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Poema Razones de José Hierro



NO VIVES YA DE SINRAZONES.
¿Tan sola estabas, alma mía?
El alba nueva no traía,
para acunarte, sus canciones.

Llega la luz de otras regiones
sin la hermosura que solía.
Mala alegría es la alegría
que nos abrasa los corazones.

¿Dentro de ti la buscas? ¿Llevas
dentro de ti su llama? ¿Elevas
de tu noche su mediodía?

¿Has de matar todas las cosas?
¿Cortar, para olerlas, las rosas?
¿Tan sola estabas, alma mía?

De «Alegría» 1948



Poema Réquiem de José Hierro



Manuel del Río, natural
de España, ha fallecido el sábado
once de mayo, a consecuencia
de un accidente. Su cadáver
está tendido en D′Agostino
Funeral Home. Haskell. New Jersey.
Se dirá una misa cantada
a las nueve treinta, en St. Francis.

Es una historia que comienza
con sol y piedra, y que termina
sobre una mesa, en D′Agostino,
con flores y cirios eléctricos.
Es una historia que comienza
en una orilla del Atlántico.
Continúa en un camarote
de tercera, sobre las olas
-sobre las nubes- de las tierras
sumergidas ante Platón.
Halla en América su término
con una grúa y una clínica,
con una esquela y una misa
cantada, en la iglesia St. Francis.

Al fin y al cabo, cualquier sitio
da lo mismo para morir:
el que se aroma de romero,
el tallado en piedra, o en nieve,
el empapado de petróleo.
Da lo mismo que un cuerpo se haga
piedra, petróleo, nieve, aroma.
Lo doloroso no es morir
acá o allá…

Requiem aeternam,
Manuel del Río. Sobre el mármol
en D′Agostino, pastan toros
de españa, Manuel, y las flores
(funeral de segunda, caja
que huele a abetos del invierno),
cuarenta dólares. Y han puesto
unas flores artificiales
entre las otras que arrancaron
al jardín… Liberame domine
de morte aeterna
… Cuando mueran
James o Jacob verán las flores
que pagaron Giulio o Manuel…

Ahora descienden a tus cumbres
garras de águila. Dies irae.
Lo doloroso no es morir
Dies illa acá o allá,
sino sin gloria…
Tus abuelos
fecundaron la tierra toda,
la empapaban de la aventura.
Cuando caía un español
se mutilaba el universo.
Los velaban no en D′Agostino
Funeral Home, sino entre hogueras,
entre caballos y armas. Héroes
para siempre. Estatuas de rostro
borrado. Vestidos aún
sus colores de papagayo,
de poder y fantasía.

El no ha caído así. No ha muerto
por ninguna locura hermosa.
(Hace mucho que el español
muere de anónimo y cordura,
o en locuras desgarradoras
entre hermanos: cuando acuchilla
pellejos de vino, derrama
sangre fraterna). Vino un día
porque su tierra es pobre. El mundo
Liberame Domine es patria.
Y ha muerto. No fundó ciudades.
No dió su nombre a un mar. No hizo
más que morir por diecisiete
dólares (él los pensaría
en pesetas). Requiem aeternam.
Y en D′Agostino lo visitan
los polacos, los irlandeses,
los españoles, los que mueren
en el week-end.

Requiem aeternam.
Definitivamente todo
ha terminado. Su cadáver
está tendido en D′Agostino
Funeral Home. Haskell. New Jersey.
Se dirá una misa cantada
por su alma.

Me he limitado
a reflejar aquí una esquela
de un periódico de New York.
Objetivamente, sin vuelo
en el verso. Objetivamente.
Un español como millones
de españoles. No he dicho a nadie
que estuve a punto de llorar.



Poema Ritmo De Viaje de José Carlos Becerra



Este cuerpo que yo acaricio lentamente extendiendo la noche,
este cuerpo donde yo he penetrado en mi propia distancia,
en mi sofocamiento de sombra.

Este vientre donde el amor abarca a la noche,
estos senos donde la luz altera los signos,
este cuerpo al que ahora me entrelazo, este cuerpo al que ahora me solicito.

Este cuerpo conmigo se traspone, se vence,
se lleva consigo a la noche y sus altares,
sus caminos ardiendo por su propia señal,
su oleaje, sus costas encendidas…

Esta mujer donde la noche descifra sus juegos ocultos,
este amor al que no debemos llamar amor sino adentro de sus aguas.
Este amor, este amor,
este instante donde el infinito es la obra de los que se aman,
de aquellos que llegan al estanque de cada caricia como buzos sagrados.
Este ritmo, este ritmo de viaje,
esta navegación entre la bruma,
todo lleva consigo su bandera extraviada,
su aurora boreal…



Poema Relación De Los Hechos de José Carlos Becerra



Esta vez volvíamos de noche,
los horarios del mar habían guardado sus pájaros y sus anuncios de vidrio,
las estaciones cerradas por día libre o día de silencio,
los colores que aún pudimos llamar humanos oficiaban en el amanecer
como banderas borrosas.

