poemas vida obra u

Poema Una Ventana de Blanca Varela



Vuelvo a contar mis dedos.
(La flor helada, la desconocida cabeza que
me acecha se descuelga y da voces),
yo miro las paredes y sus frutos redondos y veloces,
hago cálculos, sumo piedras, cenizas, nubes
y árboles que persiguen a los hombres
y perlas arrancadas de malignos estanques
o de negros pulmones sepultados
y horriblemente vivos.

La araña que desciende a paso humano me conoce,
dueña es de un rincón de mi rostro,
allá anida, allí canta hinchada y dulce
entre su seda verde y sus racimos.
Afuera, región donde la noche crece,
yo le temo,
donde la noche crece y cae en gruesas gotas,
en mortales relámpagos.
Afuera, el pesado aliento del buey,
la vieja fiebre de alas rojas,
la noche que cae
como un resorte oscuro sobre un pecho.



Poema Un Corazón Hacia La Medianoche de Blanca Mateos



si mis ojos fueran el polen de la noche
y en mis palabras se trazara el despertar del alba

si el tiempo descansara por tan sólo un momento
mientras el mar se extiende en sus mareas

dejaría todo para teñir el cielo de esmeralda
y abriría mi corazón hacia la medianoche



Poema Ursa Maior de Blanca Andreu



Cierra tus puertas, muerte de los sueños,
fueras el hombre que en turbión de centeno
y hierba seca sobre el mar amarillo
cae cuando se desbocan los caballos
y despierta la cólera del padre.
Aquí y allá caía sobre el mar
sin perder su sonrisa torcida,
anunciaba sus derechos escudo en alto,
y en la sombra que legisla la usura y los muertos
encendió para ti su elocuencia.
Sal de los malecones, señor de los sueños,
muestra tu condición, levanta estatuas
con los barcos perdidos en el dorso.
Vuelve a nosotros ese tu rostro
coronado de algas y espinas.

«Capitán Elphistone» 1988



Poema Uno de Blanca Andreu



De este modo se forma agreste y larga como agua sin riqueza,
como un animal que no aguarda,
el vuelo, la grandeza, los belfos con fiebre, las alas malheridas,
como un animal impensado, el perfil vuelto hacia los vientos y
los peligros.

Con escrituras terrestres, huellas de ancas y cascos, egagrópilas
y excrementos,
con escrituras del instinto levantando la luz o bien golpeándola,
con escrituras del instinto y perfume mortal.

Animal de la perfección, tu último rostro me niega,
tu caligrafía amarga en el hondo lugar de mayo,
tu salvación de espada que se desploma, de sangre pálida,
tu absoluto sin ángeles ni mares libres.

«Libro de las bestias. Primer fisiólogo» 1984



Poema Un Árbol Revela El Viento de Basilio Fernández



Muerta en rigores de mármol
el aire se te rendía
y en ángulos te quebraba
Sola
desceñida de las aguas
Pistas de sueño y naufragios
imantadas de claveles
en el mundo sin distancias
La luz te resucitaba
y el silencio te escondía
en paréntesis de nieve
sin pestañas y sin hojas



Poema Un Balcón de Arturo Carrera



Tomás tiene dos años,
vive en Buenos Aires
en un exiguo Dpto. de la calle
Defensa.

Cuando llegó al campo
dijo: «¡balcón, mamá, balcón!»

El campo como un balcón
infinito,
con sus terrones azules y sus pastos
infinitos,
con sus perfumes y sabores infinitos
y los enormes perros, los cañones
enterrados, las esfinges de piedra
entre los abedules y la casa de noche
con su galería encendida,
su resplandor de arroz en la humedad

de noche de caza acuática,
rosada

Pero llegamos casi al mediodía.
Los árboles arrojaban de sus copas
ácidos sagrados:
la untuosa fragancia de los verdes
vacíos

la luz en rayas frases de los gnomos
silenciosos,
en los baldíos inesperados,
en los incendios donde recorren niños
bajo el crujir del sol
las cenizas
que al llegar nos miraban…

Debería insistir.

