Poema Una Sirena Eterna (iii) de Isolda Dosamantes
El arquero prepara su flecha hacia la presa: gacela agazapada en el rincón de unas cobijas.
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El arquero prepara su flecha hacia la presa: gacela agazapada en el rincón de unas cobijas.
Las estrellas se apagan en el grito de la asfixia, el aroma a felino emana de su piel, se tambalea la noche entre las nubes que han tiznado la luna hasta esconderla. Empiezan a inundarse lentamente del aroma del hielo derretido de sus cuerpos.
Abre sus fauces en la noche que despliega una luz trémula, olor a gato invade las paredes, enrojecen sus ojos por la presencia del humo de cannãbis, que asalta ya su sangre.
Nada ha cambiado.
El mismo pantalón de hace diez años,
el agua de colonia,
la barba que desliza por mis muslos.
Sólo en el rincón más escondido de sus ojos,
hay una lágrima en silencio.
Abre sus fauces, sus uñas son garras que arañan un costado, su boca se concentra en desgajar los senos de la muchacha que mira las estrellas entrar por la rendija de una cortina que cubre la ventana.
«Ante a ficçao da alma
E a mentira da emoçáo»
F. Pessoa
Nos movemos con tanta soltura. Nuestra elegancia es tal.
Gira a mi alrededor para que yo, detenida en mi espacio, te contemple.
Ahora quieres quemarte y por eso te acercas.
Finjo que no te veo, juego a darte la espalda.
Te pregunto quién eres y, a la vez, pongo un dedo en tus labios.
«No. No quiero oír tu voz. No me digas tu nombre.
Eso fue lo acordado.»
De noche, en el jardín, abro mi corazón entre la madreselva.
«Me gusta pasear apoyada en tu brazo,
pensar que te conozco desde siempre,
que llevamos largos años sin vernos.»
Hablo de ideales perdidos,
de cómo fue la vida la que puso cada cosa en su sitio.
«Ay, la vida.» Se me escapa un suspiro
y la vida me resulta muy breve.
Digo que siempre estuve en el lugar exacto en el momento exacto.
Siempre digo esas cosas.
Luego me abrazo a ti y te beso en los labios.
«Vámonos a mi casa»
Te dejo que conduzca y recuerdo la canción de Los Beatles
«baby you can drive my car and maybe Ill love you…»
A través del espejo la llave gira y oigo
los siete abracadabras de los siete cerrojos.
Todo estaba previsto en el País de Nunca Jamás.
En un interruptor se encienden siete lámparas
que iluminan lugares muy concretos.
Ya no nos quedan vírgenes que mantengan las velas encendidas
aguardando la vuelta del amado,
ese que nunca vuelve, bien es cierto, porque nunca es el mismo.
«Me gustaría subir las escaleras desnudándome como sale en la tele»
digo y me río.
Espero por ver amanecer y así poder mirarte
para después no verte nunca más.
Eso fue lo acordado.
En el baño me quito el maquillaje.
Sobre el lavabo nievan algodones
rojos, negros y ocres.
Me detengo a mirar el verde de la sombra de ojos.
Pienso en las sombras y en la triste servidumbre de mis ojos
y pienso en el carmín que ya no se derrite entre los labios
y en tranvías lejanos cargados de deseo
y duele la claridad del día que me espera
y quisiera arruinarme como Gil de Biedma.
No sos mío no estás
en mi vida
a mi lado
no comés en mi mesa
ni reís ni cantás
ni vivís para mí
somos ajenos
tú
y yo misma
y mi casa
sos un extraño huésped
que no busca no quiere
más que una cama
a veces.
Qué puedo hacer
cedértela.
Pero yo vivo sola.
es preciso un poema
un poema solamente
para matar la sed de amor del mundo
para que cuando la muerte llegue no tengamos miedo
un poema
simple pero inquietante
trayendo en su cuerpo todas las llagas de la vida
y que con su lengua de fuego
pueda corromper el frío de las almas
un poema
utópico como la lanza de Don Quijote
y cristalino como las aguas del paraíso
un poema
un poema solamente
que como una saeta atine
en la garganta de los poderosos
Medellín, 27 de junio de 2002.
