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Poema Momentos Nocturnos de Jorge Gaitán Durán



Miré el tiempo y conocí la noche.
Mi mente puso incendios en la nada.
Fueron soles, miríadas, que llenaban
el cielo. Todo era cielo.
Tuve todo, menos dioses en impasible
felicidad. Viví con embeleso
en el radiante concierto de los mundos.

De astro en astro, hasta el infinito
pudieron ojos mortales
medir al fin la pequeñez humana.
De galaxia en galaxia, iba el alma
tras la vista, hacia firmamentos
en donde nada medra ni concluye.

Cantó en el cielo el azul de la noche
y el ruiseñor huyó al umbral del tiempo.
Los cerros llamaron con música de vuelo
a las estrellas. Pasó un ciervo blanco
por el sigilo húmedo del bosque,
y en la sombra despertó tu desnudo.
la tierra fue de nuevo mi deseo.



Poema Montsalvat (fragmentos) de Jorge Fernández Granados



Sobre un acantilado las águilas guardan Montsalvat,
la cúspide en ruinas que alojaron los muros del castillo.
Ahora sólo el viento punza la sinfonía del eco y habla
contando la leyenda a las nieves latinas de los riscos.
La luna encumbra su vórtice de emblemas sobre el alcázar
y tensa los hilos del telar donde escapaba su frío,
junto al pecho iluminado por la ofrenda de otro regreso,
rumbo a la soledad, cuya pureza prometía el encuentro.

*

No es la tumba otra nieve que la blanquísima
de los templos
donde el cruzado atormentó la esclavitud de su corona
y el dolor descifró una vez la oposición de los espejos.
Es el trovador el que sangra de las muertes la amorosa
de su ermitaño laúd junto al tribunal del forastero.
No hay canción para el amor de provenzales, ni su derrota
sobre el campo de batalla igualará el mármol de sus almas.
Gobernarán la frente, luz de tus anillos, Montsalvat.

*

¿Existieron las batallas bajo este polvo que se pierde,
donde la tierra es el filamento que respira la furia?
Veo tus pies marcados por el alba de un fuego que me advierte
la edad terrible del amor que en otros me conjuga.
Háblame de las armas que se apagaron bajo la nieve,
del número celeste de los perdidos bajo las cúpulas.
Celebra junto a mí el tamaño final de tu desastre.
Amarga en esta boca el diálogo fecundo de tu sangre.

*

Veo en tu fascinación los ojos elípticos del ópalo.
Duran en mi llaga los diamantes hechos polvo y espacio,
sentencia, vestigio, cantiga de amianto donde el escombro
de tu increada heredad es la víspera de los estragos
que estallan sobre la cal de una profecía sobre el polvo
con la inventada avidez de mi mano sin dueño, buscando
la luna que todavía no está en la boca del regreso,
aquella que pernocta en la ceniza sus mendigos hechos.

*

¿Dónde estuviste que olvide tu nombre cuando entré a las llamas?
¿Había sido tu oficio de borrar lugares, de ver
la vestidura fugitiva de la nieve en las palabras?
Por un instante recordé tus ojos y al morir te amé.
El hombro de mi alma en el umbral de la puerta te tocaba.
Criatura de tu mar, soñé la cifra que fundó mi sed.
Quizá la sangre pide luz para su sombra, pide fruto
para emprender el largo retorno a su originario mundo.

*

Llévame donde el sueño desfloró una cárcel de palabras.
Búscame en la herida fugaz de los granizos de noviembre.
Por cada estrella que murió de frío, arderá mi casa,
y por el lecho donde el guerrero halló virgen a la muerte
volveré con las huellas de mi aldea para fundar el alma.
Seremos el agua que en su viaje fue el sello de tu frente,
la nube fúnebre de lluvia formidable o el aliento
del nombre más pequeño en la asombrada boca del viajero.

*

Pero tuvo precio tu cabeza entre todos los ladrones
porque supiste andar con el dolor que ardió con su sentencia
sin ganarle más monedas a aquel poder de los traidores.
Condenaste los coros de quienes toman perdón y tregua
los vencidos de antemano por el rumor de los azotes.
Diez nunca serán uno en la final miseria de sus lenguas
que callarán su fe, que humillados verán su cobardía.
Si tuvieron precio las hazañas, también serán medidas.

*

Hay un vino que refresca a quienes abrazan el combate,
el alto sabor en el que navega la pelea del alma.
Aprender el oficio de morir nos da la vida, el arte.
Los costados de la paz son islas que nunca nos abarcan,
territorios efímeros donde pasamos al ultraje.
¿Quién no tiene tus cicatrices que le recorren la espalda
como un mapa milenario donde se recuerdan los dones,
apenas un saber que sabe cada cosa por su nombre?



