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Poema Madre, Nosotros También Somos Historia (iv) de Francisco Morales Santos



Desde el fondo del tiempo me regalas adioses temporales
que datan de mis idas nerviosas a la escuela;
me sigues mentalmente como una estrella
y festejas mi regreso con la flor de tu sonrisa.
Tu bella piel anciana ha venido a ser un mapa
que expone los caminos de la perseverancia.

¡Cuán espléndida has sido todo el tiempo
amparándome en el diáfano cielo de tus ojos!
Los días ordinarios los has hecho mejores
hasta parecer de cumpleaños.
Siempre has sido igualita a ti misma;
tu riqueza provino de la tierra al igual que tu hermosura.
Lástima grande que no pueda grabar en el poema tus palabras,
pero tengo el placer ilimitado de guardar su eco,
la suerte de apoyar mi corazón sobre ellas.

He cantado tu presencia entre plática y plática
mientras unas estrellas aparecen y otras ceden el sitio
a tu memoria. Colocando los pies sobre la tierra
he tomado tus grandes sentimientos para arrostrar el tiempo.
Quiérase o no, tus actos han sido la argamasa con que se edifica
este país carajo; país hecho de actos sencillos y humanos simples
que, al cabo, es lo que cuenta,
porque nosotros, madre, también somos historia.



Poema Madre, Nosotros También Somos Historia (iii) de Francisco Morales Santos



Si una espiga hay en el campo,
una espiga que de alta da alivio al horizonte,
una espiga que no tranza jamás con huracanes
y es una espiga roja,
que a nadie quepa duda que tú eres,
que no importe si muestras las mejillas
preñadas por el fuego y el sol de marzo a mayo.

Cuán grato es encontrar en tu matiz de terracota
la luz inacabable que extendiste como un manto
sobre mi práctica de niño.
No es posible olvidar que en prolongados inviernos y penumbras
arrojabas al fuego nuestro espanto,
pues tus palabras tenían claror de pirotecnia,
lo alumbraban todo,
lo arrullaban todo.

A veces cuando había desánimo en el frente
del juego y los deberes
o cuando atrincherado en mi edad golpeaba el talón de tu paciencia,
no tenías ningún inconveniente en evocar tu infancia,
breve, ineficaz infancia
amputada a los once años
-edad de las sorpresas del físico y del mundo-,
amputada por padrinos tremendamente crueles
a quienes terminaste llamándolos patronos.

Me costaba entender este atropello, no así soltar el llanto
en el pozo profundo de tu memoria.

Cómo quise beber esos vinagres, cargar con esos días,
creer que me enseñabas a contar ficciones.
Nada fue de película. Todito fue tan cierto
como que hoy pienso en ti en dimensión de universo.
Tú estabas entre los elegidos para abrir con furia
los senos de la tierra, los senos duros y viejos de la tierra,
pedirle horas extras a la luz del día
y tomar media ración de sueño.
Fue así como nos diste pan remojado en pena.

Para disimularlo, madre, tenías una gracia que es de antología.



Poema Madre, Nosotros También Somos Historia (ii) de Francisco Morales Santos



No me puedo quejar de tu cariño del cual soy bien servido,
ni andarme por las ramas cuando hay que echar el hombro,
ni presentar excusas a quienes recolectan sentimientos dulces,
ni ser inexpresivo como los bustos de los parques
mientras sea tu nombre el engranaje central de mi existencia
y tu mano esté en las mías como una banderita,
mientras pases por la ventana de mi alma
invitándome a reandar tu vida más allá del tiempo
en que di con tu figura
y mi corazón realmente empezó a condescender.
No puedo, en definitiva, vivir sólo de broncas,
a menos que el motivo por el que te quedaste sin pan ni escuela
exija, como decía Ernesto, mi odio intransigente.

Y para que no quede nostalgia que alimentar mañana,
para que no quede canción insatisfecha,
para que no aparezcas frágil, borrosa, o no aparezcas,
lo cual sería injusto,
que se alcen los recuerdos, que devengan en sol
y viva tu gesto de heroína en el frente de la vida.

La suerte del poema no deja de inquietarme.
Nació en el peor momento
pero, ¿es que hemos tenido una época apropiada
para decirte: madre, ven siéntate y disfruta
pues en tu honor he puesto a rodar la poesía?
Nació cuando el reemplazo de lluvias orquestales
por lluvias radiactivas,
nació donde la muerte deja ayes esparcidos
que vamos espigando,
nació en el peor momento
desprendiéndose de esa misma circunstancia popular
desestimada, relegada a segundo plano;
nació extramuros de la lírica pura
y, sin embargo…



Poema Manifiesto de Francisco Magaña



Decía que:
en sus ojos el silencio es un pájaro abril de madrugada,
la espera es la abolición del instante.
Decía que:
una palabra es la revelación del signo que jamás alcanzaremos a descifrar,
la escritura es la tinta más endeble de su propia interrogante,
la noche aparece como una mera manifestación de entidades amorfas que se disipan al amanecer, y en ella el recuerdo es una paloma aleteando sus asombros.
Y decía que decir es una palabra muerta.



