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Poema Mi Propia Profecía Es Mi Memoria de José Manuel Caballero Bonald



Vuelvo a la habitación donde estoy solo
cada noche, almacén de los días
caídos ya en su espejo naufragable.
Allí, entre testimonios maniatados,
yace inmóvil mi vida: sus papeles
de tornadizo sueño. La madera,
el temblor de la lámpara, el cristal
visionario, los frágiles
oficios de los muebles, guardan
bajo sus apariencias el continuo
regresar de mis años, la espesura
tenaz de mi memoria, toda
la confluencia simultánea
de torrenciales cifras que me inundan.

Mundo recuperable, lo vivido
se congrega impregnando las paredes
donde de nuevo nace lo caduco.
Reconstruidas ráfagas de historia
juntan el porvenir que soy. Oh habitaci6n
a oscuras, súbitamente diáfana
bajo el fanal del tiempo repetible.

Suenan rastros de luz allá en la noche.
Estoy solo y mis manos
ya denegadas, ya ofrecidas,
tocan papeles (este amor, aquel
sueño), olvidadas siluetas, vaticinios
perdidos. Allí mi vida a golpes
la memoria me orada cada día.

Imagen ya de mi exterminio,
se realiza de nuevo cuanto ha muerto.
Mi propia profecía es mi memoria:
mi esperanza de ser lo que ya he sido.

«Memorias de poco tiempo» 1954



Poema Mirador Umbrío de José Lupiáñez



Desde la torre observas cómo cae la tarde,
las últimas montañas perdidas con la niebla,
los árboles que ascienden levemente, el abismo,
el fulgor de los astros que brillan por tus ojos.
Cerca quedan las playas del Sur, amplias
y lentas, vacías a esta hora en que el mar
se desvanece en fuegos. Vive el mar en la brisa,
su mágico vaivén como tus pasos, firmes,
en este oscuro mirador, alto, insomne,
distante como el humo de la ciudad en calma.
Y es el tiempo que inventa su eterno desvarío,
tu sombra, ya fundida con las sombras del mundo.



Poema Marie Claire de José Lupiáñez



Una noche en París me raptó Marie Claire;
me tomó de la mano, me llevó a su mansión,
me tendió sobre un lecho, se quitó el camisón
y mostró sus encantos, que eran dignos de ver.

Derramó sus oscuros cabellos sobre mí
y abrazó bien mi vida, que no vale un real.
Se ofreció sin reservas, turbadora, ideal
y apretó entre sus muslos mi liviano existir.

Oh sultana divina, qué pasión, qué placer
galopar sobre un cuerpo de tan firme esplendor;
oh amazona de un cuento, tú sí sabes de amor,
de ese amor que nos hace invencibles, tal vez.

Hoy me acuerdo del triunfo de Les Champs Elysée
y del Sena y tus labios, de tu olor de azahar,
y me pongo muy triste, y me pongo a pensar
en un lecho, una noche de París, Marie Claire.



Poema Mañana En Kovalam de José Lupiáñez



Asisto al despertar del nuevo día
en las hermosas playas de Kovalam.
Saludan a mis ojos las palmeras
agitando sus ramas solemnes como brazos
y el mar, el Mar de Arabia, con sus peldaños
de espuma hacia el infinito.
Sobre la orilla lenguas de sal que se suceden
en un vaivén sin tregua: mueren, viven,
vienen del horizonte borroso por la bruma,
desde aquel horizonte que el misterio ha trazado
y hasta mis plantas llegan en su oscilar salvaje.
Cuervos azules graznan en las copas
y esta brisa tan dulce va aliviando las sienes
en el amanecer majestuoso.
Cruzan barcas oscuras a lo lejos,
mientras el mar me dice furioso su mensaje.
El sol, tímido ahora, hace de oro las rocas
por momentos. El sol, el mar, la vida que comienza
en las hermosas playas de Kovalam.



Poema Mi Madre… de José Luis Rivas



Mi madre
algo tiene de maga y de palmera
Se arrodilla ante mí
Me unge los párpados

Entre los senos
Asoma su amuleto

Gotas de púrpura
Deslíe
Por un doble desfiladero
Hacia el fragante valle

Con su fuente de espíritus
Su corza herida
Y su lecho de malva
Entre dos sauces



Poema Mecánica Nacional de José Luis Piquero



Me deprimen los tíos que esperan en un coche,
el codo necesario sobre la ventanilla
y la radio ofendiendo con la canción de moda.

