poemas vida obra s

Poema Sucesiva de Gerardo Diego



Déjame acariciarte lentamente,
déjame lentamente comprobarte,
ver que eres de verdad, un continuarte
de ti misma a ti misma extensamente.

Onda tras onda irradian de tu frente
y mansamente, apenas sin rizarte,
rompen sus diez espumas al besarte
de tus pies en la playa adolescente.

Así te quiero, fluida y sucesiva,
manantial tú de ti, agua furtiva,
música para el tacto perezosa.

Así te quiero, en límites pequeños,
aquí y allá, fragmentos, lirio, rosa,
y tu unidad después, luz de mis sueños.



Poema Subjetiva de Gastón Fernando Deligne



¡Así es mejor!-Porque de ti atraído
con ímpetu febril, te amo de veras;
por eso no te he dicho que te amo;
y aún pesárame hermosa que lo sepas.

Por eso no he venido a deshacerme
en ruego vil ni en desmayada queja,
porque temo, no tanto tus desdenes,
como tu blanda y fiel correspondencia.

En la mas honda y apartada cueva,
hay un monstruo voraz que a Amor vigila,
como terco y terrible centinela.

Cuando prende en dos almas el cariño,
su ojo apagado entre la sombra acecha;
y brilla -cuando en una se confunden,-
como un botón de fuego en las tinieblas.

El precede a la tarde en que declinan
albas que los amores encendieran;
él es el sacerdote que salmodia
de todo afecto la hora postrimera;

Oculto en el jardín del sentimiento,
él es la nube que ensombrece el cielo;
el petrel que se goza en la tormenta:
para él lo eterno es irrisión, y sólo
-si habla de la constancia- es como befa.

Por eso, porque te amo, yo no quiero
que hagamos en sus garras mutua presa.
¿Quién más pronto o más tarde, del Hastío
no es juguete en la efímera existencia?…

Por eso, porque te amo y porque quiero
amarte siempre, con pasión eterna;
no te he dicho el cariño que me inspiras
y no anhelo tampoco que me quieras.

¡Así es mejor! -Vivir en el deseo,
es una llama alimentar perpetua;
¡es vivir abrasados, cual vivían
los mártires, los místicos y ascetas!



Poema Soneto Para No Morirme de Gastón Baquero



Escribiré un soneto que le oponga a mi muerte
un muro construido de tan recia manera,
que pasará lo débil y pasará lo fuerte
y quedará mi nombre igual que si viviera.

Como un niño que rueda de una alta escalera
descenderá mi cuerpo al seno de la muerte.
Mi cuerpo, no mi nombre; mi esencia verdadera
se inscrustará en el muro de mi soneto fuerte…

De súbito comprendo que ni ahora ni luego
arrancaré mi nombre al merecido olvido.
Yo no podré librarle de las garras del fuego,

no podré levantarle del polvo en que ha caído.
No he de ser otra cosa que un sofocado ruego,
un soneto inservible y un muro destruido.



Poema Soneto A Las Palomas De Mi Madre de Gastón Baquero



A vosotras, palomas, hoy recuerdo
decorando el alero de mi casa.
Componéis el paisaje en que me pierdo
para habitar el tiempo que no pasa.

La más nívea de ustedes se posaba
a cada atardecer sobre un granado
y nevando en lo verde se quedaba
mientras pasase tarde por su lado.

Fuisteis la nieve alada y la ternura.
Lo que ahora sois, oh nieve desleída,
levísimo recuerdo que procura

rescatar por vosotras mi otra vida,
es el pasado intacto en que perdura
el cielo de mi infancia destruida.



Poema Silente Compañero de Gastón Baquero



(Pie para una foto de Rilke niño)

Parece que estoy solo,
diríase que soy una isla, un sordomudo, un estéril.
Parece que estoy solo, viudo de amor, errante,
pero llevo de la mano a un niño misterioso,
que a veces crece de repente, y es un soldado aherrojado,
o es un hombre mayor meditabundo, un huésped del reino de los lúcidos,
y se encoge luego, se recoge hasta devolverse a la niñez,
con sus ojos denominable arcano, con su látigo inútil con su estupor,
y este niño retráctil me acompaña, y se llama Rainiero en ocasiones,
y en otras el Presente, y el Caballero Huérfano,
y el Soldado sin Dormir Posible,
y comulga con el comunicado mundo de ultratumba,
y conoce el lenguaje de los que abandonaron, condenados, el cuerpo,
y pelean a alma limpia por convencer a Dios de que se ha equivocado.