Poema Muero Por Deslizar, Verticalmente Mi Lengua de Francisco Hernández



Muero por deslizar, verticalmente,
mi lengua entre tus labios.
Por humedecer, horizontalmente,
el imposible rencor de tus encías.

Se me antojan tus ojos cuando,
repletos de placer, miran empavesados
espejismos.

Desnúdate. Blanquea la oscuridad.
Ya crecieron mis uñas.
Ya encaminadas van hacia tus labios.



Poema Mis Manos En Tu Espalda de Francisco Hernández



Mis manos en tu espalda
desconocen la artritis
y las sombras de la deformación.

Mis manos, en tus muslos,
no piensan en un río
ni en la inconsciencia de la navegación.

Mis manos, en tus manos,
no extrañan cuello alguno
ni se avergüenzan
de un antojo de trampa,
de una esperanza de mutilación.



Poema Mayo Se Hizo Presente Y Las Nubes Entraron de Francisco Hernández



Mayo se hizo presente y las nubes entraron
a la casa tomando posesión de los floreros.
Te imagino con la cara lavada en una mecedora, puliendo
monedas de oro. El escaso viento palúdico
me trae un olor a camarones vivos, a tehuanas
con frialdad de cerveza en los aretes.
Un perro iluminado por Toledo trata de morder
tus tobillos. Las monedas de oro caen sobre el
mosaico y dan con el canto en el origen de
los ladridos.
Todo se dispersa. Mayo se deja encadenar por el
pintor, y el artista y el mes se van con sus
resplandores a otra parte.
Junio se hace presente con sus altanerías.
Es decir, con sus fechas de muerte, rabia y nacimiento.



Poema Mariposa de Francisco Hernández



Tu sexo,
una mariposa negra.
Y no hay metáfora:
entró por la ventana
y fue a posarse
entre tus piernas.



Poema Mar De Fondo (xx) de Francisco Hernández



Sentado al borde de la cama, es decir, al borde del abismo, miro el suelo distante que me espera. Lo toco con la punta del pie como se toca el agua de un estanque: lo siento helado y ríspido, frágil y plagado de nudos, como la mano al sol de un viejo artrítico.

Doy mis primeros pasos sobre la cuerda floja de la convalecencia. Camino hacia la luna del ropero, miro mi palidez de azogue, mi cabello revuelto y largo, las cuencas inhabitadas de los ojos.

Se tienden hacia mí apoyos que desprecio. Huele a flor de naranjo el espesor del día.

El arroyo ha dejado de ser un rumor, un fétido carcelero, la amenaza del fin del mundo.

El cielo, de un milagroso azul doliente, se recorta detrás de los tejados y de la copa del tamarindo.

Una alondra me dice que estamos en primavera.

La calle es un largo delirio hacia el futuro.

La casa, una pompa de jabón frente a una espina.



Poema Mar De Fondo (xviii) de Francisco Hernández



A partir de septiembre el río no ha hecho más que crecer.

Se lleva lo que a su paso encuentra: casas, puentes, arrumbadas berlinas y muros de contención. La cola del huracán, envuelta en lluvia, llena mi espacio de pájaros sin nido que irrumpen como malas noticias.

Mi madre se angustia serenamente. Dice que si yo no estuviera todo el tiempo enfermo podría salir y colocar en el corredor, sobre el butaquito de cuero de venado, la imagen de Santo Domingo Sabio. Así quedaríamos a salvo de inundaciones y otros males del agua.

Ayer el río mató a una niña. Le clavó sus colmillos de lodo en el cuello, se metió entre sus piernas hasta salirle por las orejas y la puso a flotar en parihuela de nieve negra.

El ruido de la creciente despide un hedor extraño que se adhiere a las cosas. Un olor con dientes que vence las alfarjías, se acomodaen páginas impares, se sienta frente a mí con las piernas cruzadas, mira su corazón en el espejo.

Debajo de la almohada guardo una pelota de béisbol y una aguja capotera.

Cuando los temblores arrecian, me froto la pelota vigorosamente para que recoja ese maldito sudor que corre por mi cuerpo como río crecido.

La aguja me la clavo en la lengua hasta perder el conocimiento.



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