poemas vida obra s

Poema Sequía de Gioconda Belli



Vamos a seguir sobre la playa
la huella de los pasitos menudos de la lluvia,
vamos a buscarla detrás de las peñas,
entre los manglares,
para que se venga con nosotros.

Vamos a escribir nubes con el largo dedo del viento,
engordémoslas y dejémoslas caer,
mojemos la tierra sedienta,
consigamos el agua escurridiza:

Es triste ver la grama seca,
lo verde mustio
mientras la lluvia
juega
al escondite.



Poema Sencillos Deseos de Gioconda Belli



Hoy quisiera tus dedos escribiéndome historias en el pelo
y quisiera besos en la espalda
acurrucos
que me dijeras las mas grandes verdades
o las mas grandes mentiras
que me dijeras por ejemplo
que soy la mujer mas linda del mundo
que me querés mucho
cosas así
tan sencillas
tan repetidas,
que me delinearas el rostro
y me quedaras viendo a los ojos
como si tu vida entera dependiera de que los míos sonrieran
alborotando todas las gaviotas en la espuma.
Cosas quiero como que andes mi cuerpo
camino arbolado y oloroso,
que seas la primera lluvia del invierno
dejándote caer despacio
y luego en aguacero.
Cosas quiero como una gran ola de ternura
deshaciéndome
un ruido de caracol
un cardumen de peces en la boca
algo de eso
frágil y desnudo
como una flor a punto de entregarse a la primera luz de la
mañana
o simplemente una semilla, un árbol
un poco de hierba
una caricia que me haga olvidar
el paso del tiempo
la guerra
los peligros de la muerte.



Poema Suplicio De Amor de Gertrudis Gomez De Avellaneda



¡Feliz quien junto a ti por ti suspira,
quien oye el eco de tu voz sonora,
quien el halago de tu risa adora
y el blando aroma de tu aliento aspira!

Ventura tanta, que envidioso admira
el querubín que en el empíreo mora,
el alma turba, el corazón devora,
y el torpe acento, al expresarla, expira.

Ante mis ojos desaparece el mundo
y por mis venas circular ligero
el fuego siento del amor profundo.

Trémula, en vano resistirte quiero.
De ardiente llanto mi mejilla inundo.
¡Delirio, gozo, te bendigo y muero!



Poema Soledad Del Alma de Gertrudis Gomez De Avellaneda



La flor delicada, que apenas existe una aurora,
tal vez largo tiempo al ambiente le deja
su olor…
Mas, ¡ay!, que del alma las flores, que un día
atesora
muriendo marchitas no dejan perfume en
redor.

La luz esplendente del astro fecundo del día
se apaga, y sus huellas aún forman hermoso
arrebol…
mas ¡ay!, cuando el alma le llega la noche
sombría,
que guarda el fuego sagrado
que ha sido su sol?

Se rompe, gastada, la cuerda del arpa
armoniosa,
a aún su eco difunde en los aires
fugaz vibración…
Mas todo es silencio profundo, de muerte
espantosa,
si dan un pecho amante el postrero tristísimo
son…

Mas nada, ni noche, ni aurora, ni tarde
indecisa
cambian del alma desierta la lúgubre faz…
A ella no llegan crepúsculo, aroma ni brisa…;
a ella no brindan las sombras
ensueños de paz.

Vista los campos de flores
gentil primavera,
doren las mieses los besos
del cielo estival,
pámpanos ornen de otoño la faz
placentera,
lance el invierno brumoso su aliento
glacial,
siempre perdidas, vagando en su estéril desierto,
siempre abrumadas de peso de
vil nulidad,
gimen las almas do el fuego de amor
está muerto…
Nada hay que pueble o anime
su gran soledad.



Poema Significado De La Palabra Yo Amé de Gertrudis Gomez De Avellaneda



Imitación de Parny

Con yo amé dice cualquiera
Esta verdad desolante:
-Todo en el mundo es quimera,
No hay ventura verdadera
Ni sentimiento constante.
Yo amé significa: -Nada
le basta al hombre jamás:
La pasión más delicada,
La promesa más sagrada,
Son humo y viento… ¡y no más!



Poema Sólo Aquel Tembloroso Viento Amado de Germán Bleiberg



Sólo aquel tembloroso viento amado,
tan dulcemente estrecho entre mis venas,
viene con tu paisaje y con serenas
voces de tu fervor puro y llorado.

