Poema Incomprensión de Marilina Rebora



No comprendes, amor, cuál es mi sentimiento;
en vano lo traduzco y en vano te lo explico.
A veces me parece que ha llegado el momento
de aclarártelo igual que obramos con un chico.

No comprendes, amor, que todo lo que siento
?y en esto, ya lo sabes, ni dudo ni claudico?
es amor, todo amor, el dulce pensamiento
que instante por instante, por siempre te dedico.

Y… ¿comprendes ahora? Te quiero simplemente,
como si mi destino ya lo hubiese dispuesto
que nuestros corazones palpitaran iguales.
Es toda mi alegría el reposar la frente
sobre tu hombro, amor mío, ya que sólo con esto,
feliz, siento el resguardo de peligros y males.



Poema El Cristo De Dalí de Marilina Rebora



Siempre desde abajo pudimos mirarle
y aun de nuestra altura miramos a Cristo,
mas nunca hasta ahora pudo contemplarle
alguien de lo alto, ni de allá fue visto.

Pero así el artista consiguió pintarle,
en tremendo escorzo con genio imprevisto,
mirando de arriba, y supo evocarle
de terreno ambiente al fin desprovisto.

Brazos y cabeza en un primer plano
provocan sorpresa por su recio encuadre
y el extraordinario grandor del proyecto.
El cuerpo en su fuga termina lejano,
el estar arriba nos acerca al Padre
y de arriba vemos el terrible aspecto.



Poema Dice La Niña de Marilina Rebora



«Las madres las hicieron miles de Blancanieves,
cientos de Cenicientas y alguna Rapunzel;
y por eso son lindas y de pisadas leves,
y tienen la frescura de la col en la piel.

»Las madres las hicieron… o rubias o morenas,
sus cabellos oscuros ?alféizar de ventana?
o con trenzas de oro; pero siempre tan llenas
de besos en los labios, de noche y de mañana.

»Las madres las hicieron las buenas hadas juntas
con la varita puesta sobre sus corazones,
por eso nos contestan difíciles preguntas
y todo lo adivinan, y a todo dan razones.
Las madres las hicieron de esta manera, así,
con la varita mágica: ¡como te han hecho a ti!»



Poema Confidencias De Amor de Marilina Rebora



a Rafael de Diego

I

La mecedora de la abuela
acunó mis años de infancia,
horas del arrorró y «La Pájara Pinta»;
después a su compás el corazón joven leyó los poetas,
y al andar del tiempo, con llanto y canciones,
me sorprendió en sus brazos, del amor, la dolencia.

II

Estás lejos, amor: te cubre el follaje;
la maleza de la distancia impide que te vea
y no puedo oírte ?sólo ruidos de pájaros
al despertar la aurora escucho?,
pero, más allá, tu voz amorosa suena
y me penetra para que sueñe contigo.

III

Esta es mi reja, amor, y estas son mis cadenas,
hechas con las horas, los días y los años?
mi existencia cruel por lo que te he querido,
ungida al deber en el tiempo sin límites.
Esta es mi reja, obligación de ser lo que soy,
aunque haya hojas más verdes temblando de rocío.
Aquí te espero siempre hasta un día que nunca llegará,
ese día de silencio que une a todos los que se aman;
y repito tu nombre aunque nadie me oiga,
imaginándome que me besas los párpados.

IV

Estoy sola en mi cuarto y bendigo el crepúsculo
cuyas sombras atenúan las cosas.
Apenas, lejos, una luz se enciende
y cubro con mis dedos los ojos fatigados.
¿Dónde estarás ahora, amor?
¡Cuánto, tú solo, me sostendrías consolándome!
(Cruel me sacude el timbre del teléfono.)

V

¡Corazón! No sabes cómo ha cambiado todo
desde aquellos días de los antiguos tiempos.
El cuarto perdió su tinte
al rayar de la aurora, aquel de cuando iba a verte.
Y ahora, al leer, mi mente se extravía. ¿A quién contarle nada?
En vano aspiro la fragancia del aire:
mi piel no huele a alhucema,
ese aroma que al irte me quedaba en las manos.