Quedan bien en las tardes de sol, y los veranos,
por extensión, son suyos. Cuando cruzas
la calle sola y pesan
la calle, el sol, el día que te vive,
ahí están ellos, fuma que te fuma,
dueños del sol, del día, de la calle y del coche.

No me gustan.
¿Qué novias que no llegan
o qué esposas con bolsas o qué amigos
esperan siempre? En otras circunstancias
de lugar y de tiempo harían un buen cuadro
de Hopper. Pero no:
aunque se les ve solos, simbolizan
la compañía; siempre tiene premio
su paciencia contenta.

Será eso en el fondo, una traición
pequeña, involuntaria, como un miedo doméstico:
la culpa de no ser más que costumbre.



Poema Malo de José Luis Piquero



Yo soy malo. ¿Recuerdas cuando Gina
me lo llamaba -Malo-, no con esa
complicidad coqueta tras mi típica broma
cruel a costa de alguien, sino en serio
y con la gravedad de lo que es cierto
y muy triste (ya estábamos
a punto de dejarlo).

Es curioso: de niños somos ?malos?
sin más; después ser malo
se llena de matices: eres cínico
(malo), rebelde (malo), contestón
(malo).
Llegas a adulto y las palabras
recuperan su antigua contundencia:
te miran con sorpresa y rebuscado
espanto y ¡Tú eres malo!, dice alguien
resumiéndolo todo, tus traiciones
cotidianas, tus infidelidades,
tu vicio: causar daño.
Vicios: Bichos.
Ninguna casa está libre de bichos.

En cada grieta, bajo tu colchón.
Huyen de ti, te pican, te dan miedo.
Se alimentan de ti.



Poema Muerte De Narciso de Jose Lezama Lima



Dánae teje el tiempo dorado por el Nilo
envolviendo los labios que pasaban
entre labios y vuelos desligados.
La mano o el labio o el pájaro nevaban.
Era el círculo en nieve que se abría.
Mano era sin sangre la seda que borraba
la perfección que muere de rodillas
y en su celo se esconde y se divierte.

Vertical desde el mármol no miraba
la frente que se abría en loto húmedo.
En chillido sin fin se abría la floresta
al airado redoble en flecha y muerte.
¿No se apresura tal vez su fría mirada
sobre la garza real y el frío tan débil
del poniente, grito que ayuda la fuga
del dormir, llama fría y lengua alfilereada?

Rostro absoluto, firmeza mentida del espejo.
El espejo se olvida del sonido y de la noche
y su puerta al cambiante pontífice entreabre
Máscara y río, grifo de los sueños.
Frío muerto y cabellera desterrada del aire
que le crea, del aire que le miente son
de vida arrastrada a la nube y a la abierta
boca negada en sangre que se mueve.

Ascendiendo en el pecho sólo blanda,
olvidada por un aliento que olvida y desentraña.
Olvidado papel, fresco agujero al corazón
saltante se apresura y la sonrisa al caracol.
La mano que por el aire líneas impulsaba
seca, sonrisas caminando por la nieve.
Ahora llevaba el oído al caracol, el caracol
enterrando firme oído en la seda del estanque.

Granizados toronjiles y ríos de velamen congelados,
aguardan la señal de una mustia hoja de oro,
alzada en espiral, sobre el otoño de aguas tan hirvientes.
Dócil rubí queda suspirando en su fuga ya ascendiendo.
Ya el otoño recorre las islas no cuidadas, guarnecidas
islas y aislada paloma muda entre dos hojas enterradas.
El río en la suma de sus ojos anunciaba
lo que pesa la luna en sus espaldas y el aliento que en halo convertía

Antorchas como peces, flaco garzón trabaja noche y cielo,
arco y cestillo y sierpes encendidos, carámbano y lebrel.
Pluma morada, no mojada, pez mirándome, sepulcro.
Ecuestres faisanes ya no advierten mano sin eco, pulso desdoblado:
los dedos en inmóvil calendario y el hastío en su trono cejijunto.
Lenta se forma ola en la marmórea cavidad que mira
por espaldas que nunca me preguntan, en veneno
que nunca se pervierte y en su escudo ni potros ni faisanes.

