poemas vida obra r

Poema Romance Del Duero de Gerardo Diego



Río Duero, río Duero,
nadie a acompañarte baja;
nadie se detiene a oír
tu eterna estrofa de agua.

Indiferente o cobarde,
la ciudad vuelve la espalda.
No quiere ver en tu espejo
su muralla desdentada.

Tú, viejo Duero, sonríes
entre tus barbas de plata,
moliendo con tus romances
las cosechas mal logradas.

Y entre los santos de piedra
y los álamos de magia
pasas llevando en tus ondas
palabras de amor, palabras.

Quién pudiera como tú,
a la vez quieto y en marcha,
cantar siempre el mismo verso
pero con distinta agua.

Río Duero, río Duero,
nadie a estar contigo baja,
ya nadie quiere atender
tu eterna estrofa olvidada,

sino los enamorados
que preguntan por sus almas
y siembran en tus espumas
palabras de amor, palabras.



Poema Revelación de Gerardo Diego



A Blas Taracena

Era en Numancia, al tiempo que declina
la tarde del agosto augusto y lento,
Numancia del silencio y de la ruina,
alma de libertad, trono del viento.

La luz se hacía por momentos mina
de transparencia y desvanecimiento,
diafanidad de ausencia vespertina,
esperanza, esperanza del portento.

Súbito, ¿dónde?, un pájaro sin lira,
sin rama, sin atril, canta, delira,
flota en la cima de su fiebre aguda.

Vivo latir de Dios nos goteaba,
risa y charla de Dios, libre y desnuda.
Y el pájaro, sabiéndolo, cantaba.



Poema Reflejos de Gerardo Diego



A Pedro Garfias

En este río lácteo
los navíos no sueñan sobre el álveo

Como un guante famélico
el día se me escapa de los dedos

Me voy quedando exhausto
pero en mi torso canta el mármol

Una rueda lejana
me esconde y me suaviza
las antiguas palabras

Cae el líquido fértil de mi estatua
y los navíos cabecean

amarrados al alba



Poema Redención De La Lengua de Genaro Ortega Gutiérrez



La rosa es real;
la rosa es el mismo ser de la sombra,
pues lo duradero es fondo,
y ese fondo que recogen los labios
es la memoria,
la figura,
las cicatrices de la rosa.
Ella
no se agota en la calidad de los vientos
que destrozan coronas: se alimenta,
insaciable, de la fragilidad que anida
en la hora augural de la nueva noche.
Y contempla.
Sobre todo, aguarda.
Porque si no, no tendría nombre
la presencia,
la distancia,
el susurro,
ni la gota que resbala por su cuello.



Poema Rapsodia Para El Baile Flamenco de Gastón Baquero



Dialogar con la muerte es la hermosa imprudencia
de quienes aprenden a cantar desde la cuna al borde del abismo.
El canto y la danza también pueden ser fervorosos rituales de la
desesperanza,
escuelas de lo terrible pobladas de una infancia hipnotizadas por los ojos
de la madre,
los ojos de una fascinada mujer que a su vez viene rodando por los siglos,
con su encantamiento amarrado a la cintura, y quiere arrojarlo de sí,
con palmas, con gemidos, con arranques de un fuego que prende
otro fuego más hondo, para evitar el imperio de la ceniza en el alma,
y levantar la sangre hasta los rostros de los santos de papel.
La danza puede ser el idioma perdido de unos dioses,
la señal arrojada a la noche desde un faro hundido en el infierno,
la invitación a rugir de protesta y de odio contra el acabamiento humano,
la llamada al disfrute de placeres absolutamente baldíos, pero gratos por ello,
la plegaría burlona ante ídolos que perdieron todo su poder,
y son ahora piedrecillas azotadas por la danza.
Ese canto que viene de más allá de las entrañas,
este canto aprendido junto al muro de los cementerios,
este canto guardado entre sus vísceras por los errantes hijos de David,
este disfraz del llanto de las sinagogas, que lleva siglos resonando,
este canto hecho de milenios de mendicidad, de pavor y de adulterios,
este lamento que es un río de belleza y de sangre vertida por el amor prohibido,
este canto que es un hombre en fuga, un criminal acorralado,
un violador de niñas a la sombra del nardo, alguien
a quien el destino persigue con sus perros más feroces,
este canto y esta danza, hermanos gemelos de la muerte,
hijos de la calavera, sonidos del bailete que el diablo ensaya todos los días
a las puertas del cielo,
esta danza y este canto, esta belleza golpeadora en el bajo vientre, estas
victorias, elevan al hombre hasta más allá del glorioso desdén por la muerte,
lo mantean.
como a un polichinela humanizado por el impuro amor a la hetairas,
y esparcen y derraman la blanca sangre de la fecundación,
y al final lo entregan rendido a la orgullosa posesión del vacío;
esta danza y este canto, estas alucinaciones, estos esqueletos de carnosas grupas,
por los siglos, estos misteriosos gatos egipcios que saltan entre los brazos en arco
y muerden la cintura
de los bailarines, estas agrias flechas de lascivia contra el San Sebastián
que las contempla, este aquelarre ardiendo entre los muslos, y a la postre,
después de los altos himnos paganos a la carne, después del rostro contraído por el
miedo a la muerte, después de la pasión crispada y anhelante, del llanto denunciado
en las tenebrosas guitarras, esta danza y este canto se pierden en el vientre
de la noche, vuelan hacia los recónditos cementerios, y agazapados quedan;
este canto
y esta danza, hasta mañana, hasta mañana otra vez, hasta siempre y más siempre, hasta mañana.



