Poema Contra Ti de Juan Cobos Wilkins



Jugar con pieles
rojas
o dejarte estoicamente arrancar la cabellera.

Encarcelado tras las rayas de un tigre
o, dentro de él,
ir deshojándole uno a uno los rugidos como pétalos
comestibles de una rosa en dulce árabe de miel.

Niño o pirata, sombra o reloj,
continuar, marcharse. No querer
escribir y hacerlo,
qué más da.

Esa devastadora indiferencia contigo mismo, el infantil
desdén, tan soberbio arañazo tuyo contra ti, son
fuego. El fuego ardido de los fuegos
fatuos. La llama
muerta, resucitada entre las llamas vivas.
Y sólo
el alfanje del alado guardián del poema
o paraíso es la frontera de tu más destructivo
deseo inalcanzable:
ser
inmortal, y, a la vez, expulsado.

De «Escritura o paraíso» 1998



Poema La Jaula de Alejandra Pizarnik



Afuera hay sol.
No es más que un sol
pero los hombres lo miran
y después cantan.

Yo no sé del sol.
Yo sé la melodía del ángel
y el sermón caliente
del último viento.
Sé gritar hasta el alba
cuando la muerte se posa desnuda
en mi sombra.

Yo lloro debajo de mi nombre.
Yo agito pañuelos en la noche
y barcos sedientos de realidad
bailan conmigo.
Yo oculto clavos
para escarnecer a mis sueños enfermos.

Afuera hay sol.
Yo me visto de cenizas.



Poema La Carencia de Alejandra Pizarnik



Yo no sé de pájaros,
no conozco la historia del fuego.
Pero creo que mi soledad debería tener alas.



Poema Hijas Del Viento de Alejandra Pizarnik



Han venido.
Invaden la sangre.
Huelen a plumas,
a carencia,
a llanto.
Pero tú alimentas al miedo
y a la soledad
como a dos animales pequeños
perdidos en el desierto.

Han venido
a incendiar la edad del sueño.
Un adiós es tu vida.
Pero tú te abrazas
como la serpiente loca de movimiento
que sólo se halla a sí misma
porque no hay nadie.

Tú lloras debajo de tu llanto,
tú abres el cofre de tus deseos
y eres más rica que la noche.

Pero hace tanta soledad
que las palabras se suicidan.



Poema Fiesta En El Vacío de Alejandra Pizarnik



Como el viento sin alas encerrado en mis ojos
es la llamada de la muerte.
Sólo un ángel me enlazará al sol.
Dónde el ángel,
dónde su palabra.

Oh perforar con vino la suave necesidad de ser.



Poema El Miedo de Alejandra Pizarnik



En el eco de mis muertes
aún hay miedo.
¿Sabes tu del miedo?
Sé del miedo cuando digo mi nombre.
Es el miedo,
el miedo con sombrero negro
escondiendo ratas en mi sangre,
o el miedo con labios muertos
bebiendo mis deseos.
Sí. En el eco de mis muertes
aún hay miedo.



Poema Ante El Río de Juan Cobos Wilkins



Cuando sólo te amabas
a ti mismo, el río
no fluía.
Y crecer, escribir,
si era, fue crear
sin memoria de desamor o muerte
-pero insaciable, pero voraz:
autófago-
el otro Paraíso.

De «Escritura o paraíso» 1998



Poema Señoriales Señoras de Alberto Rubio



¡Alto departamento que brilla allá en los cielos!
Los balcones se asoman, silenciosos y solos,
y más adentro de ellos las señoras conversan,
sentadas mutuamente, señoriales y altas.

Un silencio de alfombras se cierne en los balcones.
Las señoras conversan, delgadas y peinadas,
en el alto salón del departamento alto.
Un silencio de felpa se pega en las murallas.

Las sillas son delgadas, y altos los respaldos,
los peinados son largos, débiles y aristocráticos.
Una criada entra con blandas zapatillas,
y sube cafetera fragante entre las damas.

Un silencio de alfombra se cierne en los balcones.
Las murallas de felpa crecen altamente,
y en el alto salón del departamento alto
las señoras conversan cambiando felpas altas.



Poema Sandial de Alberto Rubio



Por un hondo camino me aproximo a la historia
que en la honda sandía me sangra frescamente.
Es como hacer alegre calado en la memoria
recordar a mi madre sandía hundidamente.

Y me hundo profuso en la roja sandía,
y a mi madre me encuentro, filial en el regazo,
sentada en el profundo y maduro mediodía:
¡todos en senos sandiales el verano le abrazo!

Bajo el cielo de paja que eleva el rancho de ella,
en aquella sandía la humedad se madura:
ahora siento la tierra húmedamente bella,
ese calor que ha abierto la sandía en frescura

Allá donde camino la memoria me cala,
le pregunto a mi madre cómo se llama ahora,
y entonces desconozco toda la fresca sala,
y escucho que el ramaje rumorea a deshora.

Yo le hago un calado a mi entero verano,
y es caminar por él, y húmedamente tierra
encontrarme a mi madre en el rancho lejano
madurada en frescura que, sandía, ¡se cierra!



Poema Padre de Alberto Rubio



A Armando

Ni el tronco yo, ni tú la esbelta copa,
ni tallo ni renuevo desgajado.
Ven a la mesa. Escarchará la sopa
de seguir enfriándose a mi lado.
Si no probaras nunca más la cena,
furia, helor en mí: todo, menos pena.