Estoy solo, ya solo y entregado
a este dolor humilde en que me ordenas,
y espero, oculto en soledades plenas,
llegar a ti, febril y enajenado.

Hoy son tus ojos esta luz sin horas.
que yo buscaba como bien pequeño.
¡Víspera del espacio presentido,

las lentas llamas, manantial de auroras!
Y tu sangre tendrá un sabor de sueño
entre las mariposas florecido.



Poema Ser Ante Los Ojos (en El Umbral) de Gerardo Guinea Diez



El ser
y todo el yo congregado,
en la orilla del fin de siglo,
en la pupila de un niño
que jamás descifrará
el cabreo del tiempo.

El ser y todo el yo congregado.
En la orilla del tiempo,
en el margen más lejano,
en donde nace el viento
que sopla con la fuerza de Hércules.

El ser y todo el yo congregado
por Ulises que se resiste a no volver.

El ser, aprendiz de brujo,
en el mediodía de este hoy
que llaman posmodernidad
nada más para ahuyentar el fantasma de la
soledad.

El ser,
navegando hacia el muelle de los signos en fila:
tus ojeras;
inventando la nada para inaugurarse a sí
mismo, desde el canto del gallo,
desde el sueño de un pájaro
que premedita la rama y la hoja,
que anticipa con humildad
el tenue color de la mañana,
referente de horas inútiles
que agrietan las certezas,
de ésas que nos someten
a dos verdades para serninguna,
para que con júbilo de rosas
y miedo tempranero,
vivamos la experiencia de la libertad:
tributo inevitable de los desertores.

El ser
y nuestro desabrido afán;
el que nace en nuestra
renuencia a la perennidad.

El ser
y la fugacidad de nuestra obediencia,
sí, esa extraña manera de estar en el mundo
resistiendo con lo imprescindible, a pesar
de las certezas que nos anuncian un triunfo
seguro, inevitable, definitivo.

El ser
y la ebriedad de una reputación
que enaltece lo absurdo
de ciertas verdades;
aquellas que hoy nos garantizan
prosperidad eterna,
tanto como las pesadillas
de los sueños milenaristas.



Poema Ser Ante Los Ojos (al Amanecer Vi) de Gerardo Guinea Diez



El niño está feliz,
las manos de su madre,
tibias, calientitas,
lo llevan por los rumbos
nuevos del país de los espejos,
ella se come por él todo el dolor,
toda la angustia,
toda la nostalgia que ronda
por la geografía de cristal.
Su felicidad es grande,
tanto como el espejo donde ahora se ve
hombre y ve a su madre
y ve sus manos, y ve cómo lo salvó
de la desdicha y la desmemoria.
El niño se suelta de la mano de su madre.
Corre, corre.
Vive abril como si fuera un año.
Vive agosto como si fuera un amor y no un
desengaño;
corre hasta el final del patio,
hasta el límite de los geranios
y se vuelve a ver,
y otra vez,
el hombre viéndose niño desde el otro lado,
desde la otra frontera del tiempo,
desde sí mismo,
viéndose hacia adentro,
ignorando la estafa y la mentira,
desconociendo qué sucede
en la otra cara del espejo,
esa, que es región
de alumbramientos y abortos,
esa que suena en los tejados
en los días de toque de queda,
en las láminas de los techos,
maltratadas por los cateos
masivos de la Judicial
o por las rondas del Ejército que
aplanan el suelo con su letanía circular.

El niño ?ya no tanto?
no sueña, no está despierto,
simplemente está, ahí, está.
Escucha la radio,
Morrison le profetiza una senda de tormentas
y jinetes desbocados.
El niño ?ahora niño? no sabe
por qué confunde a Churchill con
Curruchiche, y a Árbenz con un demonio que
amenaza los planes de prosperidad.

El hombre, entonces,
entiende un poco del naufragio.
Todos han desahuciado
a los fetiches
que deambulan a lo largo de los años.
En cualquier esquina,
en un balcón,
en los cumpleaños,
en las pesadillas,
en los muertos,
¡ah! ésos,
los innombrables,
los de comisiones de esclarecimiento,
los que todos, absolutamente todos,
intentan desesperadamente olvidar.