Nos esperaban las flores dispuestas
en los candelabros de hielo,
las bolas de nieve siempre
nunca tan blancas sino ligeramente verdes
y aplastadas al tapiz donde cruzan un río
niños chinos
cotorras y cacatúas petrificadas,
lavadas en azul, los picos rojos, las crestas
como moños de niñas embalsamadas

-¿Puedo fumar? -dijo Alicia
Y así comenzaron a reir
los comensales

Tomás invadía la mesa. Jaime lo mimaba.
Tomás invadía lentamente las cosas indiferentes
y las muequeantes salas,
los retratos,
del comedor los retratos, las pinturas,
las piedras bajo la estufa, los preciosos
vacíos, caracoles, y los ojos de Pupa,
saltones y verdes como de libélula
espantada.
Las voces italianas, francesas, el inglés
de los huesos de las tentadoras
comidas, sustancias
almibaradas

Arturito comía y comía
levantando sistemáticamente su ceja casi
postiza y el rabillo ciliado,
el cristalino visor camaleónico
y el ojillo esmerilado

Sonar, radar del ojo

Y la nodriza elemental que allí guiñaba

Arturito sin escribir nada.
Hundido en los espejos.
Tendía el puente colgante de una complicidad
con ibis; pájaros y picos que picoteaban
el vidrio; el vitral del goce; goce…

En sobremesa más pequeña, redonda, y sobre
sillones de mimbre enfundados, chillones,
Jaime (50 años) se arrojó sobre
Tomás que se reía. Los rulos de
la ceniza de oro en la luz y los ojitos
sombríos: fuertemente iluminados por
otros ojazos que de adentro salían más locos,
chorrera de millones, hipnotizados niños,
celestiales, amarillos, verdes, el mar
junto a un gato zarco: y las manitas aferradas
a ese tumulto de falsas imágenes: las mismas
que leo: las velocísimas cruzadas por umbrales

y a la risa las manos de Jaime, otra vez,
«Aquí, aquí» -decía. Le hacía cosquillas en el
pitito, en las ingles, la pancita…
«Aquí, aquí» -decía. «Esto es la realidad. Esto
es la vida. Esto». Y señalaba acariciándole
la espalda al niñito que reía felicísimo,

«Está vivo, viviente…» -repitió, corrigió.
«Todo esto es la realidad» -repitió una vez más
y ajeno a todo estímulo
y a toda realidad gimió: «¡Viva!»

Un frío me recorrió ¿la médula?
Y me hundí un poquito
en el crujido de mimbre.
Tuve un raro pudor ante tanto reconocimiento.
Una nostalgia muy pueril y pétrea
me oprimía.

Y siguió murmurando, para su cabeza y la mía
(no recuerdo, no ví lo que hacían los otros
convidados…)
murmurando entre cortadas tiras un pensamiento
célibre, agudo, agrio, triste, sutil entre los
escombros de las palabras que metía,
y acaso harto triviales para él, que acaso
todo lo concebía (la apreciación es mía)
como Belleza: una aristocracia
de la cultura…

Nini miraba en Vogue los Rolls Royce japoneses.
Jaime pudo saltar de pronto, desprenderse,
y cayó como una brasa en la palma de un ciego:
«Son japoneses, y uno debería entrar y hacer
¡Tac! Y quedar sentado en ellos».

Las rimas internas, ía, ía
La pura monotonía de nuestra
enorme desdicha.
Enorme desdicha usada como se «usa»
el cuerpo.

Jaime y Nini que hablaban
dándose la espalda, súbitamente pálidos,
como adultos siameses. Que decían y amaban
con cascabeles e improntus de otros
idiomas de otras lenguas, sus chistes,
lapsus y bacanales, festines desnudos con
guiños y muchas mímicas y acertijos
cruzados, rebus,
donde cortaban pequeñas imágenes
las brevísimas encantadas, conductas fuga-
císimas o historiolas de la historiola
del Arte:

que leer a Gide o Dostoievsky, aburría
hoy.
que una obra alcanza el apogeo de su
trascendencia en la misma época en que
«trasciende». No va más allá.

