Poema Estábamos Ahí Detrás Del Seto de Jesús Aguado



estábamos ahí detrás del seto
hendidos a buril en la espesura

estábamos ahí abrazados e inmóviles
a salvo de los perros de la casa

estábamos ahí
como piedras talladas por el canto del búho
como agua detenida por el canto del liquen
como raíz medicinal que aguardase a una enferma

estábamos ahí tras los arbustos
a salvo del bullicio feliz de las palabras
lo que dices de mí lo que digo de ti
las palabras que dicen
pon la cena el columpio chirría que se laven las manos
he encontrado ese vino que te gusta

estábamos ahí
sin las palabras
hundidos en la noche como huella en el barro
abrazados e inmóviles como el rayo en el tronco
a salvo del Estar y del Ahí
perros que muerden al extraño que salta el muro de la casa

estábamos ahí detrás del seto
como un poco de lluvia secándose en la cuerda de la ropa
besándonos despacio para parar el río
buscándonos despacio viviéndonos despacio
para parar el hielo y el deshielo
para parar las nubes y las águilas
para entrar muy despacio al cuarto donde duermen las
preguntas
para salir del tiempo sin salir de nosotros

estábamos ahí
sin arcos de palabras sin flechas de palabras
desarmados y solos como el óxido que baja por la verja
sin cepos de palabras sin lazos de palabras
sin tirachinas de palabras
abrazados e inmóviles como briznas de un nido
como una mariposa en el cuerno de un toro
como un cadete muerto en su trinchera
a salvo del Decir y del Nosotros
emboscados y tristes
lamiéndonos despacio desde nunca hacia nunca
pulsándonos despacio como a un violín los cambios de
humedad
cerrándonos despacio las madrigueras del deseo
mientras ladran los canes y olfatean
mientras ladra el Decir ladra el Nosotros
mientras ladran a coro las palabras
lo que dices de mí lo que digo de ti

ayúdame a peinarme la leche no está fresca
gracias por el jersey gracias por tu sonrisa
hoy te toca fregar ya mí las camas
ayer no te acordaste de recoger las fotos
se han mustiado las rosas pero no los geranios

estábamos ahí
sembrándonos semillas de dedos y de bocas
la pepita el carozo las costillas los tarsos
sembrándonos el árbol de los huesos
arrojando caricias como grano en el surco
arándonos a espalda de los bueyes pesados del espíritu

estábamos ahí detrás del seto
no en silencio pues éste mana de las palabras
cercados por hurones por babosas
por pistilos y abejas por el viento y un trozo de papel
no en silencio pues éste se calla en las palabras
el silencio se calla dentro de las palabras
a salvo del Estar y del Ahí
que se llenan la panza con todas tus palabras y las mías
palabras como pienso que trituran sus dientes
montones de palabras que les mantienen vivos y excitados
palabras recogidas en platos de silencio
que les hacen saltar mancharte con sus patas aullar a los
de afuera
palabras que alimentan la exclusión

estábamos ahí tras los arbustos
como tréboles setas coccinelas
como asteroides recién precipitados del olvido
como el tallo espinoso de la nada
como torpes alumnos del sauce y la colina
como luz rebotando de tu cuerpo a mi cuerpo de pared a
pared
quitándonos despacio los ladrillos
quitándonos ladrillos uno al otro para poner un claro del
bosque entre los dos
atesorando fórmulas para el tiempo del caos

estábamos ahí
esculpiendo la luz en la espesura

estábamps ahí detrás del seto
como ladrones sin pasado
ladrones sin más plan que no ser atrapados por la Historia
ladrones con las manos vacías de vacío
ladrones sin ganzúas sin linternas sin guantes sin
cronómetros
sin pólvora futura ni el cortafrío del presente
ladrones sin sintaxis ni pistolas
plantados en un robo como en una maceta
plantados en el plano de una casa como alfileres en un
corcho
plantados en el antes y el después como una jabalina
lanzada contra un ñu

