Poema joco-serio,
escrito 	en el Molar, a 19 de mayo de 1775
Cantaron mil ingenios 	inventores
empresas de valientes capitanes
o amoríos de damas y 	galanes;
otros, conversaciones de pastores,
o ya el cultivo de árboles 	y flores;
unos, útiles fábulas morales;
muchos, agudas sátiras 	cantaron,
y otros, entre columnas teatrales,
con las prestadas voces 	declamaron,
ya el suceso festivo, ya el funesto.
Yo canto; mas no 	canto nada de esto,
ni he de decir lo que es, pues con decillo
pierde 	toda la gracia el cuentecillo.
Musas, pues hoy no halláis quien os 	invoque,
y casi se os olvida ya el oficio,
por poneros siquiera en 	ejercicio,
algo de influjo espero que me toque;
y en vez de estaros 	mano sobre mano,
inspirad a un poeta chabacano.
Entre unos cerros 	ásperos, enfrente
del camino llamado de la Puente,
que va desde el 	Molar a Talamanca,
paso difícil, solitario, estrecho,
que apenas deja 	trecho
a la pezuña asnal o humana zanca,
una mañana del templado mayo
	caminaba un ocioso, sin destino,
con sombrero chambergo. con un sayo,
	un bastón cual bordón de peregrino,
y atado atrás el pelo, como un payo.
Iba ya en lo mejor de su paseo,
cuando, sin más ni más, le sobrevino
	un apretón terrible,
un insulto enemigo del aseo,
urgencia y tentación 	irresistible,
precisión cuotidiana y repentina,
no de aquellas que un 	hombre presto aplaca
con soltar un botón a la pretina,
sino de 	aquellas en que no hay consuelo
mientras el infeliz no desataca
	plenamente las bragas hasta el suelo.
Confuso y angustiado,
allí 	suspende el paso el caminante,
y tendiendo al instante
la vista por la 	falda del collado,
ningún paraje ve proporcionado
para cumplir tan 	necesario intento.
Alza las manos a la azul techumbre,
e invocando a 	las ninfas de la cumbre,
así las ruega en lastimero acento:
«¡Oh 	dríadas y oréadas piadosas,
que habitáis estas verdes soledades.
	sátiros, faunos y demás deidades,
dueños de estas montañas escabrosas!
	Así los moradores
de la empinada sierra de Buitrago
os multipliquen 	aras y loores,
que me saquéis de lance tan aciago.
Atended al quejido
	de aquesta apuradísima persona.
que, como en vuestros montes no ha 	nacido,
y se crió en la corte regalona,
no sabe despachar tal 	diligencia
sino sentado a toda conveniencia.
¡Oh!, si por orden 	vuestra aquí naciera
(ya que númenes sois y obráis portentos)
alguno 	de los frágiles asientos
de que abunda Alcorcón y Talavera!
No 	reparara entonces en que fuera
el barro tosco o fino,
ya blanco el 	baño, terso y cristalino,
ya oscuro, ya verdoso,
o del redondo hueco 	en las orillas
mal vidriado con orlas amarillas,
que a fe que no sería 	escrupuloso».
Así decía; y las silvestres diosas,
apiadadas, sin 	duda, del fracaso,
le guiaban el paso
por medio de unas sendas 	peñascosas,
hasta que descubrió la mejor silla,
digna de un presidente 	de Castilla;
digna… ¿qué digo? si en la urgencia rara
ni por silla 	de un papa la trocara.
Llevan por un barranco su vertiente
dos 	pobres, pero limpios, arroyuelos,
que apenas (aun ya líquidos los hielos)
	aumentan a Jarama la corriente.
La tierra misma entre ellos forma un 	nicho
de los aires y lluvias resguardado,
que la naturaleza, por 	capricho,
fabricó en un terreno tan quebrado.
Dos lisas piedras de uno 	y otro lado
ofrecen tal asiento,
que está en el medio de la peña dura
	hecha como de intento
una capaz y cómoda abertura.
No quedó más 	gozoso, más ufano
Colón la vez primera
que avistó la ribera
del 	nuevo continente americano,
ni obtuvo mayor gloria el extremeño
	Hernando al verse dueño
del precioso tesoro mejicano,
que este 	descubridor, cuando su acierto
le llevó en tal borrasca a tan buen 	puerto.
