Poema Ritornello de Jaime Siles
Nada hay en mí, sino esos horizontes
que alguien dormido contempla desde un mar:
desde otro mar, que acaso ya no existe.
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Nada hay en mí, sino esos horizontes
que alguien dormido contempla desde un mar:
desde otro mar, que acaso ya no existe.
Se va hacia atrás el horizonte.
La estrella Sirio vuelve hasta su origen
(¿cuál, oh dioses, a dónde va
con esa prisa oscura?).
Otros planetas surcan, en órbitas,
mi sangre. El agua ya es tiniebla,
el árbol se comprime.
¿Por qué la estrella y la conciencia?
¿Por qué la tempestad, inhóspito,
el desierto? El sol de cobre derretido
y llaga. El polvo, el óxido, la lengua.
Todo viene hasta aquí. Lo mismo
un perro que una hormiga,
hasta el centro, en mi vértebra
impar, en mi jardín izquierdo, aquí,
junto a mi mano torpe. Como si el pelo,
la pupila, los tejidos, la sangre polvo
y la ceniza ronca. Toca el tiempo
con dedos húmedos la lenta y larga,
tranquila voz de las castañas.
Se desnuda un sonido cadáver.
Todo viene hasta aquí,
lento y furioso.
La amada que lastima
y la ciudad herrumbre, el tiempo,
plazas, árboles, siniestros.
Un rostro azúcar tal vez en la ventana.
Los tristes, los zapatos. Lo mismo
el odio que el metal y el cuero.
La ciudad, insisto, que se estira,
el tiempo, el rostro ayer y la agonía,
el ojo hundido, ciego, en la borrasca.
Llega la pobre lavandera, cruje
ya el cielo lastimado de humo.
Un cuervo azul sobre el azul desliza
su vuelo duro contra el bosque ausente.
Pastan caballos en el bosque magro.
El ala luz de la paloma leve
silba un látigo dulce
y aroma el aire el vuelo. Viene
un ladrido horror contra la luna.
Viene el lucero Venus, Aldebarán,
la Cruz del Sur, en grave, callada
gracia giran, crecen en un relámpago
de acero. Igual que este dolor
en el costado. Igual como estridula
el grillo. Lo mismo que un disparo
o una tortuga gris con ojos miopes.
Igual que un árbol diminuto,
torturado. Lo mismo que el cartílago
del pollo, que la sangrante voz del bajo.
Todo viene hasta aquí y dulce,
torpemente, canta. Igual que el más pequeño
de mis vasos, tan necesario el astro
como el ave. Vienen aquí.
Quema el sonido de la luna fría.
Hundo mis vocales piernas
en la espesura álgida del año
y callo: escucho.
Y una sombra a dos,
caídas en la prisa de su sueño,
abren llagas de insatisfacción, cólera y miedo
en el leprosario ambulante de estas horas.
Un hombre o dos. Tal vez una mujer.
Tendidos en negros albañales de cuartel,
goteando muerte lenta.
Es un puñal
su silenciado pensamiento,
su adherida pátina
comida hasta los huesos por el llanto.
Los útiles del diario,
relojes, fósforos o timbres, con toda exactitud,
no recuerdan cuándo alguien muere,
cómo alguien muere.
Sólo las palabras pueden, enrojecidas
a impulsos de sus desasidos tallos,
mientras que el ramazón
a ciegas
de las balas trepida
y el ácido vapor
quema de espanto al cielo,
sólo ellas,
las palabras negras, pueden,
detenidas aunque sea por este instante,
mirar hacia atrás
tropezando, como al fin de una carrera,
con los cuerpos humillados
por el arco animal de la metralla.
Sombras, voces,
cubiertas por mil aves, caen,
mordidas por el crimen, caen,
nudillos implorantes
suben por mi cuello
y al compás tembloroso de cien ojos
crispan mi lengua.