estábamos ahí
soldados a la noche como planchas de un barco a la deriva
sorbiéndonos y siendo sorbidos por los líquidos
fantasma naufragando en un fantasma

estábamos ahí
entre el bosque y la casa
tras un seto
a salvo del Decir que rompe el espinazo de los gatos
a salvo del Estar que acorrala a los topos
a salvo del Nosotros que acecha a los gorriones
a salvo del Ahí que gruñe al visitante
a salvo del desfile de palabras que aplastan tulipanes y
magnolias
lo que dices de mí lo que digo de ti
barnizar las persianas me llevará una tarde por lo menos
el paquete de harina me recuerda a tu amigo
me esconderé en el gel cuando te duches
te vi en mi pesadilla con treinta y dos cabezas de lechuga
haz copia de esta llave haz copia de tu lengua

estábamos ahí
abrazados e inmóviles como raíles a la tierra
como una copa al agua que derrama
desmigajados como para un cuervo
desorientados como la brújula prendida de un imán
abrazados e inmóviles como el humo y los troncos
como el mirlo y sus trinos
como el tren y el temblor y el pasajero

estábamos ahí detrás de los arbustos
no escuchando las risas ni los discos ni los coches
frenando al llegar a la curva
no mirando los globos de colores
no oliendo las galletas horneándose
a salvo del Nosotros anfitrión de una fiesta
a salvo del Decir malabarista
a salvo del Estar que sirve canapés
a salvo del Ahí que guarda los abrigos
abrazados e inmóviles como nutrias de agua
como milanos de aire
como arcilla en la piel del alfarero
no sintiendo el relente que empapa las hamacas y los
toldos y riza los cabellos de los que bailan en el
porche
no atendiendo al silencio de todas las palabras
lo que dices de mí lo que digo de ti
nos vamos a tu casa. lo siento eres mi tipo. pues más a
mi favor. es que jamás me acuesto con hombres
que me gustan estropea las cosas cuando todo
termina, estoy a tiempo aún de no gustarte si me
das media hora, es tarde para el tiempo y es tarde
para ti ya me gustas muchísimo. soy horrible lo
juro.
para mí una ginebra yo seguiré con blanco
me han hablado de ti me han dicho que eres dulce y
optimista
el dinero ya sabes sólo sirve a la nada mientras más menos
eres
he dejado a las niñas con mi primo

estábamos ahí
abrazados e inmóviles
inocupados como los bancos de una plaza un día de tormenta
desiertos como el iris de un cervatillo muerto
desposeídos como una cantera de reptiles
inobservados como las tejas de una torre
a salvo del Abrazo y de lo Inmóvil
esos perros rabiosos que atacan a sus dueños
a salvo del Abrazo que le ofrece tus ojos a los pulpos
cuando intentas salvar al que se ahoga
a salvo de lo Inmóvil que transforma este punto en una
cárcel

estábamos ahí
entre el bosque y la casa
dilucidados por el canto de un bosque y una casa
dilucidados por el humus las brácteas las mantis
religiosas
dilucidados por el canto de ventanas y puertas
abiertos al sentido abiertos los sentidos
penetrando en lo otro que no es otro
cayendo hacia lo otro desde un puente pintado sobre el
agua
cruzando a la otra orilla sobre balsa de espejos
dilucidados por el canto que salva de lo Otro
dilucidados por el canto que nos salva del Entre

