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Poema Sentir El Peso Cálido de Juana Castro



Sentir el peso cálido.
Girar
previsora la vista, y saber
que no hay nadie.
Agacharse. Enrollar
el vestido, dejar en las rodillas
la mínima blancura
de la tela, su felpa
y el fruncido que abraza
la cintura y las ingles.

Mojar
con el chorro dorado,
tibio y dulce la tierra
tan reseca de agosto, el desamparo
sutil de las hormigas en la hollada
palidez de los henos.

Mezclar
su fragancia espumosa con el verde
vapor denso de mayo, sus alados
murmullos, la espantada
carrera de los grillos.

Y en invierno, elevar
un aliento de nube
caldeada, aspirando el helor
de hoja fría del aire.

Orinar
era un rito pequeño
de dulzura
en el campo.

(De Fisterra, Libertarias, Madrid 1992)



Poema Soledad de Juan Valle



Sentado de este río junto al cauce,
vengo a pensar a solas en mi suerte.
Por acercarme al reino de la muerte,
vengo a buscar la sombra de este sauce.

Mi ser ha trastornado la amargura;
me está quemando el sol, y tengo frío;
voy, refresco mis miembros en el río,
y me siento abrasar en calentura.

Mas de estas flores el agreste aroma
narcótico feliz a mi alma presta:
por simpatía, a mi gemir contesta
el gemir de la huérfana paloma.

Del buey trabajador se oye el mugido,
y en las espigas susurrar el viento,
y en monótono son se escucha lento
de millares de insectos el zumbido.

Van siguiendo los perros familiares
los pasos de los pobres labradores;
la aldeana adornada va con flores,
entonando estribillos populares.

A veces, a lo lejos, de un caballo
se escuchan en la arena las pisadas,
y se mezcla a las rústicas baladas
el cantar ronco del lejano gallo.

Este cuadro de paz y de inocencia,
en medio del placer grato sería;
mas tiene algo de gran melancolía,
visto a través del llanto de la ausencia.

Es verdad que a mis ojos aparece
hermosa esta natura; pero hermosa
con la hermosura de mujer llorosa,
¡ay! con esa hermosura que entristece.

Del paraíso de mi amor primero,
donde mi cuna ayer se ha columpiado,
con su espada de fuego me ha arrojado
de la guerra civil el ángel fiero.

Más infeliz que Adán, que, si el delito
lo lanzó a él de su mansión primera,
al menos lo siguió su compañera,
y yo me encuentro aquí solo y proscrito.

Amo yo, Guanajuato, más tus montes,
tu aire pesado y tus ruidosas calles,
que el aura y el silencio de estos valles,
y más que sus inmensos horizontes.

¡Con cuánta lentitud el tiempo pasa
lejos de aquel lugar donde nacimos,
de allí donde lloramos y reímos,
de allí donde tenemos nuestra casa!

Lejos de aquel lugar donde respiran
los seres que en el mundo más amamos.
Aquellos que, si ausentes suspiramos,
por instinto, tal vez, también suspiran.

¿En dónde estás, Jesús? Matilde mía,
¿en dónde estás también? ¿Dónde, Eduwige?
En vano entre la pena que me aflige,
invoco vuestra dulce compañía.

Toda vestida de sombrío luto,
la ausencia me persigue por doquiera,
y con su tarda voz me desespera
contándome minuto por minuto.

Tenaz, aun entre sueños, al oído,
con frases de ironía mofadoras,
me va contando las eternas horas,
de mi lado apartando al dulce olvido.

Se hace en mí, de dolor y de consuelo,
al pensar en vosotras, fusión vaga,
y a mi alma, en lucha tal, punza y halaga
mezclada sensación de infierno y cielo.

Pedid a Dios que, compasivo, un día
me vuelva mis domésticos placeres,
y hablar de cerca a mis queridos seres
de nuevo pueda, como hablar solía.



Poema Sólo Al Fondo Del Furor de Juan Sánchez Peláez



I
Sólo al fondo del furor. A Ella, que burla mi carne, que
desvela mi hueso, que solloza en mi sombra.

A Ella, mi fuerza y mi forma, ante el paisaje.

Tú que no me conoces, apórtame el olvido.
Tú que resistes,
resplandor de un grito, piernas en éxtasis, yo te destruyo,
sangre amiga, enemiga mía, cruel lascivia.

