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Poema Paseo Sentimental de Leopoldo Lugones



Íbamos por el pálido sendero
hacia aquella quimérica comarca,
donde la tarde, al rayo del lucero,
se pierde en la extensión como una barca

Deshojaba tu amor su blanca rosa
en la melancolía de la estrella,
cuya luz palpitaba temerosa
como la desnudez de una doncella.

El paisaje gozaba su reposo
en frescura de acequia y de albahaca
Retardando su andar, ya misterioso,
lenta y oscura atravesó la vaca.

La feliz soledad de la pradera
te abandonaba en égloga exquisita
y el vibrante silencio sólo era
la pausa de una música infinita.

Púsose la romántica laguna
sombríamente azul, más que de cielo,
de serenidad grave, como una
larga quejumbre de «violoncello»,

La ilusión se aclaró con indecisa
debilidad de tarde en tu mirada,
y blandamente perfumó la brisa,
como una cabellera desatada.

La emoción del amor que con su angustia
de dulce enfermedad nos desacerba,
era el silencio de la tarde mustia
y la piedad humilde de la hierba.

Humildad olorosa y solitaria
que hacia el lívido ocaso decaía,
cual si la tierra, en lúgubre plegaria,
se postrase ante el cielo en agonía.

Al sentir más cordial tu brazo tierno,
te murmuré, besándote en la frente,
esas palabras de lenguaje eterno,
que hacen cerrar los ojos dulcemente.

Tus labios, en callada sutileza,
rimaron con los míos ese idioma,
y así, en mi barba de leal rudeza,
fuiste la salomónica paloma.

Ante la demisión de aquella calma
que tantos desvaríos encapricha,
sentí en el beso estremecerse tu alma,
al borde del abismo de la dicha.

Mas en la misma atónita imprudencia
de aquel frágil temblor de porcelana,
a mi altivez confiaste tu inocencia
con una fiel seguridad de hermana,

y de mi propio triunfo prisionero,
me ennobleció la legendaria intriga
que sufre tanto aciago caballero
portante el mal de rigorosa amiga.

Sonaba aquel cantar de los rediles
tan dulce que parece que te nombra,
y florecía estrellas pastoriles
el inmenso ramaje de la sombra.

La noche armonizábase oportuna
con la emoción del cántico errabundo,
y la voz religiosa de la luna
iba encantando suavemente al mundo.

Sol del ensueño, a cuya magia blanca
conservas, perpetuado por mi afecto,
el azahar que inmarcesible arranca
la novia eterna del amor perfecto.

Tonada montañesa que atestigua
una quejosa intimidad de amores,
apalabrando con su letra antigua
«El dulce lamentar de dos pastores».

Y vino el llanto a tu alma taciturna,
en esa plenitud de amor sombríos
con que deja correr la flor nocturna
su venturoso exceso de rocío;

desvanecida de tristeza, cuando
pues, ¡quién no sentirá la paz agreste
un plenilunio lánguido y celeste
cifre el idilio en que se muere amando!

Bajo esa calma en que el deseo abdica,
yo fui aquel que asombró a la desventura,
ilustre de dolor como el pelícano
en la fiera embriaguez de su amargura.

Así purificados de infortunio,
en ilusión de cándida novela,
bogamos el divino plenilunio
como debajo de una blanca vela.

Íbamos por el pálido camino
hacia aquella quimérica comarca,
donde la luna, al dejo vespertino,
vuelve de la extensión como una barca.

Y ante el favor sin par de la fortuna
que te entregaba a mi pasión rendida,
con qué desgaire comulgué en la luna
la rueda de molino de la vida.

Difluía a lo lejos la inconclusa
flauta del agua, musical delirio;
y en él embebecida mi alma ilusa,
fue simple como el asno y como el lirio.

Sonora noche, en que como un cordaje
la sombra azul nos dio su melodía.
Claro de luna que, al nupcial viaje,
alas de cisne en su blancura abría…

Aunque la verdad grave de la pena
bien sé que pronto los ensueños trunca,
cada vez que te beso me enajena
la ilusión de que no hemos vuelto nunca.

Porque esa dulce ausencia sin regreso,
y ese embeleso en victorioso alarde,
glorificaban el favor de un beso,
una tarde de amor… Como esa tarde…



Poema Nocturno de Leopoldo Lugones



Grave fue nuestro amor, y más callada
aquella noche frescamente umbría,
polvorosa de estrellas se ponía
cual la profundidad de una cascada.