Como la película de Herzog,
cada uno lleva su barco a buen
recaudo, a la orilla más clara,
más quieta y cada uno deposita
su carga de cadáveres en esa orilla,
llena de amuletos contra
la maledicencia
y nuestra acendrada estupidez.
La que llevó al niño de
naufragio en naufragio.

El ser, sábana blanca que
arropa unos huesos ante
el abismal silencio de los días.

El ser, exhalación de crepúsculos
ante un niño que ejercita una
sumaria indagatoria de la nada.

El ser, sol tendido de mediodía
en el lazo del patio abandonado.

El ser, un hombre
con las entrañas llenas de ron,
mientras la tarde se va lentamente,
sin decir adiós,
sin aspavientos ni algarabías.

El ser, el hombre que encostala
sus recuerdos y se va con la tarde,
sin decir nada, sin claves
ni ardimientos, sólo dejando
su vaho corporal,
en el horizonte,
en la banca del parque,
en la raíz del árbol,
en la hondura de su sombra.



Poema Ser Ante Los Ojos (al Atardecer Xiii) de Gerardo Guinea Diez



El ser ha llegado, por fin,
al umbral de los días nuevos,
en su rostro se dibuja la
ebriedad de la muerte,
como la materia profunda
de las piedras;
ha reescrito a ciegas
las señas de identidad
de las heridas más profundas.

Camina y calma su sed
en los jardines desnudos
que reflejan unos ojos minerales,
tanto como el nebuloso espejo;
el de la simiente, el del surco
que dejó el otro, el del olvido
fácil, aquel que lloró ante la
posible redención.

Ahí camina, con su costal
de luz entera; por el horizonte
anegado de luna y escupitajos
de cólera y rabia, a solas
balbuceando una fábula que
de tanto repetirse se convierte
en antología fraudulenta.

Aquí el hombre,
allá el joven,
reunidos para fundar
de nuevo la casa con paz
y suficientes ventanas;
aquí el ser,
allá un incierto hoy,
reunidos para bordar
de nuevo sus enlutadas telas.
Aquí y allá,
juntos, en el mismo lugar,
inaugurando las noches sin orillas.

Se ven, callados,
el espejo los refleja
y les devuelve el aroma a incienso,
ya no huelen a sangre
sino a pino y mañanas húmedas.
Se ven, callados,
el espejo los concilia.
Dejan la nave encallada
y se enfilan con azahares
en las manos hacia su destino,
derrotaron a la eterna muerte,
a la eterna vida;
comprenden: son eso,
muerte y vida,
llama y agua.

Marcan el sendero de ida
e incineran la memoria,
pájaro que arde,
rito funerario que agoniza
y contentos abren la pista
para el regreso del ave fénix.

Caminan, caminan,
sus cuerpos ruedan
por aldeas infinitas;
alguien, con los párpados cortados,
les habla de Bosnia,
de la caída de Wall Street,
de Internet y pedófilos;
no importa porque saben que al final siempre
habrá alguien que les
ofrezca una sonrisa,
un sorbo de agua,
una hora de viejas historias
y prodigios infinitos;
alguien a quien le bastará el mundo,
así, tal cual,
aunque luzca en ruinas.

Ríen y continúan
porque saben que enterrarán
el futuro, ése por el que lloraron,
el que les otorgaron sus viejas
glorias derrotadas,
pero al final glorias;
la gloria del enojo,
la del honor y la cólera,
aquella que los alimentó
de suficiente asombro,
sí, asombro
ante el hambre,
la muerte,
los ojos tristes de los niños,
la pureza de los viejos amigos.

Ahí van, por este hoy,
el ser,
el hombre,
el niño,
el joven,
reunidos,
absortos,
deseando descifrar
los enigmas del camino:
Marilyn Manson y su trasvestismo,
la vieja estatua derrumbada de Lenin
y las atrocidades en contra
de kurdos y bosnios,
en contra del hombre contra el hombre.
Ahí van,
leyendo a Kundera y Saramago,
a Sabines y a Paz,
intoxicados de luz,
tragándose toda la luz,
la que nos da este hoy desabrido,
pálido, casi llegando a rosa,
ahí van,
oyendo a Fito Páez y Joaquín Sabina,
encostalando más de alguna canción
de Maldita Vecindad o Molotov,
para confirmar la perdurabilidad del olvido;
ahí van,
por el camino,
creyendo que el mundo es un cuadro,
revisitando a sus fantasmas
como Dalí, Picasso, Rivera, Tamayo, Toledo.

