Poema La Orquídea De Acero de Gioconda Belli



Amarte en esta guerra que nos va desgastando
y enriqueciendo.
Amarte sin pensar en el minuto que se escurre
y que acerca el adiós al tiempo de los besos.
Amarte en esta guerra que peleamos, amor,
con piernas y con brazos.
Amarte con el miedo colgado a la garganta.
Amarte sin saber el día del adiós o del encuentro.
Amarte porque hoy salió el sol entre nuestros cuerpos
apretados
y tuvimos una sonrisa soñolienta en la mañana.
Amarte en toda esta incertidumbre,
sintiendo que este amor es un regalo,
una tregua entre tanto dolor y tanta bala,
un momento inserto en la batalla,
para recordar cómo necesita la piel de la caricia
en este quererte, amor,
encerrada en un triángulo de tierra.



Poema Y Por Qué No Es Tu Guerra Más Pujante… de William Shakespeare



¿Y por qué no es tu guerra más pujante
contra el Tirano tiempo sanguinario;
y contra el decaer no te aseguras
mejores medios que mi rima estéril?

En el cenit estás de horas risueñas.
Los incultos jardines virginales
darían para ti vivientes flores,
a ti más semejantes que tu efigie.

Tendrías vida nueva en vivos trazos,
pues ni mi pluma inhábil ni el pincel
harán que tu nobleza y tu hermosura

ante los ojos de los hombres vivan.
Si a ti mismo te entregas, quedarás
por tu dulce destreza retratado.



Poema Del Árbol de Leopoldo Marechal



Hay en la casa un Árbol
que no planto la madre ni riegan los abuelos:
solo es visible al niño, al poeta y al perro.

Su primavera no es la que fundan las rosas:
no es la vaca encendida ni el huevo de paloma.
Su otono no es el tiempo que trae desde el mar
caballos irascibles, por tierras de azafran.
Al Árbol suben otras primaveras e inviernos:
el enigma es del niño, del poeta y del perro.

Cuando la primavera sube al Árbol-sin-nombre,
vestidos de cordura florecen los varones;
y Amor, en pie de guerra, se desliza
de pronto a la sabrosa soledad de las hijas.
Entonces el sabor de algún cielo perdido
desciende con el llanto de los recien nacidos.
Pero cuando el invierno lo desnuda y oprime,
sobre los techos llueven sus hojas invisibles,
y, horizontal, cruza las altas puertas
alguien que por el cielo desaprendio la tierra.

Hay en la casa un Árbol que los grandes no vieron:
el enigma es del niño, del poeta y del perro.



Poema Vencida de Pureza Canelo



Dónde el anillo
Dónde la yerba, saboreo
y él perdido en ella?
Las flores apretadas
Como besos y palmas
La luz abriendo
caricias
en la cima de la tierra.

Es la calma
del amor vencido.
Del amor, vencida.

Dónde el anillo
Dónde la cita
claridad del poema?

Cruzándose el cielo
aves con ansia suben
hasta hacer de la dicha
un punto de cruz
que se borda en la tarde.

Atrapada
una rosa
está en el suelo.
Es la duna
del amor
vencido
vencida
oración
tan honda.

De «Pasión inédita»



Poema Rugió Tu Corazón… de Eloísa Sánchez Barroso



La cólera que quiebra el bien en dudas
César Vallejo

Rugió tu corazón.
Estalló amarga tu vieja letanía
de antiguas razones genesíacas.
Y, de repente, precipitóse en oleadas de cólera
el contenido enojo de tu agravio.
Despertóse tu ansiedad, largamente adormecida,
tu temblor insólito y milenario.
Abriéronse tus entrañas dejando al descubierto
el ígneo misterio que te habitaba.
¡Qué rapto de violencia sangrante en tu regazo!
¡Qué zarpada de fiera herida, acorralada,
su increíble aullido exhalando a nuestro asombro!
Cómo hubiéramos podido apaciguarte, dime cómo…
Sí ni siquiera Dios redujo la amarga dimensión de tu respuesta.
Implacable, tu poder destructor, aniquilador,
tanto tiempo doblegado y resentido,
amedrentó al hombre ?desventurado adorador de miedos?
quien, sometido a total indefensión,
clamaba tu templanza, tu continencia, tu sosiego…
Pero ya era tarde: tu abierto costado era muerte,
garras tus candentes, extendidos brazos.
Y nosotros, pura emoción donde tu holocausto se esparcía,
sólo presa ya de tu incontenible furia.
¿Quién podría redimir de nuevo tu universo,
dime, quién podría…?



