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Poema Un Tigre De Papel de Juan Domingo Argüelles



Toco la piel del tigre
y el tigre vibra,
ronronea,
se hace el dormido
bajo la palma de mi mano,
como un trompo que zumba:
mitad madera,
mitad punta acerada.

Hablo de un libro:
en su espesura encuentro
la fauna de mis días,
los árboles que a diario me cobijan
y los saurios y helechos
extinguidos.

La resina del pino
aroma el bosque de estas páginas,
perfuma el lomo
de este animal antiguo
más fiel que nadie,
más amigo
cuando en la soledad
uno habla solo,
se hace preguntas indiscretas,
se compadece y se comprende
y casi siempre se perdona.

La piel del tigre
lamo
con esta lengua
que es el idioma que pronuncio
con tono suave
o con furor
según me dicten
Bécquer o Quevedo.

Los incisivos del rencor
limo
y el tigre gruñe,
se despereza,
se incorpora.
Sale a la noche
y ya no está:
me deja entre las manos
sueño, fatiga y su perdón.



Poema Uno Se Queda Solo… de Juan Carlos Suñén



Uno se queda solo
sin entrar en detalles.

Uno se queda a medias en su vaso de vino,
a medias en su pan. Y cómo puede
no volverse su embozo tan pesado,
tan gastado en el hombre, que alguien sepa
poner allí más verbo
que este que da comienzo a la altura del pomo,
este que se interroga
entre la voluntad y la añoranza.

Uno sale a la calle para probar sus dados
sobre la vieja manta de la noche.



Poema Una Margarita De Aquí Para Abajo… de Juan Carlos Lemus



Una margarita de aquí para abajo

Señores, sean bienvenidos al ciclo de la nueva era
es hora de acostarse conq uien les plazca
y de irse a los golpes con una monja
Es hora de continuar con el conformismo
y de contar con las cacofonías
Es hora, señores, de cantar una balada cósmica
de escuchar a las estrellas
las ilusiones
en bolas naturalísticas
llegó la hora de que renazcan los primeros destructores
Es necesario redescubrir
el agua azucarada
a Jimmy Hendrix
a las moléculas
Me estoy desnudando, lo sé, en un mundo que ya está desnudo
llegué muy tarde
pero llegué subiendo en espiral
vine de punta, pero en espiral
para apoderarme de los espacios
porque yo, señores, trasformaré en tiempo todos los espacios
y me importa un bledo descubrir algo nuevo.



Poema Un Cabello Blanco de Juan Arolas



En la sublime Estambul,
ciudad del adusto moro,
la más rica en perlas y oro
que acaricia el mar azul,
reciben con el reflejo
de sol luminoso baño
ricas cúpulas de estaño,
que hay en el serrallo viejo.
Vive en cada rosa abierta
de odorífero rosal,
pura brisa matinal,
que de su sopor despierta
corre el pensil, y después
que besó las flores que ama,
murmura en flexible rama
de piramidal ciprés.
Acaban su largo sueño
bajo bóvedas moriscas
las hermosas odaliscas
y su enamorado dueño:
mientras vagan desvelados
por el plácido recinto,
con las dagas en el cinto
los eunucos atezados,
sombras feas y horrorosas
que debieron a los celos
vivir en aquellos cielos
do respiran las hermosas.
Del harem sólo un balcón,
quitada la celosía,
mece al soplo de aura fría
su purpúreo pabellón:
y detrás está Gulnara,
la orgullosa favorita,
luz del alba, flor bendita,
luna llena, piedra rara;
querida de Noredín,
cuya singular belleza
la formó naturaleza
de rocío y de jazmín.
Diez esclavas a su vez,
todas lindas, todas fieles,
la engalanan con joyeles,
y ella dice a todas diez:
«Dadme velos, plumas gualdas,
y esmeraldas
que reflejan verde luz,
del Tíbet los leves chales,
y corales
del profundo mar de Ormuz.
Diamantes de cien quilates,
y granates
de purpúrea brillantez,
adornen con sus destellos
los cabellos
que desmayan en mi tez.
Reina soy de las huríes;
dad rubíes
a mi cuello de marfil:
soy bella y encantadora;
¿quién no adora
mis ojos, mi pie infantil.
Más perlas que formen lazos
en mis brazos…
Dadme mi turbante azul
cuajado de estrellas de oro,
que es tesoro
de la reina de Estambul.
Cubridme de muselina
leve y fina,
que a mi talle sienta bien,
que sus pliegues nebulosos
son hermosos
en la reina del harem.
Acercadme los espejos
que están lejos:
quiero ver mi perfección;
contemplar si con mi encanto
puedo tanto,
que doy muerte a un corazón.»
Calló; se miró al cristal,
mas turbóse de repente
su serena y alba frente
con palidez funeral;
porque a llena luz miró,
y en sus trenzas desmayadas,
puras, frescas y aromadas,
un cabello blanco vio.
Cual si un áspid enroscado,
viese en su nevada sien,
con iras y con desdén
descompuso su tocado.
Fue arrojando por el suelo
collares, plumas, anillos,
gasas, broches y cintillos,
perlas, y turbante, y velo.
Y el cabello maldecía,
y aun es cierto que lloró
cuando airada lo arrancó,
y en los dedos lo tenía.
Mas Noredín, su señor,
que en el cuarto oculto estaba,
mientras ella se quejaba,
respondía a su dolor:
«–Sultana, si en la flor leve
cayó nieve,
se helará la flor gentil;
ya no puede ser amada,
ni llamada
reina hermosa del pensil.
Me sobran ángeles bellos
con cabellos
sin ninguna imperfección:
contempla, pues, si es tan pura,
tu hermosura,
que dé muerte al corazón.»
Dijo: le volvió la espalda;
recorrió su harem o cielo,
vio una bella con guirnalda,
y arrojóle su pañuelo
sobre la ondulante falda.



