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Poema Las Mujeres De Romero De Torres de Manuel Machado



Rico pan de esta carne morena, moldeada
en un aire caricia de suspiro y aroma…
Sirena encantadora y amante fascinada,
los cuellos enarcados, de sierpe o de paloma…

Vuestros nombres, de menta y de ilusión sabemos:
Carmen, Lola, Rosario… Evocación del goce,
Adela… Las Mujeres que todos conocemos,
que todos conocemos ¡y nadie las conoce!

Naranjos, limoneros, jardines, olivares,
lujuria de la tierra, divina y sensual,
que vigila la augusta presencia del ciprés.

En este fondo, esencia de flores y cantares,
os fijó para siempre el pincel inmortal
de nuestro inenarrable Leonardo cordobés.



Poema La Primavera de Manuel Machado



¡Oh, el sotto voce balbuciente, oscuro,
de la primer lujuria!… ¡Oh, la delicia
del beso adolescente, casi puro!…
¡Oh, el no saber de la primer caricia!…

¡Despertarse de amor entre cantares
y humedad del jardín, llanto sin pena,
divina enfermedad que el alma llena,
primera mancha de los azahares!…

Angel, niño, mujer…. Los sensuales
ojos adormilados y anegados
en inauditas savias incipientes…

¡Y los rostros de almendra, virginales,
como flores al sol aurirrosados,
en los campos de mayo sonrientes!



Poema La Copla de Manuel Machado



Hasta que el pueblo las canta,
las coplas, coplas no son,
y cuando las canta el pueblo,
ya nadie sabe el autor.

Tal es la gloria, Guillén,
de los que escriben cantares:
oír decir a la gente
que no los ha escrito nadie.

Procura tú que tus coplas
vayan al pueblo a parar,
aunque dejen de ser tuyas
para ser de los demás.

Que, al fundir el corazón
en el alma popular,
lo que se pierde de nombre
se gana de eternidad.



Poema La Buena Canción de Manuel Machado



¡Oh la paz, oh la paz, oh la bendita
paz de un paisaje matinal!… ¡Cristales
de mi ventana al campo!… ¡Oh la chocita
de la copla entre los cañaverales!

Frente al sol generoso, junto al río
sonoro, en plena gloria de la vega
andaluza -gitana que se entrega-,
bajo el azul turquí del cielo mío.

¡Y un amor solo y grande, aquel primero
que floreció en la senda, tan seguro
que aguarda siempre y sin quemarnos arde!…

¡Aquel primer amor, que fue el lucero
de la mañana y brilla ahora tan puro
en la senda tranquila de la tarde!



Poema Los Días Sin Sol de Manuel Machado



A M. Leo Rouanet

El lobo blanco del invierno,
el lobo blanco viene,
con los feroces ojos inyectados
en sangre helada, fijos y crueles.
¡Maldito lobo invierno, que te llevas
los viejos y los débiles!

¡Reunámonos, que todos
tengan una familia,
un libro y fuego alegre!

Y mientras, fuera, el hacha
el tronco seco hiende,
que será rojo en el hogar, cerremos
la puerta y el balcón… ¡Dios no nos quiere!

¡Tregua! Seamos amigos…
La tibia paz entre nosotros reine
en torno de la lámpara, que esparce
la tranquila poesía del presente.

Y tú, mi amada, cuyos rojos labios
son ya la sola flor, dámelos…, ¡quiéreme!…

¡Que el lobo blanco del invierno
el lobo blanco viene!



Poema Lirio de Manuel Machado



Casi todo alma,
vaga Gerineldos
por esos jardines
del rey, a lo lejos,
junto a los macizos
de arrayanes…

Besos
de la reina dicen
los morados cercos
de sus ojos mustios,
dos idilios muertos.
Casi todo alma,
se pierde en silencio,
por el laberinto
de arrayanes… ¡Besos!
Solo, solo, solo,
lejos, lejos, lejos…
Como una humareda,
como un pensamiento…
Como esa persona
extraña que vemos
cruzar por las calles
oscuras de un sueño.



Poema La Corte de Manuel Machado



A Jean Moreas

El conde, orgullo y gloria, las damas galantea
y a los nobles zahiere ?madrigal y epigrama?,
cuando un paje, de lejos y por señas, le llama.
No lleva el paje escudo ni señorial librea.

«Venid ?le dice quedo?; seguidme… ¡a donde sea!
Sólo deciros puedo que es hermosa la dama…
Mas a oscuras el sitio está donde se os llama,
y aún quiere que el camino desconocido os sea».

Duda un momento el conde, y recela, no en vano,
que siniestra emboscada aceche sus arrojos…
Mas, aferrando al cinto los dorados puñales,

al paje, que sonríe resuelto da la mano…
Y el pajecillo rubio pone sobre sus ojos
un pañuelo bordado con las armas reales.



