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Poema Pobreza De Los Diez Años de Matilde Alba Swann



Toda mi angustia tuvo la forma de un zapato,
de un zapatito roto, opaco, desclavado.
El patio de la escuela… Apenas tercer grado…
Qué largo fue el recreo, el más largo el año.
Yo sentía vergüenza de mostrar mi pobreza.
Hubiera preferido tener rotas las piernas
y entero mi calzado. Y allí contra una puerta
recostada, mirando, me invadía el cansancio
de ver cómo corrían los otros por el patio.

Zapatos con cordones, zapatos con tirillas,
todos zapatos sanos. Me sentía en pecado
vencida y diminuta, mi corazón sangrando…
Si supieran los hombres cuánto a los diez años
puede sufrir un niño por no tener zapatos…
Que anticipo de angustia. Todavía perdura
doliéndome el pasado. El patio de la escuela
y aquel recreo largo…

Mi piecesito trémulo, miedoso, acurrucado.
Mi infancia entristecida, mi mundo derrumbado.
Un pájaro sin alas, tendido al pie de un árbol.
La pobreza no tiene perdón a los diez años.



Poema Palabras A Un Dios Pobre de Matilde Alba Swann



No pondré mis zapatos, buen Dios,
quiero que sepas,
que creo en ti de veras.

Tú sabes bien, si es cierto
que estás en todas partes,
que sin manos unidas
y sin hincarme al suelo,
contigo cuento siempre
y en ti, vuelco mi gota
de acíbar
ya crecida.

Te pienso un Dios pequeño,
de mi misma estatura, andrajos,
sensitivo, tal vez cabello lacio
y pecoso, y travieso.

Yo sé que si pudieras andar
la senda nuestra,
vendrías con tu juego de estrellas
encendidas, al sitio de los niños
ya adultos de tiniebla.

Si tú fueras de beso, de voz
y de caricia, esta noche pondría
mis zapatos, segura
de hallar mañana en ellos
la muñeca que quiero.

Fatal es que no puedas descender
de las nubes, resbalarte del viento,
y entonces, qué otra cosa…?
Por no mirar el rostro sin culpa
de mis padres, pidiendo penitentes
perdón por su pobreza.
Por no escuchar ausencia de pasos
que me ignoren, recogeré temprano,
y cerraré muy prietos los ojos
a la fiesta.

Es que rueda una rueda redonda
de milagros, y tal vez para niños
que nunca
te quisieron, y nunca precisaron
creer, en el milagro.
Nos dormiremos juntos,
tampoco a ti, este año, te llegará
el regalo
de un mundo de hombres buenos.

Los dos estamos solos, y tristes,
y cansados,
los dos haremos juntos
el camino desierto,
de esta noche de luces,
oscura
en mis zapatos.



Poema Poema Inconcluso de Pedro Enríquez



El humo el fuego las venas del verso
sobre el taburete las prendas de las miradas
ven los dientes hablan el lóbulo herido
una vez más el dedo entre los labios
castiga mis miedos la sombra de las cejas
bebe el agua saliva oceánica la ola de la lengua
pasan los pájaros la primavera
vigilan otras alas la espuma
arena enredándose
estos son mis dominios jardín caricias
rompe el calendario la esfera de cristal
el espejo la tarde las enredaderas
tu lenguaje suspira savia
serás teclado partitura lento adagio la camisa
búscame en la llanura del vientre oprime
el mundo
lo domino
ahora las manos consiguen
busco el centro siento palpo adivinanza cerco
resbalo
la piel cactus de lunares tatuajes anclados en el destino
las palabras sin sonido cueva instrumento
camino enlazado las huellas se encuentran
es el tiempo avanzo detrás de la seda
otra navaja de índices y pulgares
líneas separadas cremallera sol sostenido
un horizonte de belleza caligrafía de misterio
qué guardas contemplo la llama suavemente araña
nace la humedad otra dimensión del olvido
la boca se refugia círculo punto vibración
tobogán donde perderse de nada sirven la mirada
pero todo es contemplación fotografía paisaje
íntima memoria nombres en el aire deseante
nunca dije deseo y se pronuncia mástil navío
busco el secreto del azúcar de nuevo travesuras
bebo de otra fuente nueva la sed
estrellas de incienso bosque donde perderse
todo es encuentro nubes que anuncian lluvia
diluvio niebla lago en la piel desnuda
atraviesa esta ciudad inunda sus calles
la cal inventando habitaciones nuevas
el iris del alba dibujando rendijas íntimas
un manantial ocupando el cauce de tu nombre
las uñas tienen su propio dominio la sangre oculta
nada existe más allá de la cadena sin salida
un eslabón se quiebra es el grito de la naturaleza
la historia en silencio somos dos y uno es la magia
se desborda el dique
el sudor de la frente nos reclama