Poema Dios Encontrado de Carlos Murciano



Dios está aquí, sobre esta mesa mía
tan revuelta de sueños y papeles;
en esta vieja, azul fotografía
de Grindelwald cuajada de claveles.

Dios está aquí. O allí: sobre la alfombra,
en el hueco sencillo de la almohada;
y lo grande es que apenas si me asombra
mirarlo compartir mi madrugada.

Doy a la luz y Dios se enciende; toco
la silla y todo a Dios; mi diccionario
se abre de golpe en «Dios»; si callo un poco
oigo jugar a Dios en el armario.

Abro la puerta y entra Dios -¡si estaba
ya dentro…!-; cierro, y sale, mas se queda;
voy a lavar mi cara y Dios se lava
también y el agua vuélvese de seda.

Dios está aquí: lo palpo en mi bolsillo,
lo siento en mi reloj y, aunque me empeño,
ni me sorprendo ni me maravillo
de verlo tan enorme y tan pequeño.

Me lo dobla el cristal, me lo devuelve
hecho yo mismo -Dios, perdón- su frío
y no acierto a explicarme por qué envuelve
su cuerpo en este pobre traje mío.

Hoy he encontrado a Dios en esta estancia
alta y antigua en donde vivo. Hacía
por salvar, escribiendo, la distancia
y se me desbordó en lo que escribía.

Y aquí sigue: tan cerca que me quemo,
que me mojo las manos con su espuma;
tan cerca, que termino, porque temo
estarle haciendo daño con la pluma.



Poema Llegada De Los Meses Y De Las Horas de Julio Herrera Y Reissig



(Terpsícore puede más que Morfeo)

Saludando cortésmente a la buena Mamá Juno
(Son las XII de la noche, del mes doce a 31)
Entran: Junio, Julio, Agosto, Setiembre, Octubre y Noviembre.
Enero, Marzo y Abril, Mayo, Febrero y Diciembre.

Síguelos el Viejo Tiempo, con traje de soberano.
(El Patriarca de los Siglos a quien ninguno conoce).
Y tomadas de la mano,
Formando rueda y bailando la vieja danza del brinco:
La seis, la ocho, la nueve, la diez, la once, la doce,
La una, la dos, la cuatro, la tres, la siete y la cinco.

(Anuncian: está Terpsícore.) Todos despiertan y ríen:
El gran salón se ilumina con mil resplandores blancos;
Barba Azul corre en sus zancos;
Raras macabras armónicas los instrumentos deslíen,
Y sin que haya espiritistas saltan las mesas y bancos.
Byron, Tirteo y Quevedo se olvidan de que son cojos,
Rabelais y el gran Leopardi no saben ya sus defectos;
Homero y Milton se muestran, ambos, con grandes anteojos;
los cuerdos se vuelven locos y arlequines los proyectos.
(Por bailar a misia Parca también se le van los ojos).



Poema A La Geología de Melchor De Palau



A mi profesor el distinguido ingeniero

ROGELIO DE INCHAURRANDIETA

ODA

Ábreme, Tierra, las profundas hojas
que muestran de tu vida los afanes,
y, nuevamente, las antorchas rojas
enciende de tus hórridos volcanes;
que, a su luz, quiero recorrer tu historia,
cantar tus hechos, ensalzar tu gloria.

¡Cuántos siglos y siglos han pasado
en que sólo la bárbara codicia
abrió tu seno, de metal preñado!
¡Cuántos siglos, de un polo al otro polo,
indiferente el hombre, pedestal suyo te creyó tan sólo!

Bien comprendo la pena que sufriste
cuando a los sabios viste
rasgar el velo azul del firmamento,
astros y soles reducir a cuento,
y, desprendidos de tus dulces brazos,
de otros planetas estudiar los lazos,
y perseguir el vago movimiento.