Poema Las Frutas De Cuba de Manuel Justo De Rubalcava



Más suave que la pera
en Cuba es la gratísima guayaba,
al gusto lisonjera,
y la que en dulce todo el mundo alaba,
cuya planta exquisita
divierte el hambre y áun la sed limita.

El marañon fragante,
más grato que la guinda si madura,
el color rozagante,
¡Oh! Adonis en lo pálido figura;
árbol, ¡oh maravilla!
que echa el fruto después de la semilla.

La guanábana enorme
que agobia el tronco con el dulce peso,
cuya fruta disforme
a los rusticos sirve de embeleso,
un corazon figura
y al hombre da vigor con su frescura.

Misterioso el caimito,
con los rayos de Cintio reluciente
en todo su circuito
morado y verde, el fruto hace patente,
cuyo tronco lozano
ofrece en cada hoja un busto á Jano.

La papaya sabrosa
al melón en su forma parecida,
pero más generosa
para volver la vacilante vida
al ético achacoso,
arbol al apetito provechoso.

El célebre aguacate
que aborrece a1 principio el europeo,
y aunque jamás lo cate
con el verdor seduce su deseo,
y halla un fruto esquisito
si lo mezcla con sal, el apetito.

La jagua sustanciosa
con el queso cuajado de la leche,
es aún más deliciosa
que la amarga aceituna en escabeche:
no se prefiere el óleo que difunde
porque acá la manteca lo confunde.

El mamey celebrado
por ser ambos en la especie: uno amarillo
y el otro colorado,
en el sabor mejor es que el membrillo,
y en los rigores de la estiva seca
la blanda fruta del mamón manteca.

El mamoncillo tierno,
a las mujeres y á los niños grato,
y, pasado el invierno,
topo de los frutales el moniato,
y el sabroso ciruelo que sin hoja,
amarillo ó morado el feto arroja.

Amable más que el guindo
y que el árbol precioso de la uva
es acá el tamarindo:
licores admirables saca Cuba
de su fruto precioso, que fermenta,
almásigo mejor que Horacio mienta.

El Argos de las frutas
es el anón, que á Juno he consagrado;
fruto tan delicado,
que reina en todas las especies brutas
de ojos llena su cuerpo granuloso,
al néctar comparable en lo sabroso.

La piña, que produce
no Atis en fruta que prodiga el pino,
que la apetencia induce,
sino la piña con sabor divino,
planta que con dulcísimo decoro
adorna el fruto con escamas de oro.

El níspero apiñado
por la copia del fruto y de la hoja,
en más supremo grado
que las que el marzo con crueldad despoja,
árbol que, madurando, pende y cría
dulcísimos racimos de ambrosía.

El coco cuyo tronco
ruidoso con su verde cabellera,
aunque encorvado y bronco,
hace al hombre la vida placentera
y es su fruto exquisito
mejor plato á la sed y al apetito.

El plátano frondoso…
Pero ¡oh Musa! ¿qué fruto ha dado el orbe
como aquel prodigioso
que todo el gremio vegetal absorve
al maná milagroso parecido,
verde o seco, del hombre apetecido?

No te canses ¡oh numen!
en alumbrar especies pomonanas,
pues no tienen resúmen
las del cuerpo floral de las indianas,
pues á favor producen de Cibeles
pan las raíces y las cañas mieles.



Poema La Llanura Amarguísima Y Salobre de Manuel Jose Othon



La llanura amarguísima y salobre,
enjuta cuenca de océano muerto,
y en la gris lontananza, como puerto,
el peñascal, desamparado y pobre.

Unta la tarde en mi semblante yerto
aterradora lobreguez, y sobre
tu piel, tostada por el sol, el cobre
y el sepia de las rocas del desierto.

Y en el regazo donde sombra eterna,
del peñascal bajo la enorme arruga,
es para nuestro amor nido y caverna,

las lianas de tu cuerpo retorcidas
en el torso viril que te subyuga,
con una gran palpitación de vidas.



Poema La Campana de Manuel Jose Othon



¿Qué te dice mi voz a la primera
luz auroral? «La muerte está vencida,
ya en todo se oye palpitar la vida,
ya el surco abierto la simiente espera».

Y de la tarde en la hora postrimera:
«Descansa ya. La lumbre está encendida
en el hogar…» Y siempre te convida
mi acento a la oración en donde quiera.

Convoco a la plegaria a los vivientes,
plaño a los muertos con el triste y hondo
son de sollozo en que mi duelo explayo.

Y, al tremendo tronar de los torrentes
en pavorosa tempestad, respondo
con férrea voz que despedaza el rayo.



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