poemas vida obra ricardo molinari

Poema Oda A La Sangre de Ricardo Molinari



Esta noche en que el corazón me hincha la boca duramente,
sin pudor, sin nadie, quisiera ver mi sangre corriendo
por la tierra:
golpeando su cuerpo de flor,
-de soledad perdida e inaguantable-
para quejarme angustiosamente
y poder llorar la huida de otros días,
el color áspero de mis viejas venas.
Si pudiera verla sin agonía
quemar el aire desventurado, impenetrable,
que mueve las tormentas secas de mi garganta
y aprieta mi piel dulce, incomparable;
no, ¡las mareas, las hierbas antiguas,
toda mi vida de eco desatendido!

Quisiera conocerla espléndida, saliendo para vivir fuera de mí,
igual que un río partido por el viento,
como por una voluntad que sólo el alma reconoce.
Dentro de mí nadie la esperó. Hacia qué tienda o calor ajeno
saldrá alguna vez
a mirar deshabitada su memoria sin paraíso,
su luz interminable, suficiente.
Quisiera estar desnudo, solo, alegre,
para quitarme la sombra de la muerte
como una enorme y desdichada nube destruida.

Si un día no fuéramos tan extraños, defendidos,
que oyéramos gemir las hierbas igual que un sediento
hábito peregrino,
limpios del humor sucio, corruptivo,
me cortaría las venas de amor
para que se escuchase su retumbar;
para vestir mi cuerpo solitario
de un larguísimo fuego delicioso.

Pero no ha de llegar nunca ese tiempo mágico,
como no llega la felicidad
donde no vive el olvido, una voz muerta,
apagada voluntariamente.
Ni mar ni cielo ni flor ni mujer: nada;
nadie la ha visto llevar su rosa vulnerable,
su desierto extraviado entre inútiles bocas.
¡Qué duro silencio la cubre!
Ya no sé dónde llega o la distrae la vida
o desea dejarla
desprendida.
Dónde se angosta su piel imposible,
su lento signo enigmático: llama de esencia sin despedida.

A través de la carne va llorando,
metida en su foso sin cielo,
en su noche despreciada,
con su lengua eterna, contenida.
Qué gran tristeza la vuelve a la vida sin cansancio;
al reposo, cerrada.

¡La muerte inmensa vela su sueño sin alborada!

Nadie sabe nada, nunca. Nada.
Todo es eso. ¡Ansiedad vuelta hacia dentro,
sorda, detestable; alejada!

Majestuosa en su mundo obscuro, volverá a su raíz
indefinida, penetrante, sola.
Tal vez un río, una boca inolvidable,
no la recuerden.



Poema No; No Volver A Quererte, Qué Locura de Ricardo Molinari



No; volver a quererte, qué locura,
qué cielo amargo me envenenaría
el ánimo, la sed, la noche pura
del sueño en que te vuelve a ver el día.

Qué bienaventuranza triste, dura,
es la de abrirme el pecho, tiranía
ardiente sin consuelo, flor oscura
espaciosa: clavel, soledad mía.

Frente de amor, ternura transparente.
No, sin cesar hacia el olvido: río,
niebla, isla, piedra, luna, esfera ausente;

ay, alto aire aterido, sin amigo,
primor inútilmente vuelto al frío,
a la memoria, sin nadie, contigo.



Poema No; No Me He Cansado De Pensar En Ti de Ricardo Molinari



No; no me he cansado aún de pensar en ti;
de noche cuando se me queda el cuerpo sobre la tierra,
llego a tu país, allá, donde el viento sale a ventilar la arena,
a recostar en las paredes las aletas de pescado amanecidas
en la calle;
a buscarme embebecido al pie de las escaleras.

Ya no sé de ti, tal vez de nadie; sólo recuerdo que me peino
el cabello dormido, con una mano que estuvo junto a tu cuerpo.

Qué sé yo de nada. De lo que puedo ser la voz;
una hoja envenenada que se pudre en el pecho,
en otro espacio penetrante,
consumido.

4 de abril de 1933,

ya estoy deshecho de vivir un solo día, de moverme
con tu sola alma. Dios se compadezca de mí, que entro apasionado
por las venas secas de la tarde.



