Poema Una Vez Lo Dije Pero Ahora Ha Vuelto A Suceder de Eduardo Langagne
Esa mujer paseaba con su aroma
Un día trajo
sus labios acostumbrados a la guerra
y un ciclón adentro de su blusa
entonces sobrevino la catástrofe
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Esa mujer paseaba con su aroma
Un día trajo
sus labios acostumbrados a la guerra
y un ciclón adentro de su blusa
entonces sobrevino la catástrofe
Una vez les di a mis hijas, por separado, dos caracolas
extraídas del arrecife, o vendidas en la playa, no me acuerdo.
Las usan como topes de puerta o reposalibros, pero sus paladares,
húmedos y rosados, son el canto insonoro de ángeles.
Una vez escribí un poema llamado «El Cementerio Amarillo»
cuando tenía diecinueve. La edad de Lizzie. Tengo cincuenta y tres.
Esos poemas que he alzado no se vinculan a traducción alguna
como si fueran hitos musgosos; cada uno baja como una piedra
al fondo del mar, asentándose, pero déjalos yacer, con suerte,
donde las piedras están profundas, en la memoria marina.
Déjalos estar, en agua, como mi padre, que hacía acuarelas
se adentraba en su trabajo. Llegó a ser una de sus sombras,
dubitante y difícil de ver bajo la luz solar del verano.
Se llamaba Warwick Walcott. A veces creo
que su padre, por amor o bendición amarga
lo llamó así en honor de Warwickshire. Las ironías
se mueven. Ahora, cuando reescribo un verso,
o esbozo en el papel que se seca rápido las frondas de cocos
que él hizo tan tenuemente, las manos de mi hija se mueven en las mías.
Las caracolas se mueven por el fondo marino. Acostumbraba a mudar
la tumba de mi padre de las ennegrecidas lápidas anglicanas
en Castries adonde pudiera amar a los dos a la vez-
el mar y su ausencia. La juventud es más fuerte que la ficción.
Versión de Vicente Araguas
Huerga y Fierro Editores
Un pensamiento que tiembla, no mayor que un reyezuelo
herido, se hincha al pulso de mi alma redondeada,
punza mientras su arañazo señala semejante a un montón de porquería,
alas ovales sonando monótonamente como un corazón apanelado.
Me das pena, reyezuelo; más de la que tú das al gusano
He visto ese pico sin piedad golpeando suave al gusano
como una aguja de calcetar a la lana, el temblor que das
tragando ese flácido fideo, su meneo de consumación
semejante al de una semilla tragada por la raja de una tumba,
después tu guiño de rectitud ante la religión de un reyezuelo;
pero si murieses en mi mano, ese pico sería la aguja
en la que el mundo negro siguió girando en silencio,
tu música tan medida en surcos como lo era la de mi pluma.
Sigue picando en esta vena y verás lo que pasa:
las madejas rojas se partirán en dos como lo hace la calceta.
Se acanala en mi palma, como el latido, baqueteando para irse,
como si compartiera el conocimiento de un reyezuelo en otra parte,
más allá del mundo anillado en su ojo, estación y zona,
en el iris radial, la mirada fija, apuntada, apuntando.
Versión de Vicente Araguas
Huerga y Fierro Editores
Tal vez es culpa mía que haga frío,
que rija ya el otoño, y que las hojas
se borren de las ramas como pájaros,
o se largue a llover a cualquier hora.
O es sólo culpa nuestra. Por querernos
un fuerte viento por las calles sopla.
¿Cuál mariposa recibió una piedra
y mana sangre limpia de paloma?
Un trébol por un beso, y un poema
para quedarse triste en tu memoria.
Me diste lo mejor de tu tristeza
y te clavé en el pecho una amapola.
Los pasos de la lluvia suenan lentos.
Acaso quien camina es tu persona.
Soy hojarasca que otro paso esparce.
A mi favor tan sólo el viento sopla.
Una es la espera y la esperanza es una.