estábamos ahí tras los arbustos
ausentes de la punta de una lanza que viaja por nosotros
como un escarabajo por el hueco de un árbol
la punta de una lanza que no gobierna ya ni el asa ni la
elíptica de un tiro
la punta de una lanza que abreva en el hilillo de una
sangre inmóvil y abrazada a nuestras bocas
ausentes del galápago que desova en la playa del silencio
ausentes de las fresas y del muérdago
más allá del Decir y del Nosotros
esas ratas que rompen los huevos del galápago
más allá del Estar y del Ahí
ese tifón que arrasa las playas y la ausencia
más allá de las fresas comparadas con labios y más allá
del muérdago que desvela los símbolos
ausentes y presentes como el cielo reflejado en un lago
lo que dices de mí lo que digo de ti
le pondría una pizca de salvia y de tomillo
el dolor no me sirve para entender los nardos
esa novela es buena pero mejor que la olvidemos
no descuides tu tierna hipocresía cuando te lo presente

estábamos ahí
hendidos a buril en la espesura
hendidos a buril por el vacío
una fragua encendida en la espesura
un taller de escultor con lascas de vacío
dos cuerpos que se cruzan en la fronda como huenas de
zorro con huenas de gineta
cuerpos que en vez de manos tienen cambios de agujas
cuerpos que en vez de cuerpos son minas de antracita
hendidos muy despacio con golpes de vacío
borrados por el canto del murete por el canto de la
cancela por el canto del chumbo
cuerpos o vagonetas herrados al vacío
cuerpos para una estatua del vacío

estábamos ahí
barriendo la hojarasca de nuestro Corazón con la escoba
del cuerpo
barriendo la hojarasca de los músculos con movimientos
limpios de cadera
barriendo la hojarasca del antes y el después para
quemarla ahora en nuestro sexo
desocultados como un salto de jaguar hacia una iguana pero
ocultados como iguana en una poza
desocultados y ocultados como la palabra en el canto

estábamos ahí tras los arbustos
velando nuestro estar dormidos como espigas dormidos como
calabazas dormidos como peras en un árbol
velando la respiración de la cosa en la cosa y del cuerpo
en el cuerpo
velando el transcurrir del tiempo deteniéndose en el
tiempo
atentos al hidrógeno que avanza por la savia como una
bicicleta que colgada de un gancho escala su pared
sin miedo al precipicio
atentos al arroz que avanza por el humedal como el cielo
recorre una cometa enredada en los cables de la luz
cuidando las raíces de la noche las raíces que sanan a la
enferma

estábamos ahí detrás del seto
anadeando en el estanque de los muslos
a salvo del Decir y del Nosotros
lo que dices de mí lo que digo de ti
me sentiré culpable de nuestro apocalipsis
atrácala a la carta. sitar gratis. sé de crema mercedes.
reconocer. radar
la tenía en mis menos y la echaba de manos
las alarmas no sirven si es un profesional el que te besa
tanto pan de centeno y luego los bombones
y bájame la cremallera sin exiliar tu boca de mi nuca sin
que levante el vuelo tu mano del pezón sin que
abandone el monte de mis nalgas tu cintura rebelde
alzada en armas
si la amnesia es un don sé entonces mi accidente
crocanti y leche condensada una hora a fuego lento y está
listo

estábamos ahí tras los arbustos
orinados por hadas y unicornios
orinados por la velocidad por la imaginación por las
metáforas
empapados de olor pero inmutables como el musgo o la
esquina como el tocón o el grifo que surte a la
manguera
manchados con la orina del lenguaje
orinados por todas las palabras que después de aliviarse
se olvidan de nosotros
manchados de silencio
manchados por las heces de la nada
orinados por gnomos y por sílfides por hidras y por
monstruos
orinados por máscaras y voces
orinados por Ti y por Mí por el Entre y el Ser por Ahora y
por Nunca

estábamos ahí
desmigajados como para un pez

estábamos ahí detrás del seto
viéndonos despacio para burlar la Vida
urmiendo a las preguntas para salir del tiempo sin salir
de nosotros
estábamos ahí tras los arbustos
desgajados de todas las palabras
lo que dices de mí lo que digo de ti
mejor llévate un chal si te vas a la guerra
otro avión se ha estrellado
tantos mueren de sed y nosotros piscinas y piscinas
minas antipersona en la concienda
un solo mandamiento es necesario no usarás ya más
pronombres posesivos

estábamos ahí
detrás de los arbustos
o tras el seto
abrazados e inmóviles
como raíz medicinal en manos de una enferma
a salvo de los perros de la casa
esperando
esperando
esperando el poema