Ruido casi humano
que mi sed no alcanza,
de rodillas en los muros devastados,
sombras, voces, cubiertas por mil aves, caen:
Es un puñal su silenciado pensamiento…
Mezclado al aire tibio
y sosegado con que duermes
resuena el eco de otro aliento,
tembloroso en la distancia
mas fresco en el hurgar
de mi memoria cavilante
al filo de un amanecer
que se retrasa
al compás de manecillas tercas
que van dejando caer, sobre las cosas
que más quieres; pétalo a pétalo, un recuerdo.
Inútil dar la vuelta,
girar de cuerpo entero,
abrir y cerrar los ojos.
Estoy fuera de mí
y busco, como un ciego en claridad,
lo soñado; la luz aquella
dibujada en sombra,
ardiendo, estrujada por la voluntad
de no dejar inmóvil
el agua hecha cristal
de ese recuerdo vuelto olvido.
Roe mi frente dura
el lobo de la media noche.
Una escondida estrella arrima su sosiego.
Entre todos los soles ya se me canta aceite de júbilos.
Siento en mis manos venir la estrella de la mañana.
El verdadero mérito de muchas acciones consiste en saber esperar.
Saber esperar es, en muchos casos, uno de los grandes méritos
de ser hombre.
Es preciso especializarse en esperar
un turno,
un día,
una escena,
el momento.
Entretanto, esperar.
La gente pasa.
Es preciso seguir esperando.
El pensamiento persigue a la voz que atravesó la tarde
o al sonido de unos pasos que se acercan,
se paran,
vacilan
y, por fin, se pierden.
En la espera se sueña,
se alargan amores,
se manosean recuerdos.
Una historia progresa a fuerza de desechar posibilidades
que juntas
serían otra historia.
Es posible vivir todas las posibilidades
mientras se espera
lo único posible.
El tiempo pasa.
El verdadero mérito de muchas acciones consiste en saber esperar.
?Bien está en otros
sostenerse. Porque nadie soporta la vida solo.?
F. Hölderlin
Y porque estamos solos empezamos un verso.
Porque sentimos frío acercamos las manos
al calor de unos seres imposibles y bellos
que nos prestan sus ojos para observar el mundo.
Porque tenemos miedo miramos otras muertes
y en nuestra oscuridad encendemos un sol
de mediodía, inmóvil, que no se irá al ocaso.
Huyendo del dolor fatigamos el cuerpo
por calles de ciudades que nunca son la nuestra
de la mano de gentes que habitan en nosotros.
Porque tenemos prisa inventamos finales.
Porque nos falta el tiempo inventamos más tiempo.
Porque somos tan pobres no nos pesa apostar
lo poco que nos queda a este número incierto.
Porque somos humanos miramos a los dioses.
Porque no somos dioses jugamos a crear.
A San Fernando quiero ir en el vapor Delta.
Desde las escalerillas ver cómo el barco separa
las cargas de troncos de los aserraderos
y los lomos florecidos de los caimanes.
Llegar a su puerto de tablones
donde el río entrega las aguas de cien barrancas
y el recuerdo de algún pueblo orillero.
Cuando la lluvia descuelga sobre mi cabeza
angostas calles enhebran la cifra de tu nombre.
El río crecido roza la capilla del anima salvadora
donde iré a dejar unas cuantas monedas
por los amigos que enfermaron de distancia.
Al pasado quiero ir en el vapor Delta,
a los burdeles, a las galleras del traspatio,
donde Dios habita la plenitud de su tristeza.
Que todos los sabanales reblandezcan con su brillo.
Yo me voy por esta senda donde el rayo se enmantilla.
Amo las noches lenguarases de sus muelles,
el sucio butacón de las nubes en los días de invierno
con marineros apoyados a sus palancas de anoncillo.
El lirio viejo de sus bosques.
A San Fernando quiero ir,
quiero volver,
ahora que el paisaje ha muerto de alabanza.
Corta la vida o larga, todo
lo que vivimos se reduce
a un gris residuo en la memoria.
De los antiguos viajes quedan
las enigmáticas monedas
que pretenden valores falsos.
De la memoria sólo sube
un vago polvo y un perfume.
¿Acaso sea la poesía?
De «Parvo Reino» 1984
De vez en cuando camino al revés:
es mi modo de recordar.
Si caminara sólo hacia adelante,
te podría contar
cómo es el olvido.