Esta vez el barco navegaba en silencio,
las espumas parecían orillar a un corazón desgarrado por los hábitos de la noche.
Algo teníamos en el tumbo lejano de las olas,
en la vaga mención de la tierra que en la forma de un ave el cielo retuvo
un momento en la tarde contra su pecho,
algo teníamos en el empuje ahora sosegado, fresco y oscuro de las mareas.

Más allá del mensaje radiado por los cabellos de los ahogados,
de la bajamar que deja grises los labios como el dolor inexperto,
de las maderas podridas y la sal constituida por el crimen de las aglomeraciones solitarias,
del pecho marcado por el hierro del silencio; más allá,
el chillido del pájaro marino que demuele la tarde con un picotazo en el poniente,
la mujer que atraviesa la noche con una inscripción azul en los ojos,
el hombre que juega distraído con el amanecer como con un cuchillo filoso y deslumbrante.

Sólo el rumor de la brisa entre las cuerdas,
la respiración apaciguada de los dormidos como si no descansaran sobre el mar,
sino a la sombra del hogar terrestre.
Sólo el rumor de la brisa entre las cuerdas,
el ritmo latente del otoño que se acerca a la tierra para enumerarla.

Así nos tendíamos en el túnel secreto del amanecer,
alcobas que nos asumían fuera de horarios,
hoteles señalados para dormir bajo el ala del invierno,
en el recuerdo contradictorio que se establece en nuestro corazón como un depósito de estatuas.

Sólo hablábamos debajo de la sal,
en las últimas consideraciones de la estación lluviosa, en la espesa humedad de la madera.
Sólo hablábamos en la boca de la noche,
allí escuchábamos los nombres que las aguas deshacían olvidando.
Mi camisa estaba llena de huellas oscuras y diurnas,
y la Palabra, la misma, devorando mi boca,
comiendo como un animal hambriento en el corazón de aquel que la padece y la dice.

Yo miraba igual que los ríos,
verificaba las rotas murallas, los andrajos humanos que la eternidad retiraba de la muerte
igual que retiran el vendaje de la herida curada.
Yo descubría pasos en el amanecer
y me cegaba aquel silencio que como mano oscura
parecía cubrir la vida de todo lo dormido.

También el mar volvía, volvía el amanecer con su cabeza incendiada.
Y yo reconocía en el olor de la brisa la cercanía de las estaciones,
el lenguaje que despierta en la boca de los dormidos
como un enjambre de insectos húmedos y brillantes.

Y tú también volvías, volvías de alguna forma de mirar, de algún desenlace;
vana donde tu cuerpo carecía de espacio, en tu propio centro de navegación,
en ese espacio que tu tristeza concedía al rumor de las aguas.
Incorporabas tus ojos al desenlace nocturno,
meditabas tu sangre en todos los espejos penetrados por el animal de la niebla.

Y eras tú, de pie en tus ojos, como aquella que alimenta su desnudo con viento,
tú como la inminencia del amanecer que rodea con un corazón amarillo a los labios.
Tú escuchando tu nombre en mi voz como si un pájaro escapado de tus hombros
se sacudiera las plumas en mi garganta;
desenvuelta y solitaria, con entrecerrada melancolía, mirándome.

Y éramos los dos asiduos a las lluvias que desentierran en
esa pregunta que pesa tanto en los labios, el otoño al abismo,
que cae al fondo de nuestra voz sin remedio
o se agazapa en un rincón oscuro como un perro asustado
al que es inútil llamar dulcemente.

Y sin embargo, allí estábamos,
allí estábamos cuando las manos se enlazan y rozan al corazón soñoliento
como una suave advertencia,
en esa búsqueda, cuando el presentimiento de los cuerpos son los labios.

Cuerpo de viaje cuya mejor señal es una cicatriz de nube,
tú también habías escuchado en quién sabe qué momento del sosiego nocturno,
ese rumor de tela que va enlazando al océano cuando amanece,
esa primera tibieza destinada sólo para los cuerpos enlazados.

El primer rayo de sol ya ponía su adelfa en el agua,
y un roce de astros, de manos más pálidas que el esfuerzo de atardecer,
aún tocó el horizonte que el mar retiraba.

Esta vez volvíamos,
el amanecer te daba en la cara como la expresión más viva de ti misma,
tus cabellos llevaban la brisa,
el puerto era una flor cortada en nuestras manos.



Poema Romance de José Batres Montúfar



Es un joven desgraciado
cómo una rosa marchita,
frescura y color le quita
el sol que la ha marchitado.

