas soledades
la gaviota recorre, desafiando
las fieras tempestades.
Entonces, en la popa, dominando
la inmensa soledad, me parecía
que una voz a lo lejos me llamaba
y acentos misteriosos me decía
y yo le preguntaba:
¿Quién eres tú? ¿De la creación olvido,
te quedaste tus formas esperando,
engendro indescifrable, en agonía
entre el ser y el no ser siempre luchando?
¿Al desunirse de la tierra el cielo
en tus entrañas refugiaste al caos?
¿O, mágica creación rebelde un día,
provocaste a tu Dios, se alzó tremendo;
sobre tu frente derramó la nada,
y te dejo gimiendo
a tu muro de arena encadenada?

¿O, promesa de bien, en tus cristales
los átomos conservas que algún día,
cuando la tierra muera,
produzcan con encantos celestiales
otra luz, otros seres, otro mundo,
y entonces nuestro suelo
a tus plantas, se llame mar profundo
en que retrate tu grandeza el cielo?

Hoy llegue junto a ti como otro tiempo,
siguiendo, ¡oh, Libertad! tu blanca estela;
hoy llegue junto a ti cuando se hundía
en abismos de horror y anarquía
la linfa de cristal de mi esperanza;
porque eres un poema de grandeza,
porque en ti el huracán sus notas vierte,
luz y vida coronan tu cabeza,
tienes por pedestal tiniebla y muerte.

Nadie muere en la tierra; allí se duerme
de tierna madre en el amante pecho:
velan cipreses nuestro sueño triste,
y riegan flores nuestro triste lecho.

Solitaria una cruz dice al viajero
que pague su tributo
de lágrimas y luto,
en el extenso llano y el sendero.

En ti se muere ¡oh mar! ni la ceniza
le das al viento: en la ola se sepulta
la rica pompa de poblada nave
nada conserva las mortales huellas;
se pierden y en tu seno indiferente
nace la aurora y brillan las estrellas.

A ti me entrego ¡oh mar!, roto navío,
destrozado en las recias tempestades,
sin rumbo, sin timón, siempre anhelante
por el seguro puerto,
encerrado en mi pecho dolorido
las tumbas y el desierto…

Pero humillado no; y en mi fiereza
a ti tendiendo las convulsas manos,
sintiendo en ti de mi alma la grandeza
y ahogando mi tormento,
le pido a Dios la paz de mis hermanos;
y renuevo mi augusto juramento
de mi odio a la traición y a los tiranos.





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