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Poema La Estrella Misteriosa de María Eugenia Vaz Ferreira



Yo no sé dónde está, pero su luz me llama,
¡oh misteriosa estrella de un inmutable sino!…
Me nombra con el eco de un silencio divino
y el luminar oculto de una invisible llama.
Si alguna vez acaso me aparto del camino,
con una fuerza ignota de nuevo me reclama:
gloria, quimera, fénix, fantástico oriflama
o un imposible amor extraño y peregrino…

Y sigo eternamente por la desierta vía
tras la fatal estrella cuya atracción me guía,
mas nunca, nunca, nunca a revelarse llega!
Pero su luz me llama, su silencio me nombra,
mientras mis torpes brazos rastrean en la sombra
con la desolación de una esperanza ciega…



Poema Llanto Por Unos Zapatos Muertos de María Eugenia Caseiro



Estoy llorando en el paño roto de la noche
y mi niñez que ahora no me entiende
reniega de mi llanto.

Estoy inmóvil y desnuda
frente a la oscuridad del viento
encendiendo una vela blanca
al alma de mis viejos zapatos muertos.

Estoy enferma de sueños sin fuentes
contagiada, de esa terrible y blanca pena
de saberme cierta
sin vestidos de ayer en pleno vuelo.

Estoy llorando ahora
por la sombra increíble de mi propia lágrima
por la hoja en blanco sin sonrisa
por la ausencia de todos los discursos
viajando en el tren de tan poca memoria.

Estoy alumbrándome de antiguas lunas
del sucio brillo en aquellas farolas.

Estoy llorando la fijeza del tiempo
posada en el renglón que me aprisiona.

Contacto con María Eugenia Caseiro: buhowriter@hotmail.com



Poema Las Cosas En Su Vacío de María Eugenia Caseiro



El haber sido,
la duda al menos;
pizca, señal, asomo, idea…
la muerte que tuvo sus rasgos de vida
la pisada que no ha dejado huellas,
aún la palabra que nunca se dijo
o la humedad de cuando
en una misma ansia de dejarse acompañar
la oscuridad y el tiempo se colmaron
franqueando el perfil de la luz que no había muerto,
es este siempre dispuesto silencio.

¿Quién guarda otra palabra
otra piedra
si ya no son la piedra o la palabra que se quiere guardar?
o respetar en el oído
en la memoria:
esa rebelde inconciencia que cita las respiraciones
y las coloca debajo de sus nombres propios
en la indecible ilación de tantos sueños.

¿Quién ordena
los sudores, los pasos, los jadeos…
en sus cajones adecuados?

Las cosas en su vacío
guardan rotunda severidad o la indiferencia,
pero nadie quiere un recuerdo vacío
como nadie quiere una memoria de la niebla
o del hambre
porque la niebla y el hambre, incluso la sed
cruzan con su guante blanco
el rostro de quienes las nombran.

Si por ejemplo,
canto el timbre o el grito
canto la voz
canto la palabra en su mudez,
el recuerdo intenta,
intensa la intención valiente;
luego tal vez se desvanece
sin haber rozado apenas el órgano de Corti
aunque no ha muerto para siempre,
entonces calla
y tardará mucho tiempo en encontrar de nuevo
una chispa de fuego.

Mientras tanto
sigue siendo la palabra desoída,
respetando solamente, un pequeño espacio de la sombra
en el sueño indiferente, en la respiración acompasada;
sin calidad, pero sin miedo…
Una fruta que seguramente vendrá en su momento
a poner aroma y color en el mantel de la fiesta,
un ligero calor de madrugada
justamente al borde de la lumbre sin ser vista
sobre el pie derecho,
despuntando siempre en el diamante de cada silencio
conservado apenas debajo de la lengua.

Contacto con María Eugenia Caseiro: buhowriter@hotmail.com



Poema La Calle de María Eugenia Caseiro



La calle es un burdel donde las horas
toman cuenta.
El vagabundo gris
a un paso de anotar la despedida
recupera el mortecino
brillar de las farolas.

Se alarga la calle, en su desdén se pierde
la visión hasta tocar el fin del mundo
a estribor, bordea la primera estrella
las grutas sin salida, el precipicio
en que un fantasma envenenado
duele en la mujer que busca
un puente y la razón fracasa.

La calle es un dolor, una punzada
donde confluyen las premoniciones
un corazón cansado que envejece,
su melodía sin voz
se lleva las últimas raigambres?

Sueña la calle su primer bostezo
entre viejas fachadas de edificios.