Apenas la sombra queda
de la forma que perdió:
Ya el olor se disipó,
no hay quién volverselo pueda.

Huye de todo consuelo,
que el infeliz no le tiene:
Ni esperanza le mantiene,
éste grato don del cielo.

En su profundo estupor
y desesperada calma,
ya no lisonjea su alma
ni la gloria ni el honor.

Cómo un volcán abrazado
su adolescencia pasará,
¡cuán violento palpitará
su corazón arrojado!

Hoy para él todo está muerto
que el corazón arrogante
cayó frío en un instante
y de tristeza cubierto.

Otro hombre jamás ha habido
que algún bien no haya gozado;
más él siempre desgraciado
y nunca dichoso ha sido.

La esperanza ni una vez
vino a alimentarle un rato;
no tendrá un recuerdo grato
con qué aliviar su vejez.

Mírale, tierna doncella,
mira aquella alma postrada;
que enciende una tu mirada
la vida que aún resta en ella.

Para la piedad naciste,
tu misión es la ternura;
no seas con él tan dura;
velo: casi ya no existe.

Más ¿rehúsas doncella hermosa,
dar fin a tan cruel tormento?
¿No te mueve ni un momento
su desdicha lastimosa?

Ya su mal está calmado
¡Oh muerte! ¡Oh nada desierta!
abre, eternidad, tu puerta
para que entre un desgraciado



Poema ¿recuerdas? de Jose Asuncion Silva



¿Recuerdas?…. Tú no recuerdas
aquellas tardes tranquilas
en que en la vereda angosta
que conduce a tu casita
plegaban a tu contacto
sus hojas las sensitivas
como al poder misterioso
del amor tu alma de niña…
En la oscuridad pasaban
las luciérnagas cual chispas
que bajo la yerba espesa
nuestros dedos perseguían
¡Así también en las horas
de mis años de desdicha
cruzaban por entre sombras
mis esperanzas perdidas!…

¿Recuerdas?… Tú no recuerdas
la cruz de mayo que hicimos
con violetas silvestres
y con sonrosados lirios
bajo el frondoso ramaje
de tu árbol favorito.
Como una lluvia de perlas
sobre blanco raso níveo
brillaba por los […]
en las hojas del rocío!
Y los pájaros cantores
hicieron cerca sus nidos…
Después pasé una mañana
y vi tu ramo marchito
como mi pasión ardiente
por tu infamia y tus desvíos.

¿Recuerdas?… Tú no recuerdas
más de esa noche amorosa,
la lumbre de tus pupilas,
el aliento de tu boca
entreabierta y perfumada
como un botón de magnolia,
los murmullos argentinos
del agua bajo las frondas,
el brillo de las estrellas
y las esencias ignotas
que derramaron los genios
en las brisas cariñosas,
quedaron como una huella
que el tiempo aleve no borra
¡ay! para toda la vida
¡escritas en la memoria!

¿Recuerdas?… Tú no recuerdas
pero yo, cuando levanta
el crepúsculo sombrío
del fondo de las cañadas
y las tristezas inmensas
de lo profundo del alma
al pasado fugitivo
tiendo la vista cansada
y nuestra historia de amores
hacia mí tiende las alas.
¡Cuando en las horas nocturnas
cabe el esposo que te ama
tu agitado pensamiento
tenga segundos de calma
de aquella pasión extinta
¡jamás te acuerdes, ingrata!

¿Recuerdas?… Tú no recuerdas
la tarde aquella en que juntos
bajamos de la colina,
tus grandes ojos oscuros
se anegaban en los rayos
sonrosados del crepúsculo
y tu voz trémula y triste
como un lejano murmullo
me hablaba de los temores
de tu cuerpo moribundo!
Si hubieras entonces muerto
cómo amara tu sepulcro
ahora, cuando te veo
feliz gozar de tus triunfos
tan sólo asoma a mis labios
una sonrisa de orgullo!



Poema Residuos de José Antonio Davila



Ya tú no importas, ni tu amor conmueve,
Ni yo soy en tus días la emoción dulce y leve
que como brisa tibia pasó por tu desierto;
porque tu amor ha muerto y mi pasión ha muerto.

Pero sobre tu mesa reposa mi estatuilla:
Y al pasar de los años y al caer nuestra arcilla,
Seguirá reposando sobre la misma mesa
Sin que nadie pregunte al mirarla en la mesa
Si es el mudo tributo de una huesa a otra huesa.