Poema El Saltador de Jesús Aguado



El saltador se encoge, se agarra las rodillas,
esconde la cabeza entre las piernas.
A punto de llegar da un latigazo
y se estira de golpe contra el agua:
al sumergirse nace, y el mundo, sacudido,
vuelve a iniciar de nuevo sus circunvoluciones,
su salto de gestante que atraviesa el espacio
como una caracola o bosta o piedra
lanzado hacia la luz: le enseña el saltador
al mundo su trabajo, y a convertirlo en juego,
y cómo al zambullirse quedar recién nacido:
le enseña el mecanismo de la vida.

El mundo se detiene y mira concentrado,
quizás reconociéndose en los gestos del hombre
que rota y se traslada dibujando una elíptica
con su cuerpo visible sobre un eje invisible.

Es el mundo el que salta, no es el hombre:
esa bola que rasga la seda de la tarde
desnudándolo todo, no es un hombre:
es el cauce de un río, las raíces de un árbol,
la tierra de aluvión, pero no un hombre:
es el molde de un hombre, un recipiente
vaciado de un hombre y luego vuelto
a llenar con el cauce, las raíces, la tierra:
es el hueco dejado por un hombre
para darle un cobijo a las cosas del mundo.

El hombre, cuando salta, ya no piensa,
pues su interior es agua, filamentos o polvo.

Cuando salta es el puro movimiento
y es la inmovilidad perfecta y pura:
es el mundo que gira y el mundo detenido.

El mundo, ese aprendiz de saltador,
y el saltador, ese aprendiz de mundo,
se duermen en el aire
y nos suenan.



Poema Como Un Águila de Jesús Aguado



Como un águila,
Dios
también de vez en cuando necesita
descansar de Sí Mismo
y replegar Sus alas
y dejar de volar por un instante.
Nosotros somos árboles plantados por Sus manos,
apenas una mancha en el paisaje
de lo Eterno:
lugares
para que Dios repose.

Vikram Babu pregunta:
¿qué crueles leñadores os talaron?

De «Los poemas de Vikram Babu»



Poema El Desenterrado de Jorge Enrique Adoum



Escapa por tu vida: no mires tras de ti.
Génesis, XIX, 17

Si dijeras, si preguntaras de dónde
viene, quién es, en dónde vive, no podría
hablar sino de muertos, de substancias hace
tiempo descompuestas y de las que sólo
quedan los retratos; si preguntas de nuevo,
diría que transcurre el cuarto al fondo
de la casa, que conserva destruyendo labios
como látigos, rostros, restos de útiles
inútiles y de parientes transitorios
en su soltera soledad.
Pero ¿quién puede todavía
señalar el lugar del nacimiento, quién
en la encrucijada de los aposentos, halla
la puerta por donde equivocó el camino?

Detrás de su ciega cerradura, el hombre
y su mujer ajena, que la tarde devuelve
puntualmente, suelen engañarse con amantes
abandonados o difuntos, desvestirse a oscuras,
cerrar los ojos, primero las ventanas, y con la voz
y con las manos bajas, incitarse a dormir
porque hace frío. Pero un día despiertan
para siempre desnudos, descubren la edad
del triste territorio conyugal, y se toleran
por última vez, por la definitiva, perdonándose
de espaldas su muda confesión de tiempo compartido.

Y a través de caderas sucesivas, volcadas
como generaciones de campanas, el seco río
de costumbres y ceniza continúa, arrastra
flores falsas, recuerdos, lágrimas usadas
como medallas, y en cualquier hijo recomienza
su antepasado cementerio.

