Poema Ínsula de Carlos Castro Saavedra



Como un nocturno vino tu mirada,
amotina mi sangre enardecida
y la noche en mis hombros detenida,
ignora su presencia desolada.

Ya no puede mi voz contra la espada
de silencio que tengo entre la herida,
de saber tu caricia estremecida
pero en oscura cárcel encerrada.

Estoy solo en la costa de tu risa,
y aunque la ofrenda tuya se divisa
mi temor de alcanzarla lo confieso:

Mi corazón – grumete sorprendido –
no se atreve en un mar desconocido
para ganar la isla de tu beso.



Poema Suplantaciones de José Manuel Caballero Bonald



Unas palabras son inútiles y otras
acabarán por serlo mientras
elijo para amarte más metódicamente
aquellas zonas de tu cuerpo aisladas
por algún obstinado depósito
de abulia, los recodos
quizá donde mejor se expande
ese rastro de tedio
que circula de pronto por tu vientre,

y allí pongo mi boca y hasta
la intempestiva cama acuden
las sombras venideras, se interponen
entre nosotros, dejan
un barrunto de fiebre y como un vaho
de exudación de sueño
y otras cavernas vespertinas,

y ya en lo ambiguo de la noche escucho
la predicción de la memoria:
dentro de ti me aferro
igual que recordándote, subsisto
como la espuma al borde de la espuma
mientras se activa entre los cuerpos
la carcoma voraz de estar a solas.



Poema Idilio de José Emilio Pacheco



Con aire de fatiga entraba el mar
en el desfiladero
El viento helado
dispersaba la nieve de la montaña
y tú
parecías un poco de primavera
anticipo
de la vida bullente bajo los hielos
calor
para la tierra muerta
cauterio
de su corteza ensangrentada
Me enseñaste los nombres de las aves
la edad
de los pinos inconsolables
la hora
en que suben y bajan las mareas

En la diafanidad de la mañana
se borraban las penas
la nostalgia
del extranjero
el rumor
de guerras y desastres
El mundo
volvía a ser un jardín
que repoblaban
los primeros fantasmas
una página en blanco
una vasija
en donde sólo cupo aquel instante

El mar latía
En tus ojos
se anulaban los siglos
la miseria
que llamamos historia
el horror
que agazapa su insidia en el futuro
Y el viento
era otra vez la libertad
que en vano
intentamos fijar
en las banderas

Como un tañido funerario entró
hasta el bosque un olor de muerte
Las aguas
se mancharon de Iodo y de veneno
Y los guardias
llegaron a ahuyentamos
Porque sin damos cuenta pisábamos
el terreno prohibido
de la fábrica atroz
en que elaboran
defoliador y gas paralizante



Poema Cómo Resbala El Sol de José Corredor-matheos



CÓMO resbala el sol
sobre las hojas.
Sensación de que todo,
ahora, en torno a mí,
ha dejado de ser,
y no hay nada, no hay nada
que se pueda cantar,
si no es el canto mismo.



Poema Rima Xxv de Gustavo Adolfo Bécquer



Cuando en la noche te envuelven
las alas de tul del sueño
y tus tendidas pestañas
semejan arcos de ébano,
por escuchar los latidos
de tu corazón inquieto
y reclinar tu dormida
cabeza sobre mi pecho,
diera, alma mía,
cuanto posea:
¡la luz, el aire
y el pensamiento!
Cuando se clavan tus ojos
en un invisible objeto
y tus labios ilumina
de una sonrisa el reflejo,
por leer sobre tu frente
el callado pensamiento
que pasa como la nube
del mar sobre el ancho espejo,
diera, alma mía,
cuanto deseo:
¡la fama, el oro,
la gloria, el genio!
Cuando enmudece tu lengua
y se apresura tu aliento
y tus mejillas se encienden
y entornas tus ojos negros,
por ver entre sus pestañas
brillar con húmedo fuego
la ardiente chispa que brota
del volcán de los deseos,
diera, alma mía,
por cuanto espero,
la fe, el espíritu,
la tierra, el cielo.



Poema Niña Mudable de Carlos Castro Saavedra



Unas trenzas oscuras y una flor.
Y una boca que ignora su pasado.
Y un corazón pequeño y un callado
deseo de saber lo que es amor.

Yo -plenitud del hombre soñador-
la ungí con el perfume deseado;
le regalé una rosa y un pecado
y un beso apasionado y un temor.

La aprisioné en amor tan dulcemente
que ni un nardo en el viento transparente
puede encerrar así su propia albura.

Y cansada tal vez, niña mudable,
de mi labio en el beso perdurable,
cambió su libertad por mi amargura.



Poema Perros Del Campamento Edén de Juan Pablo Riveros



Como los alacalufes ya no cazan,
los perros ?inseparables trabajadores
en la captura de la nutria- participan
de la miseria general. ¡Polícía de aseo
de los excrementos!

No tardan en morir de inanición.
Tristísimo verlos agonizando
en el barro; pelados, descarnados,
despedazados vivos por sus congéneres.

Útiles en la noche, ovíllanse entre sus amos
manteniendo el calor. Toalla en el día,
y, a veces, pañuelo.

Los perros del campamento Edén
participan de la miseria y deterioro
generales.



Poema Dicen de José Miguel Ullán



que el corazón es el freno de la quimera.
Todo secreto proporciona un disfraz. Latir de indiferencia
nos predispone a la mentira.
Bajo esa incertidumbre, contemplamos la huella del eclipse
lunar: lábil azar, trastocado en dicha puntual y párvula.
¿Premio o castigo? Incorruptible privilegio, la duda.
Aunque dicen también que el corazón es la espuela de la cordura.
Poco importa el decir cuando no calla
a la larga…



Poema Fronterizo de Pedro Provencio



Aquí está el cerco.
Acaba de cerrarse, justo a tiempo
de evitar que te quedes dentro o fuera.

Se han cumplido tus cálculos:
giran las huellas pero no los pasos,
y si se reconocen no se encuentran.

Sigue adelante,
ahora que para ti se ha hecho habitable
la perpetua frontera

entre la dispersión y la presencia.



Poema Tu Lengua de María Eugenia Caseiro



Tu lengua es el país de fuego
donde no hay relojes,
donde la palabra dura y difícil,
da vueltas y vueltas
peregrinando a trancos
donde el salivajo
mancha los manteles
sin cortarle el paso.

Cuando un solo de tripas la sorprende
en el deseo de ahorcarse
envuelta en una tira de bacon,
queso horadado suizo
y un pedazo de pan,
tu lengua de azúcar
rompe las murallas de la mala palabra,
se instala en el café
después de la certeza de ser dios
prendido al paladar
por las diptongaciones.

Tu lengua es un tambor,
la gran detonación que estalla en el silencio
y no transige
ante el dolor de muelas
o ante el sueño.

Contigo dormirse
ya no es noble ejercicio de oidor
en la vigilia de tu lengua
en la inquietud;
es la resignación de oír el epitafio
ante la muerte.

Cuando vengan a buscarte
con la lengua desatada
a siete grados en la escala de Ritcher,
estaré plantada en la casmodia de negarme,
en la feroz rigidez de la sordera
para volver a la serenidad del hambre.

Contacto con María Eugenia Caseiro: buhowriter@hotmail.com



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