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Poema El Gólgota de Oscar Portela



El azul que ayer poblaba
mis ojos y el infinito del azul del mar y el viento
la arena mezclada al roza del deseo
las lágrimas y los secretos demonios
que mantenían mi corazón en vilo y la danza coral
en la estación del aura primigenia, la inocente infancia
que se negaba a abandonarme y los dioses
con sus huellas dibujadas en mi sudorosa piel
todo ahora sucumbido y mirado con los ojos del cíclope
el desfiladero de la locura la pesadilla del vampiro,
el pavor de las sombras el insomnio que acecha
como un tigre agazapado tras las leyes inexorables de
la fragilidad humana el tiempo irredento las fuerzas
de los Daimones de la poesía que me mantenían despierto
y la sueñera de mi alma el Gólgota amaneciendo frente a mi,
la cruz negada y afirmada cien veces cien antes del canto
del gallo y la gota de sangre cayendo sobre mi frente
cayendo sobre mi frente…

Poema inédito proporcionado por el autor



Poema El Día de Oscar Portela



Llegó un día a mi puerta con un claro
silencio sobre la frente.
Era solo
respuesta tras el dintel vacío,
pura interrogación su boca
sin ninguna pregunta,
que guiara sus pasos.
Serené entonces mi corazón
agobiado
por el recuerdo innúmero
de lo que fue combate provocación,
y éxtasis.
Ay, lucha y cortejo, agua y ceniza
derramadas
sobre el cruel arabesco
de lo que hizo destino.
Yo fui de nuevo el ánfora
donde mezclar las horas,
melodías
y acentos.
Fingí ignorarlo todo
pues de ignorancia vive,
la llama que ilumina
y da forma
a las sombras.
Y tú eras la sombra.
Al mar dejó mis pasos
y quede en el escrito
de la nada y la boda,
nombres que alumbran
huellas
cuando pena la noche.
Mi corazón gentil
diciendo
el naufragio primero
sucumbiendo a la estela
del número
y la estrofa:
para dejar estar,
el vivo sol que entonces
tu mano
liberará a la entrega
primera de lo que fue
llamado,
sin endecha ni queja
y en silencio cantado
sobre la carne muda
y el perfume de un huerto.
Carne de las palabras
entregadas
al deseo primero,
así fuiste volcado –
pues en la muerte sola
y los días que hasta el poeta
llegan
claramente retorna
furtivo como toda
pregunta
que repite insaciada
el origen del verbo,
la memoria encendida
y el aura de tu pelo.

Poema inédito proporcionado por el autor



Poema Cuadros de Oscar Portela



A Marina Bofill de Portela,
mi madre

Madre sentada en mecedora
levitando sobre perfume de magnolias.
Ni su densa presencia ni el rumor de
las vagas estelas del alba
deslizándose sobre rayos de urgencia
en las cálidas noches
donde sueñan las densas aguas
del deseo y algo más hondo que el abismo
u oscuro que la pasión de un muerto,
danza en la noche la danza
extática del mito.
Allí el perfume de la memoria
encendida en las brasas que
alguien dejó a la vera de un sendero
sencillo cuando aún las
soledades desplegando raíces
en el exilio del verbo buscaban
decirse a sí mismo una historia,
bastarse poseyéndote al poseerse
en la misa de la pasión total,
del absoluto, no, ni madre
en mecedora sostenida por la blancura
de jazmines en lo más entrañable
del aura ensimismado,
no, ni madre en mecedora lograron
hacer de ti algo más que el
destello de una vaga esperanza,
una pasión de rayos y tormentas
demoradas que caen para impetrar
la suerte y sólo en sueños
halla su vida y forma o
una paz anterior a los duelos
que ya entonces, en mitad
de la noche del trópico,
derramaban su luto
sobre la soledad que se extasiaba
en sombras y días de encantos
o presagios sin memorias ni Ecos.
No, ni madre en mecedora, allá
solemnemente enlutándose en aromas que
no penetraban en mí ni en los
espejos de las aguas más dulces
donde la voluntad se dicta
un mundo y un mensaje de sueños,
aquí, abandonado a la intemperie
de lo que no puede decirse,
el signo abriéndose como una
herida, desamparándome de mí,
extraviándome una y otra vez
en mí, condenándome a esta vasta
aventura de los nombres
y de la soledad que ni madre
espectral sobre memorias,
solísima sobre hondos perfumes,
exorcizar podría y ahora podéis
verme deshabitándome de mí,
de nombres y de amparos,
de historias que el viento olvida,
aquí, desexhumándome, en mitad
de jardines soñados, endemoniándome
ya sin nombre o guarida,
enloqueciendo y sólo atento
a los olores del sexo del
viento extraviado en mis manos
o de un cuerpo pequeño, piel
ignorada, purísima, como de madre
en la noche de los designios,
desposeyéndome
de todo, aniquilándome convulso
O enloquecido de pavor y
exequias, sin comprender, salvo a
mi madre en mecedora, aún
envenenada por los dulces olores
que no expulsaron la soledad
de mí, hundido en noche errática
y sin penas, caminando hacia
el fatal olvido, el pliegue
incompasible donde nacen los
límites ambiguos, y el no saber,
que entramados proyectan
los haces de la suerte y de la muerte.