Vosotras, ¡oh sensibles criaturas!
las que sabéis por 	ciencia y experiencia
cuán dulce complacencia,
después de tan molestas 	apreturas,
es aflojar un hombre lo aflojable,
considerad ¡qué ansioso 	y diligente
tomaría el paciente
posesión del asilo incomparable!
	corre, se desabrocha, dicho y hecho,
se remanga, se sienta… ¡Buen 	provecho!
Aquel asiento, que era juntamente
poltrona, canapé, 	reclinatorio,
nicho, púlpito y cátedra eminente,
también era azotea, 	observatorio,
mirador y atalaya, desde donde
se registraba un vasto 	territorio.
Allí, pues, a la vista no se esconde
ni la antigua 	Sansueña,
célebre por sus fértiles campiñas,
ni el soto de Silillos 	con su aceña,
ni Arjete, Fuente-el-Saz y Valdetorres,
de mieses 	circundados y de viñas.
Y tú, Jarama altivo, que recorres
tanta 	fecunda tierra,
desde la fría sierra
hasta aquellos jardines
en 	cuyos amenísimos confines
el nombre y el raudal te usurpa Tajo,
	también allá descubres en lo bajo
tu agua brillante cual bruñida plata,
	bañando con reposo
el distrito frondoso
que hasta Tor-de-laguna se 	dilata.
Por otra parte ostenta su aspereza
el monte de Vellón 	intransitable,
y los cerros, cubiertos de maleza,
ocultan en un valle 	extenso y llano
el Molar y la fuente saludable
a que dio nombre un 	toro,
que fue descubridor de aquel tesoro,
y con beber sus aguas quedó 	sano.
Mas ¿para qué es pintar lo que el lejano
horizonte a los 	ojos representa,
cuando en lo más cercano
del natural asiento en que 	regenta
el ya desahogado caballero,
un recreo no menos placentero,
	donde quiera que mira, experimenta?
En todo aquel recinto delicioso
	cantuesos aromáticos florecen,
el romero oloroso
y el menudo tomillo 	reverdecen.
Los rayos del hermano de Dïana
no alteraban aún de la 	mañana
el apacible fresco, y entre tanto,
cruzando por el aire en 	prontos vuelos,
alternaban las aves dulce canto;
y el ruido de 	entrambos arroyuelos,
susurrando entre guijas, infundía
la interior y 	pacífica alegría
que una campestre soledad ofrece
cuando más 	melancólica parece.
¡Ah! no es posible, no, que un grave monje
en 	el escurialense monasterio
se arrellane, se esponje,
se abandone, 	recueste y regodee
con tal prosopopeya y magisterio,
cuando ocupa a 	sus solas y posee
uno de los asientos celebrados
de aquellas 	necesarias, ostentosas,
cómodas, separadas, anchurosas,
cuya 	profundidad por todos lados
baña el agua corriente,
como el 	repantigado señor mío
cuando goza y dispone a su albedrío
del trono 	que adquirió tan felizmente.
Mas ya el sol, que, apuntando en el 	oriente,
le alumbraba de cara, algo molesto,
le obligaba a dejar el 	útil puesto;
y él, haciéndole humilde cortesía,
así con tierna voz se 	despedía:
«Lugar nada común, antes bien raro,
necesario lugar, 	lugar secreto,
donde hallé receptáculo y amparo,
quédate en paz, y a 	tu retiro quieto
jamás se atreva el tiempo codicioso
lávente siempre 	el pie los riachuelos
de este monte fragoso;
siempre alejen los cielos
	de ti sus destructoras tempestades,
y dures celebrado en las edades.»
Dijo; y sacando de la vaina el hierro,
con la punta afilada,
en el 	tronco de un árbol de aquel cerro
la siguiente inscripción dejó grabada:
	«Pasajero que vas por estas breñas,
si acaso ves al célebre arquitecto,
	autor de las cloacas madrileñas,
di que le está esperando entre estas 	penas
el modelo de Y griega más perfecto».