¡No estoy de acuerdo! -dijo Nini. Yo ante
un Donatello… Y me miró guiñando…
Y Jaime se atrevió a decir: «En todo caso,
acepto hoy, la vigencia de los arcaísmos.»
«Sos tarada -prosiguió- si te embelesás
con el Quijote: está escrito en un pésimo
castellano. No obstante, Shakespeare…

-dudó-.

«vengan -dijo-: en mi cuarto tengo todo
lo más arcaico que amo,
y todo lo que deseo.»

Atravesamos una biblioteca escarlata:
los dos escritorios vestidos, de
brocato escarlata. Cortinados es-
carlata. Los libros encuadernados
color escarlata.
Toda la estética de la pieza se desmoronaba
ante una chimenea cuasi barroca, de piedra
peinada, herencia de unos huéspedes
arquitectos benedictinos.
-Es horrible -dijo Jaime-. Es del mismo
autor de San Benito, en Belgrano.

Los pájaros estrenduosos en el silencio
nublado de la siesta.
Nos alejamos con Alicia hacia una porqueriza
donde gozaban a los gritos dos animales
pintados o disimulados, los hocicos y los
flancos erizados de barro.

Hablábamos con Alicia,
de los mosquitos, que nos picaban, y en ese
ardor y sopor, de envenenados, todas las cursile-
rías de la ética y estética improbables
de los matrimonios…
Hacía 4 meses que ambos, por distintos motivos,
de nuestros amantes nos veíamos separados.
Tristezas y terrores, asperezas y esperanzas,
odiosos ojos y dudosas aserciones, acechanzas
de lo venidero como una epopeya inmóvil
bajo ámbar del deseo.

Invasora jerga de nuestra suspendida cháchara
también inmóvil.

Y la naturaleza como una alfombra voladora
detenida: balcón para las cinco mil Hetairas
que nos amedrentaban con sus vaselinas y
arpas y ese kool para cuervos en la laguna
fosca. De agua amarga.

Pupa -la condesa veneciana
que se casó con Jaime -me pregunta al servirme
una presa de pollo: «¿Prefiere negro o blanco?»

Blanco, dije, estimulado por mi lectura de la
mañana. Y ella agregó: «Claro, como buen descendiente
de italianos, gusta el blanco de pollo.»
Señalando la carcaza dorada y crocante
del resto, Nini exclamó: «Yo amo, fijate,
el negro». Y añadió mirando fijamente
el dorado del plato: «¡Parece un transatlántico!»

El campo no. Ya. El mundo. Océanos.
Las palomicas no. Ya. Las cigüeñas y las garzas
plateadas.
Las calandrias tampoco.
Los ruiseñores al alba.
¿Se despierta, Pupa, entre ruiseñores?
No sé -dice Jaime-, si todavía quedan. Los he
escuchado. Preciosos, ¿no?

Nini con su dulzura habitual nos trae el
desayuno a la cama.
Alicia sonríe. Tomás refunfuña.
Me despierto a las risas.
Toda Nini invita a una noble y catártica
carcajada.
Desde muy temprano comienzan sus trabajos
con relatos de sueños, piezas de amena
conversación y ámbitos mágicos, embrujados.
¿Sarcasmos?
Imágenes del placer milenario apenas ella dice:
¡Qué placer!

Secreto triunfo de la risa
sin que en su aspecto feliz
nada de ella ridículo nos
invite a reir.

La simpatía crece en su boca. Su palabra
nos envuelve y nos llena de estupor y sorpresa,
como en el carnaval de antaño la ligera
serpentina.

Pero hay una palabra oscura que pasa por sus
labios y va penetrando como un fruto obsceno
en nuestra imaginaria boca: c o n g o j a.
Pero no esta congoja que notamos
una lentitud extrema en el desplazamiento del sol
y que el poeta Girri, señalaba como una «cualidad»
desde el tiempo…

Pues si de ella aprendí las mil maneras imposibles
de creer, de «esbozar», de inventar
para experimentar algo que fuera el modelo
o el mimo de otras congojas,
¿para quién retuve, entonces, la sordina
de la imaginación?

