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Poema Retrato De Silverio Franconetti de Federico García Lorca



Entre italiano
y flamenco,
¿cómo cantaría
aquel Silverio?
La densa miel de Italia
con el limón nuestro,
iba en el hondo llanto
del siguiriyero.
Su grito fue terrible.
Los viejos
dicen que se erizaban
los cabellos,
y se abría el azogue
de los espejos.
Pasaba por los tonos
sin romperlos.
Y fue un creador
y un jardinero.
Un creador de glorietas
para el silencio.
Ahora su melodía
duerme con los ecos.
Definitiva y pura.
¡Con los últimos ecos!



Poema Remansillo de Federico García Lorca



Me miré en tus ojos
pensando en tu alma.
Adelfa blanca.
Me miré en tus ojos
pensando en tu boca.
Adelfa roja.
Me miré en tus ojos.
¡Pero estabas muerta!
Adelfa negra.



Poema Recuerda, Cuerpo de Constantine Cavafy



Recuerda, cuerpo, no sólo cuánto se te amó,
no solo los lechos donde estuviste echado,
más también aquellos deseos que, por ti,
en miradas brillaron claramente
y en la voz se estremecieron –y que un
obstáculo fortuito los frustró.
Ahora que todo se halla en el pasado,
parece casi que a los deseos
aquellos te hubieras entregado –cómo brillaban,
recuerda, en los ojos que te miraban;
cómo en la voz por ti se estremecían,
recuerda, cuerpo.



Poema Reflexiones Hipnagógicas de Luisa Castro



I
Imposibilidad del amor turco,
del amor que se arrecia en una estampa de niña desnutrida,
en un candente gesto de impotencia acribillada,
en la necedad y en lo vacío de unas muertes gratuitas
con su odio de vejeces aceleradas bajo la tristeza más simple
que se nos iba perdiendo -otro abandono más para nuestras vidas
sin lirismo.
Porque es lo inaudito
amarse en las basuras de una noche de viento
confundiéndonos del delirio infantil
y perverso de los gatos, contagiando
nuestros cabellos de la perfección y
la morosidad de la piel de las patatas,
embelleciéndonos los trajes con el contacto de la sangre
púber
que derrocha este desorden nocturno de finales de guerra
y destrozos humanos.
Punto. El viento.

II
Para encontrar pronto la Henoc robustecida de tu estrofa
donde también tenga cabida el amor en toda su vastedad
de azules.
Temprano es una palabra no muy bella que exige mujeres
repentinas y constelaciones espontáneas.
Quizá no sea preciso hablar de una truncada estrella
en las alcobas cuando algún crimen corrobora
la lentitud y la paciencia de unas medias desmayadas sobre
el suelo.
Y luego el acento agudo de tu risa tónica
clavándoseme en unas sangres que destila mi tristeza
atareada con las cosas más urgentes
desbaratándome un verso con su imprudencia de pájaro
cosiéndome los labios a pares suicidas
mutilándolos para lo más dulce,
negándoles tus arañas.

III
Sobre ti, sobre todo. Sobre lo que es locura
sobre todo en las mañanas necesarias del deseo,
en los tilos de un amor que se recupera de la desmesura
con un desayuno tardío
y el final de una historia mal mecanografiada de niños de ayer
que aún no sé, no sabes, si se han muerto, si van a
comprar la libertad de su poema
o si tienen que vivir
para una madre enferma de naufragios;
la historia siempre interrumpida por la inminencia
del dolor o del placer oscuro de los cuerpos,
la historia siempre interrumpida,
la historia siempre, siempre. Al final
siempre aquella cosa del término y el cierre,
la clausura,
el final.

IV
Pero ahora vamos cayéndonos en este desagravio de las fuerzas
y una ordenación de paralelas fijas
entreteje nuestros tiempos
señalados, abocados a la causa de las calles más anónimas
y mares y atmósferas tumultuosas y suburbios de palabras,
arrabales de gestos imprecisos, atajos peligrosos de llegar
antes de las diez para atrapar las primeras uvas
que desgaja el día.
Es la guerra, ya.
Atiende, esta es la hora
propicia
para decir cosas como levántate, te amo, es tarde,
mi amor, qué tomas, sólo queda café y leche,
y cómo
nos queremos, decir no quieres más, estás cansado,
mi amor, mi amor, atiende,
son ya las diez
(cómo te maldigo),
la guerra ahí afuera,
y tú, etcétera, márchate.

