Poema El Viajero Mental de William Blake
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Poema El Viajero Mental de William Blake
He viajado a través de 		un país de hombres,
		un país de hombres y también de mujeres,
		y he oído y visto tan horrendas cosas
		como nunca los caminantes de la fría Tierra han conocido.
		Porque allí nace en la alegría el niño
		que en el atroz dolor fue concebido,
		tal como en la alegría cosechamos el fruto
		que fue sembrado en lágrimas amargas.
		Y si el recién nacido es un varón,
		es entregado a una mujer anciana
		que lo clava tendido en una roca
		y en copas de oro coge sus lamentos.
		Con espinas de hierro cierne su cabeza,
		y agujerea sus pies y sus manos,
		corta su corazón y lo desprende
		para hacerle sentir calor y frío.
		Sus dedos enumeran cada 		nervio
		como un avaro contando su oro,
		y de lamentos y gritos se nutre,
		y él envejece, y ella se hace joven. 
		Hasta que convertido en un joven sangriento,
		y ella mudada en espléndida virgen,
		destroza sus cadenas, y la amarra
		a ella a la Tierra para su placer. 
		Se planta él mismo en lo nervios de ella
		como un labriego planta en su terreno,
		y ella se convierte en su morada
		y en jardín que le rinde setenta veces frutos.
		Pronto se torna envejecida sombra
		vagando alrededor de una cabaña terrestre,
		llena de pedrerías y de oro
		que ganó su trabajo.
		Y éstas son las pedrerías del alma humana,
		los rubíes y las perlas de un ojo enfermo de amor,
		el oro innumerable del corazón que sufre,
		el gemido del mártir y el suspiro del enamorado.
		Son su alimento y su bebida,
		mantiene a los mendigos y a lo pobres,
		y para el caminante en viaje siempre
		su puerta permanece abierta.
		Su pena es alegría 		eterna en ellos;
		hacen resonar los techos y los muros
		hasta que de la lumbre del hogar
		una pequeñuela emerge de pronto.
		De fuego sólido ella es,
		y pedrerías y oro, en tal manera
		que nadie osa tocar su infantil forma
		o envolverla en pañales.
		Pero ella llega donde el que ama,
		joven o viejo o rico o pobre;
		muy pronto expulsan al anciano huésped
		que se va mendigando por puertas ajenas.
		Va llorando errante, muy lejos,
		hasta que alguien admita hospedarle,
		a menudo ciego por la edad, desesperado,
		hasta que puede ganar una doncella.
		Y para consolar su edad helada
		en sus brazos la toma el pobre hombre.
		La cabaña desaparece de su vista
		y también el jardín con sus dulces encantos.
		Los huéspedes están esparcidos por toda la región,
		porque el ojo alterado altera todo.
		Los sentidos se enrollan en sí mismos, con miedo,
		y la Tierra plana se convierte en una pelota.
		Las estrellas, el Sol, 		la Luna, todo huye.
		Un vasto desierto sin límites,
		y no queda nada de comer o beber,
		y alrededor sólo el desierto oscuro.
		La miel de sus labios de niña,
		el pan y el vino de su dulce sonrisa,
		el juego desordenado de su ojo vagabundo
		a una ilusoria infancia le conducen.
		Porque a medida que come y bebe se transforma
		haciéndose más joven cada día,
		y ambos, en el salvaje desierto
		van errantes llenos de terror y congoja.
		Ella huye como cierva salvaje,
		su temor planta muchos matorrales salvajes,
		mientras él la persigue de noche y de día,
		por artificios de amor conducido.
		Por artificios de amor y de odio
		hasta que el salvaje desierto entero está plantado
		con laberintos de díscolo amor
		donde vagan el león, el lobo y el oso,
		hasta que él se convierte en un díscolo niño
		y ella en una llorosa mujer envejecida.
		Van a vagar allí, entonces, muchos enamorados.
		El Sol y las estrellas aproximan su curso.
		Dulce éxtasis los 		árboles producen
		para todos los que vagan en el desierto,
		hasta que más de una ciudad allí es alzada
		y más de una agradable cabaña de pastor.
		Pero cuando hallan al colérico niño
		el terror cunde en la extensa región:
		gritan ¡El niño, el niño ha nacido!
		y huyen en todas direcciones.
		Porque hasta la raíz se seca el brazo
		de aquel que osó tocar la colérica forma:
		osos, leones, lobos, todos huyen aullando,
		y todo árbol arroja sus frutos.
		Y nadie puede tocar esa forma colérica
		a menos que lo haga una mujer anciana.
		Ella al niño tendido clava sobre la Tierra
		y todo pasa como ya lo he dicho.
Versión de Luis Oyarzún
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