Y es duro apacentar
el alma, y es preciso salvarla de la tenaz
familia: apártala de tu golpeado horario
y sus descuentos, defiéndela renunciando
a las uñas que ya nada pueden defender,
ayúdame arrancando las difíciles pestañas
que al sueño estorban, las ropas, las
palabras que establecen la identidad
desenterrada.
Porque desnudo y de nuevo
sin historia vengo: saludo, grito, golpeo
con el corazón exacto la vivienda
del residente, quiero tocar sus manos
convertidas en raíz de mujer y de tierra, y otra vez
pregunto si estuve aquí desde antes,
cuándo salí para volver amando este retorno,
si he llegado ya, si he destruido
el antiguo patrimonio de miedo y abalorios
por donde dios se abrió paso a puñetazos,
si cuanto tuve y defendía ha muerto
de su propio ruido, de su propia espada,
para sobre la herencia del salvaje tiempo
y sus secretos, para sobre sus huesos
definitivamente terrestres y quebrados,
sobre la sangre noche a noche vertida
en la verdura rota, en los telares,
recién nacer o seguir resucitando.

De «Ecuador Amargo» 1949



Poema Surrealismo Al Aire Libre de Jorge Enrique Adoum



El insólito encuentro de una máquina de coser
y un paraguas en un mesa de operaciones

o relojes con ojos.
De modo que pensabais
que había que inventar los increíbles.
Pero, entonces, ¿no habéis estado
en mi país, en mis países, nunca supisteis
lo que pasa en su paisaje de colores
en cólera, por ejemplo una bota
con espuela y un sombrero de cura
encima de un cadáver, de un indio
por más señas, como si no bastaran
los piojos de su historia, cuentas
de avemarías? Oh loca simetría de uniformes
en la humilde dictadura del difunto,
y es tan sabido el cada día americano
que también lo morimos de memoria,
y es tan igual a la vejez el hambre
cuando empieza por adentro a desvestirnos,
y están los dientes importantes que nos muerden
la tierra, y la Virgen con gorra y con polainas.

Eso es así, es así, es así más que qué, más
Américas en las bodegas del olvido, más
eco regresando a la puerta del grito,
buscándose la culpa como una culebra.
Qué sabíais, entonces, si no estas estampas,
si no esta atroz baraja del delito,
ni cómo inventaríais nada igual a ese
muerto que murió sin decir nada, llorándose
los gusanos que le quedaban desde
cuando le dejaron un rato sin matarle.
Pero esto no es pintura ni palabra
lograda: sucede, nada más, después
de misa, después de la independencia y otras
tonadas de larga duración. Pero la sangre,
no el llanto, tiene ahora la palabra
y ha de reír mejor al último de tanto.

De «Yo me fui con tu nombre por la tierra» 1964



Poema Resumen De La Infancia de Jorge Enrique Adoum



Ante todo, es preciso ordenar la infancia
como un país disperso, hallar las fechas
de su límite: la dulce iniciación
en la desobediencia, la cerradura
que por necesidad puse a mi alcoba
o la primera mujer que se guardó la noche
entre sus telas estériles, sus párpados.

Y descubrí de pronto que nadie compartía
mis costumbres: la muerte había entrado
antiguamente al patio, a la bodega,
y yo crecía sobre un osario familiar.
No sé por qué, porque sí, por pura
gana, cambié las órdenes para la cena,
el sitio de los adornos, el precio
de las plumas; odié el muro
que cercaba la viña y el camino de orina
a los establos. Y ya no pude vivir más,
no podía establecer mi edad, mi oficio,
destruir la seguridad de cada día
o levantar los párpados hacia la luz
de afuera: un hombre pasaba sin llorar
bajo la lluvia, las aldeanas
completaban su cuerpo entre la hierba,
pero debía conservar la herencia intacta,
conocer los secretos del ganado,
calcular la distancia entre mi seca
seguridad y la aventura.