Nuestras voces de bestias infieles trepando en una
habitación suntuosa sin puertas ni llaves.
Cuando me desgarra un soplo náutico de abejas, yo pierdo
tus óleos, tus imanes, una calesa de esteras en el vergel.

Mi Primera comunión es el hambre, las batallas.
¿Rueda mi frente en un aro,
saltan mis ojos sobre la nieve pacífica?
¿Florecen campanas melodiosas en un abismo de miedo?

Después, sin designio, el rocío extiende por el mundo su
gran nostalgia de húmedos halcones.

II
Arrastrado bajo yunques sin ruidos ni caricias
Otra vez otro instante
Sepárame las tablas de mi cuerpo, los despojos
Los despojos de mi alma
Hacia una bóveda de espanto, allí crece el caos.

Entonces se interpuso un revólver
Disparado al aire tres veces
Por los ebrios del amor.

Mi amiga íntima falleció hace tres años
Por tres balas lanzadas al aire.

Ella se vestía escandalosamente para asistir a un baile de
máscaras.
Ella jugaba una partida de póker en el momento fatal.

Recuerdo a mi amiga íntima.
Estoy seguro de haberla conocido hace trescientos años.
Y olvidarla ahora mismo.

Otra vez, otro instante,
Me inunda el halo de los espectros.

III
Al arrancarme de raíz a la nada
Mi madre vio, ¿qué?, no me acuerdo.
Yo salía del frío, de lo incomunicable.

Una mañana descubrí mi sexo, mis costados quemantes,
mis ráfagas de imposible primavera.
A la sombra del árbol
de mi gran nostalgia ya comenzarían a devorarme,
ya comenzarían.

Sabedlo tú, Ondina ondulante del mar y alga efímera
de la tierra.
Un hombre alto fue al cementerio
Espantó a un perro que ladraba
Su camisa de fuerza la estrangulaba
Cayó estrangulado.

Y yo he revelado su destino a todos mis amigos
A los que conozco sin saludar, a los que saludo
sin conocer.

Yo di muerte al estrangulado
A pesar de sus signos de indeleble fatiga.

Yo frisaba cinco años de vida
¿Me engendró una cigarra en el verano?

Era un día maldito.
Mi madre no logró reconocerme.

IV
Aún la perfección, las campanas trasquiladas.
Aún quien te subyuga, Oh tú, Huésped turbado, Tu máscara
desgarra, Tu dedo es un liviano ruiseñor.
Horada una llama oculta: Sobresale tu cuerpo,
tu pudor, tu vigilia.
Grandes herméticos antepasados míos levantan mi
corazón carnívoro de langosta.

Súbeme a la claridad. Soy un
simio abyecto que necesita perdón.
Un búfalo que desciende
en el huerto leproso
sobre la espalda encendida del arcoiris.

Súbeme a la claridad.

La noche es una isla perdida
en el viraje vertiginoso de tus
corpiños.

Cielo crispado del amanecer, Erizos
desplazados, altas cimas;
Tierra mía y rocío de los papagayos y follajes
fulminantes de las palomas siderales;
Extensos brazos
benevolentes;
y tú, rosa abierta, caída
contra el resplandor negro de mis deseos.

V
Yo atravesaba las negras colinas de un desconocido
país.
He aquí el espectáculo:
Yo era lúcido en la derrota. Mis antepasados me
entregaban las armas del combate.
Yo rehuí el universo por una gran injusticia.
Tú que me escoltas hacia una distante eternidad:
Oh ruego en el alba, cimas de luto, puertas que
franquean tajamares de niebla.
Salva mis huestes heridas, verifica un acto de
gracia en mis declives.
Pero, ¿qué veo yo, extenso en una maleza de tilos
imberbes? Un glaciar cae lánguido
en el césped.
El mármol se despide del hombre porque éste
es una estatua irreverente.

VI
Blandiendo un puñal de vidrio entre las sienes
Pasean los soldados, los herreros, las razas de color, las
mujeres melancólicas
Por los canales pardos del arcoiris, encallados a riberas
de bruma
A la aventura celeste de los cinematógrafos, al pequeño
monumento de las aves estelares.

Un sueño los hace distintos a la realidad
Un murciélago desconocido los hizo visibles a la vida.