El ser y todo el yo congregado,
en la orilla final,
soñando un río,
unos hijos,
un paraíso,
un polvo justiciero;
el ser y todo el yo congregado,
en una nota de Piazzolla
en una línea de Saramago,
en un poema de Borges,
en la orfandad de un mar cabalgado,
en el último aliento de Cardoza y Aragón,
en la mano generosa que se alarga
y nos brinda un pedazo de felicidad,
ésa, como el pan y el mantel blanco,
ésa, como la de un ángel,
un niño,
una hoja,
ésa, como ellos,
viéndose en el agua,
descubriendo el agua,
siendo agua,
para limpiar con suficiente luz,
el espanto de la memoria.



Poema Ser Ante Los Ojos (al Amanecer Vii) de Gerardo Guinea Diez



El ser y un oleaje que sube,
desde las paredes de la vieja casa,
que sube, hasta las aturdidas torres,
sitio de vigías y adormilados hombres
que imaginan la ciudad,
la de los perros callejeros,
la de los muertos,
la de las calladas avenidas,
la ciudad,
la del circo
y sus tartamudos payasos,
la que calló para sobrevivir,
la que fue muro contra el despojo;
la ciudad, la de las puertas entreabiertas
y los ojos acechantes,
aquellos que hacían guardia
para cuidar a sus hijos de la muerte;
aquélla, de nuevas avenidas
y héroes cansados,
ataúd visceral,
burla de los muchachos de la escuela;
la ciudad, laberinto de puertas
y objetos sin nombre,
sin apellido,
sin podredumbre,
perdurable.

La ciudad,
puerta de cristal,
espejo evanescente,
escaparate de trapos viejos,
hombres cansados,
mujeres jóvenes,
apetecibles,
de jóvenes que rinden
culto a las fisuras de la memoria.

La ciudad,
densa geografía del ser,
claridad adivinada que dibuja
a sus futuros hijos,
los vivos y los muertos,
los exitosos y los no tanto,
los de la lápida barata,
los que frustraron los sueños
de promisión de los héroes cansados,
ésos, los que derrotaron al sueño,
al vuelo de la mariposa,
los que interrogaron a Maximón,
los que dejaron a la noche
con pulmones de miedo,
los que rompieron la puerta de vidrio,
los que dejaron a las aldeas
como un pan herido,
hirviendo sus maldiciones.

El ser y todo el yo congregado,
en la llanura que parpadea su aurora.

El ser y toda la llanura,
boca insomne que abre
sus enormes labios
para narrar su penetrada inocencia;
el ser y el niño,
dual saliva que ejerce su oficio
en las largas, largas membranas
que humedecen amaneceres
y confines espirales.

El espejo y el niño hecho muchedumbre
para conjeturar la fisonomía de
los hombres y las mujeres.

El niño,
daga que atraviesa el verano
y descubre sus entrañas,
sus vísceras,
su olvido,
sus llamas,
sus deseos,
sus piernas,
sus pechos,
su boca,
sus labios,
sus miserias,
sus…

El ser,
el niño y la alteridad,
la de los habituales apodos,
la del pez que finge su muerte,
la de la sonrisa que transmuta en puerta,
en zona franca para postular delirios
y silenciados esplendores.

La alteridad
como repertorios recurrentes,
infinitos ahogados en la desnudez
de cuerpos, sumariamente fusilados
o tirados al mar en costales
que hoy nada más vuelven a tejer
las novias o las madres,
las del llanto quedito,
las de los dedos viejos,
las de nuestra fuerza terrenal.

El hombre
está satisfecho.
Vio al niño
y éste adivinó al hombre.
Ambos se iluminaron con lo visto.
Por fin emblematizan una verdad:
abrieron la puerta de cristal
y ésta fue una pesadilla dura,
roca de agua,
río de tiempo,
agua de barro,
lluvia al revés;
caminan,
ríen y se ven,
en silencio se descubren:
el niño y el hombre,
unidos por el espejo.
Una vez más ríen,
mueca que destruye
las decoraciones,
ya no hay preguntas,
pero tampoco respuestas,
¿qué importa?
están afuera y adentro del espejo,
son uno,
son verdad,
son mentira,
son escoria,
son lo que quieren ser
o lo que pudieron ser,
o lo que el charco de mierda los dejó ser,
¿qué importa ya?
¿qué importa?



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