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Poema Con Ojos De Niña de Marilina Rebora



Señor, siempre te veo con los ojos de niña:
primero en el pesebre, aureolado de ovejas;
en lo alto, la estrella, que sus reflejos guiña
sobre el burro y el buey al mover las orejas.

Hombre, vas por montaña, y por valle y campiña,
curando enfermos graves que bordan las callejas,
la triste multitud que al oírte se apiña,
y encima de las aguas caminando te alejas.

Al final, te imagino, arriba, entre las nubes,
centro de los arcángeles con extendidas alas;
en macizo de flores ?azucenas y calas?
se abren las estrellas, por donde al Cielo subes.
Aunque me ves en casa, jugando sobre el piso
y sonriendo desciendes hacia mí, de improviso.



Poema Con Mis Viejos Retratos… de Marilina Rebora



Señor, quiero ser yo, y sólo con lo mío,
por humilde que sea, aun pobre y pequeño;
nada de adornos vanos ni lujoso atavío
ni aquello que deslumbra en ambicioso sueño.

No quiero en devaneo, tampoco en desvarío,
lo que no corresponda, aunque sea halagüeño;
es triste lo ficticio, y mucho de vacío
disponer como propio de lo que no se es dueño.

Quedar con nuestras cosas, lo que en verdad motiva
y es razón de vivir en el cabal sentido
?unos viejos retratos, tal lámpara votiva
y la talla minúscula del antiguo San Roque?,
y conmigo ser yo es lo que quiero y pido,
dentro de lo que fuera y lo que al fin me toque.



Poema Como Un Rumor De Aguas de Marilina Rebora



Como un rumor de aguas, la voz oí diciendo:
«No te estés quieta ahí, por algo toma parte.
Ni fría ni caliente, tal irás feneciendo.
Según sean tus obras, así habremos de darte.

»Ten prendida tu lámpara ?la lámpara de fuego?
pues que ya llega el tiempo y tu día es ahora.
El que tiene la hoz, El que dice: ?Yo siego?,
dirá en cualquier momento que ha llegado tu hora.

»Conozco tus trabajos y también tu paciencia,
mas tengo contra ti ese dejarse estar.
Arrepiéntete y vuelve a la obra emprendida,
que si no vendré a ti por tu desobediencia
para, tu candelero, remover del lugar.
Si vences, comerás del árbol de la vida.»



Poema Clotilde, En La Mujer Pobre De León Bloy de Marilina Rebora



«La única tristeza» ?insinúa Clotilde?
«es la de no ser santo», añadiendo, «aquí abajo».
¿Pues no basta, me digo, un corazón humilde
ni el espíritu hecho a piadoso trabajo?

¿Tampoco es suficiente tolerar la injusticia,
eludir el halago con natural modestia,
desconocer a un tiempo altivez y codicia
o cumplir los deberes sin acusar molestia?

No; que el ser sobrehumano, aquel que a sí renuncia,
el mismo que se niega y carga con su cruz,
el que calla dolores y alegrías anuncia
para alentar al prójimo con el amor debido,
es el que alcanza ?único? áureo nimbo de luz,
el santo que Clotilde lamenta no haber sido.



Poema Candor de Marilina Rebora



No trates de llevarme al mundo de los sabios
para hablar del origen de la criatura humana;
canciones y sonrisas sólo quiero en tus labios
y agradecerle a Dios tu ser, cada mañana.

No me ilustres la mente; prefiero no saber,
conservar mi ignorancia hasta en dulces tonteras,
que, como en la niñez, aún quisiera creer
en magos, nigromantes, en elfos y hechiceras.

Déjame porque guarde el candor de la infancia
aunque tal vez parezca desusado por bobo,
sin buscar en el tiempo de remota distancia
la explicación terrena de la divina obra.
Sería tan sensible como pinchar el globo,
cuando el niño, a momentos, lo suelta y lo recobra.