Y después, ¿te acuerdas?
Yo me acuerdo
Tu madre subyugada por tu padre.
Y después, ¿te acuerdas?
Yo me acuerdo
Todas las madres del mundo subyugadas por todos los
padres del mundo.
Y después, ¿te acuerdas?
Yo me acuerdo
Todas las madres del mundo divorciadas de todos los
padres del mundo.

Y el primer día le daban palmaditas a tu hombro
Y el segundo día le daban palmaditas a tu vientre
Y el tercer día le daban palmaditas a tu frente
Y el cuarto día no tenías hombro
Y el quinto día no tenías vientre
Y el sexto día no tenías frente
Sino enigmas inválidos,
enigmas a flor de piel.

Tú seguías mi ruta: El diluvio de mis besos
a la deriva de la vía láctea
El ala colérica de mi sangre
Una bandada de rojos insectos roedores de tiniebla.

Tú me decías: «Encima del cielo hay una
encrucijada de bosques feéricos
Encima de la nieve está el cadáver taciturno de mi lengua
Y la magia del mundo en los brazos abiertos del amor».

Barcas bélicas de mis pies vegetales
Con una campana sumergida estrella del vino
Nombres extraños, ríos
glaciares, vertientes impalpables
caballos de franela con dos dedos de frente
Que una mujer desnude su alma
Su cuerpo y su alma
Al borde de los astros parpadeantes

Que construya a golpes martirizantes de olvido
Un fantástico jardín con salamandras ebrias.

Nada es tuyo, nada puede socavar tu sed terrestre
Nada es mío, sino perforación de muerte, sino escombros
indispensables para que negligentes, olvidadas fuerzas
orgánicas canten su iluminada redención.

Pan de leche de la luna, oscuro temblor de los cereales
Precipicios de nubes que ahogaron mi rostro dormido
entre las aguas

Declárame vacío en mi tregua, en mi locura
Declárame culpable.
El dedo perfumado del aire
Señala las orejas dementes del amor.

Tú frunces el ceño, tú eres honorable
tú escuchas música en los cañones de pólvora del
firmamento.

Cuando un navío silencioso corte en dos
el paisaje cruel de mis labios
Cuando se extingan mis vísceras
hallarán un grito perdido.
Las plumas perfumadas de un taciturno gavilán.
Un mundo hostil.
Un mundo desaparecido.
Encajes azules que flotaron a merced del lodo y la
lluvia
Un insecto en la mesa de los burgueses
Animales palurdos que arrastran sombríos catafalcos
Enigmas inválidos
Enigmas a flor de piel
Recuerdos de estrellas estériles
Negros túneles de dicha distraída
Perros domesticados
Perros de lujo, melancólicos y melifluos
Sobrevivientes sordas y difuntas melodías suspirando
un aire de tibia lavanda
Mientras mis sienes terrestres desconocen
Tu vestido de nácar
Donde no aparecen las llaves
Del Exterminio.

VII
¿Cuántas veces ahogado por tus brazaletes mágicos,
Las palmeras seniles de la lluvia me desatan?
Me extiendo sobre la fuente gris de un sollozo.
Las aguas en el sueño tienen otro ámbito más pleno.

¿Cuántas veces mi fidelidad es prisionera de tus ojos?

¿Hacia dónde su grito de mujer, Oh Noche, para
levantar en mí esta bóveda chorreante de sed, Mi
primitivo deseo?
Si su cuerpo es joven y tranquilo,
Ella se adelanta a mis párpados, con el salto de
un jaguar.
Pero Ella me conoce.
Y golpea con su sangre mis brazos;
La trompeta invisible de su luz: Lanzada en mi cenit.

Tú que huyes hacia un día de sol,
Escúchame.
Escúchame.
Este árbol no es un árbol.
Este muro no es un muro.

Entonces deslicé en mi boca, Los
pétalos dúctiles de tus senos.
Eso fue todo.
Como una antorcha que ardía y ardía bajo la
Hierba.

De «Elena y los elementos» 1951



Poema Stardust de Juan Ramón Mansilla



In sé crede e nel vero chi dispera?
Giuseppe Ungaretti

Esta es la hora más difícil. La hora en que el celaje
está incubando tu presencia sin que pueda tocarla.