Una es el llanto y una la alegría.
Una la sombra de la noche fría
y uno el sonido blanco de la luna.
Una es la sed sin esperanza alguna.
Uno es el sueño y una la agonía.
Uno el crepúsculo en que muere el día
y una la faz del polvo y de la cuna.
Una es la vida, lenta y dolorosa.
que a la ceniza- sin piedad alguna-
lleva el amor del pájaro y la rosa.
Pero también es una la fortuna
viva en la muerte misericordiosa
porque también la muerte sólo es una.
Una alambrada donde se cruzan
tallos de distintas zarzas y unas pocas
cañas emergen con sus penachos entre flores
acampanadas, tampoco muchas, de un color
que remeda al lila, pero que es silvestre.
Hay un grupo de estatuas entre los arbustos
del que la niebla apenas perdona las cabezas.
A ratos se alzan voces de gaviotas y un gas
como de harinas en putrefacción que se dilata,
y a cada oleada sigue otra más picante.
Una advertencia a los que crucen este parque
y restando poder a la humedad v al suelo
quieran hacer un alto para atarse los cordones,
prender un cigarrillo, fumarlo, cualquier cosa:
acá los pies echan raíz al menor signo de parálisis
y ya las rodillas se ponen rígidas, la boca
es cerrada por una corteza que sube, áspera,
desde los hombros y el tórax; manotear algo
a qué aferrarse no sirve de nada: los brazos
flexibles se tuercen en troncos que se ramifican
y borrando toda huella de una vida pasada
de miles de brotes en silencio rápido
salen las primeras hojas.
A mí dame las nubes, ellos
pueden quedarse con el viento
ahora sin nada para empujar.
El grito del afilador, las hojas curtidas
de enero y febrero y todos los demás
sonidos humillados. Ves la lluvia
cómo a ratos pierde fuerza
sobre el capot de un auto que pasa.
Hombres nacidos del mismo parto
estorbándose unos con otros
por la escalera mojada
hacia los cuatro molinetes del subte.
Alejarse y morir en un segundo.
Y hay palomas que se pisan y zurean
en una cornisa de la Concepción
sucia de hollín, esos metecos
refugiados en el atrio
para con dedos cuarteados trenzarse
en discurso de tortuga.
Y la florista que arma el ramo
según se le indicó, tan parca,
tijeras en mano tzac tzac casi maníaco.
Hasta un robot pondría más sentimiento
tratándose de simples tallos.
Un muro de silencio
cubre las puertas doradas,
cal de la memoria
y sal del desencuentro.
Tu alfabeto hollado por la luna
una plegaria que horada el tiempo.
Bebe
has visto a Saturno en el leprosario
baila
el cielo vacía una blanca taza
sueña
un corazón es una trampa
canta
una sinfonía enloquece.
Esta tierra se desvanece
huye de su sombra
para encontrar una palabra,
un inventario.
¡Canta tu canción, canta!
tu canción de inmensidad en llamas
tu canción de lino blanco
¡canta tu canción
que estamos aquí para escuchar
tu ausencia!.
La infancia
un jardín enloquecido.
Mirra e incienso
tu casa
carmín y fuego
tu reino.
Telares del alba
muerden tu deseo,
la rosa negra
te eleva
entre las brumas
y enciende
las luces del alba.
Oh fronteras irredentas
hacia las playas corres
para bordar las olas
que surcarán los mares.
Un cometa surca el aire
y como Faetón incendia
los papeles viejos
las murallas de nunca
las tumbas del ensueño.
Oh rosa tatuada de la infancia
esplendor súbito del horizonte.
Canta
vuela
baila
bebe el vino
transatlántico.
Sueña
corre
ríe
susurra un arcano
olvidado.
Marinero marinado
juglar de vuelo alto
piloto de tormentas
príncipe destronado.
Estas playas se desnudan
ante tu mirada
estas playas se desvanecen
ante tu magia.
Pan casero
tus oraciones
pan ácimo
tus plegarias.