Poema Muchacha En La Playa Junto A Una Palmera de Jorge Esquinca



A mi madre

¿Eres tú la sola mirada que se colma de azules bajo la sombra
de las hojas?
¿La que guarda aún el recuerdo del vestido blanco y los azahares
nupciales?
¿La que monta una bicicleta de plata como acudiendo al llamado
de un deseo imprevisto?
¿La que baila frente a la luna del espejo en una pieza que des-
emboca en el mar?
¿La recién iniciada en los misterios de un amor que viene cre-
ciendo con la resolana de esta playa, desde el sepulto corazón de la
arena?
Si tú supieras, muchacha de la tormenta y la balanza, cómo
arrojar a la primera ronda el naipe de la Torre;
si tú, en tu indolencia sin fin; supieras consultar al León en la
bóveda de fuego y averiguar en tu destino
la óctuple herida de los vástagos en tu porvenir; tú misma, mu-
chacha, palmera bajo la lluvia en el mar interior que hoy desconoces.
¿O serás tal vez la que nunca ha dejado las muñecas españolas
que dibujan diálogos de fósforo en la penumbra de la infancia?
¿O serás entonces la niña que bautiza lebreles con el movimiento
de sus ojos?
María: brote de palmera, tú la segunda primogénita, tú antigua
y joven madre del niño dos veces nacido bajo el signo de abril,
dos veces traído hasta la luz del sagrario, con el auspicio de una
estrella germinal, hoy dividida entre sus manos.
Y nada de esto piensas; nada de esto imaginas ahora, en la
playa, con el mar que gira en torno a tu cintura como el abrazo de
Dios.
Tu frente se despeja y las nubes prolongan su carrera hasta la
orilla del tiempo donde yo te observo, donde yo nunca he estado
aunque tú, tal vez, me adivinas.
El niño inmóvil en tu cielo de agosto. En tu playa de cielo,
muchacha, cuando alzas la mano y tocas la palmera que sólo enton-
ces se enciende.



Poema Más Que Cualquier Ciudad Es Poderosa de Jorge Debravo



Más que cualquier ciudad, es poderosa
la ternura del hombre.
Más que cualquier camino, es caminante
la pisada del hombre.

Más que cualquier silencio, tranquiliza
lo piadoso del hombre.

Más que cualquier olor, es delicioso
el perfume del hombre.

Y más que cualquier dios, es creadora
la esperanza del hombre.



Poema Milagros de Jorge Debravo



Misteriosas substancias emergen de la luz.
Genésicas materias laboran en la noche.

Una mañana amanecerá la muerte
recolectando flores,
subiendo por la savia y por la sangre
para besar al hombre.

Y el tiempo llenará
de ojos los relojes,
para ver el milagro
del hombre haciendo al hombre.



Poema Midömmer de Jorge Carrol



Me suben sus caricias por el perfume de su última mirada.

Me inundan sus miradas por las guitarras del abandono.

Me abandona su recuerdo de madre sentada junto a su morriña eterna.

Me acaricia su voz de ría gallega.

Me muero por tenerla a mi lado falándole.

Mi madre me nació en Gandarío y recién ahora comienzo asumir su Ausencia.



Poema Manhattan de Jorge Carrol



Caminaré por la 45 y abriré los sueños.

Ella vendrá como el smog y nos amaremos lejos el uno del otro, en el rumor
afiebrado de la esquina de Aeroflot. Allí donde los policías se disfrazan de turis-
tas. En esa esquina en la que Ella crecerá una vez más, única.

Después tomaré un vodka martín y Manhattan volverá a ser gris e imperso-
nal, como turista texano.



Poema Mundo 1980 de Jorge Carrera Andrade



Millares de personas
iguales
sentadas en sillas
iguales
en cafés y bares
iguales.

Millares de vitrinas
iguales
sobre calles y plazas
iguales
en ciudades y pueblos
iguales.

Sólo la nube finge
una isla
Poblada de figuras
distintas.



Poema Mademoiselle Satán de Jorge Carrera Andrade



Mademoiselle Satán, rara orquídea del vicio.

¿Por qué me hiciste di, de tu cuerpo regalo?

La señal de tus dientes llevo como un silicio

y en mi carne posesa del enemigo malo.

¿Por qué probó mi lengua el sabor de tu sexo

y el vino que la noche destilan tus pezones?

¿Por qué el vello que nace de tu vientre convexo

se erizó para mí con nuevas tentaciones?

¿Por qué se ha hundido en mis labios tu lengua venenosa

y se hollaron tus ojos con lúbrico signo?

Y cuando haces vibrar tu desnudez lechosa

pienso que debes ser la hembra del maligno.

Yo la he visto desnuda Señor, sí, yo la he visto.

Tembló y quedóse el alma eternamente muda;

prefiero a ese recuerdo los tres clavos de Cristo,

a la Cruz, antes que verla en mis noches, desnuda.

Señorita Satán, tú que todo lo puedes,

tus hombros, tu cadera que reclama el incienso,

tus suaves pies, tus brazos, son otras redes,

tendidas hacia el pobre corazón indefenso.

Me diste el dulce zumo de tu boca, el turbante

martirio de tus muslos, ceñiste mi cintura

y cuando fuimos presos del espasmo extenuante

tu enorme beso fue como una quemadura.

Eres la hembra única, lo mismo en el reposo

que en el sensual combate. Santa orquídea del vicio

hasta cuando torturas con tu cuerpo oloroso,

no hay placer en el mundo que iguale a aquel suplicio.

Satán, mujer que tienes un rubí en cada pecho,

tus verdes ojos lúbricos son siempre una asechanza,

tu desnudez que viene las noches a mi lecho,

para mi ciego olvido es tu mejor venganza.



Poema Manual De Los Buenos Modales de Jorge Boccanera



Mis vecinos son sanos,
tienen el paso elástico y recortan el césped los domingos.
Pero yo no conozco a mis vecinos.
Tengo mi casa aquí,
pinte verde la verja, la pared blanca, pero no los conozco.
Los supongo educados,
eso se ve en el moño que corona sus bolsas de basura.
Mis vecinos son sanos,
tienen un perro largo que arrastra las orejas
y un jardín de candados.
Tengo mi casa aquí, puse una piedra, planté una
veranera,
pero no los conozco.
Cada mañana escucho el golpe del periódico contra sus
puertas de metal.
Estoy viendo mi casa: si le prendiera fuego, un curioso
quizá se acercaría.
Pienso en mi casa, tal vez si la quemara
este barrio sería más amable.



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