Poema El Rayo de Melchor De Palau



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Poema El Rayo de Melchor de Palau

I

Como caballo salvaje,
saltando de nube en nube,
corre inquieto, baja y sube
sin frenos y sin rendaje;
tenido fue por mensaje
de celestiales enojos,
pues, lanzando dardos rojos,
el alto muro derrumba,
y abre inesperada tumba
a polvorientos despojos.

II

Caudillo de la tormenta
que agita los hondos mares,
tronza robles seculares
y al fuego voraz afrenta:
¿quién tomará por su cuenta
domeñar su furia brava?
¿quién del torrente de lava
pondrá dique a la carrera?
El hombre, el hombre a la fiera
convierte en dócil esclava.

III

Franklin, con el rayo en guerra,
en su empeño no decae, y, encadenado,
lo atrae a los senos de la tierra;
ya con su lampo río aterra
a la ignara muchedumbre;
ya con fatídica lumbre
centelleando no corre;
ya no abate excelsa torre
ni perfora la techumbre.

IV

Pero es poco: el hombre quiere
mostrar su egregio blasón,
trocando la condición
del rayo que mata o hiere;
que ha de conseguirlo infiere
frente a frente o de soslayo,
y, in tregua ni desmayo,
tan ardua tarea empieza,
que se ha puesto en la cabeza
dar educación al rayo.

V

Ya por hilos conductores
le dirige con cariño,
como al inseguro niño
que camina entre andadores;
tras luchas y sinsabores,
tal enseñanza recibe,
tanto por él se desvive,
y sus facultades labra
que transmite la palabra,
y, andando el tiempo, la escribe.

VI

Pero es poco: ya triunfante
fijó la indecisa luz
que, con signo de la cruz,
saludaba el caminante;
ya la luna vergonzante
casi a salir no se atreve,
y, con pena que conmueve,
lo contemplan desmedradas,
esas luces decantadas
del gran siglo diez y nueve.

VII

Pero es poco: de los mares
rugientes, al otro lado,
la ambición ha transportado
parte de los patrios lares;
los europeos hogares
enciende con fuego indiano,
y, hendiendo del Oceano
el abismo bullidor, nos repite
con amor el saludo del hermano.

VIII

El convierte en fuerza viva,
y con buen éxito explota,
la fuerza que, por remota,
permaneciera inactiva;
en los alambres cautiva,
es a otros puntos llevada,
y, la soberbia cascada,
de antes indolente arrullo,
murmura con noble orgullo,
al sentirse utilizada.

IX

Hoy, si abate el muro fuerte,
si, rompiendo pétreos lazos,
arroja un monte en pedazos,
libra al hombre de la muerte:
en su auxilio se convierte
sin miedo que se desmande,
que aunque su energía es grande,
la acción prudente retarda,
y, esclavo sumiso, aguarda
que su dueño se lo mande.

X

Él, que un tiempo la avanzada
fue de la tormenta ruda,
hoy con su poder escuda
la cosecha amenazada;
con índole transformada,
contempladlo a todas horas
cómo en ansias protectoras
siempre en vela se mantiene,
y grita «la nube viene»
a las barcas pescadoras.

XI

Si en un día, no lejano,
fuiste fatal atributo,
precursor de infausto luto
de Júpiter en la mano,
sujeto al imperio humano,
has sufrido tal mudanza,
que ya no eres la venganza
que sepulta en los avernos:
para los pueblos modernos
eres lazo de alianza.

XII

Rayo que hiendes las olas,
pase tu chispa que inspira
por las cuerdas de mi lira,
y vibrarán por sí solas;
crezca en tierras españolas
tu venidera importancia,
yo cantaré tu arrogancia
y fuerza avasalladora,
que lo que he cantado ahora
es la historia de tu infancia





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