Poema inédito proporcionado por el autor



Poema Canto De Orfeo de Oscar Portela



Y el canto, el canto, oh Dioses, que religaba
al hombre con la tierra: la dulce y beatífica
que penetrará en tus huesos y abrirá tu esqueleto
a la luz de los cielos, al viento de las sierras,
al mar, al mar, sus infinitas olas y todas las estrellas
que marca EL destino de dioses y mortales,
el canto humano y celestial, demoníaco o santo,
El que ha huido del mundo
dejando tras de sí el desierto que crece,
la gran voz de los muertos,
las cenizas de la memoria que nada nombra
sino el precipicio que se adelanta de la nada:
Pronto Caronte, pon a tus remos alas
y que mi sombra y yo fulminados
seamos por el rayo que animó el canto
y es hoy solo negra mortaja,
solo hiedra ya seca sobre el muro que cierra
el desierto que crece, aquí en mi corazón
y en la voz de las zarzas hablaron a Moisés.



Poema Bodas Con La Luz de Oscar Portela



Un día temprano, súbitamente florecí con la luz
ese día la luz nació y se hizo carne, se hizo voz,
se hizo huella y amaneció noctámbula dormida
entre mis brazos como abeja sin madre.
Más tarde me desperté con ella y descubrí
en mi abrazo sus terribles abismos: fui su esposo,
su esclavo, su mutilado mártir, y en los naufragios
reinaba como la voz del miedo y la sombra
acudía a su encuentro, con la cruz invertida
de los vastos naufragios y las esquirlas que la noche
puso en su casto cuerpo de doncella indomable.
Fue la luz primigenia del día primero de gracia
donado al desterrado príncipe sin corona ni mirtos,
-el rapsoda voraz que canta ahora los crepúsculos
y el reino no conquistado de la luz vulnerada,
– destrozado por los litigios del día y de la noche-,
azotado por las llagas de la melancolía y de la
cuadratura del sol del mediodía, que escande,
llaga, y exilia a sal y amarga hiel de la melancolía,
y el abismo de aquella luz tornándose toda ocre.
Así, me perdí tristemente en el abismo de la razón,
en las blancas salinas y los desiertos paramos
del que no tiene patria, ni boca para nombrar
cenizas de palabras, señales de muertes innombrables
de aquella virgen del Estío primero, entre palmas
y abras solitarias, donde se filtran los fragmentos,
entre huellas de sangre y presagios- aún presagios-,
de mensajes de abriles que recuerdan
el día en que llamé a la luz, -encanallada ahora,
harapienta, arrepentida de sus delirios y los míos-,
buscando el nombre único, el exacto compás
y la tibieza exacta de una larga promesa.
Pobre niña, pobre patria expatriada,
pobre deseo inerme entre cruces y llagas-,
cuando ya nadie busca ser Dios, acariciado
por el viento del Éter más azul y más claro:
luego se aleja pensativa, dócil quizá, entregada
al escarnio de los días que pasan,
y marchitadas flores por corona-, alrededor
de túmulos se arrodilla ligera, para en silencio
buscar al vástago del día en que llamé a su puerta
y vino a mi sin preguntar por qué.

Poema inédito proporcionado por el autor



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