Con la íntima dulzura del suceso
que abandonó mis labios tus sonrojos,
delirados de sombra ví tus ojos
en la embebida asiduidad del beso.

Y lo que en ellos se asomó a mi vida,
fue tu alma, hermana de mi desventura,
avecilla poética y oscura
que aleteaba en tus párpados rendida.



Poema Luna De Los Amores de Leopoldo Lugones



Desde que el horizonte suburbano,
El plenilunio crepuscular destella,
En el desierto comedor, un lejano
Reflejo, que apenas insinúa su huella.
Hay una mesa grande y un anaquel mediano.
Un viejo reloj de espíritu luterano.
Una gota de luna en una botella.
Y sobre el ébano sonoro del piano,
Resalta una clara doncella.

Arrojando al hastío de las cosas iguales
Su palabra bisílaba y abstrusa,
En lento brillo el péndulo, como una larga fusa,
Anota el silencio con tiempos inmemoriales.

El piano está mudo, con una tecla hundida
Bajo un dedo inerte. El encerado nuevo
Huele a droga desvanecida.
La joven está pensando en la vida.
Por allá dentro, la criada bate un huevo.

Llena ahora de luna y de discreta
Poesía, dijérase que esa joven brilla
En su corola de Cambray, fina y sencilla,
Como la flor del peral. ¡Pobre Énriqueta!

La familia, en el otro aposento,
Manifiéstame, en tanto, una alarma furtiva.
Por el tenaz aislamiento
De esa primogénita delgada y pensativa.
«No Prueba bocado. Antes le gustaba el jamón.»
«Reza mucho y se cree un cero a la izquierda. »
«A veces siente una puntada en el pulmón.»
-Algún amor, quizá, murmura mi cuerda
Opinión…

En la obscuridad, a tientas halla
Mi caricia habitual la cabeza del nene…
Hay una pausa.
Pero si aquí nadie viene
Fuera de usted», dice la madre. El padre calla.
El aire huele a fresia; de no sé qué espesuras
Viene, ya anacrónico, el gorjeo de un mirlo
Clarificado por silvestres ternuras.
La niña sigue inmóvil, y ¿por qué no decirlo?
Mi corazón se preña de lágrimas obscuras.

No; es inútil que alimente un dulce engaño;
Pues cuando la regaño
Por su lección de inglés, o cuando llévola
Al piano con mano benévola,
Su dócil sonrisa nada tiene de extraño.

«Mamá, ¿qué toco?», dice con su voz más llana;
«Forget me not?…». y lejos de toda idea injusta:
Buenamente añade: «Al señor Lugones le gusta.»
Y me mira de frente delante de su hermana.

Sin idea alguna
De lo que pueda causar aquella congoja
-En cuya languidez parece que se deshoja-
Decidimos que tenga mal de luna.
La hermana, una limpia, joven de batista,
Nos refiere una cosa que le ha dicho.
A veces querría ser, por capricho,
La larga damisela de un cartel modernista
Eso es todo lo que ella sabe; pero eso
Es poca cosa
Para un diagnóstico sentimental. ¡Escabrosa
Cuestión la de estas almas en trance de beso!
Pues el «mal de luna», como dije más arriba,
No es sino el dolor de amar, sin ser amada.
Lo indefinible: una Inmaculada
Concepción, de la pena más cruel que se conciba.

La luna, abollada
Como el fondo de una cacerola
Enlozada.
Visiblemente turba a la joven sola.
Al hechizo pálido que le insufla,
Lentamente gira el giratorio banco;
y mientras el virginal ruedo blanco
Se crispa sobre el moño rosa de la pantufla.
Rodeando la rodilla con sus manos, unidas
Como dos palomas en un beso embebecidas,
Con actitud que consagra
Un ideal quizá algo fotográfico,
La joven tiende su cuello seráfico
En un noble arcaísmo de Tanagra.

Conozco esa mirada que ahora
Remonta al ensueño mis humanas miserias.
Es la de algunas veladas dulces y serias
En que un grato silencio de amistad nos mejora.
Una pura mirada,
Suspensa de hito en hito.
Entre su costura inacabada
y el infinito…



Poema Los Doce Gozos de Leopoldo Lugones



Cabe una rama en flor busqué tu arrimo.
La dorada serpiente de mis males
circuló por tus púdicos cendales
con la invasora suavidad de un mimo.

