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Poema Manos Lejanas de Francisco Alvarez



«Muchas cosas sabe Onán
que nunca supo Don Juan»
( A. Machado )

Me despierta el crujido de la seda
liberando la piel efervescente,
y entre mis dedos el temblor se enreda
de una suave atrevida mano ausente.

Dedos que saben recorrer caminos
que ignora el más experto viajero,
y en espiral de lentos remolinos
fabrica el toque lánguido y certero.

Y al arquear la espalda se endurecen
las puntas de los senos, ofrecidos
a invisibles amantes, que parecen
quedar indiferentes o dormidos.

Oh desnudez del vientre, suave y cálida,
humedad de los muslos tentadora,
línea de la cadera, curva y pálida?
manos lejanas, ¿dónde estáis ahora?

No me dejéis en soledad de tacto,
que hay tristeza en placer sin asistencia;
dadme la compañía y el contacto,
aunque vengáis con vuestra inexperiencia.



Poema Me Da Lástima De Las Estrellas de Fernando Pessoa



Me da lástima de las estrellas
luciendo hace tanto tiempo,
hace tanto tiempo…
Me da lástima de ellas.

¿No habrá un cansancio
de las cosas,
de todas las cosas,
como de las piernas o de un brazo?

Un cansancio de existir,
de ser,
sólo de ser,
el ser triste brillar o sonreír…

¿No habrá, en fin,
para las cosas que son,
no la muerte, mas sí
otra suerte de fin,
o una gran razón?
cualquier cosa así
como un perdón?

Traducción: Miguel Ángel Sepúlveda Espinoza



Poema Magnificat de Fernando Pessoa



¿Cuándo pasará esta noche interior, el universo,
y yo, el alma mía, tendré mi día?
¿Cuándo despertaré de estar despierto?
No sé. El sol brilla alto,
imposible de mirar.
Frío pestañean las estrellas,
imposibles de cotnar.
Ajeno pulsa el corazón,
imposible de escuchar.
¿Cuándo pasará este drama sin teatro
o este teatro sin drama
y me acogeré a casa?
¿Dónde? ¿Cómo? ¿Cuándo?
Gato que me miras con ojos de vida, ¿qué tienes allá en lo hondo?
¡A aquél! ¡A aquél!
Y aquél mandará como Josué que pare el sol, y yo despertaré;
y entonces será día.
Sonríe mientras duermes, alma mía.
Sonríe, alma mía, ¡será día!

(Traducción: José Antonio Llardent)



Poema Misterio de Fernando Paz Castillo



I
Escribo este poema
como si fuera
el último.
Como si todo cuanto miro
ahora,
en tomo mío
recreara el signo,
sin embargo amable,
de cosas desechadas,
que un tiempo fueron bellas:
¡Son tantas
las mentiras que he vivido!

II
Se nace,
con polvo de llanto
en la conciencia
y, por rincones
de estrellas,
se aprende la sonrisa.
Y la primera,
en nuestro rostro,
por ella apenas cincelado,
es la primera línea
sensitiva,
el primer rasgo noble,
el primer confín,
íntimo
que nos separa de los otros seres.
Y nos abre el camino,
el laborioso camino,
alma adentro,
hacia un mundo propio,
de uno mismo ignorado,
pero tan nuestro,
como las manos
y como los ojos
que todo lo tocan,
ofenden
o acarician
en cercanía o en distancia.

III
¿Será éste mi último poema?
Es la pregunta
que siempre me hago,
ahora,
cuando escribo.
y siento
en la penumbra de lo que ha de ser,
iluminada en veces de reminiscencias,
el temor,
desde luego confiado,
de una última sonrisa:
Raíz luminosa
y apacible,
oculta, casi toda,
y aun firme,
de lo que no pudo ser.

IV
Pero sigo, ignorando
si el que escribo,
atento a lo que hago,
será mi último poema
y acaso,
en el breve silencio que lo siga
el más querido.

V
Ignoro si será
éste el canto
de mis cantos,
como ignoro también,
aun cuando sé que no me faltará,
su presencia,
en la hora oportuna,
qué rasgo asumirá
mi última sonrisa,
la más mía de todas,
cuando ya no oiga a los hombres,
mis hermanos,
sino como un rumor distante,
de hojas y de brisa,
en una inmensa noche desolada.



Poema Madrugada de Fernando Charry Lara



Ciudad de los adioses, invernal, cilo gris
donde la hora impalpable amanece
con un monótono color ya repetido.
Hay quien intenta, junto a los muros
de sus turbias esquinas silenciosas,
descubrir la hermosura secreta por el aire
ante la madrugada en el recuerdo
de un día que no ha sido.

Así, un momento, ligera, alada
te vi en embeleso cruzar.
Déja que la memoria reviva en llamas.
Ahora, mientras mi mano escribe,
o entonces, cuando
el amanecer sobre tu imagen era
no si de realidad o beso, sino de luz, sino de sueño.

Si en otra lívida alborada atravesaras
un nuevo escalofrío,
si regresaras en otra claridad desierta,
tú misma, cuerpo o ráfaga desnuda
de otro espacio no mío, cálido y solar.
Borrosas calles y llovizna oscura.
Nada sino mi sed, mi desvelo,
nadie sino la voz del entresueño,
nada, final, sino
un eterno encantamiento frío:
terror que lentamente
se entreabre, gesto, belleza cruel
que pasa apenas, fugitiva, sólo al lado un instante,
por entre los adioses,
oh tánta luz en nubes de otro invisible mundo.