(POEMA ORIGINAL EN PORTUGUÉS):
um poema
Medellín, 27 de junho de 2002
é preciso um poema
um poema somente
para matar a sede de amor do mundo
para quando a morte chegar não termos medo
um poema
simples porém inquietante
trazendo em sue corpo todas as chagas da vida
e que com sua língua de fogo
possa corromper o frio das almas
um poema
utópico como a lança de don quixote
e cristalino com as águas do paraíso
um poema
um poema somente
que como uma seta atingirá
a garganta dos poderosos
(Traducción: Humberto Mello en colaboración con Nora Méndez y Dina Posada)
Una polilla
después de pensarlo bien,
decidió conocer el arte:
hizo el viaje
más bello de su vida,
de pasta a pasta
una Antología
de la Poesía Universal.
Antes de partir
A la izquierda está el mar. La alta montaña con su ermita y su senda entre los pinos se recorta en lo azul y las gaviotas van hablando de viajes, llegadas o naufragios.
Recuerdo los primeros días en la isla, el verano de fuego y, en la alta madrugada, el olor de la sal, el aroma e los pinos y las voces de las muchachas escondidas entre las ruinas.
Una de ellas, la más alta, flameó su cabellera al lado de una columna rota, irguió el pecho, abrió los brazos al cielo y me dejó, adolorido y deslumbrado, a merced del misterio. Los dioses rieron desde lo alto y se hizo el día. La muchacha comenzó a caminar y agua, fuego, tierra y aire vibraron a un tiempo. Era Afrodita o Helena o Friné, era la cautelosa Artemisa clavando su flecha para siempre en el corazón que se niega a envejecer.
X
Para Miltos Sajturis
Aretí es la única y verdaderamente virtuosa prostituta de la isla.
Tiene treinta y dos años y es alta y morena. Lo más notable de su rostro son las cejas pobladas y los ojos casi negros y siempre brillantes. Tiene senos pesados y redondos, anchas caderas y piernas largas e inquietas. Un ligero bozo agrega misterio a su boca de labio gruesos y húmedos.
Habla poco, pero sabemos de su llegada a la isla con un marinero de Cefalonia, hace unos diez años.
El marinero se fue para no regresar.
Aretí se quedó sola, con un hatillo de ropa y una casita cuya renta debía pagar puntualmente.
Se ofrece por una precisa cantidad de dracmas, ajena a los regateos.
Se entrega de una manera honesta y total y es amable y comprensiva hasta con los violentos y los despreciativos.
No agradece nada ni espera agradecimientos.
Hasta las más rezanderas de la isla aceptan su función indispensable, y Papa Yorgos jamás ha censurado su conducta.
Cuando amanece, antes de irse sola a la cama, se queda en la pequeña terraza esperando el primer rayo del sol.
Se retira cuando la isla es un juego de colores tenues y de nubes veloces.
Es entonces cuando Aretí llora un poco sin pensar en los motivos de sus lágrimas.
Se limpia los ojos y, mientras bebe café canta la vieja canción aprendida de su madre en la isla remota apenas dibujada en su memoria.
XVIII
Para Marco Antonio Campos
No logro, desde que llegué a la isla, poner en orcen los pensamientos tal y como lo hacía en tiempos más apegados a la razón.
Las sensaciones, en cambio, aparecen y desaparecen en filas bien ordenadas. Dejan en la boca sabores contradictorios y en el cuerpo el acuciante deseo de seguir deseando.
En la noche con nubes y estrellas, los perros de mi rumbo le ladran a una luna que aparece y se oculta: La miro desde la ventana y como en la infancia, me pongo a pedirle cosas. No me las concederá, pero el diálogo entre mis ojos y ese fantasma luminoso será el último asidero para la esperanza.
Esta noche recupero la infancia: juguetes tirados por el suelo, el lecho revuelto por los sueños, los ojos entreabiertos y la luz de plata haciendo del cuarto un bello lugar desconocido. Por la mañana, el sol liquidaba esa magia. Llamaba a lo lejos la rígida campana de la aritmética.
XX
Para Vicente Fernández
Árbol de la esperanza
manténte firme.
De nuevo nos vamos, esposa, amiga, amante de siempre, suave presencia en el lado de la cama habitado por tus sueños y tus miedos. A prepararlo todo y a empezar a dejar personas amadas, lugares, sillas hospitalarias, las tazas de café de la mañana. Otras veces partimos con menos angustia y mayor esperanza. Ahora, una sensación indefinible se apodera de todos los preparativos y dificulta el viaje. Tal vez, gran parte del corazón se nos queda en la isla y es el vacío el causante de este desasosiego.