VI

Me he habituado a no verte pero no me resigno;
evoco tu figura, una sombra,
y al cerrar los ojos te oigo llamándome,
y me aprietas las manos que te tiendo
y las pones sobre las sienes para que sienta así tus latidos:
mientras, me sumerjo en tu mirada
y mi alma se queda en ti.

VII

Para estar tranquila he de sentirte vivir;
a pesar de todo, quiero saber que vives,
ajeno a mis dolores y a mi desconsuelo.
Y aunque lejos, distante, respirando otro clima,
mi espíritu adivinará trémulo
el hálito de tu alma en el espacio.
Y pensaré: «¡Dios mío, él existe!»

VIII

Cada día despierto: «¡Hoy vendrá!», dice el alma,
mas la noche me encuentra en soledad perenne.

IX

Ya sé que no me quieres… mas no me apesadumbra;
el amor no es perdido, lo absorben otras almas.
Aunque a distancia, corazones amantes
recibirán la herencia tal vez de mi cariño.
Tú mismo, sin saberlo, el día que declares
los hechos que marcaron jalones en tu vida,
en un postrer esfuerzo para que Dios te escuche,
dirás por vez primera: «¡Señor, ella me quiso!»,
y sonriente el Señor habrá de perdonarte.

X

Aunque no me quisiste, te ofrezco mi ternura.
Todo suena distinto al correr de los años;
tal vez un día escuches en cálida nostalgia
el eco de una voz que te cantara siempre.
Allá en los altos árboles anunciaba la alondra,
la calidez del sol estirada en los campos,
el frescor de los frutos en cestas rebosantes,
los centelleantes trigos, espigas de oro.
No me quisiste, amor; no importa
cómo vibraba entera el alma enamorada,
ni que ?alumbrando el camino del posible retorno?
esperaran cien lámparas en la cerrada noche.
Pero no me quisiste en horas de sazón;
hoy queda mi ternura declinando en el tiempo.

XI

Entonces, como en los cuentos:
«Fueron felices…» Pero tú no estarás,
tampoco estaré yo, que nos habremos ido;
miraremos los hijos desde una lejana estrella
y ellos serán dichosos, pues nuestro sufrimiento
les habrá deparado, de Dios, las gracias.

XII

Tal el antiguo cuento: «La Reina de las Nieves»;
a cada flor pregunto: «¿Dónde estará…?»
«¿Alguien lo vio pasar…?» Y contestan campánulas
que no le vieron nunca por el azul cercado.
Dios bendiga al errante, a quien espero
con aroma a alhucema para el abrazo.

XIII

Un día has de volver… ¡Dios mío! ¿Será tarde?
Y he de recibirte con júbilo.
Tan lejos los ayeres parecerán irreales,
sueños de niño en feérica tierra.
Será un país distinto, de habitaciones altas,
jardines colgantes y vidrierías.
Allí nuestras imágenes se mirarán de frente
y ?nuevas a los ojos? aparecerán nítidas.
Tú vendrás a mi encuentro sin palabras.

Y acaso un ave
?como en las primaveras de ayer?
cante, amor mío.



Poema Bordados De Dios de Marilina Rebora



?¿Qué quiere decir glauco??
?Muy simplemente, verde.?
?Y añil, ¿qué significa??
?Azul; es bien sencillo.?
?¿Y el escarlata, madre? Di, para que me acuerde,
como siempre recuerdo que el gualdo es amarillo.?

?Del latín scarlatum deriva el carmesí,
o más preciso el rojo, el de Caperucita,
y ya más definidos, los tonos de rubí:
encarnado, bermejo, sin que el punzó se omita.?

?Colores y colores, colores, madre mía,
en variedad constante que todo lo renueva
para dar a las cosas infantil alegría.
Por eso Dios se afana derramando colores
y, para que tengamos siempre alegría nueva,
borda ese paraíso, prisma de resplandores.?



Poema A La Muerte de Marilina Rebora



I

Muerte,
fatal término, ausencia por siempre.
Sólo el campo yermo que nos recibe,
de su tierra, nuevo abono.