Nuestra amistad austera.
Nuestra congoja agámica.
El paso veloz sobre las piedras
de nada parecido al sexo, ni al amor,
ni al fuego de la irrisoria congoja.
La urticante y nocturna congoja.
La deliciosa piel de sabandija que deshace
los guantes de vivísimos élitros
en realidad. Y en deseo,

el paso de Tomás en el balcón de la hojarasca.
El oído de Minerva (la perra Dogo) y lo que de
sus pisadas escucha Tomy,
confundido por la infinita escala de murmullos
y de alas.

Y la Señora con su aire de domadora de jirafas.

¿Yo escribo en este claustro de muros encalados?

El cuadro que miro dice: Doménico Theotokopuli:
El Greco (1547-1614). En el espejo veo mis pies,
que los mosquitos deformaron: hormas gigantescas
y máquinas de planchar; esa misma ojiva metálica;
las variadas y envenenadas

manos tergiversadas,
efímeras formas:

el cuerpo
el espejo
El Greco.
los pies.

Oigo a Minerva que se arrastra por los pasillos
hacia otro claustro.
Alicia tose.
Nini duerme.

¿Sueña Tomás? Las hojas gigantescas
y los kinotos como turgentes tetillas pintadas,
mojadas naranjas… Mujeres anaranjadas
en los superpuestos e impalpables balcones

El pingüino de yeso que Nini trajo un día
del pueblo. Enano cabizbajo.

Tomás lo toca.
El olor lo sueña.

El agua cenagosa de la pileta y acaso mi cara
gorda y barbuda.
Mi horrible cara gorda y mi
terca sonrisa o

Acaso mi sonrisa sin cara pero barbuda,
suspendida allá en el claqueteo
de las hojas: Arturo…

El sátiro hipnotizado por las velocísimas
hojas
agitadas y rosigantes

con sus decibeles
y sus secretas acústicas

¡Oh, monjes y poetas!

Nini vuela alto, lejos,
en la escoba de Rauchemberg
con sus pajas ornamentales.

Jaime hojea Vogue y se detiene ante
la contessa Marta Marzzotto, fotografata
da R.Granata.

Arturito lee un libro que tomó
de la biblioteca luciferina: «A la sombra
de los monasterios tibetanos» -un libro
de Jean M. Rivière.

Jaime dormita, ahora, un poco.
Se sobresalta por la llegada de Tomás.

En el paseo Nini repitió «embaumée»
La tierra -el balcón ambomé… con
todos los estiércoles, con todos los
osarios de flores. Acacias, jazmines.
Contó una historia de merengues y otra
de profiteroles.

Pupa pasa silenciosa portando en sus
blanquísimas manos una llavecita y enredadas,
dos pequeñas copas de cristal ahumado

Forzado el ideograma de la alegría.

Forzada la faz silenciosa de la memoria
en este campo.

El ánade canta como un ventrílocuo en un
ejemplar «demasiado estudiado» de
Liquid Ambar. Todo lo que ellos conocen
acerca de él se va vidriando en mi resentida
memoria;
se va endurenciendo como un dulce que lentamente
decolora, azucara, envenena.

Hipóstasis de la perfección
del campo en su «paz», en su melancolía
focalizada…

Pero de pronto yo sé
que en todo este silencio no estás.
No están tus movimientos
secretamente envueltos en la impostura
de tu papel de caramelos

Y no sabemos por el sol
ni por el follaje plateado
en los árboles, donde tu risita
se expande y envejece y donde
despierta unánime tu alegría colmándome,

donde tus manos en la cabeza del amigo
celebran los trabajos y el amor como
los días sus noches
el campo.

donde la obligación con sus destrezas
parte de mí y te ocupa:
último secreto de la luz en la tarde
y último parte del secreto
en mí
sepultándote.

Olvido, pero intermitente.

De pronto tu mirada se enciende para mí
iluminando cada hoja de cada rama,
cada corteza de cada ramaje vacilante:
los árboles: los claros ínfimos donde
se abalanzan a besos las palomas

la mirada extraviada en el vapor
de los árboles celeste; celeste;
desconociendo para mí y
desconociendo todo en mí
para este campo

Una nueva manera de amarnos
arrojados por todos los convidados
incluido yo,
en el secreto que ya no nos escucha

que ya no retrocede
que ya no hiere

¿Más?