V
Habremos de volver, en todo caso, a la espesura,
a la concatenación de los días,
purgándonos el alma con dos soles de amianto,
haciéndonos las uñas con una suavidad de oficio
sin quebrantar las reglas de la moral que presiden los retratos
blanquinegros de las casas.

Volveremos siempre,
aunque sea cierto que nunca se retorna,
aunque Nietzsche tenga o no la razón,
y nosotros
(indefensas criaturas de la fonética más ardua)
no sepamos escribirles el nombre a los filósofos, no sepamos
consumir
el goteo milenario y lentísimo de las estalagmitas,
aunque afuera, en el río callejero de los claxons
nos aturda un viento claro de poniente,
una confusión
de abreviaturas y escaparates.

VI
Pero ¿es necesario que te ausentes para el hambre?
No, dime que no como se dicen las canciones, t
dí no como una canción apenas retenida,
duda no para que la canción sea más lírica y
romance.
No vamos a volver al filo estrecho de los meses,
no vamos a ser la estatua de sal,
la mujer de Lot,
la destrucción de un renunciar,
de un abdicar,
de una puerta maltratada.

Y el abandono delante de las ventanas encendidas,
el abandono de un hombre-sombra borrado de la historia,
un hombre que apenas es objeto oscuro, macizo,
recortado, opaco, impenetrable
tras la luz que desbarata y obstruye
los sentidos,
la luz mortificante de ver cosas,
la luz que destruye y minimiza
el horror
de ser un ave bajo tierra.

VII
Es mejor, mi amor, el cuarto oscuro de los juegos
malogrados de la infancia.
dejemos los mediodías abiertos para los últimos
pobladores de la noche,
apenas Se te ve ya entre tanto rayo creador
y tanta renuncia de larvas.

Renunciar es esto.

Un temblor de temores bajando las escaleras,
cayendo hacia los portales barridos
y solitarios,
un agolpamiento de polvo, de tierra fértil y de
frutos dibujados en el movimiento súbito
de tu paso meteórico y fugaz
como Una ausencia de niños pálidos.

Tanto hueco.

Ausentarse es esto.

Así,
es mejor, mi amor, el cuarto oscuro de los juegos
aunque tu recorrido dure lo que duran las abejas.

VIII
Cómo he de decirte que vengo de beber de tus sequías,
cómo voy a contarte mi febril búsqueda de rastros
en tu cuerpo abandonado.
Otra cosa es la lluvia y los morteros patriarcales,
las herencias seculares de comerse una manzana,
las costumbres y atavismos de monedas insectívoras,
tu rostro adaptado a la geografía universal del hombre ameba.

Pero llego y se te borran los ojos,
las crines
de semental confuso se te vuelan
y ya no quedan en la superficie de tu cuerpo
estigmas de raza, edad, sexo o condena a muerte
y sólo eres ya una cosa rosa mate de pesada traslación
e ingente abrazo.
Eres únicamente una carne ciega y útil,
una carne abierta que maneja mis palabras,
carne viva, animal puro, sin timbre humano,
aproximándose al ser-latido, al primer peldaño de tu
génesis
violácea,
recordando el primer árbol, la primera gota,
el primer silencio.
Y entonces es cuando te amo, ciertamente.
No hay un amor suicida para cada minuto de cada catástrofe,
otra cosa es el olor que dejas en los pasillos
cuando es necesario que te vayas a la guerra,
mi amor,
a la guerra callejera del inmueble y la agonía.
Ah, el amor de nunca
retenido en los estantes suntuosos de la tradición amable,
pisado de polvo, arañado, entristecido,
apenas soleado, a una esquina de la muerte,
alguna vez te diré que no me angustia
este amor tártaro,
que solamente preciso de tu cálida carne siberiana.