Parece que estoy solo en medio de esta fría trampa del universo,
donde el peso de las estrellas, el imponderable peso de Ariadna,
es tan indiferente como el peso de la sangre,
o como el ciego fluir de la médula entre los huesos;
parece que estoy solo, viendo cómo a Dios le da lo mismo
que la vida tome en préstamo la envoltura de un hombre o la
concha de un crustáceo,
viendo lleno de cólera que Pergolesi vive menos que la estólida tortuga,
y que este rayo de luz no quiere iluminar nada,
y el sol no sospecha siquiera que es nuestro segundo padre.

Parece que estoy solo, y este niño del látigo fláccido está junto a mí,
derramando como compañía su mirada sagaz, temerosa porque
ha reconocido
el vacío futuro que le espera;
parece que estoy solo, y golpeándome el hombro está este niño,
este aislado de la multitud, lleno de piedad por ella,
que se inclina sobre el centro del misterio, y golpea y maldice,
y hace estremecerse al barro y al arcángel,
porque es el Testimonio, el niño pródigo que trae la corona
de espinas,
la verdad asfixiante del sordo y ciego cielo.

Cuando yo mismo sueño que estoy solo,
tiendo la mano para no ver el vacío,
y esta mano real, este concreto universo de la mano,
con destino en sí misma, inexorablemente creada para ser
osamenta y ser polvo,
me rompe la soledad, y se aferra a la mano del niño, y partimos
hacía el bosque donde el Unicornio canta,
donde la pobre doncella se peina infinitamente,
mientras espera, y espera, y espera, y espera,
acompañada por las rotas soledades de otros seres,
conscientes del misterio, decididos a insistir en sus preguntas,
reacios a morir sin haber encontrado la clave de esta trampa.

Parece que estoy solo,
pero llevo en derredor un mundo de fantasmas,
de realidades enigmáticas como el pan y la silla,
y ya no siento asombro de llamarme Roberto o Antonio
o Segismundo,
o de ser quizá un árbol a cuyo pie descansa un peregrino
en cuya mente vive como metáfora de su realidad la persona
que soy;
pues sé que estoy aquí, realmente aquí, destruible pero ya
irrevocable,
y si soy sueño, soy un sueño que ya no puede ser borrado;
y una lejana voz confirma todas las anticipaciones,
y alguien dice -¡no sé, no quiero oírlo!-
que de esta trampa ni Dios mismo puede librarnos,
que Dios también está cogido en la trampa, y no puede dejar
de ser Dios.
porque la Creación cayó de sus manos al vacío,
tan perfecta y completa que el Señor, satisfecho,
se dedicó a crear otras creaciones,
y va de jardín celeste en jardín celeste, dando cuerda al reloj,
atizando los fuegos,
y nadie sabe por dónde anda ahora Dios, a esta hora
del día o de la noche,
ni en cuál estrella se encuentra renovando su curioso experimento,
ni por qué no deja que veamos la clave de esta trampa,
la salida de este espejo sin marco,
donde de tarde en tarde parece que va a reflejarse la
imagen de Dios,
y cuando nos acercamos trémulos, reconocemos el nítido
rostro de la Nada

Con este niño del látigo en la mano voy hacia el amanecer o
hacia el morir.
Comprendo que todo está ya escrito, y borrado, y vuelto a escribir,
porque la sucia piel del hombre es un palimpsesto donde emborrona
y falla sus poemas el Demonio en persona;
comprendo que todo ya está escrito, y rechazo esa lluvia sin cielo
que es el llanto;
comprendo que nacieron ya las mariposas
que obligarán a palmotear de alegría a un niño que inexorablemente
nacerá esta noche.
y siento que todo está escrito desde hace milenios y para milenios,
y yo dentro de ello:
escrita la desesperación de los desesperados y la conformidad de los conformes,
y echo a andar sin más, y me encojo de hombros, sin risa y sin llantos,
sin lo inútil,
llevando de la mano a este niño, silente compañero,
o soñándole a Dios el sueño de llevar de la mano a un niño,
antes de que deje de ser ángel,
para que pueda con el arcano de sus ojos
iluminarnos el jardín de la muerte.