La pasión ha volado;
Pero hay ciertos residuos que en el alma han quedado,
Y noto cuando pasas por la calle, altanera,
Que aún te peinas el pelo de la misma manera
Que tanto me gustaba y que amé con tal celo.
(Yo viví enamorado de tu pelo.)
Y aún tengo la costumbre de usar el sobretodo
con un botón de rosa en el ojal, al modo
que tanto te gustara;
y hasta existe una frase que en broma yo imitara,
llena de tu decir y tu manera,
que ahora uso por mía y usaré hasta que muera…

Cosas inconsecuentes, livianas, con las huellas
Que les deja el amor al pasar sobre de ellas:
Lo que una vez tú hiciste, lo que yo dije un día…
Incnsecuencias muertas que viven todava…

Y no ha de saber nunca la mujer que yo quiera
Por qué le doy la mano de la misma manera…
Ni ha de saber el hombre que en tu amor quedé preso
Por qué cierras los ojos antes de dar un beso…



Poema Recapitulación de Jose Angel Buesa



Yo he vivido mi vida: si fue larga o fue corta,
si fue alegre o fue triste, ya casi no me importa.
Y aquí estoy, esperando. No sé bien lo que espero,
si el amor o la muerte, -lo que pase primero.

Algo tuve algún día; lo perdí de algún modo,
y me dará lo mismo cuando lo pierda todo.
Pero no me lamento de mi mala fortuna,
pues me queda un palacio de cristal en la luna,
y por andar errante, por vivir el momento,
son tan buenos amigos mi corazón y el viento.

Por eso y otras me deja indiferente,
aquí, allá y dondequiera, lo que diga la gente.
?¿Trampas?? Pues sí, hice algunas;
pero, mal jugador, yo perdí más que nadie
con mis trampas de amor.

?¿Pecados?? Sí, aunque leves, de esos que Dios perdona,
porque, a pesar de todo, Dios no es mala persona.
?¿Mentiras?? Dije muchas, y de bello artificio,
pero que en un poeta son cosas del oficio.
Y en los casos dudosos, si hice bien o mal,
ya arreglaremos cuentas en el Juicio Final.

Eso es todo. He vivido.
La vida que me queda puede tener dos caras,
igual que una moneda: una que es de oro puro
?la cara del pasado? y otra ?la del presente?
que es de plomo dorado.

Por lo demás, ya es tarde; pero no tengo prisa,
y esperaré la muerte con mi mejor sonrisa,
y seguiré viviendo de la misma manera,
que es vivir cada instante como una vida entera,
mientras siguen andando, de un modo parecido,
los hombres con el tiempo y el tiempo hacia el olvido.



Poema Romance De La Nostalgia de Jorge Robledo Ortiz



Tu ausencia me está sangrando
Por la herida del recuerdo.
Mi juventud te persigue
Por los caminos del sueño,
Y cuando estás más distante,
Más cerca del alma siento
Que florece la nostalgia
Sobre el tallo del tormento.

Tu nombre como una espina
Llevo clavado en el pecho.
Y aunque sé que él es la causa
De este cruel desasosiego,
En vez de arrancarlo airado,
Cierro los Ojos y pienso
Que al corazón no le importa
La lógica del cerebro.

Bien sé que ya no eres mía
Y que otro se llama dueño
De ese milagro trenzado
Sobre tus negros cabellos.
Pero si tú y el destino
Cancelaron mis anhelos,
Ni él ni tú podrán quitarme
Este recuerdo moreno.

Recuerdo de aquellas horas
Que ya cayeron en el tiempo.
De esos instantes felices
Que por felices huyeron.
De la novia en cuyos ojos
Siempre vestidos de duelo,
Parecían guardar luto
Riguroso dos luceros.

Hoy no estás en mis retinas,
Pero te tengo aquí dentro,
Como una flor de nostalgia
En la solapa del sueño.
Aún te miro en la quimera,
Te persigo en el recuerdo,
Y siento crecer tu voz
En la selva del silencio.

Primera novia. Imposible
Talado en carne de ensueño.
Amor que dejó en el alma
Perfume de limonero.
Pequeña ilusión de trenzas.
Dulce milagro moreno
Que nos abrió una ventana
A los jardines del cielo.

Romance de la nostalgia.
Vago perfil de un recuerdo
Que se aferró al corazón
Para vivir como un cuento,
Al lado de Blanca Nieves,
De Aladino el Hechicero,
Y de las Hadas Madrinas,
Que miran por los luceros.



Poema Resurrección de Jorge Debravo



Esta noche sedienta yo me he preguntado
quién eres y quién eres.
Porqué es triste tu carne como un leño apagado
y porqué tienes llena la boca de alfileres.

Y despacio, esta noche yo te he separado
como un árbol de amor, de las demás mujeres,
y haciendo de mi sangre un agua he bautizado
con ella tus angustias y placeres.

Y le he dicho a la muerte que no puede matarme!
Y le he dicho a la vida que no puede vencerme!
Y le he dicho a la tierra que si logra enterrarme,
a donde ella me entierre tú irás a recogerme!
Y le he dicho a la nada que si logra apagarme,
tú, con tus grandes besos, volverás a encenderme!



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