Sutil vapor alzábase del limo
sulfurando las tintas otoñales
del Poniente, y brillaba en los parrales
la transparencia ustoria del racimo.

sintiendo que el azul nos impelía
algo de Dios, tu boca con la mía
se unieron en la tarde luminosa

bajo el caduco sátiro de yeso.
Y como de una cinta milagrosa
ascendí suspendido de tu beso.



Poema Los Celos Del Sacerdote de Leopoldo Lugones



Obsta con densa máscara de seda
el cruel carmín de tu inviolada boca,
y la gran noche azul de tus pupilas,
y el cielo de tu fuente luminosa.

Destrenza tus cabellos como un duelo
sobre tu nuca artística, oh Theóclea!
(tus largas trenzas
peinadas por los besos de mi boca).

Y reviste la túnica de luto,
que cuando en torno de tus flancos flota,
parece que la noche se desprende
de tus hombros. Yo quiero, con la loca
ansiedad de mis celos exclusivos,
sólo para mis manos, esa heroica
desnudez de tu seno, que aparece
como el orto de un astro; y esa gloria
de tu garganta que triunfal emerge,
como una copa
de acero, que los técnicos cinceles
labraron;
y esa curva vencedora
de tu ebúrnea cadera que realza
la orquestal armonía de tus formas
bajo la gran caricia de la seda.
Cuando cruces (fantasmas.,luz, estrofa),
por las ruinas que pueblan mi cerebro,
como la triste luna que corona
la trunca arquitectura de las nubes;
yo quiero verte envuelta por la sombra
de la máscara negra y tus cabellos,
y la fúnebre seda de tus ropas,
como la estatua Libertad que velan
cuando la patria está en peligro. Sola
en mi templo de amor, dame tus brazos,
que anegarán mi cuerpo cual dos ondas,
en turbulenta confluencia unidas,
y el beso que en los sabios sacrilegios
me dejas en los labios como hostia,
y el albor de tu seno en que culmina,
bajo una tibia irrealidad de blondas,
el orgullo ducal de un palpitante
pezón de rosa;
y la gracia triunfal de tu cintura,
como una ánfora llena de magnolias,
y el hermético lirio de tu sexo,
lirio lleno de sangre y de congojas.
Y que sólo tus manos se destaquen
en la noche de seda de tus ropas,
cuando estés en mis brazos victimarios
(¡deseado crucifijo de las bodas!).
Y que sólo tus manos sean vistas
por extrañas pupilas, cual dos tórtolas
que se aman blancamente, consagradas
por los besos exhaustos de mi boca…
Y que gocen los hombres del delito
de tus manos desnudas: ¡oh Theóclea!



Poema Las Manos Entregadas de Leopoldo Lugones



El insinuante almizcle de las bramas
se esparcía en el viento, y la oportuna
selva estaba olorosa como una
mujer. De los extraños panoramas

surgiste en tu cendal de gasa bruna,
encajes negros y argentinas lamas,
con tus brazos desnudos que las ramas
lamían, al pasar, ebrias de luna.

La noche se mezcló con tus cabellos,
tus ojos anegáronse en destellos
de sacro amor; la brisa de las lomas

te envolvió en el frescor de los lejanos
manantiales, y todos los aromas
de mi jardín sintetizó en tus manos.



Poema Bajo La Blanca Soledad de Leopoldo Lugones



Bajo la calma del sueño,
Calma lunar de luminosa seda,
La noche
Como si fuera
El blanco cuerpo del silencio,
Dulcemente en la inmensidad se acuesta…
Y desata
Su cabellera,
En prodigioso follaje
De alamedas.

Nada vive sino el ojo
Del reloj en la torre tétrica,
Profundizando inútilmente el infinito
Como un agujero abierto en la arena.
El infinito,
Rodado por las ruedas
De los relojes,
Como un carro que nunca llega.

La luna cava un blanco abismo
De quietud, en cuya cuenca
Las cosas son cadáveres
y las sombras viven como ideas,
y uno se pasma de lo próxima
Que está la muerte en la blancura aquella.
De lo bello que es el mundo
Poseído por la antigüedad de la luna llena.
y el ansia tristísima de ser amado,
En el corazón doloroso tiembla.

Hay una ciudad en el aire,
Una ciudad casi invisible suspensa,
Cuyos vagos perfiles
Sobre la clara noche transparentan.
Como las rayas de agua en un pliego,
Su cristalización poliédrica.
Una ciudad tan lejana,
Que angustia con su absurda presencia.