Así empecé
a soñar solamente con la llave,
con la bahía donde nadie hubiera
a despedirme, con migraciones de pájaros
azules. No era la pegajosa soledad
lo que buscaba sino una familia
diseminada en la distancia, una
hora de paz bajo los árboles, una hoja
sin odio entre mis manos.

De «Notas del hijo pródigo» 1953



Poema Regreso Cuando Llovía de Jorge Enrique Adoum



Del agua, como de la sangre, y al agua
vengo, entrando a tierra por el agua:
por su ángeles turbios derramados
de costado, agua y aguacero errante,
porque lluvia también cuando volvía,
como una miel de piedra en tempestad
sobre el pequeño tambor del corazón.

En la ría, como en un espeso
machete horizontal, tanta indecisión de ida
y vuelta, tantos pedazos de la tierra:
un pañuelo de hojas solas, una involuntaria
madera, una cáscara, el cadáver
de un grillo que asesinó la lluvia:
testimonio de que la vida estaba
allí no más, al otro lado
del difícil destino, húmeda y cercana
como la boca que nos busca.
¿Quién
entonces eludió el regreso, quién
podía rechazar sus fluviales manos ciegas?
Porque si es lo fatal si las cosas
caen y se rompen, si los clavos
han de golpearse siempre la cabeza,
si la robusta soledad del ganado
camina sin cesar a su osamenta
¿quiere decir que nunca
escaparemos a la patria, quiere decir
que siempre volveré a su costa
como a la única mujer en donde he estado
transcurriendo?
Ah, en esa dura
paz, en la tinta de la baja noche,
la población buscaba vida al viento,
pescaba vida en el amarillo peinado
del océano, cazaba vida litoral, los aguadores
llevaban una cruz de vida colgando
de sus brazos, cáscaras de vida
escogía el niño en la basura. Todo
era salvación afuera, todo
entrega final: enloquecido
el pez entraba al muro
vacío de la red, el hombre
a la mujer, al mar
el alma empobrecida.

(Ya se estaban poniendo
tristes los maíces y hacia sus huesos
envejecía el campesino, andino
o lateral. Y de pronto, agua
sobre la tierra, agua de pronto
sobre la castigada y flaca duración
vacilante de los pobres, lluvia
hasta su sorda cavidad de sueño y alma.)

Yo quería dormir, quería haber llorado
con los párpados puestos en mis necesidades,
en lo olvidado, retroceder a alguien,
a ella, a mí, a nosotros
dispersos: y solamente encontré al indio,
dueño de su desesperanza y de su abismo,
gastándose sin ruido, sin arder,
como un fósforo mojado.

Porque duro como el arroz es el retorno:
ni casa ni comida ni mujer propia
ni propia solución la que yo intento;
no es llovizna de novia arrepentida,
no es un tango ni una carta
en olvido gradual: es aguacero
ecuatorial, a cántaros, territorial: es río
y mar y lluvia que para el hombre y sus vecinos
de soledad, de ruina y de destrozo, edifican
su propia cárcel que mojando lo agoniza.

Fue preciso cerrarla: gritar, abandonar
lo que me dieron y fue mío,
lo que tuvo mi pisada, mi latido o mi olor:
las ropas colgadas o caídas, mi tinta
con su alta investidura de arzobispo,
el celo, los lugares, los cuerpos
de donde injustamente salía las mañanas
y estar aquí, de nuevo, en mi terreno
caminante y en mi terrestre invierno
que a sí mismo se destruye, destruido.