Doliote ver a tus ansiosos hijos
en otros mundos los anhelos fijos;
pero tú, como madre cariñosa,
perdonaste su amante desvarío,
y, llorando a tus solas su desvío,
hacinabas prudente y afanosa
preciosos materiales para el día
en que viera la luz la Geología:
y aquel día llegó; por fin el sabio
bajó hacia el suelo los alzados ojos,
reemplazó la piqueta al astrolabio,
y removió tus fósiles despojos.

Y él, que del primer libro
buscara ansioso la edición primera,
miró impresas con hondos caracteres
las formas primitivas de los seres
que a Dios plugo lanzar a nuestra esfera.

Con sorpresas crecientes,
a la luz de la Ciencia,
en sobrepuestas losas funerarias,
descubrió la existencia
de ya perdidas razas embrionarias,
y de razas que aún están presentes:
vio en tus hondas heridas
el paso de unas vidas a otras vidas,
y te abarcó en conjunto,
desde el sublime punto
en que Dios te llamó con voz de trueno,
y el caos arrojote de su seno.

Lloraste ya al nacer, ¡quién no ha llorado!
tus lágrimas copiosas desprendidas
el monte abandonaron por el llano.
en los cóncavos senos recogidas,
rellenaron el férvido Oceano:
flotó en la nada tu gigante cuna,
la gravedad colgote en el espacio,
pabellones de nácar y topacio
te dio el Sol en las gasas de sus nieblas,
y, rasgando las lóbregas tinieblas,
para tus noches encendió la luna.

La materia candente
se enfrió de las aguas al contacto,
como el dolor que siente
del llanto amigo silencioso tacto;
formada la película primera
sintió del fuego el ardoroso brío,
y a ondular comenzó, de igual manera
que las mieses ondulan en estío;
pero vencido y encerrado luego
por nuevas capas el hirviente fuego,
desahogó su furor lanzando al alto
columnas mil de lava y de basalto.

Como sencilla virgen ruborosa,
al vislumbrar el sol entre celajes,
con florecientes y verdosos trajes
cubrió su desnudez la tierra hermosa;
y, mientras las erráticas estrellas
la ley fijaban de sus claras huellas,
arrebatando al iris los colores,
pintó la Flora sus primeras flores:
la Fauna apareció; vida rastrera
tuvieron los primeros moradores,
que terminó en el cieno;
el aire impuro, irrespirable era,
y nunca vieron el azul sereno:
no bastó de las conchas la defensa
de los arrastres a evitar la ofensa;
y en pétreas fosas yacen,
que ni al golpe del hierro se deshacen;
el sabio, al ascender de prole en prole,
dic con la de hulla portentosa mole,
profeta de la industria de estos días,
y, al vislumbrar plausibles armonías
entre aquel mineral y nuestra fragua,
y estudiar de su enlace la potencia,
bendijo a la divina Providencia
que, antes de darnos sed, dionos el agua.

En oscuras cavernas hacinados
animales halló tan asombrosos,
que, aunque muertos están y destrozados,
ponen miedo en los pechos animosos:
aves que al sol lucieron sendas galas,
que, en rastreante vuelo,
recorrían el suelo,
y que de piedra tienen hoy las alas:
sepultos en el lodo,
los escualos y saurios devorantes,
los mamutes gigantes,
que de rehacer la Ciencia encuentra modo;
razas que un día el orbe dominaron,
y, por fortuna, a no volver pasaron:
tan sólo allá en las márgenes del Nilo,
recuerdo vivo, asoma el cocodrilo.

Cual madre cariñosa
que, presintiendo de otro ser la vida,
apercibe afanosa
cuanto al reposo y al placer convida;
así, Naturaleza
con diligente mano,
ya la morada a preparar empieza
para el huésped cercano;
apaga los volcanes
cuya luz le ofendiera;
de los raudos inquietos huracanes
amengua la carrera;
y, en sus antros ignotos,
encierra los terribles terremotos.

Con valladar de arena,
del mar soberbio la pujanza enfrena;
cuelga del árbol el añal tributo
de su sabroso fruto;
con incienso de flores embalsama
las brisas regaladas,
pajarillos cantores pululan
por las verdes enramadas
y, templando el ardor del seco estío,
llueve sobre las hojas el rocío.