Contacto con María Eugenia Caseiro: buhowriter@hotmail.com



Poema La Pena De Muerte de María Elena Walsh



Fui lapidada por adúltera. Mi esposo, que tenía manceba en casa y fuera de ella, arrojó la primera piedra, autorizado por los doctores de la ley y a la vista de mis hijos.
Me arrojaron a los leones por profesar una religión diferente a la del Estado.
Fui condenada a la hoguera, culpable de tener tratos con el demonio encarnado en mi pobre cuzco negro, y por ser portadora de un lunar en la espalda, estigma demoníaco.
Fui descuartizado por rebelarme contra la autoridad colonial.
Fui condenado a la horca por encabezar una rebelión de siervos hambrientos. Mi señor era el brazo de la Justicia.
Fui quemado vivo por sostener teorías heréticas, merced a un contubernio católico-protestante.
Fui enviada a la guillotina porque mis Camaradas revolucionarios consideraron aberrante que propusiera incluir los Derechos de la Mujer entre los Derechos del Hombre.
Me fusilaron en medio de la pampa, a causa de una interna de unitarios.
Me fusilaron encinta, junto con mi amante sacerdote, a causa de una interna de federales.
Me suicidaron por escribir poesía burguesa y decadente.
Fui enviado a la silla eléctrica a los veinte años de mi edad, sin tiempo de arrepentirme o convertirme en un hombre de bien, como suele decirse de los embriones en el claustro materno.
Me arrearon a la cámara de gas por pertenecer a un pueblo distinto al de los verdugos.
Me condenaron de facto por imprimir libelos subversivos, arrojándome semivivo a una fosa común.
A lo largo de la historia, hombres doctos o brutales supieron con certeza qué delito merecía la pena capital. Siempre supieron que yo, no otro, era el culpable. Jamás dudaron de que el castigo era ejemplar. Cada vez que se alude a este escarmiento la Humanidad retrocede en cuatro patas.



Poema La Noche de María Elena Blanco



The summer demands and takes away too much,
But night, the reserved, the reticent, gives
more tran it takes.

John Ashbery

La noche habanera huele a nupcias, a líquenes.
La tierra húmeda se chupa los tacones
y hace chirriar las suelas.
Copa de índigo, el mar
invade el aire con sabor a semen,
arde en el sigilo de la brisa insular.

En la rampa la noche es la radiografía del deseo.
Viste a la mujer de transparencias,
enciende las pupilas de los hombres.
Echa candela por cada bocacalle
la noche serpentina
de El Vedado.

Por la noche La Víbora es de un negror tupido,
ese que sobrecoge de un portal a otro, el que propicia
las sorpresas,
los encuentros furtivos:
noche de cachumbambé
obnubilada por algún neón.

Cerca de la Muralla se escurre entre las grietas
ebria y sola, sobre la piedra gris y el claroscuro
de farol y penumbra,
la noche insomne de los marineros.
Deambula desde el puerto y vomita
un vaho de sal que sube por los muelles.

La noche alba de Regla difumina las casas, la lanchita.
Dos perroz hechizados copulan en la línea del tren.
Se oye un tambor. Las almas
de unos estibadores cuidan Los Aparatos
y por Patilarga vuelven
con los ojos en blanco.

De Guanabo es la noche verde de las ranas.
Esconde sus tesoros entre la hierba, en el escalofrío
de la arena, en los bares
extraños. Las cigarras, los grillos,
los mosquitos tampoco dejan dormir.
Noche azorada de la playa.
Costa ilimitada de la noche.



Poema La Clave de María Cristina Orantes



Más allá de la línea del destino,
buscó en su mano la perdida huella
que indicara la ruta hacia la estrella
o encendiera la luz en el camino.

Siguió avanzando en paso peregrino,
es busca siempre de la clave, aquella
que traspasara el paredón que sella
la puerta entre lo humano y lo divino.

Pesó y pasó la vida en cada paso,
buscando desde el alba hasta el ocaso,
sin descubrir el germen de su esencia.

Talvez un día lo hallará, dormido,
en el hilo en que se halla suspendido
el secreto de toda su existencia.



Poema Las Margaritas Y El Cisne de María Cristina Azcona



Verdinegras, las aguas estancadas
Quietas están como un espejo oscuro.
Súrcalas blanco cisne sin apuro.
Suave, en silencio, las alas plegadas.

Margaritas, al verlo alborotadas
Lo saludan detrás de verde muro
Dejándose caer abandonadas
Al embrujo del blancor tan puro.

De pronto al cisne espanta cruel sonido
Dejando a sus amigas sin amado.
Huye, blanco de miedo, estremecido.

Así el hombre deja al mundo devastado
Y yo doy testimonio consabido
Del horror de éste, su mortal reinado.



Poema La Paz de María Cristina Azcona



Plena de cien canciones ella avanza.
Por lomadas o ríos ya se asoma.
Con fulgor de blancura azul alcanza
La oscuridad del alma cual paloma.

Deja estela de gloria en la confianza
Que al corcel de la furia presto doma.
Tras su paso gobierna la esperanza
Conquistando a la brisa con su aroma.

Se transforma el desierto en la pradera
Si su tibia presencia ya es caricia.
Trastoca al frío otoño en primavera.

Al corazón, del odio y la avaricia
Con sereno silencio ya libera.
Puede hacerse real si hoy hay justicia.



Poema La Oración Del Desocupado de María Cristina Azcona



He venido mi Dios a agradecerte
La salud y el amor que me has brindado,
Y los días que he vivido y disfrutado,
Ya que creo en tu bien y no en la suerte.

Considera que soy joven y fuerte
Para ser albañil desocupado.
Y que merezco ser remunerado
Hasta que me sorprendas con la muerte.

De rodillas te ruego, por lo bajo…
Que consiga una changa por lo menos.
(Le temo más al hambre que a estropajo).

Decile a los que aún son patrones buenos
Que si llegan a darme algún trabajo
Pecados que les cuentes serán menos.



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