Poema Un Estertor de José Miguel Ullán



Prever la hora y regresar, sumisamente, al barco cuando más sopla el huracán,
aun irrisorio, empieza a ser más justo.
Pero la estafa criminal redobla.
como venganza o saciedad, la epístola. Y no su clueco contrincante, el himno.



Poema Unidos Por La Luz de Jose Maria Hinojosa



Bajo una misma luz
están nuestras cabezas.

Tu corazón y el mío
cantan sobre las piedras
cuando la noche oculta
los rugidos de fieras.

¿Tu corazón y el mío eran sólo de arena?

Por el desierto arrastran los camellos sus penas
y llevan en sus ojos oasis de palmeras.

¿Tú corazón y el mío
eran sólo de arena?

Por el desierto arrastran
los camellos sus penas
y llevan en sus ojos
oasis de palmeras.

¿Tu corazón y el mío
eran sólo de arena?

Nuestras sombras unidas
florecen en la tierra.



Poema Un Cuerpo Está Esperando de José Manuel Caballero Bonald



Detrás de la cortina un cuerpo espera.
Nada es verdad si no es su encarnizada
inminencia, esa insaciable culpa
que a mí mismo me absuelvo aborreciéndome.
Nada es verdad. Un cuerpo está esperando
tras el mudo estertor de la cortina.

En la oquedad propicia del instante
que mientras más deseo más maldigo,
quiero amar este cuerpo, que él no muera
hasta que su orfandad esté cumplida.

Paredes resignadas, tinto el suelo
de mercenaria obstinación, allí
nos conducimos mutuamente
al voraz simulacro de la vida.
(La amarra del amor nos hace libres.)
Sólo yo estoy suspenso del engaño:
movible fuego oscuro,
mi memoria consume sus fronteras
entre las turbias órdenes del tiempo.
De todo cuanto amé, nada logró
sobrevivir a las abdicaciones.
(La noche se agazapa entre las telas
que un falaz movimiento hace carnales.)

Una mentira sólo está esperando
detrás de la cortina. Soy
mi enemigo: consisto en mi deseo,
busco a ciegas la luz, me reconozco
después de extraviarme, despedazo
ese espejo de muerte en que el placer
se asoma, expío
con mi turno de amor mi propia vida.
De un hilo funeral pendiente el cuerpo,
ya no es posible reducir su lastre.



Poema Una Señal de José Manuel Arango



Para Juan José Hoyos

Una señal una flecha tosca un pedazo de tabla clavada en un palo
Se encuentra al borde de la carretera veredal que se anuda al riñón de la montaña

Antes indicaba el camino
Ahora ?torcida? apunta al desfiladero

Yo que voy a pie que no tengo prisa
Debo acaso detenerme y enderezarla
Es asunto mío será útil a alguno
Tal vez



Poema Una Fragata, Con Las Velas Desplegadas de Jose Lezama Lima



Las velas se vuelven
picoteadas por un dogo de niebla.
Giran hasta el guiñapo,
donde el gran viento les busca las hilachas.
Empieza a volver el círculo
de aullidos penetrantes,
los nombres se borran, un pedazo
de madera ablandada por las aguas,
contornea el sexo dormilón del alcatraz.
La proa fabrica un abismo
para que el gran viento le muerda los huesos.
Crecen los huesos abismados,
las arenas calientan
las piedras del cuerpo en su sueño
y los huevos con el reloj central.
El alción se envuelve en las velas,
entra y sale en la blasfemia neblinosa.
Parece con su pico
impulsar la rotación de la fragata.
Gira el barco hacia el centro
del guiñapo de seda.
Sopladas desde abajo
las velas se despedazan
en la blancura transparente del oleaje.
Una fragata
con todas sus velas presuntuosas,
gira golpeada por un grotesco Eolo,
hasta anclarse en un círculo,
azul inalterable con bordes amarillos,
en el lente cuadriculado de un prismático.
Allí se ve una fingida transparencia,
la fragata, amigada con el viento,
se desliza sobre un cordel de seda.
Los pájaros descansan
en el cobre tibio de la proa,
uno de ellos, el más provocativo,
aletea y canta.
Encantada cola de delfín
muestra la torrecilla en su creciente.
Hoy es un grabado
en el tenebrario de un aula nocturna.
Cuando se tachan las luces
comienza de nuevo su combate sin saciarse,
entre el dogo de nieblas y la blancura
desesperadamente sucesiva del oleaje.



Poema Una Tempestad, De Noche, En Orizaba de José Joaquín Pesado



El carro del Señor, arrebatado
de noche, en tempestad que ruge y crece,
los cielos de los cielos estremece,
entre los torbellinos y el nublado.

De súbito, el relámpago inflamado
rompe la oscuridad y resplandece;
y bañado de luces aparece
sobre los montes el volcán nevado.

Arde el bosque, de viva llama herido;
y semeja de fuego la corriente
del río, por los campos extendido.

Al terrible fragor del rayo ardiente,
lanza del pecho triste y abatido,
clamor de angustia la aterrada gente.



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