De «Ecuador Amargo» 1949



Poema Pont St.-michel de Jorge Enrique Adoum



los jóvenes han invadido la tierra por parejas
un pescado abrazado a otro pescado
y en todos los rincones del desierto
el doble animal el montón único
ciegos que se reconocen oliéndose la oreja
o sordos que se oyen con la lengua

en esta fría devoración quién de los dos es ella
quién pondrá entre los dos una guitarra
quién envidioso los separará con una espada
o les dará colérico noticias de la guerra

De «Yo me fui con tu nombre por la tierra» 1964



Poema Poética A Dos Voces de Jorge Enrique Adoum



Aves corola que deshoja sin preguntar el viento
» -… vinieron en la noche, derribaron la puerta…»
por sus propios colores perseguidas
» -… hirieron al hermano y quemaron los libros…»
con las alas mojadas en estanques de altura
«-… bajaron a registrar hasta abajo del suelo…»
flechas del paraíso clavadas a su aliento
«-… rompieron los retratos, desgarraron mis ropas…»
las lineales celosas ahogadas del aire
«-… entre caballos se llevaron al marido…»
otoños en exilio forasteras del tiempo
«-… le colgaron de los dedos quebrándole las manos…»
guareciendo su pluma en bodas de algodones
«-… le han dejado con los pies en agua helada…»
amor que se adormece en la ola del vuelo
«-… ha muerto y lo enterraron no sé en dónde…»
con burbujas de nube entre los remos
«-… hoy se llevaron ya hasta a los niños.»

Yo quería añadir: Su orden de aluminio…
Pero no puedo, pero no me dejan
y no quiero y me callo.
Tal vez matarlos es ahora el poema más puro.

De «Yo me fui con tu nombre por la tierra» 1964



Poema Otra Vez El Verano de Jorge Enrique Adoum



El verano pone su color tranquilo
sobre todas las cosas y las hojas;
de nuevo alborota el viento
a las muchachas, cierra
los cuadernos y junta la tarde
perezosa a las naranjas.
Arena de luz la playa, tranquilo
el mar, en paz el ave, solo el polvo
arrastra su camisa a otro lugar.
Hoy ha crecido el trigo mucho,
está la sementera en mediodía:
doble lámpara de sol y cereal.

Hoy pude ser feliz: pude tenderme
a contemplar la página del cielo,
pude oír removerse a las raíces
discutiendo con el suelo su estatura,
pude hablar con la brisa, haber
entrado al mar que me rodea
como una cintura, de qué buena
gana me habría sometido
al gobierno del ocio y sus racimos.

Pero estuve ocupado, no tengo
tiempo porque sufro; el mundo
nos preocupa; están matando todavía
al infeliz, aún le rompen
su arado al triste campesino,
aún carbonizaron en la silla
a los callados mártires sin culpa,
de qué nos sirven el tabaco
y la luna serena del estío
si nos quitaron, como siempre, el trigo.

Para qué tanto sol, tanta abundancia
torrencial, toda la vida planetaria,
si nos golpea la injusta
repartición, si la muerte
baja del cielo a los extremos
de la tierra, si la pobreza
me aleja de las flores y la fiesta,
si me obliga a estudiar
cada día mis zapatos.

Nada es nuestro todavía, aquí
todo es ajeno como en una posada
y nos roban la luz en la boca
de la mina, y la placidez de junio
con su dulce cosecha que se va
en las bodegas, y hasta la alegría
de tenderme junto a ti escuchando
la sangre, como en una guitarra,
cantar bajo mi mano en tu cadera.

Sé que a pesar de todo este día
volverá con su límpida hermosura,
su vegetal en apogeo, su hora
de sopor y de ternura. Volverá
la estación con su signo de cobre,
cuando seamos dueños de la vida
y la tierra, cuando el agua
nos traiga noticias y saludos
del hermano. Y nos veremos
el próximo verano, en mitad
de un año circundado de uvas
y de avena. Déjame, entonces,
tocarte en el día desnudo, déjame
hablarte en una ola del viento,
déjame marcar en el corazón el sitio
del encuentro en que nos hallarán
cantando, pero no me dejes recordar entonces
que aún hemos sufrido este verano.

De «Relato del extranjero» 1955



« Página anterior | Página siguiente »


Políticas de Privacidad