Poema Un Domingo de Armando Rubio Huidobro



La tarde se asolea, azul,
en la plaza. Las palomas se congregan
luminosas y amargas
entre volantines y esferas
que se enredan en los cables.

Un niño llora
su gorra marinera
en la cabeza del lustrabotas.

Los hombres sueñan.

La tarde gira
en la manivela
del organillero.



Poema Un Solo Pensamiento de Paul Éluard



Sobre mis cuadernos de escuela,
sobre el pupitre, sobre el roble,
sobre la nieve y en la arena
escribo tu nombre.

Sobre las páginas leídas,
sobre las páginas incólumes
-piedra, sangre, papel, ceniza-
escribo tu nombre.

En las imágenes doradas,
sobre los signos de la Corte,
sobre tizonas y corazas
escribo tu nombre.

Sobre el desierto y en la jungla,
sobre la infancia de las voces,
sobre la rama y en la gruta
escribo tu nombre.

Sobre el pan blanco de los días,
sobre el prodigio de la noche,
sobre la flor y las vendimias
escribo tu nombre.

Sobre los cielos que azulan
en los estanques -muertos soles-;
sobre los lagos -vivas lunas-
escribo tu nombre.

Sobre las colinas remotas,
en las alas de los gorriones,
sobre el molino de las sombras;
escribo tu nombre.

Sobre los hálitos del alba,
sobre la mar y sus galeones,
sobre la demente montaña,
escribo tu nombre.

Sobre el vellón de los espacios
y el estertor de los ciclones,
sobre el limo de los chubascos,
escribo tu nombre.

Sobre las formas cintilantes,
sobre la pátina del bronce,
sobre las físicas verdades,
escribo tu nombre.

Sobre las rutas desveladas
y las sendas sin horizonte,
sobre las mareas humanas,
escribo tu nombre.

Sobre la llama que fulgura,
Sobre la llama que se esconde,
sobre los techos que se juntan,
escribo tu nombre.

Sobre la fruta en dos partida
del espejo que me recoge;
en mi lecho -concha vacía-
escribo tu nombre.

Sobre mi can goloso y tierno
y en la oreja que atenta pone,
sobre su salto poco diestro,
escribo tu nombre.

Sobre la grada de mi puerta,
sobre la loza y los arcones,
sobre las ascuas de la leña,
escribo tu nombre.

Sobre la carne que se entrega,
en la faz del amigo noble,
sobre la mano que se estrecha,
escribo tu nombre.

Sobre el vitral de los secretos,
sobre las bocas ya sin voces,
sobre los más hondos silencios,
escribo tu nombre.

Sobre el albergue derruido,
sobre el escombro de mi torre,
sobre los muros de mi hastío
escribo tu nombre.

Sobre la ausencia sin deseos,
sobre mi soledad insomne,
sobre los lúgubres aleros,
escribo tu nombre.

Sobre la calma que retorna,
sobre los extintos pavores,
sobre el anhelo sin memoria,
escribo tu nombre.

Y en el poder de tu palabra
mi vida vuelve a comenzar:
he renacido a tu llamada
para invocarte:

LIBERTAD!!

Versión de Carlos López Narváez



Poema Unforgiven * de Antonio Gamoneda



Cuando tamaño significa
lo grande
y lo pequeño

Tamaño insistente, impune
de la saciedad

Tamaño de la tierra firme

Tamaño de los asesinos
tamaño de los clientes
tamaño de los alguaciles

El tamaño grita
fanfarronea
o chilla

Tamaño de las Armas de los cazadores de recompensas
Tamaño de los Miembros Viriles de los clientes del burdel
Tamaño del Orden Establecido

Pantano
aquella humana hilaridad

de la putita.

*(Unforgiven, filme dirigido por Clint Eastwood.



Poema Un Ángel Gótico de Antonio Gamoneda



Inmóvil, claramente
inhumano en la
pura catedral
vive un ángel.
Un ángel no tiene ojos.
Un ángel no tiene sangre.
Él no vive en la vida, él no vive
en la muerte, él está
vivo en la belleza.



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