Poema Poema Número Uno de César Dávila Andrade



Ahora sí. Tú puedes ya mirarme.

Soy compañero de los ofendidos;
de las almas oscuras que transitan
la profunda llanura de la noche,
amando tristemente los abismos
y las jaurías cárdenas del vino.

Ahora sí. Tú puedes ya mirarme. ..

Padezco el peso puro de la tierra
sobre mi corazón buscador de ángeles,
sobre mi alma hechizada por el río
azul e inmóvil que atraviesa el cielo
con invisibles olas siderales
y con mil barcas de humo pensativo.

Una vez quise abrir tu paraíso
con una aguja débil de rocío.

Hoy amo el cielo humano de la arcilla
poblado de fantasmas que tiritan.

Amo la soledad, la sed, el frío,
la carne vestidora de incurables,
el pecado y su fina risa de ámbar.

Sí: ya puedes mirarme.

Enterré ya los mármoles que amaba.
Duermen en él los ángeles helados
en ocultos tropeles ateridos.

Ya sé odiar berilos y zafiros,
-parásitos brillantes de la roca-.

No deseo admirar tus vestiduras
salpicadas de signos y asteroides.

Amo la desnudez de los caminos.

Sí: ya puedes mirarme.

Por la llanura de la noche cruza
una pequeña luz que cabecea;
ella es mi pecho roto en el que tiembla
la fiebre inextinguible.

Ya puedes tú mirarla;
tú que vives arriba
y que talvez no eres inconmovible.



Poema Infancia Muerta de César Dávila Andrade



Aquellas alas, dentro de aquellos días.
Aquel futuro en que cumplí el Estío.
Aquel pretérito en que seré un niño.

Desierto, tú quemaste la quilla de mi cuna
y detuviste a mi Angel en su Agraz.

La madre era ascendida al plenilunio encinta,
y en un suceso cóncavo
trasladaba sus hijos a sus nombres
y los dejaba solos,
atados a los postes de los campos.

Arrimada a su paño de llorar,
venía la Nodriza,
tan humilde
que no tenía derredor ni Dios.
Yo le besé en la piel los labios más profundos
de su cuerpo,
y desperté en el fondo de su vientre
al Niño sucesivo que no muere.



Poema El Hipopótamo de Téophile Gautier



El hipopótamo de vientre enorme
suele vivir en selvas como Java,
y allí en el fondo de las cuevas hay
monstruos que no se pueden ni soñar.

La boa que se agita entre silbidos,
el tigre que tan bien sabe rugir,
el búfalo enfadado que resopla;
él sólo duerme o pace siempre en calma.

El kris y la azagaya no le asustan,
contempla al hombre sin darse a la huida,
se ríe del cipayo y de sus balas
que no hieren su piel y que rebotan.

Por eso yo soy como el hipopótamo;
me protege mi fuerte convicción,
armadura que me hace invulnerable,
y así por el desierto ando sin miedo.



Poema Espacio, Me Has Vencido de César Dávila Andrade



Espacio, me has vencido. Ya sufro tu distancia.
Tu cercanía pesa sobre mi corazón.
Me abres el vago cofre de los astros perdidos
y hallo en ellos el nombre de todo lo que amé.
Espacio, me has vencido. Tus torrentes oscuros
brillan al ser abiertos por la profundidad,
y mientras se desfloran tus capas ilusorias
conozco que estás hecho de futuro sin fin.
Amo tu infinita soledad simultánea,
tu presencia invisible que huye su propio límite,
tu memoria en esferas de gaseosa constancia,
tu vacío colmado por la ausencia de Dios.

Ahora voy hacia ti, sin mi cadáver.
Llevo mi origen de profunda altura
bajo el que, extraño, padeció mi cuerpo.
Dejo en el fondo de los bellos días
mis sienes con sus rosas de delirio,
mi lengua de escorpiones sumergidos,
mis ojos hechos para ver la nada.
Dejo la puerta en que vivió mi ausencia,
mi voz perdida en un abril de estrellas
y una hoja de amor, sobre mi mesa.

Espacio, me has vencido. Muero en tu eterna vida.
En tí mato mi alma para vivir en todos.
Olvidaré la prisa en tu veloz firmeza
y el olvido, en tu abismo que unifica las cosas.

Adiós claras estatuas de blancos ojos tristes.
Navíos en que el cielo, su alto azul infinito
volcaba dulcemente como sobre azucenas.
Adiós canción antigua en la aldea de junio,
tardes en las que todos, con los ojos cerrados
viajaban silenciosos hacia un país de incienso.
Adiós, Luis von Beethoven, pecho despedazado
por las anclas de fuego de la música eterna.
Muchachas, las mi amigas. Muchachas extranjeras.
Dulces niñas de Francia. Tiernas mujeres de ámbar.
Os dejo. La distancia me entreabre sus cristales.
Desde el fondo de mi alma me llama una carreta
que baja hasta la sombra de mi memoria en calma.
Allí quedará ella con sus frutos extraños
para que un niño ciego pueda encontrar mis pasos…

Espacio, me has vencido. Muero en tu inmensa vida.
En ti muere mi canto, para que en todos cante.
Espacio, me has vencido…



Poema Encuentros de César Dávila Andrade



Nuestros encuentros no tienen mundo.
Se hacen
de pensamiento a pensamiento
en el éter
o en la vivacidad de los sepulcros,
a mil insectos por centímetro.