De «Memorial de un testigo» 1966



Poema Salpicada De Espuma de Gabriel Celaya



Salpicada de espuma, de salitre,
desnuda, desde el mar,
viene gritando:

La vida, sí, la vida misma:
¡Un delirio por los prados!

Desde mi ventana blanca,
con los brazos extendidos,
la estoy llamando con voces
de un ardor desmelenado.

Salpicada de espuma, de salitre,
desnuda, por los campos,
va gritando.

¡La vida, sí, la vida misma!

Pálido y alto, callado,
la mira pasar llorando.



Poema Scherzo De Primavera de Franz Tamayo



9.

Vino nuevo en las bocas
Vierten sus cantaras
¡Caen las rosas locas
De sus alcántaras,
Y en dulce juego
Es caricia de nieve
Su eterno fuego!

12.

Pliega toda alma irónica
A su centella;
La palabra sardónica
Expira ante ella.
¡Horrenda fama!
¡La belleza esta hecha
de bronce y llama!
30.

Su pan aun siendo muerte
Tienta y convida:
Sabe a la rica y fuerte
Sal de la vida.
¡Mana perfecto!
¡aun amasando en lagrimas,
no hay más dilecto!

33.

Rige un arcano el giro
De las pupilas.
De azabache o zafiro,
Glaucas o lilas,
Su prisma cierne
Matices y contornos
Que en luz discierne.

35.

La duda en alto pende
Quien mas admira,
Si sol que arriba esplende
U ojo que mira
Mutuas miradas:
Es un cambio de guiños
¡Y llamaradas!

40.
Hay una ciencia abstrusa
En toda forma
Que revela a la musa
La Pauta y la norma.
En líneas puras
Las ideas son célicas
Arquitecturas.



Poema Segunda Evasión de Franklin Mieses Burgos



-¿Quién encendió la lámpara perenne de la rosa?
¿Quién desató el pequeño enigma de la hoja,
de la apretada piedra donde habita el silencio?

Cuando el ángel pregunta ya deja de ser ángel;
la ignorancia es la espada desnuda que defiende
su rosa de inocencia;
la rosa que no sabe ella misma el origen
terrible de su nombre, de su propio fantasma
cerrado como un nudo de aroma hasta la muerte.



Poema Sopa Y Bastillas de Françoise Roy



¿Qué le habrás dicho a la Muerte
cuando llegó?
¿Qué le habrás dicho
asomada a esa ventana
que tú sola habías colocado
en el muro más alto?
Espera, que aún canto.
Espera, que a la bastilla
le faltan diez puntadas
e hilo tan lentamente.
Espera que le ponga sal a la sopa.
¿Qué le dijiste
cuando faltaba apenas
un grano de arena?

Tomado de Iridio, Ed. El Cálamo, Guadalajara, México, 2000.



Poema Se Anuda La Voz de Françoise Roy



Se anuda la voz alrededor de un mástil invisible que me creció durante las tormentas de mi infancia.
La espiral que describe al completar el nudo es tan veloz y me marea a tal grado que pido clemencia. Está apretado al punto de que la palabra más venenosa (conozco mujeres que las fabrican con leche de murciélago, colas de lagartija, extractos de plantas urticáceas y zumo de frutas incomestibles) queda atrapada en el corazón interior del lazo.
Oigo la castañuela de las bocas emitir golpes secos, golpes de madera que se rompe contra el manto líquido del aire.
Mientras me dicen de cosas, las manos de mi voz salen, al unísono, del tronco de mis cuerdas vocales. Describen la espiral que se parece al caduceo, atrapan lo que yo iba a decir y lo añaden al nódulo, ya de por sí muy ceñido, como una vuelta más.

Tomado de Razones para la redención del zafiro, Ed. Filodecaballos, Guadalajara, México, 2003.



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