Alguien toca mi hombro enigma sueño
poema inconcluso apago la luz de la pluma
invento fantasías que sólo son preguntas
la página en blanco sobre el insomnio de la almohada

(del libro EL ECO DE LOS PÁJAROS)



Poema Primera Juventud de Juan Sánchez Peláez



Qué fuerte esperanza, me decías. Y flotábamos en las nubes del recinto dichoso. A uno y otro lado, la cascada luminosa de mi amor. Elegí el flanco justo donde brilla el río. Por breve lapso salté hacia el destello no esquivo. Ahora es el otoño que horada mi casa solitaria, el espejismo de la visión a espaldas de nuestra reina madre el sol.

De» Lo huidizo y permanente» 1969



Poema Podría Estar Más Sola Sin Mi Soledad de Emily Dickinson



Podría estar más sola sin mi soledad,
tan habituada estoy a mi destino,
tal vez la otra paz,
podría interrumpir la oscuridad
y llenar el pequeño cuarto,
demasiado exiguo en su medida
para contener el sacramento de él,

no estoy habituada a la esperanza,
podría entrometerse en su dulce ostentación,
violar el lugar ordenado para el sufrimiento,

sería más fácil fallecer con la tierra a la vista,
que conquistar mi azul península,
perecer de deleite.

Versión de L.S.



Poema Pensamientos De Dina de Cesar Pavese



Es un placer lanzarse al agua que fluye límpida
y fresca de sol: a esta hora no hay nadie.
Al rozarlas, las cortezas de los chopos te hacen estremecer
mucho más que el agua crepitante de un chapuzón. Bajo el
agua todavía está oscuro
y hace un frío que pela, pero basta emerger al sol
y se vuelven a mirar las cosas con ojos lavados.

Es un placer tenderse desnuda sobre la hierba ya caliente
y buscar con los ojos entornados las grandes colinas
que sobrepasan los chopos y me ven desnuda
y nadie de allí se percata. Aquel viejo en ropa interior
y sombrero, que iba de pesca, me ha visto zambullirme,
pero ha creído que era un muchacho y no ha dicho ni pío.

Esta noche regreso como mujer, vestida de rojo
-aquellos hombres que me sonríen por la calle no saben
que ahora estoy tendida aquí, desnuda-, regreso vestida
a recoger sonrisas. Aquellos hombres no saben
que esta noche tendré caderas vigorosas bajo el vestido rojo
y seré otra mujer. Nadie me ve aquí abajo:
y más allá de las plantas hay dragadores más fuertes
que aquellos que sonríen: nadie me ve.
Son necios los hombres -esta noche, bailando con todos,
será como si estuviese desnuda, como ahora, y nadie sabrá
que podría encontrarme aquí sola. Seré como ellos.

Tan sólo que, los muy necios, querrán abrazarme estrechamente,
susurrarme pícaras proposiciones. ¿Pero qué me importan
sus caricias? Sé hacerme caricias yo sola.
Esta noche deberíamos poder estar desnudos y vernos
sin pícaras sonrisas. Yo sonrío sola
al tenderme aquí entre la hierba y nadie lo sabe.



Poema Plenitud De La Tristeza de Alfonso Calderon



Tal la tristeza ciega,
enhiesta como espada sin origen
o muslo victorioso de muchacha.
Alta… grácil. Así te tuve.

Como difuso deseo,
buscando graciosa criatura
tu rostro bienamado en la ceniza.
Nimbo solitario. Así me encuentro.

El sol caía tal alba entre las hojas,
cuando tu cuerpo aéreo y transparente
entró arrebatado por los dioses,
sin regazos ni pechos, mas tranquilo,
a ese mundo yacente y olvidado
que sobra a los párpados sin alcance.



Poema Palabras De Caín Adolescente de José Luis Piquero



Yavé se complació en Abel y su ofrenda, mientras
que le desagradó Caín y la suya. Caín entonces se
encolerizó y su rostro se descompuso. Yavé le dijo:
¿Por qué te encolerizas y te muestras malhumorado?
Gén. 4, 4-6

Me he pasado la vida malgastando favores en personas que nunca me
quisieron.
Yo sólo deseaba ser del grupo.

Tratado como un corruptor de sueños,
mantenido a distancia de niños y mascotas, como a quien por extraño
no se recibe en casa,
he tenido que oír ya demasiadas veces que soy un impostor.

Tarde para los besos, para estrechar las manos,
tarde para las lágrimas y el arrepentimiento,
tarde para cualquier palabra.
Tarde:
por lo visto yo siempre llego tarde.