Como se derrama la ausencia en la flecha que se aísla
y como la fresa respira hilando su cristal,
así el otoño que en su labio muere, así el granizo
en blando espejo destroza la mirada que le ciñe,
que le miente la pluma por los labios, laberinto y halago
le recorre junto a la fuente que humedece el sueño.
La ausencia, el espejo ya en el cabello que en la playa
extiende y el aislado cabello pregunta y se divierte.

Fronda leve vierte la ascensión que asume.
¿No es la curva corintia traición de confitados mirabeles,
que el espejo reúne o navega, ciego desterrado?
Ya sólo cae el pájaro, la mano que la cárcel mueve,
los dioses hundidos entre la piedra, el carbunclo y la doncella.
Si la ausencia pregunta con la nieve desmayada,
forma en la pluma, no círculos que la pulpa abandona sumergida.

Triste recorre – curva ceñida en ceniciento airón –
el espacio que manos desalojan, timbre ausente
y avivado azafrán, tiernos redobles sus extremos.
Convocados se agitan los durmientes, fruncen las olas
batiendo en torno de ajedrez dormido, su insepulta tiara.
Su insepulta madera blanda el frío pico del hirviente cisne.
Reluce muelle: falsos diamantes; pluma cambiante: terso atlas.
Verdes chillidos: juegan las olas, blanda muerte el relámpago en sus venas.

Ahogadas cintas mudo el labio las ofrece.
Orientales cestillos cuelan agua de luna.
Los más dormidos son los que más se apresuran,
se entierran, pluma en el grito, silbo enmascarado, entre frentes y garfios.
Estirado mármol como un río que recurva o aprisiona
los labios destrozados, pero los ciegos no oscilan.
Espirales de heroicos tenores caen en el pecho de una paloma
y allí se agitan hasta relucir como flechas en su abrigo de noche.

Una flecha destaca, una espalda se ausenta.
Relámpago es violeta si alfiler en la nieve y terco rostro.
Tierra húmeda ascendiendo hasta el rostro, flecha cerrada.
Polvos de luna y húmeda tierra, el perfil desgajado en la nube que es espejo.
Frescas las valvas de la noche y límite airado de las conchas
en su cárcel sin sed se destacan los brazos,
no preguntan corales en estrías de abejas y en secretos
confusos despiertan recordando curvos brazos y engaste de la frente.

Desde ayer las preguntas se divierten o se cierran
al impulso de frutos polvorosos o de islas donde acampan
los tesoros que la rabia esparce, adula o reconviene.
Los donceles trabajan en las nueces y el surtidor de frente a su sonido
en la llama fabrica sus raíces y su mansión de gritos soterrados.
Si se aleja, recta abeja, el espejo destroza el río mudo.
Si se hunde, media sirena al fuego, las hilachas que surcan el invierno
tejen blanco cuerpo en preguntas de estatua polvorienta.

Cuerpo del sonido el enjambre que mudos pinos claman,
despertando el oleaje en lisas llamaradas y vuelos sosegados,
guiados por la paloma que sin ojos chilla,
que sin clavel la frente espejo es de ondas, no recuerdos.
Van reuniendo en ojos, hilando en el clavel no siempre ardido
el abismo de nieve alquitarada o gimiendo en el cielo apuntalado.
Los corceles si nieve o si cobre guiados por miradas la súplica
destilan o más firmes recurvan a la mudez primera ya sin cielo.

La nieve que en los sistros no penetra, arguye
en hojas, recta destroza vidrio en el oído,
nidos blancos, en su centro ya encienden tibios los corales,
huidos los donceles en sus ciervos de hastío, en sus bosques rosados.
Convierten si coral y doncel rizo las voces, nieve los caminos,
donde el cuerpo sonoro se mece con los pinos, delgado cabecea.
Mas esforzado pino, ya columna de humo tan aguado
que canario es su aguja y surtidor en viento desrizado.

Narciso, Narciso. Las astas del ciervo asesinado
son peces, son llamas, son flautas, son dedos mordisqueados.
Narciso, Narciso. Los cabellos guiando florentinos reptan perfiles,
labios sus rutas, llamas tristes las olas mordiendo sus caderas.
Pez del frío verde el aire en el espejo sin estrías, racimo de palomas
ocultas en la garganta muerta: hija de la flecha y de los cisnes.
Garza divaga, concha en la ola, nube en el desgaire,
espuma colgaba de los ojos, gota marmórea y dulce plinto no ofreciendo.