Nunca más la fragancia de la brizna de hierba
ni el arder de encendidos leños;
tampoco la fina llovizna de la ola rompiente
en el rostro de frescura ávido.

II

«Era nuestra madre», dirán después los hijos
con ternura en los ojos.
El dolor de la ausencia, olvidados objetos
mañana joyas auténticas.
«Ella decía…», repetirán las frases
antes molestas
a causa de desgano
o ansias de silencio
o sueños de libertad.
Sílabas musicales enhebrarán palabras en recuerdos imperiosos,
desesperación de volver a vivir en el tiempo…
Tarda respuesta a un canto de amor.

«¿Recuerdas aquel gesto?
»¿Y su sonrisa triste?
»¿Y su pensamiento fijo en nosotros?
»¿Sus manos, suavidad de alas rozando nuestros rostros?
»¿El paso quedo junto a nuestro lecho en la alta noche
y el murmullo de plegaria para encomendarnos a Dios?»

III

Poco a poco el ausente
más lejos cada vez en el recuerdo
?que alguien siempre lo reemplaza?;
sus cosas van perdiendo la fragancia que de él se desprendía,
impregnándolas;
la manera de inclinarlas no es la misma
y en el tiempo
va cambiándoselas de sitio.
Cada día su nombre acude menos al labio.
Las lágrimas en manantial ya no brotan;
tan sólo de a una
que se enjuga furtiva.
Hasta que todas secan
agotada la fuente de dolor.
Un velo cubre entonces la imagen en la retina,
la maleza oculta la antes nítida figura en todo paisaje,
visten los ambientes colores de seres distintos
que distraen,
va el alma tras vivencias nuevas.
Y un día
se llora el olvido.

(Tú, Muerte tan temida,
sólo eres un pretexto:
el olvido es más cruel que tu guadaña.)



Poema Visión de Maricruz Patiño



Vengo del futuro
a vivir la vida de mi sombra
He venido a buscarla
para llevarla conmigo
a ese lugar sin tiempo.



Poema Del Mundo Y Otros Cielos de Maricruz Patiño



¿Quién sabrá que mi herida es
una gran hendidura del cielo,
que encierra dentro las palabras
que yo destinaba a la sombra
?
Tahar Ben Jelloum

I

Los tonos cambian entre la noche y el alba
Recuerdos niños, vagabundos
Donde me siento a deletrear el océano

II

Este rayo de luz naciente no es otra cosa
que mi poema natal
oigo el silencio que se llena de voces
de voces que no son la tuya
que nunca son la tuya
Desde que tu estás muerto en mi silencio
la enredadera no ha dejado de crecer
como la mala hierba…

III

Tuve que regresar
tan sólo para ver morir a las amigas de mi madre
siempre volver
desde la nada del instante anterior
hasta la nada del instante que le sucede
Lo abismal abre su boca y por su abismo
Mutamos.



Poema Yaraví de Mariano Melgar



¡Ay, amor!, dulce veneno,
ay, tema de mi delirio,
solicitado martirio
y de todos males lleno.

¡Ay, amor! lleno de insultos,
centro de angustias mortales,
donde los bienes son males
y los placeres tumultos.

¡Ay, amor! ladrón casero
de la quietud más estable.
¡Ay, amor, falso y mudable!
¡Ay, que por causa muero!

¡Ay, amor! glorioso infierno
y de infernales injurias,
león de celosas furias,
disfrazado de cordero.

¡Ay, amor!, pero ¿qué digo,
que conociendo quién eres,
abandonando placeres.
soy yo quien a ti te sigo?



Poema Desnudo de Mariano Brull



Su cuerpo resonaba en el espejo
vertebrado en imágenes distantes:
uno y múltiple, espeso, de reflejo
reverso ahora de inmediato antes.

Entraba de anterior huida al dejo
de sí mismo, en retornos palpitantes,
retenido, disperso, al entrecejo
de dos voces, dos ojos, dos instantes.

Toda su asencia estaba ?en su presencia?
dilatada hasta el próximo asidero
del comienzo inminente de otra ausencia:

rumbo intacto de espacio sin sendero
al inmóvil azar de su querencia,
¡estatua de su cuerpo venidero!



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