Poema Nao De Amores de Ricardo Molinari



A Alfonso Reyes

Ya estoy harto de mar, de gente, de cielo;
de muerte, si Dios quiere.

Nadie podrá arrancarte de mí, sombra de sueño,
porque tengo pegada en el pecho toda tu noche
de pasión horrible.

Dentro de días estaré en la llanura
para cubrir mi corazón de polvo,
el aire de arena. Nuestra sola muerte
olvidada en un paraíso seco.

(Si pudiera encontrarte. Si pudiera bajar a Río, esta noche;
andar por las calles oliendo las hojas gruesas de los árboles;
abandonarme en la tierra hasta llenarme de piojos. Distraído.)

No quiero mi idioma, mi otra vida; no quisiera
llegar nunca. Volver si fuera posible

Magoas.

Esta noche ¡así! desprendido totalmente;
vuelto, devuelto, perseguido: ajeno mío
sin quererme. Caído en otra voz,
resbalado.

Mi corazón negándose al polvo,
ya detrás de tu cuerpo, del aire desterrado.

Bahía de Río de Janeiro, 25 de abril de 1933



Poema Mi Pasión Tiene La Forma De Un Río de Ricardo Molinari



A Luis J. Morganti

Mi pasión tiene la forma de un río apresado por
el desierto,
como por una noche penetrante,
inmóvil.

Amor es abrir la arena con narcisos.
(Dejen mi rostro apoyado en el agua
hasta que se me enfríe la voz,
solitariamente.)
Deseo una corona abandonada por su cuello,
besar el aire de su cabello hasta llenarme de vacío
De otra vida.

Nadie sabe hasta dónde llega el destierro;
que hace la tarde con un clavel, con un día caído
de mi mejilla.

el cielo es cielo, y yo estoy tan lejos,
como una lanza junto a una cota empañada
por los arroyos de la noche. Ay, en un costado de la tierra,
con un nombre sordo,
mojándome el cuerpo distraído.

Gualeguaychú, abril de 1937



Poema Helada En Su Corona De Deseo de Ricardo Molinari



Helada en su corona de deseo
quién la verá, perfume de otro día,
ramo de aire perdido, todavía.
Espacio, luz de amor, lengua de aseo.

Terrible, incomparable, alta la veo
quebrar la espuma insomne -alma mía-,
en su sabor hallando la alegría,
el sonido, su flor; la voz de Orfeo.

Dura en su nieve, en su adiós de la tierra,
qué ámbito iluminado o noche ciega
la espera. Dónde irá el viento, su día.

Qué mar, qué luna; qué espejo la cierra
desdichado. jQué río alto la riega
sin amargura y bebe su agonía!



Poema Estas Cosas de Ricardo Molinari



No sé, pero quizás me esté yendo de algo, de todo,
de la mañana, del olor frío de los árboles o del íntimo sabor
de mi mano.
Pero estas llamas y la lluvia bajan por la tarde del día elevadas,
con su trabajo cruel y afanoso, con el terror de la primavera
y el tiempo y la noche vanamente disueltos en su impaciencia.

Yo sé que estoy mirando, extendido, sin atender
lo que el polvo y el abandono ocultan de mi cuerpo y de mi lengua.
Una palabra, aquella sonriente y terrible de ternura,
oscurecida por la razón y el mágico envenenamiento de la nostalgia;
sedentaria huye por un campamento, llamada y perseguida permanente,
sin alguna vez, devuelta entera y desentendida
al seno ardiente de la noche, al ser mayor e indestructible de la atmósfera.
Nada queda después de la muerte definido y elevado, ni la imagen voluntariosa
sobre los pastos crecidos y ondulantes, ni el pie
atropellado que dispara de su quemada historia intacta.

Sin clamor el rostro siente el húmedo temporal, el albergue perecedero
y la flor abierta en el vacío,
sin volver los ojos, va en su rapidez disuelto
y extrañísimo.
Soy el ido, el variante del cielo,
de la calle muerta en las nubes,
su entretenimiento como un pájaro.

¡Amor, amor! una brizna del sentido,
tal vez un día donde mis labios bebieron la sangre
y todas estas nieblas azotadas e irremediables, perdidas.
Decidido, toma, ¡oh noche!, mis secos ramos y llénalos de rocío brillante
y pesado, igual al de las hojas del orgulloso y reclinado invierno.