¿Es una ciudad o un buque
En el que fuésemos abandonando la tierra.
Callados y felices,
y con tal pureza,
Que sólo nuestras almas
En la blancura plenilunar vivieran?…

Y de pronto cruza un vago
Estremecimiento por la luz serena.
Las líneas se desvanecen,
La inmensidad cámbiase en blanca piedra,
y sólo permanece en la noche aciaga
La certidumbre de tu ausencia.



Poema La Alcoba Solitaria de Leopoldo Lugones



El diván dormitaba; las sortijas
brillaban frente a la oxidada aguja,
y un antiguo silencio de Cartuja
bostezaba en las lúgubres rendijas.

Sentía el violín entre prolijas
sugestiones, cual lánguida burbuja,
flotar su extraña anímula de bruja
ahorcada en las unánimes clavijas.

No quedaba de ti más que una gota
de sangre pectoral, sobre la rota
almohada. El espejo opalescente

estaba ciego. Y en el fino vaso,
como un corsé de inviolable raso
se abría una magnolia dulcemente.



Poema Holocausto de Leopoldo Lugones



Llenábanse de noche las montañas,
y a la vera del bosque aparecía
la estridente carreta que volvía
de un viaje espectral por las campañas.

Compungíase el viento entre las cañas,
y asumiendo la astral melancolía,
las horas prolongaban su agonía
paso a paso a través de tus pestañas.

La sombra pecadora a cuyo intenso
influjo arde tu amor como el incienso
en apacible combustión de aromas,

miró desde los sauces lastimeros,
en mi alma un extravío de corderos
y en tu seno un degüello de palomas.



Poema Emoción Aldeana de Leopoldo Lugones



Nunca gocé ternura más extraña,
Que una tarde entre las manos prolijas
Del barbero de campaña,
Furtivo carbonario que tenía dos hijas.
Yo venía de la montaña
En mi claudicante jardinera,
Con timidez urbana y ebrio de primavera.

Aristas de mis parvas,
Tupían la fortaleza silvestre
De mi semestre
De barbas.

Recliné la cabeza
Sobre la fatigada almohadilla,
Con una plenitud sencilla
De docilidad y de limpieza;
y en ademán cristiano presenté la mejilla…

El desonchado espejo,
Protegido por marchitos tules,
Absorbiendo el paisaje en su reflejo,
Era un óleo enorme de sol bermejo,
Praderas pálidas y cielos azules.
y ante el mórbido gozo
De la tarde vibrada en pastorelas,
Flameaba como un soberbio trozo
Que glorificara un orgullo de escuelas.

La brocha, en tanto,
Nevaba su sedosa espuma
Con el encanto
De una caricia de pluma.
De algún redil cabrío, que en tibiezas amigas
Aprontaba al rebaño su familiar sosiego,
Exhalaban un perfume labriego
De polen almizclado las boñigas.

Con sonora mordedura
Raía mi fértil mejilla la navaja.
Mientras sonriendo anécdotas en voz baja,
El liberal barbero me hablaba mal del cura.
A la plática ajeno,
Preguntábale yo, superior y sereno
(Bien que con cierta inquietud de celibato),
Por sus dos hijas, Filiberta y Antonia;
Cuando de pronto deleitó mi olfato
Una ráfaga de agua de colonia.

Era la primogénita, doncella preclara,
Chisporroteada en pecas bajo rulos de cobre.
Mas en ese momento, con presteza avara,
Rociábame el maestro su vinagre a la cara,
En insípido aroma de pradera pobre.

Harto esponjada en sus percales,
La joven apareció, un tanto incierta,
A pesar de las lisonjas locales.
Por la puerta,
Asomaron racimos de glicinas,
y llegó de la huerta
Un maternal escándalo de gallinas.

Cuando, con fútil prisa,
Hacia la bella volví mi faz más grata,
Su púdico saludo respondió a mi sonrisa.
y ante el sufragio de mi amor pirata,
y la flamante lozanía de mis carrillos,
Vi abrirse enormemente sus ojos de gata,
Fritos en rubor como dos huevecillos.

Sobre el espejo, la tarde lila
Improvisaba un lánguido miraje,
En un ligero vértigo de agua tranquila.
y aquella joven con su blanco traje
Al borde de esa visionaria cuenca,
Daba al fugaz paisaje
Un aire de antigua ingenuidad flamenca.



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