De «Odisea definitiva» 1984



Poema Recuento de Luisa Castro



Hoy tengo
veinticinco años.
Mi juventud se va
con mis mejores deseos.
La quiero, la veo marchar
sin una rozadura,
sin reproches espero a que esté lejos
para llorar su falta.
Nunca sabrá nada de mí.
Cambiaré de amistades, de lugares,
frecuentaré otros sitios
donde todo sea nuevo
y ella no pueda decirme te quiero nunca más
y yo nunca más pueda dejar de obedecerla.
Me esperan hombres que saben decir no,
mujeres que saben programar sus vacaciones
y soy feliz,
el futuro se descubre ante mí
lleno de hombres que saben decir no,
mujeres que saben decir no
me esperan en sus increíbles fiestas
con sus mejores deseos.

De «De mí haré una estatua ecuestre» 1997



Poema Relámpago En Reposo de Octavio Paz



Tendida,
piedra hecha de mediodía,
ojos entrecerrados donde el blanco azulea,
entornada sonrisa.
Te incorporas a medias y sacudes tu melena de león.
Luego te tiendes,
delgada estría de lava en la roca,
rayo dormido.
Mientras duermes te acaricio y te pulo,
hacha esbelta,
flecha con que incendio la noche.
El mar combate allá lejos con espadas y plumas.



Poema Repudio De La Soledad de Abelardo Vicioso



Si me sumerjo en las aguas oceánicas que rodean la isla
en cuyo polvo floto como un cadáver,
si este domingo lo comparto con alegres muchachas de barrio
y en su simplicidad resbala mi habitual melancolía,
si busco el aire nuevo de los alrededores de la ciudad
y lo empapo de tibios alcoholes y guitarras,
no procuro otra cosa que la alegría,
cuando ésta se ha perdido entre los días de la soledad.

Yo soy toda la alegría posible si me distribuyo
en el pueblo, en sus abigarradas casa,
en su perenne luto por el arroz y el pan
y por el viento que sople sus derruidas almas
hacia un fecundo abrazo con mi palabra limpia y terrenal.

Cada uno de mis pasos por la ciudad es una campanada silencios,
una sonrisa volcada en la esperanza,
Veo a la gente ir y venir en su trabajo
o en su holgazanería conquistada a la muerte,
sin que me sea permitido llamarles por su nombre,
sin que mi corazón se pueda desgranar en las ardientes calles.
¿Dónde podrá esconderse la alegría que no la alcancen mis palabras
cuando en mí esté presente la diminuta respiración de cada hombre
y mi canto sea la voz de su corazón esperanzado?



Poema Retorno de Abel Sandoval Ormeno



Cuando deje la existencia
Vendrán a saludarme
Aves de todos los plumajes
Graznaran
En la hora quebrantada
Y andada la noche
Disputarán
honores en la comedia
voy oliéndolos
en mi aullido final
y canto
el aire se enrarece
– todos duermen ?
yo los miro
con la rabia impotente
los vuelvo a mirar
luego viene el sueño.



Poema Razón De Lágrimas de Luis Cernuda



La noche por ser triste carece de fronteras.
Su sombra en rebelión como la espuma,
rompe los muros débiles
avergonzados de blancura;
noche que no puede ser otra cosa sino noche.
Acaso los amantes acuchillan estrellas,
acaso la aventura apague una tristeza.
Mas tú, noche, impulsada por deseos
hasta la palidez del agua,
aguardas siempre en pie quién sabe a cuáles ruiseñores.
Más allá se estremecen los abismos
poblados de serpientes entre pluma,
cabecera de enfermos
no mirando otra cosa que la noche
mientras cierran el aire entre los labios.
La noche, la noche deslumbrante,
que junto a las esquinas retuerce sus caderas,
aguardando, quién sabe,
como yo, como todos.



Poema Ródeuse de Amado Nervo



Si te toman pensativa los desastres de las hojas
que revuelan crepitando por el amplio bulevar;
si los cierzos te insinúan no sé qué vagas congojas
y nostalgias imprecisas y deseos de llorar;
si el latido luminoso de los astros te da frío;
si incurablemente triste ves al Sena resbalar,
y el reflejo de los focos escarlatas sobre el río
se te antoja que es la estela de algún trágico navío
donde llevan los ahogados de la Morgue a sepultar;
¡Pobrecita! ven conmigo: deja ya las puentes yermas.
Hay un alma en estas noches a las tísicas hostil,
y un vampiro disfrazado de galón que busca enfermas,
que corteja a las que tosen y que, a poco que te duermas,
chupará con trompa inmunda tus pezones de marfil.



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