Poema Día De Espacio Enamorado de Ricardo Molinari



Día de espacio enamorado. Espada
y nubes. Oh, mar mío presuroso:
celeste entre paredes, nemoroso
mar entreabierto. ¡Rama desvelada!

Luna y labio. ¡Ay, amor hundido -nada-,
ya en tu horizonte helado, codicioso
de muerte, de deseo fatigoso!
Eterno mío, flor desesperada.

Borde distante; mi otra vida sola,
perdida sin morir: huída quieta;
no, pluma y tierra; mar, espuma, ola.

Sombra suelta, sirena adiós, oído.
¡El mar, el mar! Sí, el mar, mar meseta:
solo con el amor, con el olvido.



Poema Cuando Me Hablan De Ti de Ricardo Molinari



Cuando me hablan de ti, es como si me perfumaran la cara
con una hoja de mirto. Ya estoy tan seguro de que te quiero,
que a veces quito
mis ojos de la luz para que atraviesen la noche por el cielo.
el cielo.

Los jardines saben el nombre de tu río
y el de los antílopes que lo cruzan jugando entre el agua;
ninguno habrá que no lo haya sentido
fluir, humedeciéndome la boca,
en la mañana, o al caer la tarde,
sobre el aliento perezoso
de las flores.



Poema Casida De La Bailarina de Ricardo Molinari



A Federico García Lorca

1
Quiero acordarme de una ciudad deshecha
junto a sus dos ríos sedientos;
quiero acordarme de la muerte de los jardines, del
agua verde que beben las palomas,
ahora que tú bailas, y cantas con una voz áspera de
campamento;
quiero acordarme de la nieve que vuelve con la lluvia
para humedecer su boca de viento dormido, su luna
abierta entre la yedra.
Quiero acordarme de mis amigos, ay, de cómo
dormirá una mujer
que he querido.

Baila, aliento triste, alarido oscuro. Lleva tus pies
de acero sobre los alacranes
que tiemblan por las hojas de la madera,
golpeando sus tenazas de polvo
cerca de tu piel.
Baila, amanecida; empuja el aire con el calor del
cuello, con la serpiente que conduces rota
en la mano enamorada y dura.

Yo estoy pendiente de ti, ensombrecido: tu canto
me enfría la cara, me envenena el vello.
Qué haría para poder estar quieto,
abierto en tu garganta llena de barro,
hasta resbalarme por tu pecho, como una llama de rocío.

Baila sobre el desierto caliente,
Nilo de voz, delta de aire perecible.

2
Quisiera oír su voz que duerme inmensa con su narciso
de sangre en el cuello,
con su noche abandonada en la tierra.

Quisiera ver su cara caída, impaciente sobre el amanecer,
junto a su viola de luz insuperable, a su ángel tibio;
su labio con su muerte, con su flor deliciosa sumergida.

Así, ofrecido; luna de jardín, perfume de fuente,
de amor sin amor;
ah, su alto río encerrado, vagando por la aurora.

3
Rosa de cielo, de espacio melancólico;
Orfeo de aire, numeroso solo. Quien verá
su sombra cubriendo los árboles
o volviendo del agua, desnuda. Quién verá
la tarde que contuvo su cara de hombre muerto.
su soledad esparcida entre los ríos.

4
Baila, que él tiene el cuerpo cubierto de verguenza
y la lengua seca saliéndole por la boca dulce,
como una vena perdida.

Yo pienso en él, y ya no me duele el silencio,
porque nunca estará más cerca de la luz
que en su muerte. Su pobre muerte
encadenada.
¡Ya ve su sueño en el desierto!

Las altas tardes que van naciendo del mar, los pájaros
con los árboles de las colinas; las gentes aún pegadas
a las sombras,
a los ríos oscuros de la carne-

Su muerte, sí, su muerte, un poco de la nuestra;
de nuestra muerte sin premura. Ya estás ahí, solo
como alguno de nosotros en la vida.

Duerme, triste mío, perdido, que yo estoy oyendo
el canto del adufe que viene del desierto.

Enero 18 de 1937



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