Poema Recuerdos de Gaspar Núñez De Arce



I
Tantas esperanzas muertas
y tantos recuerdos vivos!…
en el corazón humano
jamás se forma el vacío.
Nace una ilusión y muere;
pero su cadáver mismo
queda insepulto en el alma
y siempre en la mente fijo.
¡Ay! Por eso yo que os llevo
ha tantos años conmigo,
esperanzas engañosas
que me halagasteis de niño;
hoy que bajo el grave peso
de vuestro cadáver gimo,
¡infeliz de mí! quisiera
que nunca hubierais nacido.

II
¿Te acuerdas? Al pie de un árbol
en el jardín de tu casa,
el dulce y maduro fruto
ibas cogiendo en la falda.
Turbando nuestra alegría.
crujió de pronto la rama,
diste un grito, y desplomado
caí sin voz a tus plantas.
No vi más; pero entre sueños
me pareció que escuchaba
desconsolados gemidos,
tiernas y amantes palabras.
Y cuando volví a la vida,
en una sola mirada
se besaron nuestros ojos
se unieron nuestras almas.

III
¿Te acuerdas? Seis años hace
cuando por la vez primera
eterno amor nos juramos
y fidelidad eterna.
¡Cuán venturosas corrieron
las horas ¡ay! y cuán prestas!
un deseo, una esperanza
fue nuestra dulce existencia.
Turbose un día el encanto
de aquella pasión inmensa,
y el viento de la fortuna
llevome a lejanas tierras.
Colgándote de mi cuello,
en llanto amargo deshecha,
«vuelve, me dijiste, vuelve;
que mi corazón te llevas».
Volví… ¡Ya estabas casada!
y un ángel de rubias hebras
en tu regazo dormía
el sueño de la inocencia.
Posé, temblando, mis labios
en su faz blanca y risueña,
y al mirarte, vi que estabas
pálida como una muerta.

IV
Después, aturdido, ciego,
cuando me hirió el desengaño,
en tus queridas memorias
quise vengar mis agravios.
Busqué frenético el rizo
de tus cabellos castaños,
que en la postrer despedida
me diste, Inés, sollozando.
«Muera, dije, este recuerdo
de aquel corazón ingrato,
y arrastre el viento en cenizas
la inútil prenda que guardo».
Miréla suspenso y mudo,
hasta que ahogándome el llanto,
en vez de arrojarla al fuego
la llevé ¡loco! a mis labios.
¡Ay! quiera Dios que no veas
presa en amorosos lazos,
al hijo de tus entrañas
llorar, como estoy llorando.

V
¿Te acuerdas cuando en los días
de mi secreto infortunio
dudaba yo de mí mismo,
pobre, olvidado y obscuro;
enjugando compasiva
mi llanto abundante y mudo,
«no desmayes, me dijiste,
que el porvenir será tuyo».
Yo compartiré contigo
lauros, honores y triunfos,
y a la sombra de tu fama
nuestro amor llenará el mundo.
Hoy rompe a veces mi nombre
la indiferencia del vulgo,
y a veces también su aplauso
trémulo y turbado escucho.
Pero como estás muy lejos
y en vano te llamo y busco
paréceme que resuena
en el hueco de un sepulcro.

1862.



Poema Resplandor Último de Gabriel Zaid



La luz final hará
ganado lo perdido.

La luz que va guardando
las ruinas del olvido.

La luz con su rebaño
de mármol abatido.



Poema Reloj De Sol de Gabriel Zaid



Hora extraña. No es
el fin del mundo
sino el atardecer.
La realidad,
torre de Pisa,
da la hora
a punto de caer.



Poema Ráfagas de Gabriel Zaid



La muerte lleva el mundo a su molino.

Aspas de sol entre los nubarrones
hacían el campo insólito,
presagiaban el fin del mundo.

Giraban margaritas
de ráfagas de risa
en la oscuridad de tu garganta.

Tus dientes imperfectos
desnudaban sus pétalos
como diste a la lluvia tus pechos.

Giró la falda pesadísima
como una fronda que exprimiste,
como un árbol pesado de memoria
después de la lluvia.

Olía a cabello tu cabello.

Estabas empapada. Te reías,
mientras yo deseaba tus huesos
blancos
como una carcajada
sobre el incierto fin del mundo.



Poema Rostro de Françoise Roy



Yo me tengo que reconocer.
No soy prisma. No soy camaleón.
Dios es mi mentor,
el curador de mi sala de exposición
más alumbrada
y yo
su espejo.



« Página anterior | Página siguiente »


Políticas de Privacidad