Poema Buenos Aires de Marilina Rebora



No tendrá Buenos Aires un río de cobalto
ni en sus cofres tesoros de vivas esmeraldas,
pero el cielo celeste es bandera en lo alto
y extensa pampa verde se brinda a sus espaldas.

Falto de Budas de oro o faroles de piedra,
alminares curiosos o jardines alados,
mas es rica en paredes apretadas de hiedra
y jazmines, aromos y ceibos colorados.

Posee todavía trepadoras glicinas,
trémulas madreselvas, vocingleros gorriones,
cuando no el aleo perspicaz de golondrinas
percutiendo cristales, revolando balcones.
Y el sol, siempre con sol en patios y terrazas,
tejiendo entre los árboles de las umbrías plazas.



Poema Bordados De Dios de Marilina Rebora



?¿Qué quiere decir glauco??
?Muy simplemente, verde.?
?Y añil, ¿qué significa??
?Azul; es bien sencillo.?
?¿Y el escarlata, madre? Di, para que me acuerde,
como siempre recuerdo que el gualdo es amarillo.?

?Del latín scarlatum deriva el carmesí,
o más preciso el rojo, el de Caperucita,
y ya más definidos, los tonos de rubí:
encarnado, bermejo, sin que el punzó se omita.?

?Colores y colores, colores, madre mía,
en variedad constante que todo lo renueva
para dar a las cosas infantil alegría.
Por eso Dios se afana derramando colores
y, para que tengamos siempre alegría nueva,
borda ese paraíso, prisma de resplandores.?



Poema Blanca Piedrecita de Marilina Rebora



Lo he meditado mucho, Señor, aunque no espero
visión de corcel blanco o de espada en tu boca,
estrella o mar de vidrio ?ni menos, candelero?:
quiero de Ti otra gracia y mi labio la invoca.

Quiero sí un nuevo nombre: el que nadie conoce,
únicamente sólo aquel que lo recibe,
para perfeccionar en infinito goce
lo que apenas el alma en sus ansias concibe.

Un nuevo nombre escrito en blanca piedrecita.
«¿Cuál será?», me pregunto. Inútil responderme
pues lo susurra sólo el ángel que visita
las almas que Tú eliges para esta recompensa.
(Mientras se cumple el término, el espíritu aduerme
y la mente imagina, discurre, trama, piensa…)



Poema Ansiedad de Marilina Rebora



Ansia de estar un día en un puente de mando,
recibir en el rostro el castigo del viento;
sin ninguna arribada, por siempre navegando,
sin dudas ni temores, cansancio o desaliento.

Y no saber siquiera, en qué forma, ni cuándo,
ha de concluir el viaje ?en milagro de cuento?;
ni cuándo retornar a éste mi lecho blando,
ni a la antigua ventana, ni al dorado aposento.

Acres de sal los labios, ruda racha en la frente,
perdido el horizonte, sin destino la nave,
sin nada que la guíe, sin nadie que la oriente,

mecida por las olas, columpiada en la cresta,
apenas sobre el mástil las alas de algún ave;
sólo el rumor del mar, y Dios como respuesta.



Poema Alfonsina Storni de Marilina Rebora



Entre un romper de olas descubro el monumento
de la que fue poeta y ante todo mujer.
La luz va declinando en apagarse lento
y ya en el horizonte muere el atardecer.

Como dulce canción me llegan con el viento
las palabras de otrora, recuerdos del ayer,
y todo cobra vida, mágico, en un momento,
igual que si de nuevo hoy la volviera a ver.

Me encuentro allá en la infancia junto a ella sentada,
personaje irreal para mi ingenuo asombro,
que apenas a nombrarla me resuelvo: «¡Alfonsina!»

A mi débil susurro responde embelesada,
acercando ?amorosa? mi cabeza a su hombro:
«¡Y tú eres Marilina y serás Marilina!»



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