De «Los adioses» 1963



Poema Madrigal de Félix Grande



Palabra, dulce y triste persona pequeñita,
dulce y triste querida vieja, yo te acaricio,
anciano como tú, con la lengua marchita,
y con vejez y amor aclamo nuestro vicio.

Palabra, me acompañas, me das la mano, eres
maroma en la cintura cada vez que me hundo;
cuando te llamo veo que vienes, que me quieres,
que intentas construirme un mundo en este mundo.

Hormiguita, me sirvo de ti para vivir;
sin ti, mi vida yo no sé lo que sería,
algo como un sonido que no se puede oír
o una caja de fósforos requemada y vacía.

Eres una cerilla para mí, como ésa
que enciendo por la noche y con la luz que vierte
alcanzo a ir a la cama viendo un poco, como ésa;
sin ti, sería tan duro llegar hasta la muerte.

Pero te tengo, y cruzo contigo el dormitorio
desde la puerta niña hasta la cama anciana;
y, así, tiene algo de pálpito mi puro velatorio
y mi noche algo tiene de tarde y de mañana.

Gracias sean para ti, gracias sean, mi hormiga,
ahora que a la mitad de la alcoba va el río.
Después, el mar; tú y yo ahogando la fatiga,
alcanzando abrazados la fama del vacío.



Poema Mudo Que Rompe A Hablar de Félix Grande



He querido expresarme
Toda mi vida he querido expresarme.
No tengo otro destino, otro afán, otra ley.

Fui actos sucesivos
y el olvido que destilaban
los corroía a ellos ya mí.

Sobre los actos fui palabras
y ellas buscaban una lumbre
que no me calentaba a mí.

Palabras y actos juntos
nada son sin placer del cuerpo.

Ahora regreso de esa vida umbría
buscando siempre calor de mujer.
Palabras y actos sólo allí me expresan.

Tu piel junto a mi piel, eso es lenguaje.

Todo cuanto pretenda enmudecerlo
maldito sea



Poema Mientras Desciende El Sol… de Félix Grande



Mientras desciende el sol, lento como la muerte,
observas a menudo esa calle donde está la escalera
que conduce a la puerta de tu guarida. Dentro
se encuentra un hombre pálido, cumplida ya, remota
la mitad de su edad; fuma y se asoma
hacia la calle desviada; soríe solitario
a este lado de la ventana, la famosa frontera.

Tú eres ese hombre; una hora larga llevas
viendo tus propios movimientos
pensando desde fuera, con piedad,
las ideas que en el papel pacientemente depositas;
escribiendo, como fin de una estrofa,
que es muy penoso ser, así, dos veces,
el pensarse pensando,
la vorágine sinuosa de mirar la mirada,
como un juego de niños que tortura, paraliza, envejece.

La tarde, casi enferma de tan lejana,
se sumerge en la noche
como un cuerpo harto ya de fatiga, en el mar, dulcemente.
Cruzan aves aisladas el espacio de color indeciso
y, allá al final, algunos caminantes pausados
se dejan agostar por la distancia; entonces
el paisaje parece un tapiz misterioso y sombrío.

Y comprendes, despacio, sin angustia,
que esta tarde no tienes realidad, pues a veces
la vida se coagula y se interrumpe, y nada entonces
puedes hacer contra ello, más que sufrir un sufrimiento,
desorientado y perezoso, una manera de dolor marchito,
y recordar, prolijamente,
algunos muertos que fueron desdichados.



Poema Miss Babian Atendiendo… de Fanor Téllez



EN UN BAR DE LA COSTA ATLANTICA

Miss Babian, en este bar costeño,
atiende a rudos negros
recién llegados,
que tienen sombreritos comprados
en la Quinta Avenida de Nueva York.
Es la reina de Saba,
sonriente y frágil
con cejas tupidas finas
y falda como bolsón
pero debajo está su carne tensa,
toda la piel nocturna
con la luna de los dientes
y las dulces lascivas estrellas de sus ojos
ardiendo al sonido de su corazón-tambor
de Africa.
Miss Babian camina
como que danzara
y una oscura cintura te mostrara
en prolongaciones de onda,
pulidos de luz vientre o caderas,
adentrándote al sueño elíptico
en eternal copulación.



Poema Mudanza de Fabio Morábito



A fuerza de mudarme
he aprendido a no pegar
los muebles a los muros,
a no clavar muy hondo,
a atornillar sólo lo justo.
He aprendido a respetar las huellas
de los viejos inquilinos:
un clavo, una moldura,
una pequeña ménsula,
que dejó en su lugar
aunque me estorben.
Algunas manchas las heredo
sin limpiarlas,
entro en la nueva casa
tratando de entender,
es más,
viendo por dónde habré de irme.
Dejo que la mudanza
se disuelva como una fiebre,
como una costra que se cae,
no quiero hacer ruido.
Porque los viejos inquilinos
nunca mueren.
Cuando nos vamos,
cuando dejamos otra vez
los muros como los tuvimos,
siempre queda algún clavo de ellos
en un rincón
o un estropicio
que no supimos resolver.



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