Nuestros encuentros se sirven
de microorganismos
y partículas de cobre.

Podemos esperar mil años, y aún más.
Nuestros encuentros se realizan en el Iodo
o entre el rumor de herraduras y lienzos
que precede
a las grandes migraciones:

Nuestros encuentros se hacen
en el ser instantáneo
que pasta y muere,
-como pastor y bestia-
entre surcos y siglos paralelos.

Nuestros encuentros no tienen
número ni punto.



Poema Elogio De La Gracia Iluminada de César Dávila Andrade



Cuando vagamos en las hondas criptas,
en la imprecisa antípoda del sueño;
con purpúreo sonido de espejos encendidos
aparece ella en la impaciente libertad de la pupila.

Viene de un mundo de blancas columnatas
y paralelogramos de alabastro
labrados con los bloques de la luna.
Se yergue en el fino aire celeste
que mece las semillas,
y llega en una clara fluencia de libélula;
en una suave brisa de ruedas vegetales,
flotando en la descalza porcelana del pie.

Juventud inasible de la brisa,
ápice iluminado,
incorpórea espiga cristalina;
mínima estrella sobre una vara de agua.
Tallo de luna y vidrio florecido,
leve espuma de lirio,
yema de nácar sensitivo,
llama turgente de flores encendidas!

Líquida luz de música en movimiento,
ala huidiza, en evasión perenne.
Perfil de nube que bajo el sol asciende;
ánfora iluminada por incoloro fuego;
matinal epidermis del acuario…

En la voluble orla de su falda
reviven los diagramas del zodíaco;
y se encienden los ágiles fosfatos
que aprisiona la tierra.
Deja en su breve huella un vago impulso
de alondras refrenadas en el vuelo,
y el tenue tornasol que el pez agita
al morir en la arena.

Hombros de leve nube, perfumados;
piel de calor arcangélica.
Diadema de panojas del verano
en sus cabellos de ligero incienso
que son como el temblor reminiscente
de los más puros vinos castellanos,
en el nudo de miel de su peinado.
Diadema y danza de la luz dorada
sobre el cristal ileso de sus sienes…

Tiene la grácil inquietud de las gramíneas
heridas por el viento de Septiembre
sobre el bisel de las llanuras.
Sus dedos tintinean en un viento de plata;
y una nupcial canción de oro tenue
se alza en sus manos de certeras flechas.
La traslúcida sal de su sonrisa
inaugura en celdillas;
la claridad de los diamantes
y el ámbar de las mandarinas…
El brocado de mieses del estío
le dará una brizna de oro cristalino;
el pedernal oscuro: un grano sensitivo;
el plenilunio: una ánfora de vidrio
y el tímpano del aire, su apasionado trino!



Poema Despues De Nosotros de César Dávila Andrade



Mañana, después de nosotros,
volverá a la pradera, en dulce péndulo
a recorrer la música, un delirante festival.

Las alcobas cerradas
pasarán cabeceando hacia los arrecifes
de una ancha rosa azul.

¿Quién mirará en silencio
cruzar por los cristales detenidos
las cosas que terminan con la lluvia ?

¿Quién abrirá de noche la unánime
novela que se lee alma adentro,
para buscar el fuego de los días
en la ardorosa y blanca intimidad ?

¿Y, quién verá en las noches de diciembre
salir, al través de las ventanas,
la música delgada de Franz Schubert
que, sollozando, cae en los jardines?

¡Ah, mañana, después de nosotros!

Cuando la primavera alce sus hojas,
qué luminosas potras de topacio
se empinarán de amor
sobre nuestros sepulcros apagados!

Sobre nosotros pasarán en junio
misas de punta azul y espuma blanca,
los gaseosos orfebres del crepúsculo
y el agua circular de las carretas
que marchan a cambiar largas hileras
de música con pensativas cosas.

Oh, si esta tierra inexorable
que hoy me cose los párpados, amada;
si esta tierra, al fin, se aclarara,
lloraría, temblando, sobre tus manos blancas
como cuando la fiebre me adelgazaba el alma…

¡Pero esta honda noche, se hace tarde!

Ah, y otra vez, errantes, los gitanos
volverán una tarde a nuestra aldea.
Sé que preguntarán por nuestras manos…
Les dirán que ya nadie puede leer en ellas,
que tenemos la línea de la vida
borrada por dos años de azucenas.



Poema Carta De La Ternura Distante de César Dávila Andrade



Estoy solo. La niñez vuelve a veces
con sus blancos cuadernos de ternura.
Oigo entonces el ruido del molino
y siento el peso de los días caer desde la torre de la
iglesia
con un sonido de aves de ceniza.
Pienso qué harás ahora frente al camino blanco
por el que cierto día pasó mi soledad.
¿En dónde estás? ¿Qué haces?
¿Bajas aún al pueblo los domingos?
¿Y a la feria de rosas de castilla?