Chillido frutados en la nieve, el secreto en geranio convertido.
La blancura seda es ascendiendo en labio derramada,
abre un olvido en las islas, espada y pestañas vienen
a entregar el sueño, a rendir espejo en litoral de tierra y roca impura.
Húmedos labios no en la concha que busca recto hilo,
esclavos del perfil y del velamen secos el aire muerden
al tornasol que cambia su sonido en rubio tornasol de cal salada
busca en lo rubio espejo de la muerte, concha del sonido.
Si atraviesa el espejo hierven las aguas que agitan el oído.
Si se sienta en su borde o en su frente el centurión pulsa en su costado.
Si declama penetran en la mirada y se fruncen las letras en el sueño.
Ola de aire envuelve secreto albino, piel arponeada,
que coloreado espejo sombra es de recuerdo y minuto del silencio.
Ya traspasa blancura recto sinfín en llamas secas y hojas lloviznadas.
Chorro de abejas increadas muerden la estela, pídenle el costado.
Así el espejo averiguó callado, así Narciso en pleamar fugó sin alas.



Poema Minerva Define El Mar de Jose Lezama Lima



Proserpina extrae la flor
de la raíz moviente del infierno,
y el soterrado cangrejo asciende
a la cantidad mirada del pistilo.
Minerva ciñe y distribuye
y el mar bruñe y desordena.

Y el cangrejo que trae una corona.

La batidora espuma, la anémona
desentrañando su reloj nocturno,
la aleta pectoral del Ida nadador.
Su pecho, delfín sobredorado,
cuchillo de la aurora.
Ciegos los peces de la gruta,
enmarañan, saltan, enmascaran,
precipitan las ordenanzas áureas
de la diosa, paloma manadora..
Entre columnas rodadas por las algosas
sierpes, los escondrijos de las arengas
entreabren los labios bifurcados
en la flor remando sus contornos
y el espejo cerrando el dominó
grabado en la puerta cavernosa.
Su relámpago es el árbol
en la noche y su mirada
es la araña azul que diseña
estalactitas en su ocaso.
Acampan en el Eros cognocente,
el mar prolonga los corderos
de las ruinas dobladas al salobre.
Y al redoble de los dentados peces,
el cangrejo que trae una corona.
Caduceo de sierpes y ramajes,
el mar frente al espejo,
su silencioso combate de reflejos
desdeña todo ultraje
del nadador lanzado a la marina
para moler harina fina.
Lanzando el rostro en aguas del espejo
interroga los cimbreantes
trinos del colibrí y el ballenato.
El dedo y el dado
apuntalan el azar,
la eternidad en su gotear
y el falso temblor del múrice disecado.
El mascarón de la Minerva
y el graznar
de las ruinas en su corintio
deletrear,
burlan la sal quemando las entrañas del mar.

El bailarín se extiende con la flor
fría en la boca del pez,
se extiende entre las rocas
y no llega al mar.
Roto el mascarón de la minerva,
otrora la cariciosa llanura de la frente
y el casco cubriendo los huevos de la tortuga.
Subía sobre la hoguera de la danza,
extendido el bailarín, sumado con la flor,
no pudo tocar el mar,
cortado el fuego por la mano del espejo.
Sin invocarte, máscara golpeada de Minerva,
sigue distribuyendo corderos de la espuma.
Escalera entre la flor y el espejo,
la araña abriendo el árbol en la noche,
no pudo llegar al mar.

Y el cangrejo que trae una corona.



Poema Melodía de Jose Lezama Lima



Melodía de la sombra penetra la dureza
de la piel acompañante y ya me pide
un anhelar pasivo que la incline
al borde níveo donde el aire empieza.

Dulce secreto la gaviota o ya se afine
la sombra que extendía la pereza
de la piel, negando que al irse se descuelgue
de la sonrisa en que muere su destreza.

No es melodía ni fuga en la marina
onda rota que recuerda el sueño salpicado
de pluma y pleamar en piel que el aire olvida.

Corvo vidrio en la mano destrenzado.
Frío dardo cayendo más afina
el humo hacia la flauta y olvido deseado.



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