Esposa, amiga, amante de siempre, tú la más fuerte de esta casa de humo, señala el rumbo. Yo apenas puedo hacer los movimientos necesarios para alejarnos. Nos sostienen los días aquí pasados, las cosas descubiertas en las amanecidas o bajo la luz de la luna de todos los veranos, y este amor asido al ?árbol de la esperanza?.
Cuando hable con el silencio
cuando sólo tenga una cadena
de domingos grises para darte
cuando sólo tenga un lecho vacío
para compartir contigo un deseo
que no se satisface ya con los cuerpos de este mundo
cuando ya no me basten las palabras del castellano
para decirte lo que estoy mirando
cuando esté mudo de voz de ojos y de movimiento
cuando haya arrojado lejos de mí
el miedo a morir de cualquier muerte
cuando ya no tenga tiempo para ser yo
ni ganas de ser aquel que nunca he sido
cuando sólo tenga la eternidad para ofrecerte
una eternidad de voces y de olvido
una eternidad en la que ya no podré verte
ni tocarte ni encelarte ni matarte
cuando a mí mismo ya no me responda
y no tenga día ni cuerpo
entonces seré tuyo
entonces te amaré para siempre.
I
Un puñado de tierra
de tu profunda latitud;
de tu nivel de soledad perenne;
de tu frente de greda
cargada de sollozos germinales.
Un puñado de tierra,
con el cariño simple de sus sales
y su desamparada dulzura de raíces.
Un puñado de tierra que lleve entre sus labios
la sonrisa y la sangre de tus muertos.
Un puñado de tierra
para arrimar a su encendido número
todo el frío que viene del tiempo de morir.
Y algún resto de sombra de tu lenta arboleda
para que me custodie los parpados de sueño.
Quise de Ti tu noche de azahares;
quise tu meridiano caliente y forestal;
quise los alimentos minerales que pueblan
los duros litorales de tu cuerpo enterrado,
y quise la madera de tu pecho.
Eso quise de Ti
– Patria de mi alegría y de mi duelo;
eso quise de Ti.
II
Ahora estoy de nuevo desnudo.
Desnudo y desolado
sobre un acantilado de recuerdos;
perdido entre recodos de tinieblas.
Desnudo y desolado;
lejos del firme símbolo de tu sangre.
Lejos.
No tengo ya el remoto jazmín de tus estrellas,
ni el asedio nocturno de tus selvas.
Nada: ni tus días de guitarra y cuchillos,
ni la desmemoriada claridad de tu cielo.
Solo como una piedra o como un grito
te nombro y, cuando busco
volver a la estatura de tu nombre,
se que la Piedra es piedra y que el Agua del río
huye de tu abrumada cintura y que los pajaros
usan el alto amparo del árbol humillado
como un derrumbadero de su canto y sus alas.
III
Pero así, caminando, bajo nubes distintas;
sobre los fabricados perfiles de otros pueblos,
de golpe, te recobro.
Por entre soledades invencibles,
o por ciegos caminos de música y trigales,
descubro que te extiendes largamente a mi lado,
con tu martirizada corona y con tu limpio
recuerdo de guaranias y naranjos.
Estás en mí: caminas con mis pasos,
hablas por mi garganta; te yergues en mi cal
y mueres, cuando muero, cada noche.
Estás en mí con todas tu banderas;
con tus honestas manos labradoras
y tu pequena luna irremediable.
Inevitablemente
-con la puntual constancia de las constelaciones-
vienen a mi, presentes y telúricas:
tu cabellera torrencial de lluvias;
tu nostalgia marítima y tu inmensa
pesadumbre de llanuras sedientas.
Me habitas y te habito:
sumergido en tus llagas,
yo vigilo tu frente que, muriendo, amanece.
Estoy en paz contigo;
ni los cuervos ni el odio
me pueden cercenar de tu cintura:
yo sé que estoy llevando tu Raíz y tu Suma
sobre la cordillera de mis hombros.
Y eso tengo de Ti.
Un puñado de tierra:
eso quise de ti.
(De Ceniza redimida)