Te pasó por tus fines de semna,
huésped innumerable, apaciguado
por fin en el nidal de una ventana.
¿Cabeceaste? Y al vuelo. Malas veces
punzantes al buscar un abismado
sueño por vida y vino hasta las heces.

Tan joven padre -en todo apresurado-,
creabas prematuro abuelo un día,
suspenso entre contento y resignado
con su creencia de que envejecía
por culpa tuya, un poco adelantado,
no por años ni penas todavía.

¿Se cumplió un vaticinio de gitana,
todo el caer cada segundo, cierto,
blando el cuerpo, el apoyo, hijo de lana?
Me enfurezco: te has muerto.
¿No debiste almorzar esa mañana,
después viajar orondo por el puerto?

Glorioso puerto el logro en el abismo,
cavada universal caverna eterna.
¡Ven! Y vuelve a caer conmigo mismo.
¡Cae! Amortigua el golpe aquí en mi pierna
fuerte de ambos, más mía, sí, que tuya.
¿Presto? ¡A cantarle a Dios doble aleluya!

Si fuéramos cayendo en fiel abrazo
filial, dar el perdón a Dios Destino,
aunque se porte doble y asesino,
ambos en el enredo de ese lazo
tendido en el alfeízar hacia el alba,
sin que me grites: «¡Padre! ¿Quién me salva?»

Mejor solo al vacío, merecida
muerte por ser mayor, padre anhelante
de que plena se cumpla toda vida;
más la vida de un hijo desbordante
de generosidades, fuerzas, dones,
en poco tiempo frutos a montones.

La víscera dulzona me atraganta
con su oleaje en salada escaldadura,
honda la llaga sorda que supura.
¿Deleite en el sollozo? ¿Pena santa?
Siempre lo humano del vulgar consuelo
superable mil veces por el hielo.

Tierra sobre el quebranto. Fortaleza.
Erguirme edificando mi futuro,
solar palacio amable muro a muro
donde viva feliz de pieza en pieza…
cuando el muchacho pierde el mundo, todo;
todo el sol, el vivir, ¡y de qué modo!

Me recoja -mejor- árbol de furia
con sus ramas blasfemias en regazos
rencores; goce tenso entre los brazos
frondosos de odio -nunca de lujuria-,
sin rojos frutos hacia tentaciones
gulosas, ni sedantes floraciones.

¿Mejor vivir sin odio, resignado?
Tan evocable ante fecundos huertos,
¿Cómo olvidarlo? ¿En yermos o en desiertos,
sobre glaciares o en un mar nevado?
Si conjuro al demonio de la ira,
basura soy, que Dios tan limpio tira.

¡Eso! Transformarme en un guiñapo,
ser trapo limpiador de un suelo inmundo
de sentimientos. ¡No! Siento profundo
supurando, no pura cosa o trapo,
bola entera de nervios, pesadumbre
de viscoso rencor, viscosa lumbre

nadadora en sus lágrimas rabiosas,
batracio en la penumbra de su pozo
de llanto llovedor hasta el destrozo
con babas siderales, venenosas,
de la Tierra y galaxias que no lava
ni a lenguetadas Dios bajo la baba.

Devorara mi viscera una fiera
de selva que, de noche, repentina,
gracias a una piadosa orden divina,
desde el fondo del sueño me creciera
hasta el nido absoluto del reposo,
ya ni sombra del sol tan alevoso

Veloz, cruel de verdores el paisaje,
huertos jocundos como por sevicia
-garfio en mi carne la mortal noticia,
pendiente en autobús tardo mi viaje-;
las frutas, burlas de veneno eterno;
las frescas fresas, brasas del infierno.

Yo no abarcaba el daño, de increíble.
La tierra guarda atroz semilla al fondo.
Los rosales giraron en redondo:
dieron rosa de horror al fin visible.
Verdad malvado, súbita, desnuda,
breve desposa al buen dios de la duda.

Ángel negro el teléfono en mi oído,
batió el anuncio ni hoy más convincente.
¿Final de Armando? ¿Cómo? ¿Un accidente?
Golpe en la boca al ángel maldecido,
témpano interno mi primer sollozo.
¿Morir por nada siendo aún tan mozo?

Su faz, hasta absoluta en un segundo;
la sangre, un vino por traidora espita.
Piedad total -también por mí-, infinita.
¿No me quedaba de él nada en el mundo?
¿Su vida en flor sólo un fugaz boceto?
¡Frutos sus versos, sangre suya el nieto!

Me desprendo. ¿A la noche? Giro el hombro,
brazo al alfeízar: tarde. Mi caída.
La Tierra también cae desprendida.
Morir: mi solitario, enorme asombro.
Me vuelve lo fatal más sabio y fuerte.
¿La vida se me va? También la muerte;

mi afán de contemplar las luces bellas
sentado a la ventana -mortal causa-;
mi vértigo al caer sin pía pausa;
¿pero no asciendo al mar de las estrellas?
Por fin al alba el absoluto ocaso;
choque de sol y luna; Dios; el paso

Por la ventana, al alba, su figura
vi un dia tan gallarda a la salida
suya, en mitad del patio detenida,
dudosa, pese al ímpetu y premura,
que sentí con mi orgullo el raro daño
de un padre fuerte o un hijo rey extraño



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