Recuerdo: tenían tus pupilas color de té y de
arenilla
y bullían en el fondo de tus ojos
esos mínimos puntos luminosos
con que escriben los músicos
las más azules y hondas melodías.

Cómo recuerdo tu cabello, hecho con las
panojas del estío
y con la leve arborescencia fina
de la miel del topacio,
y de la crencha ardiente de la espiga.

Tenías creo ya sobre los senos
dorados terroncitos
y algo como el azul de la azucena…
Tenías creo ya sobre las sienes
la sagrada blancura de la nieve
y una hebra distante y tan delgada que moría
en el cielo.
¿Tienes aún ese hoyo de nardo en la sonrisa?
¿Y ese nudo de rosas que te rodeaba los tobillos?

¿Por qué tu andar me ha parecido siempre
el temblor de un jilguero entre los mimbres?
¿Recuerdas esos barcos de papel cargados de semillas
que, a veces, pusimos en el río?

Llevaban como en éxtasis nuestras más dulces lilas.
Todas han muerto en soledad y en frío.

¿Y el pan que abrimos juntos con los dientes?
Salió de él como un ángel su perfume.
Aquí hay pan abundante, pero no tiene aroma
y la ternura esconde como un niño las manos.
Qué extraño es todo lo que me rodea!
Volveré algún día.
El maestro de capilla de la aldea
tocará para los dos aquella música
que tiende sobre un río siete puentes de rosas.

Y por ahora basta. Volveré algún día.
Afuera son las nueve de la noche.
Se esconden poco a poco mis palabras…



Poema El Arte de Téophile Gautier



Sí, es más bella la obra trabajada
con formas más rebeldes, como el verso,
o el ónice o el mármol o el esmalte.

¡Huyamos de postizas sujeciones!
Pero acuérdate, oh Musa, de calzar,
un estrecho coturno que te apriete.

Rehúye siempre cualquier ritmo cómodo
como un zapato demasiado gra nde
en el que todo pie puede meterse.

Y tú, escultor, rechaza la blandura
del barro al que el pulgar puede dar forma,
mientras la inspiración flota lejana;

es mejor que te midas con carrara
o con el paros * duro y exigente,
que custodian los más puros contornos;

o pídele quizá a Siracusa
su bronce en que resalta firmemente
el rasgo más altivo y delicioso;

con la delicadeza de tu mano
descubre dibujando en una veta
de ágata el perfil del dios Apolo.

Huye, pintor, de la acuarela y fija
el color demasiado desvaído
en el horno de los esmaltadores.

Haz que sean azules las sirenas
y retuerzan de cien modos distintos
los heráldicos monstruos sus figuras;

en el lóbulo triple de su nimbo,
la Virgen con el Niño, en cuya mano
hay la esfera con una cruz encima.

Todo pasa. Tan sólo el arte fuerte
posee la eternidad. Únicamente
el busto sobrevive a la ciudad.

Y la moneda rústica y austera
que un labriego ha encontrado bajo tierra,
recuerda que existió un emperador.

Hasta los mismos dioses al fin mueren.
Mas los versos perfectos permanecen
y duran más que imágenes de bronce.

Artista, esculpe, lima o bien cincela;
que se selle tu sueño fluctuante
en el bloque que opone resistencia.



Poema Carta A Una Colegiala de César Dávila Andrade



Para leer esta carta
baja hasta nuestro río.
Escucharás, de pronto, una cosecha de aire
pasar sollozando en la corriente.
Escucharás la desnudez unánime
del agua y el sonido.
Y el rumor del minuto más antiguo
formado con el átomo de un día.
Mas, de repente, escucharás, oh bella música femenina,
la catarata inmóvil del silencio.

Entonces, te hablaré desde las letras:
Era enero. Salimos del colegio.

Veo tu blusa de naranja ilesa.
Tus principiantes senos de azucena,
y siento que me duele la memoria.

Bella aprendiz de cartas y de melancolía,
con los ojos cerrados y las bocas unidas,
tomamos esa tarde una lección de idiomas
sobre el musgo que hablaba de la cartografía.

¿Cómo has pasado estas vacaciones?
¿Sientes alguna vez entre los labios
ese azúcar azul de la distancia?

Mañana son dos años, siete meses.
Te conocí con toda mi alma ausente;
sufría entonces, por la primavera,
un bellísimo mal que ya no tengo.

Recuerdo: producías con los labios
un delgado chasquido de violeta.
Pienso en la estatua de aire de tu olvido
mirándome de todas las esquinas,
mi colegiala mía, música femenina.

Tú, en el divino campo. Yo, en la ciudad terrestre.
La calle pasa con su algarabía.
Un fraile. Unas mujeres de la vida…
Un niño con un cesto de hortalizas…
Un carro lento dividido en siglos…

Mañana entramos ya en el mes de junio.
Flotarán en su cielo de anchos aires
objetos de uso azul como las aguas;
y una lejana inquietud de rosas
habrá en el horizonte de la tarde.
En este claro mes de agua plateada
te conocí. Entonces yo sufría
una enfermedad de primavera,
un bellísimo mal que ya no tengo …



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