A veces, ahora lo sabes, imploro en la distancia
con el título de una balada de Brel.
Y me quisiera ir, clara la noche respirable,
hacia el milagro en ti evocado
sin que el día acabe en aquel temblor.

Pienso en Turner: el tren llega o parte,
pero nada, nadie se va.
No muy lejos de aquí tal vez sucede
que un poco de lluvia
vuele y te halle en un café o en la calle.

¿Y si es la misma lluvia
que hace poco ha mojado mi rostro?
¿Habrá que creer entonces en el acaso
o es sólo deseo, igual al que acerca
los labios a las ansias del otro?

Yo, como tú, también ansío la certeza.

Pero algo nos lleva de lo que dura a lo que pasa.
Lo adviertes, lo palpas, lo descubres
en el vello, en la laringe, en el abdomen.
No es tan atroz, tan alarmante
si crees en ti, como yo creo, y no desesperas,
si sabes que somos sustancia liberada
por explosiones de quásares, polvo
de estrellas, vida
que esplende, que está ahí, que ocurre.



Poema Sabores de Juan Ramón Mansilla



Un helado en el banco de un parque,
un café cada recreo,
un cigarro a todas horas,
la sopa, el filete, la ensalada,
el agrio del ayer,
el ron porque sí,
la soledad porque no.
Sabores amargos,
fríos sabores,
sabores que no saben
a vida.

La boquilla y el humo
del cigarro compartido,
el agua, el zumo y el alcohol
que a mi boca trasiegas de la tuya,
tu cuello, tu lengua,
tus pechos y tu ombligo,
tu ano, tu vagina.
Sabores urgentes,
vivos sabores,
sabores inacabados
todavía.



Poema Sueño de Juan Ramon Jimenez



Imagen alta y tierna del consuelo,
aurora de mis mares de tristeza,
lis de paz con olores de pureza,
¡premio divino de mi largo duelo!

Igual que el tallo de la flor del cielo,
tu alteza se perdía en tu belleza…
Cuando hacia mí volviste la cabeza,
creí que me elevaban desde el cuelo.

Ahora en el alba casta de tus brazos,
acogido a tu pecho transparente,
¡cuán claras a mí tornan mis prisiones!

¡Cómo mi corazón hecho pedazos
agradece el dolor, al beso ardiente
con que tú, sonriendo, lo compones!



Poema Su Sitio Fiel de Juan Ramon Jimenez



Las nubes y los árboles se funden
y el sol les trasparenta su honda paz.
Tan grande es la armonía del abrazo,
que la quiere gozar también el mar,
el mar que está tan lejos, que se acerca,
que ya se oye latir, que huele ya.

El cerco universal se va apretando,
y ya en toda la hora azul no hay más
que la nube, que el árbol, que la ola,
síntesis de la gloria cenital.
El fin está en el centro. Y se ha sentado
aquí, su sitio fiel, la eternidad.

Para eso hemos venido. (Cae todo
lo otro, que era luz provisional.)
Y todos los destinos aquí salen,
aquí entran, aquí suben, aquí están.
Tiene el alma un descanso de caminos
que han llegado a su único final.



Poema Solo Yo de Juan Ramon Jimenez



¡Yo solo vivo dentro
de la primavera!

(Los que la veis por fuera,
¿qué sabéis de mi centro,
qué sabéis de su centro?
Si salís a su encuentro,
mi sangre no se altera…)

¡Yo solo vivo dentro
de la primavera!



Poema Sólo Mi Frente Y El Cielo de Juan Ramon Jimenez



Sólo mi frente y el cielo.
Los únicos universos.
Mi frente, sólo, y el cielo.

(Entre ellos, la brisa pura,
caricia fiel, mano única
para tales plenitudes.
La brisa, que baja y sube).

Arriba, todo el ser vivo,
todo el sueño en mi sentido,
rozando a aquel con las alas
que a su armonía él le baja.

Nada más.
(¿Acaso eres
tú la brisa que va y viene
del cielo, amor, a mi frente?)



Poema Sol Y Rosa de Juan Ramon Jimenez



Rosa completa en olor.
Sol terminante en ardor.
Serenidad de lo uno.
(Rompevida del amor).

Tú queriendo y sin poder.
Yo pudiendo y sin querer.
¡Pobre rosa con el hombre!
¡Triste sol con la mujer!



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