Poema Agruras Y Carcajadas de Rodrigo Carrillo
Él aseguraba que ella no tenía sonrisa
Ella le mostró los dientes
manchados con sangre
de su corazón
Él está convaleciente
con el consuelo
de que ella se indigestó de él
Amor Amistad Familia Infantiles Fechas Especiales Cristianos
Él aseguraba que ella no tenía sonrisa
Ella le mostró los dientes
manchados con sangre
de su corazón
Él está convaleciente
con el consuelo
de que ella se indigestó de él
coágulos en el aire dulcemente sangriento,
sábanas en la serenidad.
Existen los perfumes inguinales, lenguas en las heridas femeninas
y el corazón está cansado.
Entra con tus campanas en mi casa, pastora ciega, sin embargo,
como si no tuviera la dulzura su fin aún en las ciudades blancas.
El libro sin abrir y el vaso lleno.
-Con esto, para mí, nada hay ausente-.
Podemos conversar tranquilamente:
la excelencia del vino me hace bueno.
Hermano, ya lo ves, ni una exigencia
me reprocha la vida…, así me agrada;
de lo demás no quiero saber nada…
Practico una virtud: la indiferencia.
Me disgusta tener preocupaciones
que hayan de conmoverme. En mis rincones
vivo la vida a la manera eximia
del que es feliz, porque en verdad te digo:
la esposa del señor de la vendimia
se ha fugado conmigo…
Saliendo del colmenar,
dijo al Cuclillo la Abeja:
«Calla, porque no me deja
tu ingrata voz trabajar.
No hay ave tan fastidiosa
en el cantar como tú:
cucú, cucú y más cucú,
y sempre una misma cosa»
«¿Te cansa mi canto igual?
(el Cuclillo respondió).
Pues a fe que no hallo yo
variedad en tu panal.
Y pues que del propio modo
fabricas uno que ciento,
si yo nada nuevo invento,
en ti es viejísimo todo.»
A esto la abeja replica:
«En otra de utilidad,
la falta de variedad
no es lo que más perjudica;
pero en obra destinada
sólo al gusto y diversión,
si no es varia la invención,
todo lo demás es nada.»
Ha crecido el abril en mi abandono.
Ha venido a llenarlo todo con su llanto, para humedecer las
lunas del cristal, los tallos verdes, la gracia que toca el
suelo duro.
Se ha llenado de cigarras, que miran con tristeza.
Cigarras que golpean el fruto de mi nombre, y ponen una
mordaza de hielo entre mis labios.
Existo silenciosa, con una carta estrujada y un invierno eterno;
con una piedra que se destroza y un gusano voraz que me
devora.
Ha llegado mi abril, humedeciendo el luto de este cuerpo de
alas tronchadas. Vino despacio por los juncos y las breñas.
Allí donde los espejos de las hojas apagan sus luces y los
crisantemos se arrojan a la noche del alma.
Voy a bajar a su misterio, triste y fría, y encontraré su túnel sin
origen.
Abril de miedo frío…me roba los sueños y deja mis ojos
abiertos, gastados por el llanto.
Hay en San Juan una cuesta empedrada
por la que circula el viento
de la bahía profunda,
vuelan las risas sobre los espejos
y tallan en las azoteas
huellas nocturnas.
¿Qué nuevo camino se impone
en este laberinto que oculta
un sombrero de plata?
Siempre insumisos ladean
las colinas y los valles por donde surca
un velero imaginario que viola
los peligrosos confines del verbo,
las jadeantes fronteras del axioma anárquico.
Arranca el perpetuo adjetivo que embriaga
el verso definidor: arte por el arte.
Hay en San Juan una puerta cerrada
que ajusta el filo de la noche,
que afina el reencuentro súbito,
y abre al ruido del tráfico
su decreto místico.
El aire subrepticio
revela la sorpresa de su magia,
mientras el mar ahonda la suya
en la bahía profunda.
Desdichas del mes de Enero cuando el indiferente
mediodía establece su ecuación en el cielo,
un oro duro como el vino de una copa colmada
llena la tierra hasta sus límites azules.
Desdichas de este tiempo parecidas a uvas
pequeñas que agruparon verde amargo,
confusas, escondidas lágrimas de los días
hasta que la intemperie publicó sus racimos.
Sí, gérmenes, dolores, todo lo que palpita
aterrado, a la luz crepitante de Enero,
madurará, arderá como ardieron los frutos.
Divididos serán los pesares: el alma
dará un golpe de viento, y la morada
quedará limpia con el pan fresco en la mesa.
acerca de los trabajos y los días puedo decir que no domé tigres en el asia
no cabalgué a lomo de elefantes cazando fantasmas en la niebla
no obligué la voz llamando a los otros changadores,
se sin embargo la exacta huella donde
tocar el hombro de una mujer en solar desierto, mugriento,
subiendo la sangre, sangrando desde abajo,
sudando en los trabajos y los días,
en la semipenumbra del día agonizante,
en la entrepierna sibilante y lúbrica
en la línea exacta de su terminación
donde espalda y nacimiento dejan lugar
para envainar sables de vigor y dolor.
Cuando murieron los poetas ingleses y franceses
la rosa florecía.
Cuando murieron los húmedos poetas alemanes
la rosa florecía.
Cuando murió Montale y el cielo se llenó de diamantes asmáticos
la rosa florecía.
La rosa florecía
cuando murió también Whitman el núbil.
Verde siempre el vestido de este aire.
Yo vivo con la rosa que no muere.
El buscador de joyas traga estiércol
como abono a una tierra sin raíces.
Escarba cuerpos con sus uñas negras
y arranca corazones
picados de gusano.
En cada frente de mina esa veta
de ojos que se resiste al picador.
De El ojo entornado (1996)