En la espaciosa frente la clara inteligencia por diadema, feliz y sonriente, del quebrajado seno de la ancha esfera en la tardía calma, brotó de vida lleno un cuerpo hermoso atesorando un alma; y en sus ojos rayó la luz primera que iluminara al mundo, contemplando con éxtasis fecundo gentil cuanto amorosa compañera.

Las capas del plioceno diéronle debatida sepultura que acorde no está el sabio en si es figura humana la que encierra aquel terreno,
Bien presto por la mísera existencia comenzó el hombre la batalla ruda, que aumenta con los siglos en vehemencia, de lo futuro ante la negra duda; que hállanse, en formas raras, hachas labradas por sus propias manos, pregonando á las claras
que, nacidos á un tiempo, el trabajo y el hombre son hermanos.

De entonces, sin notable sacudida paso á paso siguió lenta la vida; tan sólo un día, de recuerdo triste, que en erráticos bloques está escrito, para lavar el mundo de un delito, Dios rompió el freno que á la mar resiste.

Las aguas se cernieron sobre el monte, y, al arrastrar con ímpetu salvaje, para que más á su Hacedor no afronte, casi en conjunto el humanal linaje, ¡ tanta hez en su curso recogieron, que amargas á sus Senos se volvien

Mas ya todo acabó; con nuevo brío
retoñó el árbol áa cercén cortado,

volvió a hacer nido el pajarillo alado,
volvió a su cauce el abundoso río,
y, del sol a la luz y de la luna,
volvió el mar a mecerse en su ancha cuna.

Geología esplendente,
peana de la historia que en ti fija
la planta prepotente,
y recibe de ti blasón y gloria;
tu luz es la tan pura
que presidió del mundo el nacimiento,
y, en las ondas del viento,
dic un ósculo a su virgen hermosura.
Tuyo es el sacro fuego
que mantienen incógnitas Vestales
de la tierra en el centro, sin sosiego.

Ciencia nacida ayer, ya eres gigante;
para a tu arbitrio manejar la tierra,
y remover cuanto su fondo encierra,
heredaste los músculos de Atlante.

Hasta en Nerón el hombre has convertido;
pues, rasgando los senos de su madre,
sus entrañas has hecho que taladre
para ver el lugar donde ha nacido.

Tú miras otras ciencias de estos días
como al sol del saber raudas se elevan,
mas de improviso caen, porque llevan
alas de cera, débiles teorías.

Tú buscas en la muerte caminos de verdad,
y de esta suerte, con firme planta,
subes por escalas de piedra, hasta las nubes.

Colección tienes ordenada y rica
de fósiles y huellas naturales,
(medallas que ninguno falsifica),
tus teorías son fijas e inmortales,
que en mármoles se basan y en granitos;
tus antiguos anales
por el dedo de Dios están escritos



Poema Quisiera Estar Solo En El Sur de Luis Cernuda



Quizá mis lentos ojos no verán más el sur
de ligeros paisajes dormidos en el aire,
con cuerpos a la sombra de ramas como flores
o huyendo en un galope de caballos furiosos.
El sur es un desierto que llora mientras canta,
y esa voz no se extingue como pájaro muerto;
hacia el mar encamina sus deseos amargos
abriendo un eco débil que vive lentamente.
En el sur tan distante quiero estar confundido.
La lluvia allí no es más que una rosa entreabierta;
su niebla misma ríe, risa blanca en el viento.
Su oscuridad, su luz son bellezas iguales.



Poema Como Un Deseo de Alain Bosquet



Como un deseo,
y nadie sabe si será de silencio
o de perfume.
Como un impulso,
y nadie sabe si lo proporcionan las hormigas,
las nubes de la noche, las yeguas locas.
Como un enigma,
y nadie sabe si le corresponde a Dios,
al hombre , al polvo,
resolverlo.
Como un prólogo,
y nadie sabe si le seguirán los frutos,
las palabras, los reproches disimulados.
Como una ciencia
y nadie sabe a quién corresponde,
útil o caprichosa
o mil veces contradictoria.
Como un asombro,
y nadie sabe si existe alguien
para asombrarse, para ser feliz,
para determinar las grandes desgracias.
Como una ley,
y nadie sabe si hay que proferirla,
callarla, escribirla de nuevo
o llevarle cada mañana máscaras nuevas.



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