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Poema Mansión De Espuma de Omar Cáceres



Con mi corazón, golpeándote, oh sombra ilimitada,
Apacienta los bríos absolutos de estas estampas perdurables;
Huyendo de su vida, pienso, el que parte limpia el mundo,
Y así le es dado reflejar su imagen dulcemente terrestre.

Un pueblo (azul), trabajosamente inundado
Va a pasar la dura estación equilibrando sus paisajes
Tiempo caído de los árboles, cualquier cielo podría ver mi cielo
El blanco camino cruza su inmóvil tempestad.

Muda voz que habita debajo de mis sueños,
Mi amiga me instruye en el acento desnudo de sus brazos,
Junto al balcón de luz disciplinado, tumultuosa,
y desde donde se advierte la aún no soñada desventura.

Revestido de distancias, entre hombre a hombre?magro,
Todo naufraga, ?bajo el pendón de su postrer adiós?;
Dejé de existir, caí de pronto, desamparado de mi mismo,
Porque el hombre ama su propia y obscura vida solamente.

Ídolo ignoto ¿Qué he de hacer para besarlo?
Legislador del tiempo urbano, desdoblado, caudaloso,
Confieso mi autocrimen porque quiero comprenderlo,
Y en los rompientes de su soledad de piedra despliego mis palabras.



Poema Contra La Noche de Omar Cáceres



Con sus rápidos ojos que cortan el viento,
los tranvías halan, copian la ciudad;
las frías nubes despliegan, intensifican la vida…
……………………….!

Mi pensamiento rueda y se alarga hasta mi casa,
derramando sus lunas de sed en la tormenta;
burgueses y mendigos y vehículos, todo lo que a mi encuentro viene,
se agranda a su contacto, resplandece,
y anula su existencia, acábase, en mí mismo.
Entonces canto mis límites, mi alegría desbordada
como un collar de olvido en la extremidad de un verso;
contra el rumbo de la noche voy ganando hojas de plata,
y he de estar dormido cuando todas me pertenezcan.



Poema Ángel Del Silencio (fragmentos) de Omar Cáceres



1

Recordaré su grande historia,
su angustiado jadeo que desmenuza ciudades.
Pasan los días sin mirar, como sonámbulos,
como grandes hélices embriagadas de propósitos,
pero canta el tiempo en una gota de agua, y entonces…
sé que está aún lejos como yo la quiero mía.
Saltó, pues, la velocidad más allá del horizonte oculto de las cosas,
su uniforme distancia
en los trapecios de mi grito.
Para no llorar, recuerdo, lluvia, tu mensaje,
tu gran libro que yo leía sin abrirlo,
junto a la ventana que cae a latigazos
y que crucifica mis ojos en sus negras cicatrices.
Pasa el viento a estirones con el mar, desarrugándolo;
ráfaga de músculos azules, recoge sus cenizas perfumadas.
Ahí la espero, solo
como los inútiles retratos,
aumentando las olas de la sombra,
y, ya no se irá su canción de mi ventana.

5

Paisaje infinito,
mi soledad flor desesperada,
asciende hasta el sonido más alto.
Desnudo,
una atmósfera encendida, moneda que no entrego,
se sacuden las noches asombradas
y recojo los astros en mis ojos como frutos
instantáneas.
Arriba el beso sangrante en las llamaradas del viento.
Ah, los horizontes,
anillos imposibles.
Amanecer de caminos sonoros que se cruzan,
su nombre aún golpea el duro rostro del silencio.
Contengo, no obstante, las palabras,
el salto estrellado de sus mundos,
hasta que un día se clavó en mi sueño
os-ci-lan-do
como una espada!



Poema Anclas Opuestas de Omar Cáceres



Ahora que el camino ha muerto,
y que nuestro automóvil reflejo lame su fantasma,
con su lengua atónita,
arrancando bruscamente la venda de sueño
de las súbitas, esdrújulas moradas,
hollando el helado camino de las ánimas,
enderezando el tiempo y las colinas, igualándolo todo,
con su paso acostado;
como si girásemos vertiginosamente en la espiral de nosotros mismos,
cada uno de nosotros se siente solo, estrechamente solo,
Oh, amigos infinitos.
(100, 200, 300,
miles de kilómetros, tal vez).
El motor se aísla.
La vida pasa.
La eternidad se agacha, se prepara,
recoge el abanico que del nuevo aire le regala nuestra marcha;
en tanto que enterrando su osamenta de kilómetros y kilómetros,
los cilindros de nuestro auto depáranse a la zona de nuestros propios muertos;
he ahí a los antiguos héroes dirigiéndonos sus sonrisas de altivos y próximos espejos;
mas, junto a ellos, también resiéntense,
los rostros de nuestros amigos,
los de nuestros enemigos,
y los de todos los hombres desaparecidos;
nuestro automóvil les limpia el olvido con el roce delirante de sus hálitos.
Como esas manos de mármol que se saludan a la entrada de las tumbas,
nuestro automóvil seráfico ratifica el gran pacto,
que a ambos lados de la ruta, conjuradas,
atestiguan las súbitas, esdrújulas viviendas golpeándose entre sí…
Ahora que el camino ha muerto,
y que nuestro automóvil reflejo lame su fantasma,
con su lengua atónita,
como si girásemos vertiginosamente en la espiral de nosotros mismos,
cada uno de nosotros se siente solo, indescriptiblemente solo,
¡oh amigos infinitos!





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