Y de noche, en la casa en donde todos duermen,
mientras fumo asomado a la ventana,
o en la mañana sórdida de cafés y cristales empañados, a solas con el
mundo,
o en la blancura estéril de una página,
he comprendido -tarde- que es inútil querer ser otra cosa que el
fantasma embustero que habéis hecho de mí,
un no-muerto cortado a la medida de todo lo que nunca quise ser,
alguien a quien sin duda me parezco, como un hombre a su máscara:
el hipócrita, el sucio y el que no es de fiar,
a un paso del ridículo (el cantante de moda o el bachiller con granos),
a un paso del horror (el buen chico que sale en los sucesos).

Soy el que traicionó tus confidencias.
El que maltrató al tonto de la clase.
El que lo enredó todo cuando los dos amigos disputaban la misma
chica idiota.
El que habló mal de ti cuando no estabas y trató de poner en contra
tuya al grupo.
El que usó del chantaje
sentimental (es fácil entre amigos)
para ahuyentar del grupo a los extraños,
vuestros otros amigos, que eran más ocurrentes, más experimentados
y, qué pena,
más incautos.
El que juró y juró, ?podéis creerme…? y ?no sabía…?, y sí
sabía y consiguió que le creyeran.

Soy el que habló al oído de una chica asustada y -aún me acuerdo-
le imaginó un futuro más honorable, una salida digna, ?hazlo, mujer?,
y durante un momento era todo posible, matar con una frase, aquel
horror…

Mi máscara lo ha dicho, que soy ese:
agazapado, sórdido,
al que puedes tumbar con un buen puñetazo y zumba en torno tuyo,
pero nadie es al fin tan peligroso -piensas- cuando puedes tumbarlo
con un buen puñetazo,
y luego es tarde, mira, ya te tengo.
Todos llegamos tarde alguna vez.

¿Y nada más? ¿Acaso os preguntasteis un instante qué oculta la máscara
de un monstruo?
Me acuerdo de esa infancia interminable,
a caballo en la rama más valiente del árbol de los juegos.
Eso era algo; no
el paraíso exactamente, pero
-ternura pronta, cándido heroísmo y la avidez legítima del cachorro
intocado-
allí existía el orden. Y es curioso
que a la luz de una infancia ideal los enemigos sean menos enemigos.
También ellos tuvieron ese miedo indefenso que redime
y una conmovedora propensión al llanto.

¿Sabéis quién soy a solas? El que escucha
canciones tristes.

He soñado a menudo redimir mi egoísmo con un gesto, dar mi vida
a cambio de otra vida,
ser el súbito héroe que muere en el incendio.

Pensad en mí lejano, la cabeza inclinada.
Toda esa gente afuera, tanto frío, las calles se bifurcan y el camino que
lleva a la casa segura no se termina nunca.

Yo he pensado en la muerte y a menudo he ensayado una muerte
inofensiva, de poca sangre y mucho, mucho miedo,
sólo para ahuyentar de mí todo el ridículo y el asco de mí mismo,
cuchilla en las muñecas, quemadura en los brazos para seguir viviendo,
porque al fin el dolor es la consciencia, es el ruido del mundo que a
tu alrededor chilla y te agita los hombros.

Te aferras a esa vida con desesperación y, sin embargo,
eres adolescente: nunca sabes qué hacer ni qué decir, dónde poner las
manos y los ojos.
Tu cuerpo ya es grotesco y esas chicas se ríen. No te gusta tu cara.
Estás enamorado. Más allá de las fórmulas, los libros te insinúan una
vida más fácil en cualquier otra parte.
Los libros te consuelan en todo lo esencial.

Y tú en tu jaula estéril te revuelves, inútil, sudoroso, como en la noche
insomne cuando el calor te ahoga.
Dando palos de ciego. La novia de tu amigo. Matarías con gusto
cualquier signo de amor.
Usa de ese poder, usa los libros,
porque luego el perdón de Dios es una fórmula
y tú eres el no-muerto que debe defenderse, el hipócrita, el sucio y el
corruptor de sueños.

Dolorosa esta edad en que siempre estás solo
y a tu alrededor nace
la flor limpia de un mundo que nunca es para ti.



Poema Padre de Armando Uribe Arce



Padre mi padre el travesaño
de la cruz en mis manos al espíritu
mi espíritu encomiendo. Me haces daño
sin que yo te haga daño siendo
que yo soy niño tu hijo y que me rindo
por qué me has hecho daño y me tienes muriendo.



Poema Pebetero de Aníbal Núñez



Que me traigan el humo dijo Ciro
y le trajeron todas sus victorias.

«Taller del hechicero» 1979



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